Hola! Esta es una historia que leí hace dos verano de una de mis autoras favoritas del genero cursi jaja. No es muy larga, no estoy segura de cuantos capítulos tendrá, pero les aseguro que les va a gustar. Había pensando en hacer esto de adaptarla hace un tiempo cuando volví a leerla, porque vi en los personajes originales algo de Sam y Freddie respectivamente.
Si les gusta, avísenme así la sigo subiendo. Tengo un GRAN examen el viernes, y bueno, no quisiera perder el tiempo.
Saludos~ Carla.
1
Freddie parpadeo dos veces para asegurarse de que no estaba soñando. En la biblioteca había un ángel. Volvió a cerrar los ojos y conto hasta diez antes de volver a abrirlos. Si, un ángel que de puntillas trataba de alcanzar un libro del estante más alto de uno de los armarios, obsequiándole así con las vistas de unas piernas perfectamente torneadas. Cerró el libro de derecho internacional y vio que en la silla de enfrente había un carcaj lleno de flechas. Se froto los ojos, todo eso debía tener una explicación.
-maldito libro! Farfullo el ángel.
Freddie se puso de pie y decidió acercarse a la estantería, aunque solo fuera para asegurarse de que no se había vuelto loco.
-¿puedo ayudarte en algo?- pregunto al colocarse junto a esas perfectas piernas.
-sujétame. Ya casi lo tengo.- alargando los dedos podía acariciar el lomo del libro.
Freddie, atónito ante tal petición, hizo lo que le pedía, y tan pronto como coloco las manos sobre el ángel supo que era una chica muy, muy terrenal.
-¡Eureka!- exclamo victoriosa antes de saltar al suelo.
Por suerte a esas horas ya casi no quedaba nadie en la biblioteca, pues de lo contrario alguien ya les habría llamo la atención.
-Gracias- dijo el ángel-. Si no llega a ser por ti me caigo o tiro la estantería.
-de nada- respondió Freddie y, convencido de que ella no iba a decir nada más, regreso a su silla para seguir estudiando. Solo tuvo tiempo de destapar el rotulador cuando ella le demostró que estaba equivocado.
-¿Estas estudiando?- le pregunto guardando el libro en una mochila color roja.
-Eso intento.
-¿Un viernes?- se coloco la mochila en un hombro, esquivando las alas que llevaba cosidas a la túnica blanca, el carcaj con las flechas en el otro, y recogió el arco que antes había dejado en el suelo.
-un viernes.
-vaya, no eres muy hablador que digamos.- se acerco a él y curioseo lo que estaba leyendo por encima del hombro.
-¿te interesa mucho?- pregunto el incomodo. Siempre le había molestado que la gente hiciera eso.
-Parece aburridísimo- dijo ella sin inmutarse-. Vamos, acompáñame afuera- añadió tirando ligeramente de la manga de la camisa de Freddie.
Y el sin saber muy bien porque, se levanto, cogió su abrigo y la siguió al exterior.
En Boston no es de extrañar que hiele en Febrero y que la temperatura oscile entre los tres grados bajo cero y los diez por encima los día de sol. Ese día hacia muchísimo frío. Sin embargo, pensó Freddie, el ángel solo llevaba una bufanda color rojo, guantes lilas y un diminuto anorak que aun no se había puesto.
-con las alas no puedo ponérmelo- respondió ella como si le hubiera leído la mente-. Sujétame esto, ¿quieres? le entrego el arco y la mochila roja y se coloco el anorak alrededor de los hombros-. Gracias- le dijo al recuperar sus cosas.
Se quedaron allí unos segundos viendo caer la nieve.
-¿no te parece raro que vaya vestida de ángel?- pregunto la muchacha con una sonrisa.
-supongo.
-alguna vez respondes con más de dos palabras?
-Alguna.
El ángel tuvo un ataque de risa y Freddie tuvo que esforzarse por no sonreír. Hacia años que no sentía ese cosquilleo en los extremos de los labios.
-Me llamo Sam.
-Freddie.- Le tendió la mano y ella acepto.
-Encantada, Freddie. ¿De verdad eres tan serio como parece?
-De verdad.
-No te creo.- Le resbalo el carcaj y opto por dejarlo en el suelo-. No tienes ojos de serio.
-Como vos creas.
-¡Tres palabras! Espera un segundo, creo que me he mareado de la impresión. –fingió llevarse una mano a la frente y Freddie no pudo reprimir las ganas de sonreír.
-Me rindo, ¿Por qué vas vestida de ángel?- pregunto él, y para asegurarse de que no volvía a burlarse de la cantidad de palabras que había utilizado enarco una ceja.
-Vaya, esa ceja es letal. Me gusta.
-El disfraz- le recordó señalándole las flechas-. ¿De qué vas vestida?
-no puedo creerme que no sepas que día es hoy- dijo ella, como si eso lo explicara todo-. Y mira que pareces listo.
-Catorce de Febrero- respondió Freddie a la defensiva, y por fin lo entendió-. San Valentín.
-Bingo,
-¿Y? ¿Cada día te vistes de santo que aparece en el calendario?- Pregunto con una genuina curiosidad.
-Pues claro que no. ¿Conoces el centro comercial que hay cerca de la universidad?- Freddie asintió-. Me han contratado para que hoy diera publicidad a todos los que entraban. Ha sido agotador, pero en navidad fue mucho peor.
-¿por?
-Tuve que disfrazarme de elfo.
-Ah.
-¿Sabes lo que es, no?
-Por supuesto.
-¿Te apetecería ir a tomar un café conmigo?- pregunto Sam de repente-. Ya sé que acabamos de conocernos, pero…
-No, gracias- Freddie la interrumpió en seco y se levanto-. Tengo que estudiar- añadió sin disculparse.
-Solo un café.
-No, lo siento.
En ese instante la sonrisa de Sam se desvaneció y Freddie tuvo la sensación de que el vestíbulo quedaba a oscuras, pero no asocio que una cosa estaba ligada a la otra.
Sera mejor que me vaya. Mañana tengo que regresar al centro comercial como San Valentín ha caído viernes quieren aprovechar todo el fin de semana y…- Viendo que él no la escuchaba, Sam detuvo su explicación-. Adiós, Freddie.
Fiel a los monosílabos respondió con una sola palabra.
-Adiós.
Sam, dando por perdida la batalla, se dio media vuelta y salió a enfrentarse al frio bostoniano, que seguro iba a ser mas cálido que el hombre que tenía a su lado.
Freddie estuvo allí sin moverse como mínimo media hora, incapaz de dejar de mirar la puerta por la que había desaparecido la mujer más atractiva que había visto jamás. Su ángel era menudo, como mucho debería llegarle a la altura del torso, y tenía los ojos color azul más bonitos del mundo. Sam era rubia, de esas que con el sol aun lo son más, y tenía una sonrisa increíble. Por eso no había querido ir a tomar un café con ella. Consciente de que esa explicación carecía completamente de lógica, opto por sentarse en el banco y buscar otra línea de razonamiento. Los exámenes. No había querido ir a tomar un café con ella porque tenía que estudiar. Para unos exámenes que tendría dentro de medio año. Claro, eso sí que tenia lógica. Frustrado, agacho la cabeza entre las rodillas para seguir lamentándose de sí mismo, pero algo en el suelo capto su atención: las flechas. Sam se había olvidado las flechas.
Sam tenía el firme convencimiento de que para encontrar la felicidad había que buscarla, y vivía su vida según su premisa. Y por culpa de eso has hecho el ridículo, se dijo a si misma al recordar el rechazo de Freddie. Ella no solía ser tan descarada, de hecho con el sexo opuesto era muy tímida, a no ser que se tratara de niños de cómo mucho hasta seis años. Sam estaba en el último curso de magisterio, y combinaba la carrera con unas prácticas no remuneradas en una escuela infantil cerca de allí. Trabaja para pagarse los estudios, pero ese semestre había tenido que renunciar a su puesto de recepcionista del doctor Malone por ser incompatible con los horarios de la escuela, y había recurrido a esos trabajos puntuales del centro comercial.
Esa tarde, al salir del centro comercial, se acordó de que tenía que presentar un pequeño trabajo el lunes y que para hacerlo necesitaba un libro de la biblioteca. Tenía tanto miedo de que cerraran que había decidido ir directamente allí sin cambiarse. Para variar, el destino no colaboro con ella y el libro en cuestión estaba en la estantería más alta del mundo, y justo cuando creía que iba a caerse, Freddie apareció para rescatarla. Se le veía tan serio, tan preocupado, pero algo en el brillo de sus ojos la cautivo al instante y, sin saber muy bien porque, supo que quería conocerlo mejor. Y por eso se arriesgo a preguntarse si quería tomar un café con ella. La negativa de él le dejo claro que la única a la que le había afectado ese encuentro había sido ella. ¿Qué se le iba a hacer? Al menos lo había intentado.
Freddie recogió del suelo el carcaj, que resulto ser un tubo para planos forrado con fieltro, y regreso a la biblioteca por sus cosas. Con los libros en una mano y las flechas en la otra, cruzo el campus hacia el pequeño piso que había sido su hogar durante los últimos cinco años. Aun recordaba el primer día, cuando su madre lo acompañó allí desde Seattle. Le había costado mucho convencerla de que lo dejara estudiar en Boston, pero al fin lo había conseguido, y era lo que más lamentaba en toda su vida. Casi un año y medio después de eso, su madre murió en un accidente de coche cuando iba a visitarlo. Si se hubiera quedado en Seattle como ella quería, o si él no hubiera insistido en quedarse allí durante esa semana de fiestas, aun seguiría viva. Su madre había muerto porque él había querido asistir a una estúpida fiesta. Él le había mentido, le había dicho que tenía un examen y que prefería quedarse en la universidad, y ella había decidió ir a darle una sorpresa. Esa noche cuando su abuelo lo llamo supo que algo muy grave había sucedido. Freddie siguió caminando y pensó en que si su abuelo se enteraba de lo que estaba pensando le sermonearía. Sus abuelos le habían dicho mil veces que él no tenía culpa de la muerte de su madre. El hielo y un conductor borracho fueron los responsables. Le habían repetido hasta la saciedad que su madre lo amaba y que tenía que seguir adelante con su vida, pero Freddie no escucho ninguno de esos consejos. El único método que encontró para estar relativamente en paz consigo mismo fue refugiarse en sus estudios, al menos así tal vez lograría que, estuviera donde estuviese, se sintiera orgulloso de él. Dejo de ir a las fiestas, de salir con chicas, de jugar al futbol, de hacer cualquier cosa que pudiera distraerle de su objetivo. Al principio quizá lo hiciera también como castigo, pero a la larga descubrió que así se sentía mejor. Si no se reía nunca más quizá tampoco volvería a llorar. Y lo había conseguido, hasta esa misma tarde, cuando aquella chica disfrazada de ángel consiguió arrancarle una sonrisa.
Entro en su habitación y dejo el carcaj en el suelo. Mañana iría al centro comercial para devolvérselo. Ni siquiera la saludaría, se dijo a su mismo, le daría las flechas al encargado y regresaría a la biblioteca. Solo le faltaban seis meces para licenciarse y pasar el examen final, y a esas alturas nada iba a desviarle de su objetivo.
