El mundo era frío.

Era una extensión congelada solo interrumpida por unas montañas a lo lejos, con las cumbres translúcidas de tan heladas que estaban.

Sólo había dos colores en ese paisaje impoluto: blanco y azul. Y de esos colores, sus habitantes.

No muy lejos había un pequeño poblado de casas grandes y con techos de cuatro metros y medio. Y cerca, un amplio palacio hecho de hielo, como todas las casas, pero mucho más finamente decorada. Era realmente enorme e impotente.

Dos pequeñas sombras negras se abalanzaron hacia el palacio desde el cielo, entrando por una de las ventanas abiertas y llegando sin ser vistos a una de las reuniones de sus enemigos.

-Tenemos que atacar ya- dijo uno de los dos gigantes que estaba sentado en uno de los dos tronos. Llevaba un hacha a la espalda, y su enorme escudo descansaba a sus pies. Su barba corta de escarcha, que contrastaba con su calva y tez azul claro. Sus ojos eran dos orbes dorados.

El gigante sentado a su lado negó. Su barba era más larga que la de él, y en sus ojos se denotaba sabiduría milenaria.

-No, Vafprúdnir. Si hacemos eso, quedamos demasiado expuestos. Sobretodo teniendo nuestros enemigos a Frigg y a esa pequeña vidente de Thor.

Vafprúdnir dió un golpe a el reposabrazos de su trono y el castillo tembló.

-Malditas brujas- dijo con veneno en la voz-. Tenemos que matarla, o secuestrarlas a ambas y encerrarlas en lo más profundo del Niflheim.

-No será fácil, hermanos- dijo la única giganta de la reunión. La única persona aparte de esos dos titanes de cuatro metros-. Es muy fuerte, está bien entrenada y cuenta con buenos aliados. Mimer, tu lo sabes bien: con esa muchacha viva no podremos vencer, pero no debemos matarla, y ytampoco secuestrarlas será la situación. No debemos luchar esta guerra.

El gigante sabio asintió, y el combativo rugió de rabia.

-¡Para tí es fácil siendo sus líderes tus hijos, Bestla! El resto de nosotros tenemos que escondernos cuando el fantástico Thor viene a matar a los nuestros como pasatiempo. ¡Pero a ti no te tocan! No puedes ser imparcial con esto. Más nos servirías en tu casa limpiando.

Bestla lo miró tranquilamente, con una sonrisa velada, y negó divertida con la cabeza.

-No la has visto. Es fuerte, decidida y muy orgullosa. Ataca a los suyos y te harás una poderosa enemiga de por vida. No va a morir: las Nornas no lo permitirán, por algo es su protegida. Mátala, vamos, te invito a que lo intentes. No lo lograrás.

Vafprúdnir tenía el rostro lívido de rabia. Mimer lo refrenó.

-Bestla tiene razón. Ella es demasiado importante y las Nornas no permitirán que la matemos, pero no podemos seguir así. Esto no es vida.

-Pues intentad hablar con ella- suplicó la giganta-. Es sabia para ser joven y mortal. Las Nornas han hecho pasar siglos ante sus ojos y las atrocidades que se han cometido en mil y una ocasiones. No quiere eso para los suyos. Desea la paz, y sospecha lo que se acerca: desea poder prepararse para la Última Batalla e irse llena de gloria el resto de la eternidad. Y poder descansar por fin en paz.

Mimer negó con la cabeza, abatido.

-Intentaremos comunicarnos con ella, pero no será fácil. Tú misma lo has dicho: es muy orgullosa. ¿Crees que una princesa de Asgard se dignará a hablar con nosotros?- inquirió con amargura.

Bestla sólo sonrió.

-Ella es...- suspiró y sonrió-. Ella es única. Hablará y será diplomática: sabe que es lo mejor para todos. ¿Por qué te crees si no que se ha entrenado tan duramente y ha mejorado tanto? Ahora es capaz, casi siempre, de ver lo que se propone. Es poderosa. Y una aliada con la que sólo podríamos soñar.

-Ataquemos a su hermano- saltó Vafprúdnir de repente-: es su punto débil. Matémoslo y la hundiremos. No tendrá fuerzas.

Mimer suspiró con cansancio y se frotó el puente de la nariz.

-O vendrá con su padre y se vengaran. No es conveniente. Y además, tiene a Mesingjord. No está tan indefenso.

-Ella no se hundiría- intervino Bestla-. Se levantaría con lágrimas en los ojos y traería sangre y acero para todos nosotros. Sin excepción.

Él suspiró frustrado y recostó la barbilla en el puño.

-¿Y qué haremos entonces con...?

Un frío helado interrumpió a Bestla, irrumpiendo en la sala y formando una figura negra como la pez. La figura rió afiladamente.

-Tú- dijo ella con asco.

-Mi señora- respondió con voz ladina la sombra-. Para mí también es un honor.

Bestla estaba tensa como un arco, aunque Vafprúdnir por fin sonreía y Mimer se notaba interesado.

-¿Qué haces aquí?- inquirió Mimer.

La sombra sonrió afiladamente y extendió los brazos.

-No he podido evitar escucharles.

-Nos has espiado- gruñó Vafprúdnir.

-Y- continuó como si no hubiese habido interrupción-, les ofrezco mi ayuda y la de mis hijos.

Bestla se adelantó con un gran movimiento de faldas blancas.

-No requerimos sus servicios- le espetó.

La sombra sólo rió quedamente.

-Basta- tronó Mimer. Se giró hacia él-. ¿Qué ofreces?

-Poder- dijo con una risilla-, por supuesto. Y a la chica muerta. No lo dudéis: tengo contactos más que suficientes para lograrlo.

Bestla se puso aún más pálida.

-No.

Su tono era completamente tajante.

Vafprúdnir la calló con un gesto.

-¿Cómo?- dijo con una sonrisa psicópata.

La sombra sonrió de la misma manera.

-Tengo mis métodos.

Vafprúdnir y Mimer se miraron, y este último se encogió de hombros. La sombra sonrió triunfante y Bestla suspiró temblorosamente. Sabía que ahora estaban condenados.

Todos los integrantes de la reunión se fueron, llendose la giganta la última, decidida a advertir a su biznieta.

Nadie vio a dos pequeñas sombras que se iban por donde habían venido, llenas de noticias.

Solo dejaron detrás de ellos una pluma negra como el alquitrán.