Las vidas posibles de Arthur Kirkland
Sumary: Todos los días llega un momento en que es posible tomar una decisión que marcará nuestra vida para siempre. 3 historias en una- UKUS – FRUK y otras mezclas raras.
Disclaimer: Con esto de los proyectos de ley S.O.P.A., P.I.P.A. y A.C.T.A. hay que ponerse cuidadoso. Los personajes de Hetalia no me pertenecen sino a Himaruya Hidekaz. Solo tomo los personajes y los llevo a universos alternos por diversión, sin fines de lucro.
La idea de las vidas posibles la obtuve de la película - Mr Nobody - escrita y dirigida por Jaco Van Dormael. De más está decir que tienen que verla si no la han visto, por una cosa de cultura general, no es que no vayan a entender esta historia si no la ven porque es independiente. Las historias que se cuentan acá son producto de mi cabeza, empujadas por lecturas masivas de Sartré y Unamuno y por una sobredosis musical de Muse, Björk, etc.
Advertencias: Relaciones chicoxchico. Hay Universos múltiples, por tanto no hay una pareja definida sino que un personaje principal: Arthur, que está en varias relaciones al mismo tiempo. Palabrotas e insultos, escenas de contenido sexual más adelante. Exceso de reflexión y monólogo interior así que si les gusta la acción entretenida y rápida, esta historia no es lo que buscan.
Cuando haya corte en el capítulo sabrán que hay cambio de universo. Y Francis se llama François, porque es francés y Francis es un nombre anglosajón (lo explico, porque me recomendaron hacerlo)
1 La primera curva
"Todos los días, Dios nos da un momento en que es posible cambiar
todo lo que nos hace infelices. El instante mágico es el momento en que
un sí o un no pueden cambiar nuestra existencia" – Paulo Coelho
Todos los días es una disyuntiva. Estamos constantemente envueltos en la tarea de tomar una decisión que puede determinar cómo será el resto de nuestra existencia. Es lo más duro ser hombre. La racionalidad, ésa facultad de ser libre de elegir y de tomar las riendas de la propia vida que hace que todo sea tan malditamente duro.
Cuando era pequeño y miraba a mi conejo siempre me daba envidia el hecho de que otros decidieran todo por él. Yo decidía qué iba a comer cada día, yo decidía si iba a comer o no. Donde iba a dormir ¿Nunca se habrá aburrido de su vida? ¿Alguna vez habrá sido consciente de que era un ser independiente de mí? Cuándo me seguía por los jardines ¿sabía que era libre de no hacerlo?
El problema de decidir no es el hecho de tener que romperte la cabeza pensando. De hecho si lo haces, es porque se sabe que no se puede volver el tiempo atrás y es por eso que resulta tan difícil. Hay cosas tan importantes – una carrera, una pareja – que no puedes equivocarte, porque en el momento que tomas una decisión, trazas un camino hacia adelante que te lleva por un determinado rumbo.
Si no eliges, en cambio, todo es posible.
Pienso ¿Y si hubiera tenido otros padres? A lo mejor me hubiera quedado en el mismo barrio para siempre. A lo mejor si hubiera tenido hermanas en vez de hermanos me hubiera acostumbrado a desenvolverme con chicas ¿Fue la falta de hermanas lo que me hizo gay? ¿Y si no hubiera nacido gay? ¿Y si mis cejas hubieran sido normales? ¿Si hubiera sido más alto y más fornido? ¿Habría sido popular? ¿Habría sido menos inteligente si hubiera sido popular y heterosexual? Tal vez no me estaría haciendo estas preguntas.
Mamá dice que la gente que es feliz no se hace tantas preguntas y yo creo que debe tener razón. Tal vez es cierto que me tomo todo demasiado en serio.
El hecho fue que nací en Londres. El segundo hijo de Mary y Robinson. Mi madre tenía veintidós años, trabajaba de enfermera en una de esas clínicas privadas y justo una noche cualquiera del año 1976 decidió tomar un turno extra. Podría haberse ido a casa, haber decidido que prescindiría de algunas cosas en vez de tomar horas extras una noche para poder comprarse un televisor nuevo, pero decidió hacer el sacrificio y esa noche internaron a mi padre por una fractura que se hizo jugando futbol en una fiesta con sus amigos. Lo demás es historia.
Cuatro años después nació Scott quien tuvo el gusto de ser hijo único por un lapso de seis años. Nací un Abril de 1986. Se dice que quienes nacemos en el año del Tigre tenemos una fortaleza especial para afrontar la vida pero a mí me cuesta mucho trabajo creer en esas supersticiones. Es como decir que si soy de determinado signo mañana lunes tengo que tener cuidado con los ascensores y mi color será el purpura. Hay quienes intentan escudarse en esas cosas para justificarse, o se entregan a ése destino falso, esperando que las cosas salgan bien. Yo en cambio estoy seguro que las cosas hay que hacerlas uno mismo.
Fue un día lunes del 1998 cualquiera. Como siempre llovía y Scott, mayor de edad y en el último año del colegio, no se había venido a casa conmigo porque prefería quedarse fumando y haciendo idioteces con sus amigos. Yo corría por la calle abrazado a mi bolso, con mucho cuidado de no mojar los libros. Mi madre decía que si me gustaban tantos los libros entonces debería conseguirme un bolso impermeable, pero mi morral de cuero me gustaba mucho, tenía un aire anticuado y tradicional, tenía un olor especial a bosque y los libros al ser sacados de ahí se contagiaban de ese aire romántico. O tal vez eran sólo cosas mías. No es de extrañar que Scott me llamase rarito.
Hasta ése momento mis padres habían decidido que querían tener un tercer hijo. Scott se hacía mayor, yo era medianamente independiente y mi madre, insoportablemente afectiva, ya estaba experimentando el síndrome del nido vacío. Tal vez si yo hubiera sido más cariñoso, menos esquivo a sus atenciones y más infantil, a ella le habría bastado conmigo y entonces papá no hubiera tenido que verse en la obligación de buscar otro empleo para poder cumplirle el sueño de tener otro bebé. Porque los niños son caros, y embarazarse a los cuarenta y cuatro años no iba a ser algo fácil, aunque el doctor le hubiera dicho que tenía él útero más saludable que él habría imaginado para una señora de su edad.
Papá sólo era un contable con varios años de experiencia trabajando en cadenas de tiendas. No fue difícil que una empresa de retail internacional se interesara en su perfil como trabajador y le ofreciera un empleo nuevo. La paga era buena pero las condiciones eran limitantes: Debía trasladarse al extranjero.
Esa noche discutieron largamente imaginando las posibilidades. El fin de todo el cambio a un empleo mejor era poder tener otro niño, pero cambiarse a otro país implicaría tener que estabilizarse de nuevo, esperar mínimo un año. Mamá no estaba segura de querer esperar tanto porque como ella decía "El reloj biológico corre". Siempre me causó fascinación la obsesión de los adultos con el tiempo y la manera en que lo veían como algo material: algo que corre, que se gasta, que se pierde, que se invierte ¿Acaso alguna vez iban a poder sostenerlo entre sus manos?
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Finalmente se decidió que no querían aceptarlo. Nos quedamos en Londres como siempre pero mi madre de todos modos quedó embarazada. Unos meses después, para decepción de todos, nació otro varón. Lo llamaron Peter y sería el menor del "clan Kirkland".
-¡Arthur!– me llamaba mamá por las mañanas al ver que estaba despierto -¿Puedes hacer el desayuno? Debo darle el biberón a Peter…-
-Ya va- contestaba desganado. El problema de ser el hijo del medio es que llegan todas las cargas indeseadas. Scott era demasiado irresponsable para poder confiársele algo, papá era el pobre hombre ocupado y yo, el adolescente desocupado y tranquilo, era a quien se le confiaban ciertas responsabilidades que no debí tener a mis trece años.
Como resultado del nacimiento de Peter tuve que seguir mis estudios en una escuela pública. No era que me molestara tanto realmente. No me hacía gracia tener que vivir mis años de adolescencia encerrado en una escuelita de chicos, usando uniformes y siguiendo normas absurdas: el corte de cabello, el brillo de los zapatos, la prolijidad excesiva para todo. No es que fuera un problema, en el fondo yo era un fanático de las normas al menos hasta ese entonces, pero tener que preocuparme de todo eso, aparte de las tareas del hogar, era agotador.
Ahora que lo pienso, con todo el panorama no era de extrañar que hubiera buscado semejantes amigos nada más al llegar a la escuela media. Yo estaba desesperado por un poco de atención.
En la segunda semana del colegio aún no tenía con quien estar, porque mirando alrededor, esta gente no era nada como el tipo de chicos con el que yo solía juntarme en Dallington School. Esto era como meterse a una selva, todas las especies clasificadas en sus manadas, agrupados pululando y gruñendo si algún intruso se acercaba a su territorio. No obstante, el las personas somos animales gregarios e incluso alguien como yo, después de una semana vagando por los pasillos solo, comenzaría a necesitar algo de contacto humano.
Cuando Sadiq me habló la primera vez lo encontré como una tabla de salvación. No me importó su aspecto desgreñado, su ropa rota, sus perforaciones, su piel morena tan distinta a la mía o su acento extraño. No reparé en que olía a cigarrillos y que eso era precoz incluso para un chico de catorce años. Había dos chicos con él, uno paliducho de cabello negro que no levantaba su vista del piso y otro que estaba sentado durmiendo despreocupadamente.
En esos momentos en que uno está tan solo, no se pone a analizar en la clase de gente con la que te vas a juntar. Simplemente aceptas la compañía que sea, sin pensar en que cómo las personas repercuten en la vida, como las personalidades se van mezclando y cómo te van moldeando hasta que, sin darte cuenta, comienzas a formar parte de una manada.
A lo mejor si hubiera ido a otra escuela, si mi padre hubiera aceptado el trabajo, si hubiera vivido en otras partes del mundo no me habría tocado vivir ni experimentar ni la mitad de las cosas que viví y tuve que ver de la mano de mis amigos. Pero nuevamente, esas cosas nunca las voy a saber.
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Cuando mi padre accedió a tomar el puesto en la trasnacional nos vimos en otra reunión familiar. Los dos posibles traslados estaban en París o en Seatle. La idea de mudarnos al país de las ranas o a América no nos causaba mucha gracia ni a mí ni a Scott, pero éste tomó la madura decisión de reaccionar con apatía diciendo:
-Me vale, me aburriré igual vayamos donde vayamos-
Fue entonces que mamá volvió la vista hacia mí, como si un crío de doce años pudiera tener la respuesta adecuada para un asunto tan importante como el futuro de la familia. Comencé a sopesar las opciones de todos modos. Si nos íbamos a América formaríamos parte de una de las sociedades más racistas y al mismo tiempo más liberales, donde puedes comprar armas apenas siendo mayor de edad, donde les dan la libertad extrema para destrozar nuestra lengua inglesa como se les dé la gana. No sabía si estaba preparado para escuchar semejante aberración.
Por otra parte, ir a París significa que todos tendríamos que aprender una lengua nueva, adaptarnos a esa cultura poco práctica, de ideologías y romances imposibles. No podía negar, sin embargo, que las mejores universidades de Europa estaban entre Alemania, Inglaterra y Francia, al menos estando allí mi educación no estaría en riesgo.
Finalmente resolví:
-Prefiero París, al menos seguiríamos en Europa y podríamos ir a escuelas buenas- Scott bufó desesperado y pareció encontrar absurdo mi razonamiento.
-Eres demasiado ñoño por tu propio bien– comentó molesto antes de retirarse de la sala a fumar, a sembrar el mal a otra parte, o lo que sea que hagan las personas de su edad cuando llegan a los dieciocho años siendo tan inútiles.
Papá no quiso cuestionarme, me encontró sensato, así que asintió y mamá pareció especialmente fascinada porque aparentemente, Francia es el sueño de muchas mujeres. Todo corrió demasiado rápido para nuestro gusto, al otro día dio la respuesta a su nuevo jefe y ése mismo momento había comenzado la vorágine de la mudanza.
Mamá se movió buscando una escuela preguntando en el consulado Francés y llamando constantemente. Discutimos ampliamente la posibilidad entre una escuela privada y una pública, pero finalmente decidí que si tenía que codearme con franceses, preferiría que fueran de un poco más de alcurnia, ya eran lo suficientemente vulgares en sí mismos, muchas gracias.
Encontramos una escuela inglesa para chicos en la que duré apenas cinco meses, los maestros parecieron complacidos con mi rápido manejo del Francés como segunda lengua y recomendaron a mi madre postularme al Lycée Lakanal; aparentemente era una escuela para chicos con habilidades especiales que estaba fuera de la ciudad.
En la misma escuela Inglesa comenzaron los trámites de traslado, cuando nos tocó visitar el campus debo decir que ambos quedamos boquiabiertos: parecía un palacio, los pilares, ventanales, amoblados y jardines – que más bien parecían parques – eran un verdadero escándalo. La coordinadora nos comentaba a los postulantes de su establecimiento se habían graduado grandes personajes del escenario cultural y científico.
Cuando salimos con mamá me preguntó si estaba seguro. Aparentemente en esta escuela el estudio no era algo que se tomara a la ligera, nos exigían casi a nivel universitario e incluso habían cursos que cumplían con estándares de postgrado; además estaba el hecho de que tendría que quedarme allí durante la semana, ya que era preferible que los estudiantes estuviésemos internados en la escuela, lo cual molestaba un poco a mi madre, porque yo era el hijo pequeño y después de todo estábamos en un país extraño, pero acepté, porque estaba deseoso de aprender, hacer algo útil y debo admitir que la idea de volar del nido siendo tan joven me volvía loco.
Una parte muy ingenua de mí, me dijo que al llegar a ése lugar estaría lleno de personas como yo: jóvenes serios, deseosos de aprender, maduros y de buenos modales, que ni me enteraría de que estaba tratando con franceses. Los acontecimientos del primer día me hicieron bajarme de mi nube. Cuando íbamos entrando los cinco estudiantes nuevos un bombardeo de globos de agua se derramaron sobre nosotros, calándome hasta los huesos y produciéndome una oleada de indignación que experimentaría posteriormente cada vez que viera esa cara de rana rubia, riéndose burlescamente.
Los profesores nos pidieron disculpas mientras el trío que nos había atacado huía triunfante, uno de los maestros corrían infructuosamente tras ellos y yo me preguntaba dónde diablos me había ido a meter.
Me fue asignada una chica para que me guiara por el campus y me introdujera a las rutinas de la escuela. Su nombre era Selene LaFayette, debía ser descendiendo de africanos porque era negra pero aún así se veía bastante señorita y seria. Años más tarde aprendería que las apariencias engañan. Esa tarde me mostró los jardines, los salones en los que al parecer compartíamos todas las clases, con especial reverencia me condujo por la biblioteca que en algún momento se me hizo como una representación de la biblioteca de Alejandría: habían libros en las paredes, desde el suelo hasta desparecer casi a 6 metros de altura, como si se extendieran al cielo. Finalmente, me mostró el dormitorio de chicos entrando al edificio como si nada.
Cuando llegamos al que sería mi cuarto el mismo rubio que nos había atacado le abrazó por detrás.
-Bonjour, princesse- su voz había sonado melosa y con un intento de seducción que le reventó en la cara como una cachetada.
-Ni en mil años, Bonnefoy, ni aunque fueras el último rubio afeminado del planeta– le contestó ella, empujándolo luego del golpe. Fue recibido por un albino y un moreno de ojos verdes que lo agarraron del brazo y comenzaron a cantar burlescamente «Non, rien de rien, non, je ne regrette rien, ni le bien qu`on m`a fait, ni le mal, tout ca m`est bien egal» (1) antes de alejarse.
-Eso que acabas de ver es el "Bad friends trío"- les miré irse, mientras se las arreglaban para ir haciendo de las suyas al caminar: levantar una falda, lanzar un escupitajo por la ventana…
-¿Cómo es que hicieron para entrar aquí?-
-Pasa que no son tontos– explicó ella -Gilbert Beilschmidt, el albino es un genio matemático, un estratega tan bueno que es imposible ganarle en ajedrez – alcé una ceja incrédulo –es una lástima que ocupe su cerebro para planear cosas desagradables… el moreno se llama Antonio Fernández Carriedo, es un genio español, se dice que a los 5 años hablaba fluidamente euskera, catalán, gallego, español y algo de francés… cuando llegó además manejaba el latín y el árabe, es el políglota del colegio y cuando te quiere exasperar comienza a escupir palabrería en diversos idiomas– indicó como si recordara algo desagradable – y el rubio es François, es un lector compulsivo básicamente, ha ganado decenas de campeonatos de debates… ponerte a discutir con él sobre cualquier cosa es una causa perdida, sabe demasiado… de todo, se dice que un día con la ayuda de sus dos malos amigos va a llegar a ser el próximo presidente de Francia.
Y al escuchar semejante barbaridad nuevamente supe que algo andaba mal con estos franceses. Mira que considerar siquiera como broma que semejantes lastres gobernaran la nación.
Ése día, luego de almorzar y pasármela bien con mí compañera decidí dos cosas: me seguiría juntando con ella, porque parecía una chica sensata y confiable. Lo otro, apenas me aclimatara al ambiente de la escuela haría algo al respecto para combatir el reinado de terror de ese trío de malandrines.
Para luego del año nuevo nos enteramos que mamá estaba embarazada, y entonces supe que, de alguna manera, pese a lo terrible que se me estaba haciendo tener esa abismante cantidad de tarea a mis cortos trece años, el traslado estaba resultado auspicioso.
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Finalmente resolví:
-Prefiero Seatle, al menos allí seguiríamos hablando inglés – Scott bufó desesperado, pero pareció encontrarme razón porque murmuró "Bien pensado, enano", se puso de pie revolviéndome el cabello y salió a fumar, beber, lanzar piedras, o lo que sea que un vándalo en potencia como él hacía para perder el tiempo.
Papá no quiso cuestionarme, me encontró sensato, así que asintió y mamá pareció especialmente decepcionada, como si en algún momento se me hubiera pasado por la cabeza preferir Francia.
Nos dieron un tiempo de dos meses para tramitar la visa y el traslado, después de todo implicaba movernos a otro continente. Cuando llegamos, de alguna manera imaginé que al salir del avión me encontraría con cientos de Mc Donalds, rascacielos, gordos comiendo hamburguesas, ríos de coca cola, o cualquier cosa absurda que hicieran los americanos para poder intentar probar su supremacía frente al mundo. En cierto modo me sorprendió gratamente cuando el taxi nos condujo por la vía del Aeropuerto y descubrí que era un caminito desolado, hasta campestre, rodeado de sitios baldíos y los contenedores con los equipajes que traían los aviones del extranjero. Incluso al ingresar a la autopista y llegar al International Disctrict me parecía aún como si estuviéramos en un pueblo chico.
No me agradó ver que de hecho, nuestra casa estaba ubicada en uno de los nuevos edificios del centro en la Quinta Avenida. En el onceavo piso, cuando toda nuestra vida habíamos estado en una casa de un piso con jardines. No me harté de reclamar en lo que subíamos nuestras cosas a la nueva casa y Scott me hizo compañía bastante bien en el acto de quejarme, pero papá no parecía estar molesto con el asunto y nos intentó consolar con que si dejábamos de joder entonces iba a buscar una nueva casa en el barrio residencial cerca de Greenlake.
Eventualmente Scott se amigó con la vida nocturna de la ciudad y terminó diciendo que le encantaba vivir en un departamento. Será traidor. Yo fui el más perjudicado. El sistema de transporte en la ciudad no me acomodaba, y debía tomar dos autobuses para llegar a la escuela. Y he ahí el otro punto de mi malestar.
Debido a la falta de posibilidades – o según mi madre a mi antipatía por encontrar que todas las escuelas eran indecentes… porque lo eran – terminé en una escuela pública del centro. Era cosa de saber el nombre para suponer que era un lugar hecho para idiotas: Garfield High School. Ninguna escuela que tuviera el nombre de un gato gordo y holgazán devorador de lasañas podía ser buena para mi futuro académico.
Los que aún cursábamos en séptimo y octavo grado no entrábamos al campus de los de escuela media superior, pero aún así, ver a los futbolistas fanfarronear con sus chaquetas de atletas mientras un montón de pavas babeaban tras sus pasos se me hacía desagradable hasta puntos inimaginables. No podía concebir que en un año más formaría parte de ello y tendría que compartir aula con semejantes imbéciles. Como si en mi grado no hubiera suficientes.
No era sólo el hecho de que fuesen ruidosos, hay algo demasiado desagradable en la forma en que visten con los jeans gastados, las zapatillas medias rotas, los cabellos revueltos – ok, el mío no era un ejemplo, pero al menos el mío se veía limpio – Además estaba la forma en que destrozaban el inglés sin conmiseración alguna y todo en sí me era tan desolador que me estaba arrepintiendo seriamente de la decisión que había tomado al decirle a mi padre que aceptara este traslado. A lo mejor París no hubiera sido una idea tan mala.
Me fui a sentar al patio con la intención de comer solo. Saqué los sándwiches que me había preparado mi madre poniendo carne vegetal y muchas verduras. Se estaba esforzando especialmente en hacerme sentir a gusto en este nuevo país, hasta me había mandado un termito de medio litro con té negro, casi podía oler su culpa en él. Después de todo, fue por su capricho de tener un nuevo crío que estábamos aquí estancados en una ciudad enorme y gris, donde me sentía tan miserable.
Al menos se lo habría perdonado si quedara embarazada, pero no estaba funcionando y había tenido que pedir cita con el médico. Bebí un sorbo a mí té intentando saborear en él algo de mi perdida Inglaterra. Uno de mis pequeños consuelos era que desde Boston podríamos encargar una variedad de hojas de buena calidad y no tuve que sufrir la abstinencia de mi bebida. No me di cuenta cuando un muchacho un poco más alto que yo se había dejado caer a mi lado, sólo escuché el sonido de unos botones apretándose y algo que sonaba como… ¿Súper Mario saltando?
A mi lado un chiquillo con camisa a cuadros de franela, suelta y descuidada, jeans rotos, tenis desgastados, una melena rubia y lisa con un mechón parado, jugaba insistentemente en su aparatito portátil. No pude evitar sentirme ofendido. Si ves a alguien tomando en soledad su té a la sombra de un árbol, ¿No asumes que esa persona ha huido ahí con la intención de no ser molestado? ¿No es lógico pensar que deberías buscar otro lugar donde ir a molestar con tu jueguito? Este no fue el caso, y por ello prácticamente estaba pidiendo a gritos ser avisado para que esto no volviese a ocurrir.
Tosí intentando tomar su atención de forma cortés, pero ni siquiera levantó la cabeza.
-¡Hey!- grité finalmente, el aludido puso el botón de pausa y me miró con sus ojos azules tras unos anteojos espantosos –Cuando me vine a sentar aquí fue porque quería estar solo y en silencio– intenté del modo indirecto, aunque no lo era tanto, había que ser imbécil para no darse cuenta. Definitivamente este americano no era brillante.
-Yo también vine a estar solo, así que me sentaré a jugar nada más– contestó y reanudó su juego. Debo admitir que me enfadé, porque ésa no es la respuesta que esperaba al lanzar mi nada hospitalario comentario.
-Ese es el punto- quise ser más explícito –tú no estás siendo silencioso… y yo quería estar tranquilo-
El chico volvió a pausar el juego y me miró como si fuera una aparición desagradable.
-Mira…- comenzó –A mí los otros me vienen molestando desde mucho antes de que tú llegaras de donde sea que vengas, me he venido a ocultar en este árbol desde mucho antes que tú eligieras que era un buen refugio, así que no tienes derecho a pedirme que me vaya– No supe que contestarle. Tenía razón; me sentí culpable, estúpido, ajeno y quería irme a Londres lo antes posible.
-No me molesta compartirlo de todos modos– agregó mirándome e indicándome con la mano que me vuelva a sentar. Más allá se escuchaban los gritos idiotas de los estudiantes de escuela media superior, no muy lejos de nosotros, los supuestos populares de nuestros niveles jugaban a hacer las cosas que hacían los más grandes: besuquearse bajo la escalera, fumarse un cigarrillo a escondidas, los negros rapeaban, los metaleros rasgaban sus guitarras, las chicas bonitas se echaban maquillaje y yo ¿A dónde pertenecía?
Al no encontrar un lugar mejor me dejé caer bajo el árbol y seguí tomándome el té en silencio. El otro fugitivo seguía apretando botoncitos intentando dominar una existencia virtual que no era la suya.
Y a lo mejor en otras partes del mundo, en Londres, en París incluso, otros rechazados se escondían bajo los árboles al igual que nosotros, intentando ver si formaban parte de algo.
(1) "No, en absoluto, No me arrepiento de nada… ni de lo bueno, ni de lo malo, todo es igual"
Nota: Avisos útiles, actualizaré los domingos, son pocos capis, pero son largos. De verdad me he roto la madre haciendo calzar las partes de esta historia así que agradecería un montón si me avisan si ha valido la pena o no. El martes espero sus declaraciones de amor eterno para festejar mi cumpleaños (ok… no). Au revoir.
