Descargo de responsabilidad: Si fuera J.K Rowling, no las estaría pasando canutas para sacarme la carrera. Sin embargo, todo lo que podáis reconocer le pertenece exclusivamente a ella.

Bueno, y a la señora Julia Quinn, en cuyos trabajos me he basado para escribir este prólogo. Si os habéis leído su saga Bridgerton, ¡sin duda os resultará familiar!


Sinopsis: Estaba decidida a demostrar que no era como su madre: ni estaba destinada a hacer grandes cosas, ni caería enamorada de su mejor amigo. Pero ¿y si ya era demasiado tarde? La familia y el amor son imposibles de negar.


PRÓLOGO

Rose Granger-Weasley siempre supo que era especial.

Pero no de niña. La pequeña Rose nunca había tenido motivos para determinar qué la hacía tan diferente a los demás: los primeros años de su vida habían sido perfectos.

Rose era descendiente de un antiguo y rico legado, la nueva generación de una familia mágica que se remontaba a los tiempos de la Segunda Cruzada, pero había crecido rodeada de primos y amigos que soportaban su misma carga y entre tantas risas y juegos que, durante años, no fue más que la hija de un padre y una madre que la amaban con devoción.

Un padre y una madre que, pese a su juventud, hicieron su mejor trabajo a la hora de criarla: Ronald se quedó en casa para cuidar de su hija mientras Hermione se reintegraba en la cultura laboral. Durante el día se llevaba a la niña al taller de su hermano, le hablaba de Quidditch incluso antes de que la pequeña entendiese sus palabras, y cada noche le contaba uno de sus cuentos preferidos antes de dormir.

Hermione, por su parte, se encargó de su formación académica. Evidentemente, el primer año no pudo hacer nada. Rose aún era demasiado joven para los libros de magia e historia, así que esperó a su segundo cumpleaños para legarle su ejemplar de Hogwarts: una historia.

—¡Pero si aún no sabe leer! —insistió su marido.

—Pero aprenderá pronto —respondió Hermione de un modo condescendiente—. Además, obviamente no espero que se lo lea ella sola, Ronald. Y sé que le gustará.

—Eso es imposible —dijo Ron.

—Ya verás que sí.

Hermione se pasó las primeras semanas tras el nacimiento de Hugo encargándose de que así fuera.

Tras agenciarse una mochila especial que sostenía a Rose a su espalda, Hermione daba largos paseos por el campo empujando el carrito de Hugo. A veces encontraban un trozo de hierba que parecía especialmente verde y se sentaban allí para leer durante horas. Hermione les hablaba de cosas maravillosas como castillos mágicos, techos encantados y caballeros de reluciente cabello negro que luchaban contra hombres serpiente y salvaban al mundo de sus perversas ambiciones.

Rose, que al principio se había sentido algo insegura por la incorporación de un nuevo miembro a la familia, se esponjó de dicha ante la atención que recibía de su madre. Se arrojaba a sus brazos para decirle entre risas que, algún día, sería ella quien luchara contra el mal y quien los protegería de todos los hombres serpiente del mundo mundial.

—¿De todo el mundo mundial? —preguntaba Hermione, bajando la voz, esforzándose por mantener la risa alejada de sus palabras—. Por Merlín, Rose, ¿qué haría yo sin ti?

Aunque Hermione siempre trataba a sus hijos con idéntico afecto, a Rose le gustaba pensar que su relación con ella era un poco especial. Hermione seguía siendo el centro de su universo, a pesar de que el tiempo que pasaban en su compañía se reducía a medida que se hacían mayores.

Era una mujer menuda de pelo rizado que tendía a encresparse los días de humedad y que siempre sabía las respuestas a todo lo que Rose le preguntaba. Y, si no las sabía, las buscaba porque no soportaba que Rose no supiera la verdad.

Su trabajo requería cada vez más y más de ella, pero Hermione siempre sacaba unos minutos para enseñarle algo que la ponía a la cabeza de su clase. Le enseñó a comportarse con normalidad entre aquellos que eran como sus abuelos maternos. Le enseñó a ser humilde sin menospreciar sus capacidades.

Esto no quería decir que Rose quisiese menos a su padre, porque no era así. Compartían un vínculo completamente diferente, pero igual de único y exclusivo. Pero todo lo que Rose hacía mientras crecía, todos sus logros, cada sueño, cada una de sus metas y esperanzas… todo era por su madre.

Y luego, de repente, un día todo cambió.

En la vida de toda persona hay un momento crucial, decisivo. Un momento tan fundamental, tan fuerte y nítido tras el cual no se puede volver a ser igual.

En la vida de Rose Weasley, ese momento comenzó la primera vez que se sintió una carga para su madre.

—Rose —dijo Hermione, hundida hasta los codos en estrategias para su campaña—, cariño, ahora estoy ocupada, ¿por qué no juegas con Hugo un rato?

—Pero…

—¡Rose! —gritó su madre—. ¡Ahora no!

A los siete años, el grito de un progenitor supone el mayor de los horrores, por lo que a Rose empezó a temblarle el labio y se echó a llorar.

—Oh, cariño, lo siento —se disculpó Hermione al oír el primer sollozo. Dejó la pluma metida en el tintero y abrazó a su hija—. No quería gritarte. Tengo mucho que hacer en muy poco tiempo…

Rose, que se estaba secando las lágrimas con las manos, se acurrucó en su regazo y se tragó un sollozo.

—Perdón.

—Ya verás que cuando termine nos iremos todos de excusión. ¡Y nos lo pasaremos genial!

Hermione se esforzó por cumplir con su palabra. De verdad que lo intentó. Sin embargo, aquellas horas planeando campañas políticas para mejorar la calidad de vida del mago medio dieron sus frutos y en las elecciones generales de 2014 fue nombrada Ministra de Magia. Aquella excursión prometida se postergó tantas veces que, a los nueve años, Rose estaba segura de que nunca llegaría a ocurrir.

Pero no dijo nada. Con el nuevo cargo de su madre había aprendido a respirar hondo antes de cada frase y a pensar lo que iba a decir antes de abrir la boca. Comentarios constructivos sobre ella y sobre Hugo eran bienvenidos, pero no así quejas y opiniones sobre todo lo demás.

Un día, exactamente tres semanas antes del domingo de Pascua, acabando de estrenar los once años, Rose se armó de valor y le dijo a su hermano—: Hoy voy a visitar a mamá.

Hermione había conectado la chimenea de sus oficinas con la chimenea de su sala de estar por si alguna vez ocurriese una emergencia. Hugo, dos años más joven que su hermana, no estaba muy seguro de que aquel día contase como tal, pero se encogió de hombros antes de volver su atención al cómic que había estado leyendo.

El viaje duró apenas unos segundos. Como no había estado antes en el lugar de trabajo de su madre, se dirigió hacia la mesa de nogal tras la que se encontraba la única otra persona que había allí aparte de ella.

Una mujer joven más bien imponente la observó son los labios apretados.

—Las visitas escolares son los viernes —dijo sin parpadear—. La Ministra Granger-Weasley estará encantada de recibir a su grupo en cuanto concrete una cita.

—¡Espere un segundo! —dijo Rose, al ver que la bruja se disponía a ignorarla—. ¡Yo no necesito ninguna cita!

La secretaria la miró con desdén.

—Ah, por supuesto. Eres su hija —contestó. A Rose le pareció extraño que abandonara aquel tono educado—. Mira, te voy a ahorrar una decepción mayor. La ministra no es amable con los niños que se hacen pasar por sus hijos. ¿Sabes cuántos lo han intentado antes que tú? Decenas. Vete a casa con tus padres antes de que sea demasiado tarde.

Rose sintió que sus mejillas se encendían.

—Disculpe —dijo entre dientes—, pero yo sí soy su hija. ¡Soy Rose Granger-Weasley!

Entonces la bruja pareció fijarse por primera vez en su escandaloso pelo y se quedó con la boca abierta.

—Uy.

—¡Le aseguro que soy su hija! —repitió Rose, con toda la indignación que puede mostrar una niña de once años—. Y quiero ver a mi madre —le enseñó el paquete que había traído consigo.

—Claro que sí.

Rose la vio apuntar con la varita un aparato de forma rectangular. Un segundo después, la voz de su madre dijo—: Señorita Lewis, creía haber dejado claro que no quería interrupciones el día de hoy.

—Pero señora ministra…

—Sin excepciones —la interrumpió Hermione. Rose casi pudo escuchar el ceño fruncido—. A no ser que se esté acabando el mundo, evite volver a molestarme.

—Pero…

—Oh, por Morgana. ¿Qué puede ser más importante ahora que la nueva Ley Orgánica para la protección de Elfos Domésticos?

La señorita Lewis movió los labios para decir algo, pero Rose, a quien le habría gustado ser ella la respuesta a aquella pregunta, sacudió la cabeza.

Dejó con suavidad el ramo de lirios y azucenas blancas que ella misma había reunido en su jardín sobre la pulida superficie del escritorio.

—Será mejor que vuelva a casa —musitó, decepcionada.


Pensamientos de la autora: Hace años, repito, años, que no intento escribir nada que no sea un One-shot. Pero tras leerme El legado maldito (que no aceptaré como canon salvo por algunos detalles que ya veréis a lo largo de la historia) y haberme empachado de fanfics con Rose y Scorpius de protagonistas durante la última semana... pues me han entrado ganitas. Espero que os haya gustado y que compartáis vuestras opiniones conmigo. De hecho, espero que compartáis vuestras opiniones conmigo. Aunque tengo una idea bastante clara de qué quiero hacer con esto, es un proyecto que aún está muy verde y no me vendría mal escuchar vuestras sugerencias.

¡Un beso!