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Pasó una de sus brazos por debajo de la almohada y observó a Kuroko fruncir levemente sus cejas, una pequeña sonrisa se posó en el rostro de Kagami, apoyó parte de su peso en su brazo y se acomodó para ver desde otro ángulo del rostro de Kuroko. Las grandes pestañas de joven, se posaban con delicadeza sobre la blanquecina, suave y tersa piel, los labios se encontraban en una expresión neutral, la nariz pequeña se alzaba con levedad, todo en una perfecta armonía. El suave ritmo de las respiraciones de Kuroko, el aroma y la calidez que desprendían hacían que Kagami se sintiera cerca de un puerto, sentado en el borde de un muelle con el sol trepando por su rostro, la brisa arrullándolo. Se sintió estúpido al compararlo con aquello, pensar en algo así pero no le importo, al menos en su interior aquello de oía bien, se sentía bien

Kuroko se movió y respiró profundamente, claramente despertando. Kagami se apartó lentamente, dejándose caer en la cama, de costado. Kuroko frotó con sus manos sus ojos y luego de unos instantes, se volteó, quedando ambos enfrentados. Abrió sus grandes ojos y fijó su vista en el rostro de Kagami, una mirada llena de dulzura.

- Buenos días, Kagami-kun.- la voz grave llegó a los oídos de Kagami, y no pudo evitar sonreír. Los orbes azules, grandes y profundos, eran como el mar. Pasó una de sus manos por las mejillas de él y comenzó a trazar círculos con sus pulgares, el mar le saludaba, lo envolvía y lo hipnotizaba; el gran y vasto mar, lo observaba a él, sólo a él.

(Y aquello no le desagradaba)

- Buenas.-