AQUÍ OTRA ADAPTACION.
NI LA HISTORIA NI LOS PERSONAJES ME PERTENECEN, CADA CUAL TIENE SU DUEÑA…
AL FINAL DE LA HISTORIA PONDRE EL NOMBRE DE LA AUTORA.
Introducción.
Isabel decidió abandonar a Edward Masen cuando se dio cuenta de que nunca la había amado ni tenía la menor intención de darle un hijo. Pero ahora tenía un problema y no le quedaba más remedio que pedirle ayuda a su marido, a pesar de haberse separado. Sabía que Edward le pediría algo a cambio… pero no esperaba que ese algo fuera pasar una semana de pasión con él y estar completamente a su disposicion.
Isabel no tuvo más remedio que aceptar, sin imaginar que estar con él fuera a resultarle tan tentador… pero, ¿cómo reaccionaría Edward cuando oyera la noticia que Isabel tenía que darle?
Ya sé que es pequeñísima la introducción, pero les aseguro que lo que sigue les gustara muchísimo.
y para que vean que no soy tan mala aqui el primer capítulo.
Capítulo 1
Cuando oyó sonar el teléfono interno, Edward lo miró con desagrado. Debería haberle dicho a su secretaria que no le pasara las llamadas durante un par de horas. Después de cuatro meses de planearlo cuidadosamente, estaba a punto de conseguir su objetivo, y estaba disfrutando serenamente de aquel pensamiento mientras miraba por el ventanal de su despacho, con vistas al Támesis.
Cuatro meses. Aunque había parecido más tiempo. Mucho más tiempo. Pero de no haber empleado ese tiempo, el plan de su venganza no habría tenido éxito.
La venganza era un plato que se servía frío, decían y ahora estaba frío.
Y pensaba saborear cada minuto de la caída del hombre que había herido su orgullo hacia cuatro meses, cuando le había quitado a Isabel.
Edward se puso de espaldas a la magnífica vista del exterior y apretó el botón del teléfono interno.
-¿Sí? –dijo con evidente irritación.
-La señora Masen está en la línea uno –respondió Jessica, su secretaria, ajena a su malhumor.
¿Lo llamaba su madre?, se preguntó Edward.
No comprendía por qué su madre se seguía haciendo llamar Masen después de haberse casado y divorciado varias veces después de divorciarse de su padre, hacía treinta años.
-Dile que estoy ocupado –respondió.
-Se lo he dicho. Pero dice que es urgente.
Edward suspiró.
-Recuérdame que no te de la bonificación de Navidad este año, Jessica –murmuró Edward. Y tomó la línea uno-. ¿Mamá? Sea lo que sea, ¿puedes darte prisa? Tengo…
-Edward…
Todo pareció detenerse. El movimiento. La respiración.
Simplemente su nombre, pronunciado en aquel tono sensual, era suficiente para detener su organizado mundo.
Hacía cuatro meses que no veía ni hablaba con Isabel. Y no sabía por qué llamaba. Aunque era coincidencia que lo hiciera cuando él estaba a punto de llevar a cabo su venganza.
-¿Edward?
No era su madre después de todo.
Sino la mujer que hasta hacía poco había sido su esposa. La que aún era su esposa. Aunque lo hubiera dejado para estar con otro hombre. El hombre al que haría ponerse de rodillas.
Edward respiró profundamente, y dijo:
-Isabel…
Isabel reconoció aquel tono frio. Edward era lo que ella lo había llamado durante la discusión que había precedido a su ruptura de su corto matrimonio.
¿Discusión?
No. Solo frialdad de Edward y su propia incredulidad ante las acusaciones que había hecho contra ella.
La mano de Isabel apretó el móvil. Ella no había querido hacer aquella llamada. Hubiera hecho cualquier cosa antes de hacer cualquier movimiento de acercamiento a Edward después de aquellos meses de silencio. Edward la había odiado por decidir marcharse. Y seguramente su odio habría aumentado con el tiempo.
-¿Tú dirás? –preguntó él con impaciencia.
Era el mismo impaciente de siempre, pensó ella. Siempre en medio de un acuerdo de negocios o algo así. Nunca tenía tiempo de escucharla, ni para intentar comprenderla.
No había estado segura de que Edward estuviera en Londres cuando lo había llamado, pero ahora podía imaginarlo perfectamente, detrás de su escritorio en su lujosa oficina del imperio que él mismo había levantado. Era dueño de una línea aérea, de una cadena de televisión y un casino en el sur de Francia, y además era dueño de varios hoteles exclusivos en las capitales más importantes del mundo.
Sí, podría imaginarse a su esposo en aquel momento, con su pelo cobrizo algo crecido, sus ojos verdes que podían volverse de un color más oscuro durante una discusión acalorada, sus anchos hombros, sus largas piernas, envuelto en un traje italiano…
Con solo recordarlo su corazón se ponía a latir agitadamente.
-O me dices para qué has llamado, Isabel, o cuelgas. Tengo trabajo –ladró Edward.
-Eso no es ninguna novedad –respondió ella.
-¿Y? –se impaciento Edward.
Oír la voz de Isabel no lo predisponía a tener una conversación placentera.
Claro que ella nunca le había despertado sentimientos tiernos…
Al principio cuando la había visto por primera vez, había sido fiero deseo lo que había sentido por ella. Luego cuando ella se había marchado con otro hombre, lo había asaltado una furia helada.
-Yo… tengo que hablar contigo Edward –le dijo ella.
-¿No es un poco tarde para hablar? –respondió Edward-. Hace un mes que recibí los papeles del divorcio –agregó con dureza.
Los había recibido y los había guardado en un cajón.
¿Tenía tanta prisa en terminar legalmente con su matrimonio Isabel, que hasta estaba dispuesta a hablar con él personalmente para conseguir una respuesta positiva?
¿Querría volver a casarse?
Jacob Black, el hombre con el que se había ido, estaba dispuesto a darle todo lo que él no podía darle.
No debería haberse casado con ella, puesto que jamás había estado en sus planes casarse. Hasta que la había conocido…
Le había bastado el ejemplo de sus padres y sus posteriores fracasos matrimoniales para descartar el matrimonio de su vida…Y nunca había pensado traer un niño al mundo…
Toda su infancia había sido una pesadilla de seudopadres y madres debido a los numerosos matrimonios de sus padres una vez que se habían divorciado. Y ninguno de ellos había durado mucho tiempo.
Pero hacia un año y dos meses que había conocido a Isabel en una fiesta para celebrar la inauguración de un nuevo hotel Masen, y en cuanto había visto a la famosa modelo había decidido que sería suya. Su belleza era deslumbrante, y su sensualidad suficiente para acelerar su pulso. Y como tenía fama de mujer difícil, para él había sido un desafío conseguirla.
Edward la había invitado a salir y, a medida que la había ido conociendo más, había sentido más deseo por ella.
Isabel era muy especial. Él se había dado cuenta del motivo por el que ella se mantenía alejada de las habituales aventuras de las modelos famosas. Debajo de aquella súper modelo llena de glamur, seguía estando la sencilla muchacha del pueblo de Inglaterra donde se había criado. La sofisticación solo era una fachada, y lo que ella deseaba realmente, y en lo que creía, era en un amor para toda la vida.
Cuando había intentado hacerle el amor, se había encontrado con que era virgen. Isabel se había reservado para el hombre de su vida, y no había tenido intención de involucrarse en una relación a corto plazo, ni con él ni con ningún otro hombre.
Y sin saber qué locura le había dado, él le había propuesto matrimonio. Tal vez había sido su necesidad de poseerla. De tener algo único, escaso, en su mundo de relaciones pasajeras que no habían significado nada para él ni para las mujeres con las que se había relacionado… o tal vez hubiera sido la desesperación de apagar un deseo que lo quemaba día y noche…
Lo único que sabía era que su ardiente deseo por hacer suya a Isabel se había intensificado de tal manera, que hasta su negocio se había visto afectado, puesto que él no hacía otra cosa que pensar en llevarla a la cama… ¡Algo que no le había pasado nunca!
Era una situación que sabía que no iba a poder continuar.
Y había una sola solución: el matrimonio.
Después del shock inicial, se había dicho: ¿Por qué no?. Al fin y al cabo, no iba a ser tan estúpido de enamorarse. Eso le ahorraría el dolor y la desilusión que se habían infligido mutuamente sus padres durante su matrimonio, y desde entonces.
Tenía treinta y siete años, había pensado en aquel momento, y además de llevarla a la cama, tener una esposa, sobre todo una esposa guapa como la famosa modelo internacional Isabel Swan, podía ser un astuto movimiento que redundase en beneficio de sus negocios. El hecho de que no estuviera enamorado de Isabel, y de que estuviera determinado a no amar a ninguna mujer, no lo había tenido en cuenta para tomar aquella decisión. Al contrario.
Era algo de lo que había empezado a arrepentirse nueve meses más tarde de su boda, ¡cuando Isabel lo había dejado por un hombre que evidentemente podía darle lo que ella necesitaba!
Isabel, por su parte, se alegraba de que aquella conversación tuviera lugar por teléfono; se sentía aliviada de que Edward no podía ver lo pálida que estaba, y la cara de estrés que le provocaba el volver hablar con él.
Ella se había enamorado de él en cuanto lo había visto, y se había vuelto loca de alegría cuando había visto que él había correspondido a su interés.
Durante las dos primeras semanas habían sido inseparables, antes de que Edward la sorprendiera totalmente llevándola en su avión particular llevándola a las vegas para casarse con ella.
Ella se había lamentado en aquel momento de que sus padres y hermanas no pudieran estar presentes en la boda, y había sabido que su familia también estaría decepcionada. Estaba segura de que sus padres siempre habían pensado que ella tendría una boda tradicional, con su típico vestido blanco, como las bodas de sus hermanas.
Pero ella había estado tan enamorada de Edward, y secretamente había deseado tanto ser su esposa, que enseguida se había olvidado de aquellos lamentos, con el entusiasmo de que su sueño se hiciera realidad.
De lo que ella no se había dado cuenta hasta pasados unos meses de su matrimonio era que, aunque Edward se había casado con ella, no sentía el mismo amor. Sólo se había sentido atraído sexualmente por ella, y además la consideraba un logro para su negocio.
¡Pero ninguno de aquellos recuerdos la ayudaría en la situación actual!
-No te he llamado para hablar del divorcio, Edward –le dijo Isabel suavemente.
-¿No? Han pasado cuatro meses, Isabel. ¿No has convencido a Jacob Black para que te proponga matrimonio?
Ella se encogió al oír el sarcasmo, preguntándose cómo había podido creer que aquel hombre estaba enamorado de ella. Pero se negaba a discutir acerca de Jacob Black. Hacía cuatro meses Edward se había negado a creer en su inocencia en lo concerniente a Jacob Black, y por su tono de voz, sabía que aún no le creía.
-Todavía estoy casada contigo, Edward le recordó Isabel.
-De momento –respondió Edward.
-De momento, sí.
Una vez que los papeles de divorcio estuvieran firmados ante testigos, y hubiera un reconocimiento legal de su separación, tal vez ella pudiera seguir adelante con su vida.
Aunque eso no incluía volver a casarse con otra persona.
¿Cómo iba a poder hacerlo, si seguía amando a Edward?
Lo amaba, pero sabía que no podía vivir con él, porque Edward jamás podría sentir lo mismo que ella. Como esposa, ella no había sido más que un adorno en su ordenada vida, un accesorio.
-Tengo que hablar contigo adecuadamente, Edward, y no puedo hacerlo por teléfono…
-No estarás sugiriendo que nos encontremos, ¿verdad? Comentó Edward con desprecio.
Isabel suspiró.
Ella tenía tan pocas ganas de verlo como él. ¡Sería muy doloroso verlo y recordar que nunca la había amado, y que nunca la amaría como ella lo amaba a él!
Pero ella sabía que la negativa de Edward a verla tenía otro origen. Ella representaba su único fracaso. Y fracaso, como ella bien sabia, era muy difícil de reconocer. Y menos por Edward.
¡De hecho, ella había estado esperando durante aquellos cuatro meses algún movimiento de desquite de parte de él por haberse atrevido a dejarlo!
Al ver que no había sucedido, ella había pensado que tal vez la venganza fuera su silencio, porque suponía que Edward podía imaginarse perfectamente la inquietud que podía provocarle a ella. Y debía de estar disfrutando de ello.
-Tengo que verte. Tengo que pedirte algo –dijo ella.
A pesar de su situación, ella se moría por verlo. Pero no al hombre frio y distante de su último encuentro, el hombre que adivinaba al otro lado del teléfono, por su tono de voz. Sino al hombre que ella había amado y amaba.
-Tengo que… pedirte un favor, Edward –insistió Isabel.
-¿A mí? –preguntó, asombrado, Edward.
¡Edward recordaba claramente que el día que Isabel se había marchado, le había dicho que jamás le volvería a pedir algo!
Excepto el divorcio, claro.
-¿Tienes la desfachatez de aparece después de cuatro meses y pedirme algo?
-Edward, por favor…
-¡No! ¡Tú, por favor! –la interrumpió-. Tú me dejaste, Isabel. Y te fuiste a los brazos de otro hombre. ¿Y ahora quieres que te haga un favor?
-¡No te deje por otro hombre! –respondió ella con energía, sabiendo que él nunca le había creído.
-No es lo que tengo entendido –dijo Edward.
-Tú no sabes nada de mí, Edward –suspiró ella-. Nunca lo has sabido.
El shock por haber vuelto a saber de ella había pasado ya. Y ahora tenía la sospecha de que aquella conversación era una coincidencia. Al fin y al cabo, Isabela no sabía que la espada de Democles estaba por caer sobre ella.
-No… El favor que tengo que pedirte no es para mí. Bueno, realmente no. Tal vez… -dijo, incómoda.
-Eso lo juzgaré yo. Dime que necesitas de mí, y yo te diré si te lo concedo.
-Por teléfono no, Edward. Necesito explicarte algunas cosas primero, para que comprendas. ¿Podemos vernos para comer?
Edward levantó la ceja al escucharla. Una cosa era hablar con ella por teléfono y otra verla personalmente.
-¿Hoy?
-Sí, claro, hoy. Si es posible –agregó Isabel bruscamente.
Edward abrió la agenda innecesariamente, porque ya sabía que aquel día estaba libre a la hora de la comida.
-Me temo que no es posible. Pero esta noche, voy a cenar a Rimini a las ocho, si quieres acompañarme.
Isabel se encogió al pensar en cenar con Edward. No se trataba de un ambiente bullicioso e informal a horas de oficina. Ellos habían ido muchas veces allí a cenar.
-¿No podemos encontrarnos para tomar una copa a algo así antes de que vayas a cena? Lo que tengo que pedirte solo me llevara unos minutos, y…
-¿Tienes miedo, Isabela? –la interrumpió Edward.
-¿De ti? En absoluto… -respondió ella-. Sólo que no comprendo para que vamos a estropearnos la noche mutuamente.
-Sólo la mía. Después de todo ha sido tú quien ha propuesto este encuentro, así que tengo derecho a poner las condiciones.
¡Ella había imaginado que Edward diría eso!
-Entonces supongo que tendré que aceptarlas, ¿no?
-Es mejor que no parezcas muy entusiasmada con la idea, Isabel. Así no me hago una idea equivocada.
-Yo que tú, no me la haría. No ha cambiado nada. Simplemente tengo que hablar contigo.
-debe de ser algo muy importante si estas dispuesta a volver a verme –Edward sonrió malévolamente.
Luego se puso serio al recordar que Isabel lo había dejado diciéndole que era él incapaz de amarla como ella lo amaba a él, y que después de nueve meses de estar casada no podía seguir viviendo con él.
Pero aquello había sido una mentira para ocultar su aventura con Black.
Edward se puso completamente serio cuando imaginó a Isabel en brazos de otro hombre, acostándose con él.
Él sabía que, a pesar de sus promesas de amarlo y serle fiel en su matrimonio, Isabel había estado involucrada en la relación con otro hombre durante semanas, antes de que su matrimonio llegara a su fin.
Pero ahora al parecer, ella necesitaba algo de él.
Su venganza caería sobre Jacob Black solamente. Pero sabía que la caída del poder Black afectaría el mundo de Isabel también.
Pero Isabel había vuelto a aparecer en su vida.
Y él disfrutaría. Haría como la araña a la mosca.
Pues aqui esta el primero de algunos... jejeje
¿Que les pareció? ¿se ve buena la historia? ¿La sigó?
Bueno me lo hacen saber plz.
ya saben como...
nos leemos en el siguiente.
