Criaturas de difícil denominación.
-no soy dueño de nada salvo una terrible falta de tiempo-
Como si de una nube de polvo se tratase las partículas de luz inundaban sus ojos, a dos años del fin de la guerra aun requería de alguien que le ayudase a limpiar las heridas dejadas por Nagini y el señor oscuro, apretando los puños espero a que el dolor disminuyera, pues aun con todo lo ocurrido se negaba a gritar.
La joven mujer que hacía las veces de enfermera le sonreía, en la pequeña y ahora acogedora sala del maestro de pociones solo las voces de ella, su padre y un elfo domestico se escuchaban, la garganta dañada del profesor le impedía hablar con normalidad y no se arriesgaría a perder su único encanto en algo tan trivial como una conversación con un Lovegood.
Suspirando para calmarse escucho la plática incesante entre Luna y Xenophilius, ambos le provocaban una terrible jaqueca con sus planes para encontrar cuanta criatura mágica conjurasen en su imaginación, tocando por décima vez ya el amuleto casero en su muñeca se volvió a preguntar como esos dos terminaron viviendo bajo su techo.
Claro, Severus ya sabía la respuesta, solo que no le gustaba para nada.
Sobrevivir nunca estuvo en sus planes, pero ocurrió gracias al trio de mocosos entrometidos y el molesto elfo de Black, y ahora pasaba sus días rodeado de un trio de dementes.
-¿no crees que es maravilloso Severus?, Harry dice que es casi seguro te otorguen el perdón, ¡no pasaras ni un día en Azkaban!- exclamaba Xenophilius después de terminar otro artículo para el quisquilloso, ¿Qué desde cuando Lovegood lo llamaba por su nombre?, pues desde que se conocían, el mago simplemente ignoraba el espacio personal en pos de lo que en su mente debía ser una larga e ininterrumpida amistad.
Y su hija no era mejor, no, la señorita Lovegood insistía en supervisar sus comidas, leerle, sentarse con él por las tardes y contarle cada loca idea que pasase por su lunática cabeza.
El único que odiaba tanto a los Lovegood como él era Kreacher, y el elfo solo venia por las tardes por expresa orden de Potter para ayudar con las labores de la casa.
Era todo culpa de Potter, Potter que no podía ni por un minuto dejar de escuchar a su consciencia y ahora lo veía como a una especie de héroe trágico y caso de caridad, que sin importar lo hiriente, sarcástico y ácido que fuese le seguía como un cachorro perdido, Severus no se compadecía del muchacho, si, le había contado una que otra historia sobre Lily, ¡pero solo para sacárselo de encima!, el muchacho no le agradaba, nunca le agradaría.
Y menos por convencer a los Lunáticos de mudarse a su casa.
-no tienen adonde ir y son los únicos en toda la orden que no le temen profesor, creo que son las personas adecuadas para acompañarle mientras todo se aclara- le había dicho Potter con una sonrisa demasiado parecida a la de Lily y antes de que pudiese negarse ya tenía a un par de rubios invadiendo su sala.
Y desde entonces los tenía bajo su techo, era cierto que de vez en cuando Xenophilius ofrecía una buena conversación cuando no le insistía por otra entrevista para su revista y que Luna le entretenía con uno que otro juego de ajedrez.
-creo que debería sonreír más a menudo, se ve mucho mejor cuando sonríe profesor-
Su visión por fin se había recuperado y estaba por responderle a la sonriente muchacha cuando recordó que Severus Snape no sonríe, nunca, y frunció el ceño, sin embargo y como llevaba ocurriendo por meses la rubia solo daleo la cabeza y le regalo otra radiante sonrisa.
-¡aún tiene el toque profesor!- exclamo ella a la vez que acariciaba sus manos, Severus incomodo por otra de las muchas muestras de afecto se aclaró la garganta y se puso de pie con la ayuda de su bastón.
-saldré a caminar- anuncio débilmente y sin esperar respuesta se fue dando un portazo rumbo al parque para pensar por un rato.
Normalmente estaría realmente molesto, furioso por la forma en que la mocosa y su padre se entrometían en su vida, pero desde la caída del señor oscuro y su despedida de los recuerdos de Lily gran parte del enojo de su vida se había esfumado, Lily era parte de ese rencor, de algo que llevaba temiendo por años y que muy en lo profundo siempre supo fue verdad.
Si de una elección se tratase, él hubiese elegido a Lily por sobre cualquier otra persona, pero Lily no lo hubiese elegido, siempre estaría primero Potter y con Potter los merodeadores, y detrás de ellos Gryffindor y la luz, Severus en cambio era parte de la oscuridad, el agente extraño, imposible de clasificar que se ocultaba en las sombras con su moral retorcida y sus promesas rotas, indigno, insuficiente, inadecuado a esa visión idealista que los leones se esmeraban en vivir y las serpientes despreciaban en pos de una ensoñación inalcanzable.
Ver el parque se lo recordaba, jamás seria lo suficientemente bueno para Lily, nunca lo fue y por eso, después de años al fin dejo de tratar, no valía la pena luchar por objetivos inalcanzables, no cuando lo único que le quedaba en ese entonces era una misión, si el hijo de Lily sobrevivía al menos algo en su patética vida tendría sentido.
Harry Potter se había convertido en un hombre, la vida seguía adelante y no tenía misión alguna.
Pero la melancolía seguía allí, así que siguiendo su rutina semanal se sentó en una banca a leer, en algún punto debió aburrirse porque estaba bostezando, decidió descansar sus ojos, tan solo un instante.
Una risa gentil le despertó, tan parecida a ella, tan… inocente, honesta, gentil, con un aura único que la diferenciaba del resto del mundo, capaz de ver cosas que nadie más veía, de verlo como algo más que el chico solitario de la hilandera, el joven rencoroso de Hogwarts y el amargado y cínico espía, veía a Severus, solo Severus, con los mismos defectos y virtudes que cualquier otro, tan hombre como cualquier otro.
Abrió los ojos lentamente esperando ver a la pequeña pelirroja que le salvo de un mundo gris durante su infancia, pero no encontró los orbes verdes ni la cara llena de pecas, solo los columpios vacíos meciéndose lentamente a modo de burla, ocultando su rostro dejo escapar un par de lágrimas que cayeron en su regazo.
Una gentil mano le ofreció un pañuelo, -profesor, mi padre me envió a buscarle, la cena esta lista-
Apretando los dientes se giró a la muchacha sentada a su lado dispuesto a darle una lección por osarse a interrumpirlo, no la necesitaba, no necesitaba a nadie y de todos modos nadie le necesitaba ya, su deuda estaba saldada, Potter vivía, él era inútil.
Y ella, aun sabiendo todo eso no retrocedió, tan solo se acercó más y le beso en la mejilla, -la cena se enfriara- le susurro despacio a la vez que se ponía de pie y le ofrecía su mano.
-vamos a casa- contesto Severus luego de un incómodo silencio aun tratando de procesar el extraño comportamiento de su ex alumna y fallando por completo en hacerlo, quizás… era mejor no hacerlo, terminaría con otra jaqueca y ya tenía suficientes problemas en su vida, no lo consideraría una derrota, sino una retirada táctica.
Sin que lo supiera Severus lo supiera su ex alumna estaba satisfecha, sujetándose de su brazo la joven contaba las veces en que el maestro de pociones se refería a la pequeña casa de la hilandera como su hogar, las veces en que salía a caminar y que tanto estaba dispuesto a conversar, poco a poco sanaba las heridas de dos guerras.
-le encantara lo que hay para cenar, papá compro algo llamado "cenas congeladas" y lo probaremos en su microondas, de seguro…-
Severus no le dio tiempo de acabar y en un instante y olvidando su bastón caminaba a toda velocidad a casa arrastrando a una confundida Luna, al llegar vieron a Xenophilius sentado afuera con la puerta abierta y una terrible humareda siendo regañado por Kreacher desde adentro de la casa.
-¡todo está bien Severus!- grito el hombre, -alguien llamo a unos tales "bomberos" que de seguro cocinan mejor que yo-
Al final terminaron todos comiendo afuera, ocultos del grupo de bomberos ovliados y con un confuso Harry Potter que por suerte conocía un buen lugar donde hacían pizzas.
Tal era la vida en la Hilandera.
Y a decir verdad, Severus ya no la odiaba tanto como quería aparentar.
