Disclaimer: Harry Potter pertenece a JK Rowling.

Este fic participa del reto #22, "Escenarios de terror" del foro Hogwarts a través de los años con "Fantasmas ".

Como la aurora

Me rehuso a ver su rostro magullado, ojos encendidos con paciencia perpetua. Los ojos de mi amada son de color zafiro. Brillan como estrellas sobre el mar, como el agua pura y serena sentada en la orilla. Sus ojos mismos se tiñen de lágrimas desesperadas, pero yo la necesito conmigo. Su constelado iris se enerva, y sus labios me pronuncian culpable. Pero yo no atiendo a sus palabras, ni atino a comprender sus elucidaciones.

Para mí, están los suaves balbuceos que su voz desprende con plenitud, y, en un preludio íntimo, alcanzo a escuchar lo que intenta decirme, que por mirar su rostro me ha distraído.

En sus manos descansa la prueba del delito, pero yo en mi pecaminoso pensamiento no puedo acusar a mi amada, que es tan efímera y necesaria como un alfiler. ¿Cómo puede algo tan bello hacerme sufrir tanto? ¿Cómo pueden sus ojos hacerme entender más de lo que entiendo de su voz?

Y así me atrevo a mirar su rostro vestido con sangre, y me imagino a nosotros mismos, bailando en aquel salón punzante que ha creado mi imaginación, aquella escena que escondo adentro con tanto recelo. Y miro entonces el cielo albanés, impregnado de negro y de fuego blanquecino. No nos ve nadie, y sin embargo es cuando más dichoso me siento.

Y yo la amo de corazón y costilla, impregnada de sangre mientras solloza, en los ápices de salud y en los borboteos de enfermedad que yo mismo he desenlazado.

Cuando mi queridísima amada deja de moverse, mis ojos llueven como en una tormenta de verano.

Es cuando su corazón se detiene que decido que el mío tampoco debería latir.

Entonces, con la elegancia que mi amada se merece, le quito el arma reluciente carmesí del estómago, y la miro en mis manos. Deseo cortarme las manos primero, pero no puedo; no cuando mi amor espera tan frugal mi muerte como la suya. Ruego entonces por mí mismo y, encadenándome por fin mientras el líquido caliente se amontona y se desplaza fuera de mí, le echo una disculpa al viento, y le digo una vez más que la amo.

Entonces, mi amor se enreda en un precipicio fantasmal del que no puedo regresar pero sí arrepentirme. Pero no cargo mis cadenas con orgullo y las escondo, más bien. No puedo mirar a mi amada a la cara, pero, cuando lo que más quiero es gimotear, se me atraviesa en la cabeza un perdón, pero se que no puedo expresarme. Nunca me ha ido bien haciéndolo.

De noche, entre alucinación y alucinación, pienso en Helena, bella como la aurora, cabello obsidiana y ojos zafiro.