01. Prólogo. El callejón Diagón

Como cada domingo volvía a casa. Eran pasadas las dos de la madrugada, un poco más tarde de lo habitual. El lunes era su día de fiesta y había adoptado la insana costumbre de demorarse en el bar de la esquina en busca de un par de whiskies y algo de conversación superficial con algún extraño.

Se quitó la ropa de trabajo y fue a cepillarse los dientes. A pesar de que insistiera en maltratar a su hígado a base de whisky, no tenía por qué recordarlo a la mañana siguiente con la boca apestando a alcohol. Se miró en el espejo y este le devolvió la misma mirada cansada de siempre. Era demasiado pálida, y se empeñaba en descansar poco y acumular ojeras. Sus ojos, hubieran podido ser lo más remarcable de su rostro, eran grandes y de un azul intenso pero desprovistos de luz pasaban totalmente inadvertidos. Aprovechó que estaba frente al espejo para soltarse el pelo esperando que a lo mejor hubiera cambiado por arte de magia. La melena le llegaba hasta la cintura, hacía tiempo que había dejado de cuidárselo e ir a la peluquería. No le gustaba el color de su pelo. Demasiado claro para ser castaño y demasiado oscuro para poder llamarlo rubio. Se quedaba flotando en la frontera entre el castaño claro y el rubio oscuro. Hacía poco había optado por teñirse los últimos veinte centímetros de su cabellera de un azul intenso. No le quedaba mal, pero eso a ella le daba igual. Estaba demasiado ocupada maltratando a su cuerpo a base de whisky y a su ego a base de malos ligues de una noche. Para que esforzarse en buscar al hombre perfecto para toda la vida, si solo existen en las mentes enfermas de los guionistas de series y películas románticas. Sabía demasiado bien como era esa perfección que nunca encontraría, pues la mayor parte de su día festivo se lo pasaba torturándose en frente de una película romántica, con una gran tarrina de helado de chocolate y su pastor belga como acompañantes. Era mujer de rutinas fijas y no toleraba mucha más compañía que a su perro, Black. A sus casi 25 años corría el riesgo de convertirse, para siempre, en toda una solterona.

Cansada como estaba, se metió en la cama y su fiel compañero se tumbó a sus pies. A pesar de estar a mediados de junio, la noche era fría. Se tapó con una pequeña manta dispuesta a quedarse dormida cuanto antes, pero no le fue fácil. Se sentía inquieta y apenas durmió un par de horas seguidas.

Cuando se hartó de dar vueltas en la cama se levantó. Odiaba despertarse temprano en su día de fiesta, pero su cerebro se había empeñado en no dejarla dormir.

Se hizo un café bien cargado y se lo bebió pensando en que haría. Lo más seguro es que terminara yendo de compras, cada vez hacía más calor y apenas tenía ropa de verano. La necesitaría si quería visitar Brighton, su ciudad natal, durante algunos días de verano. Echaba mucho de menos el mar. Hacía cinco años que vivía en Londres, trabajando en un prestigioso restaurante como segunda del jefe de cocina. En ocasiones también echaba de menos a sus padres, que se habían vuelto a Cork en cuanto ella encontró trabajo en Londres. Su madre añoraba su tierra y decidieron trasladarse aprovechando que su pequeña ya podía cuidarse sola. Su pequeña, que ya no era tan pequeña, había adoptado el carácter propio de alguien por cuyas venas corría sangre irlandesa y escocesa a partes iguales.

Antes de salir de casa se metió en la ducha, a ver si de esta forma se despejaba un poco. Dejó caer el agua caliente por la cabeza y cerró los ojos. Al salir de la ducha, se envolvió el cuerpo en una toalla y enrolló su pelo con otra a modo de turbante. Se secó rápidamente y se vistió, dejando la toalla envuelta en la larga cabellera para que terminara de absorber un poco el agua que le quedaba.

En ese momento sonó el timbre de la puerta, y Black empezó a ladrar, a Johanna le pareció raro. Black no era un perro que ladrara a los extraños. Era amigable y a pesar de su tamaño no le serviría de mucha ayuda en caso de que entraran a robar.

Abrió la puerta y para su sorpresa encontró a un hombre alto y pálido de largo pelo negro y mirada cruel. Vestía de manera muy rara, completamente de negro y con una capa. La miraba con, lo que ella creyó que era, una mezcla de desdén y asco. Antes de que el hombre pudiera abrir la boca, Johanna cerró la puerta dando un portazo, a la vez que gritaba:

- No quiero entrar en ningún tipo de secta rara, gracias.

Esperó unos pocos segundos para comprobar, por la mirilla, que el desconocido se había ido. Al darse la vuelta se dio cuenta de que bajo sus pies estaban las cartas que algunos días atrás había dejado el cartero y que no había tenido ganas de mirar.

Entre cartas del banco y facturas había una que destacaba, un sobre escrito en tinta verde. Era grueso y pesado, hecho de pergamino amarillo y sin sello. Con curiosidad le dio la vuelta y vio un sello de lacre púrpura con un escudo de armas: un león, un águila, un tejón y una serpiente que rodeaban una gran letra H. Johanna volvió a la cocina, todavía con el sobre en las manos. Se sentó y abrió el sobre. Dentro había por lo menos tres páginas escritas en la misma tinta verde sobre el mismo papel de pergamino amarillento. Desdobló la carta para leerla con detenimiento.

COLEGIO HOGWARTS DE MAGIA

Directora: Minerva McGonagall

(Orden de Merlín Primera Clase, Jefa

del Wizengamot, Confederación

internacional de magos)

Querida Señorita Macbay:

Primero, y ante todo, me gustaría expresar mis más sentidas disculpas. Esta carta debería haberle llegado hace cosa de 14 años, pero, debido a la gran batalla que tuvo lugar en Hogwarts durante Junio de 1998 (soy conscientes de que no sabrá de lo que le estoy hablando, por lo que le adjunto un breve resumen de los sucedido en el mundo mágico en estos años), se perdieron los datos de los magos de origen muggle nacidos entre 1987 y 1998. Siento mi falta de tacto y entiendo lo abrumadora que puede llegar a ser toda esta información, pero ha de saber que es usted una bruja, y como tal, dispone de un puesto en el Colegio Hogwarts de Magia. Por favor, observe la lista del equipo necesario, por su situación excepciona, se le prestarán los libros necesarios para estos dos primeros meses. El lunes, a primera hora de la mañana enviaremos un representante del colegio a su casa, para que le ayude con los preparativos. Por su situación de alumna mayor de edad empezará las clases durante el verano, con el resto de sus compañeros. Hay muchas cosas del mundo mágico que deberían saber antes de empezar el curso con el resto de alumnos. Durante estas clases previas, podrá elegir si seguir con sus clases o volver a su vida anterior olvidando toda experiencia adquirida durante estos dos meses de verano.

Entiendo que esto supondrá un altibajo en su vida y entenderíamos que no quisiera seguir adelante, pero es usted miembro del mundo mágico, y como tal creemos que debe estar donde le pertenece, entre los magos y brujas de todo el mundo.

Las clases comienzan el día 1 de Julio.

Atentamente

Minerva McGonagall

Al terminar de leer la carta se sintió un poco enfadada, no le gustaba que se rieran de ella, y por si fuera poco, la carta seguía con una historia digna de una buena saga de ficción. Hablaba sobre un mago malvado que quería terminar con los magos nacidos de muggles y como un adolescente logró acabar con él tras una épica batalla. Seguido de todo eso adjuntaban una lista de supuestos materiales que debía comprar.

Los alumnos de primer año necesitarán:

· Tres Túnicas sencillas de trabajo.

· Un sombrero negro puntiagudo para uso diario.

· Un par de guantes protectores.

· Una capa de invierno.

· 1 varita.

· 1 caldero de peltre medida 2.

· 1 juego de redomas de vidrio o cristal.

· 1 telescopio.

· 1 balanza de latón.

Los alumnos también podrán traer una lechuza, un gato, una rata o un sapo.

Se levantó para tirar la carta a la basura, pero el timbre volvió a sonar. Dejó su carta en la mesa y fue a abrir. Black se levantó del sofá y la acompañó hasta la puerta olfateando sin parar.

Al abrir, Johanna no vio a nadie, cerró la puerta de nuevo y se dio cuenta de que su perro estaba olfateando algo que había entrado. Era un gato atigrado con unas líneas muy curiosas alrededor de sus ojos.

Tanto Johanna como su fiel compañero se quedaron estupefactos al comprobar como aquél gato se convertía en una mujer alta de cabello gris recogido, con una túnica de color verde esmeralda y un sombrero picudo, debía tener alrededor de 80 años. Tenía un rostro muy serio y la miraba con atención.

- Supongo que es usted la señorita Johanna Macbay.

Johanna seguía estupefacta, mirando a la mujer que hasta hacía unos segundos era un gato. Black, por su parte se acercó a la mujer con desconfianza, olfateándola.

- Sí, soy yo – Contestó al fin.

- Por la manera en como se ha dirigido al tutor que le habíamos asignado, supongo que no habrá leído la carta que le hicimos llegar. Le he traído una copia por si aún no la ha leído.

- No se preocupe, la he leído. Lo acabo de hacer, de hecho. O eso creo… - Dijo mostrando con desconfianza el sobre amarillento.

A Johanna se le pasaban un montón de cosas por la cabeza. Estaría soñando, habría bebido demasiado el día anterior y por eso tenía estos sueños tan raros.

- Permíteme decirle, que no está usted soñando y si no le importa deberíamos irnos ya, puesto que al final seré yo su acompañante, no tenemos mucho tiempo. Hay muchas tareas en el colegio que requieren de mi atención.

- Sí, claro. Le importaría esperar un segundo mientras me quito esto – Dijo señalando el turbante que se había hecho con la toalla – Hay café hecho o si prefiere un té, puede servirse usted misma. – No sabía muy bien lo que la había empujado a decir eso, pero de perdidos al río. Le gustó la posibilidad de que todo aquello fuera verdad.

Se fue al cuarto de baño y se peinó, dejando su pelo un poco húmedo, cogió su bolso, el móvil y algo de dinero. Y volvió al salón donde le esperaba aquella mujer de aspecto imperturbable.

- Si sale así se resfriará. – Con un suave movimiento de muñeca hizo que el pelo de Johanna se secara en un segundo.

- Gra… gracias, señora…

- ¡Por merlín, que mal educada soy! – Exclamó – Soy la directora, Minerva McGonagall. – Y añadió – ¿Tiene jardín señorita Macbay?

- Sí, es por aquí – Dijo señalando una pequeña puerta en la cocina mientras no dejaba de tocarse el pelo, comprobando fascinada que efectivamente se había secado por arte de magia.

Atravesaron la cocina hasta la puerta que daba al patio trasero.

- Perfecto – Dijo Minerva – Fuera de miradas indeseadas. Por favor, agárrese fuerte a mi brazo y por nada del mundo se suelte.

Johanna hizo lo que le decía la mujer. Al sujetarse de su brazo notó una fuerte sacudida y perdió completamente el mundo de vista. Cuando volvió a notar los pies en el suelo estaban en un callejón nada transitado. Se sentía mareada y con náuseas. A tientas buscó la pared para apoyarse y recuperarse.

- No se preocupe, las náuseas pasaran. Suele pasar con la aparición conjunta. Eso es otra cosa que deberá aprender en Hogwarts. La aparición está vetada para aquellos que aún son menores de edad, pero puesto a que usted cumplirá en breve los 25 años, está preparada para aprenderlo. Aun así le recomiendo que espere un poco. Ahora, sígame. La voy a acompañar a comprar todo lo necesario.

- ¿Vamos a encontrar todo esto en Londres?

- Claro, solo hay que saber dónde ir.

Johanna siguió a la directora, que puso rumbo hacia una calle un poco más ancha que comunicaba con el callejón.

- Es por aquí – Dijo señalando un local llamado "El caldero chorreante".

Las dos entraron en el lugar. Era una taberna de aspecto anticuado llena de gente que vestía como las dos personas que la habían visitado aquella mañana. Se dio cuenta que todas las miradas se habían depositado en ella. Debía de dar un poco la nota con aquél atuendo.

- ¿Esta señorita es de los nuevos alumnos de Hogwarts, Minerva? – Le preguntó el posadero.

- Efectivamente Tom, la acompaño a hacer sus compras.

- He visto al señor Longbottom, con otra estudiante hace cosa de una hora. No os entretengo más. Que tengáis un buen día.

- Gracias Tom – Le respondió

Johanna lo miró sin saber muy bien cómo actuar y susurró un débil gracias. Siguió a la profesora hasta el patio trasero del local. Allí dio unos pocos golpecitos en la pared con su varita. Ante su asombro, la pared se abrió mostrando una calle abarrotada de gente y tiendas. Los edificios eran de lo más curioso y la gente vestía de manera tan estrafalaria como los demás que había visto.

- Lo primero será, cambiar el dinero. Y para eso debemos ir a Gringotts, el banco de los magos.

- ¿Cambiar el dinero? – Preguntó Johanna

- Debes cambiar el dinero muggle, por dinero mágico. Tenemos Galeones Sickles y Knuths.

- Entiendo… Una cosa, hay una palabra que no termino de entender, ¿qué es un muggle?

- Un muggle, señorita, es una persona que no posee magia, como sus padres.

Johanna asintió y siguió a la mujer que la llevaba a un gran edificio blanco como la nieve, que se alzaba por encima de los demás edificios con unas grandes puertas de bronce pulido. Eso debía de ser el banco. Y allí, en la puerta, con un uniforme carmesí, había un ser pequeño de nariz ganchuda muy extraño.

- Si, esto es un gnomo – Le dijo Minerva en voz baja, mientras subían por los escalones de piedra blanca.

Cuando entraron les saludó. Entonces encontraron otras puertas dobles, esta vez de plata, con unas palabras grabadas encima de ellas.

"Entre, extraño, pero tenga cuidado
Con lo que le espera al pecado de la codicia
Porque aquellos que cogen, pero no se lo han ganado
Deberán pagar en cambio mucho más
Así que si busca bajo nuestros suelos
Un tesoro que nunca fue suyo,
Ladrón, está advertido, tenga cuidado
De encontrar algo más que un tesoro allí"

Tras las puertas de plata, se encontraron en un enorme vestíbulo de mármol. Había un centenar de gnomos sentados tras un largo mostrador, haciendo cuentas y examinando piedras preciosas con lentes.

Minerva se acercó a uno de ellos.

- Desearíamos cambiar monedas muggles.

El gnomo levantó la cabeza y las miró fijamente.

- ¿De qué cantidad estamos hablando?

Minerva miró a Johanna.

- Venga señorita Macbay, saque el dinero.

Johanna sacó su cartera y sacó todo el dinero que llevaba.

- Espero que sea suficiente – Dijo mirando el dinero que le estaba entregando al gnomo.

- Esperemos que si –Dijo la profesora. Mientras el gnomo contaba el dinero para entregarle, Minerva le contó todo lo que necesitaba saber. - En orden decreciente son: Galeón, Sickle y Knut. Son de oro, plata y bronce, respectivamente. Hay 17 Sickles en un Galeón, y 29 Knuts en un Sickle, lo que significa que hay 493 Knuts en un Galeón.

- Intentaré recordarlo todo – Le respondió la chica mientras recibía una bolsa con el dinero ya cambiado y sin saber cómo reconocer si la habían estafado.

Las dos salieron de nuevo a la abarrotada calle.

- Tendrás que comprarte el uniforme. – Dijo La profesora señalando hacia "Madam Malkin, túnicas para todas las ocasiones" – No me mire con esta cara señorita Macbay, si va a ser usted estudiante de Hogwarts, tendrá que cumplir la normativa del colegio y eso incluye el llevar uniforme.

Johanna entró en la tienda, un poco contrariada por tener que llevar un estúpido uniforme escolar a su edad. Pero decidió entrar sin rechistar. Le daba la sensación que la profesora McGonagall no era alguien a quien quisiera hacer enfadar.

- Mientras estás aquí, iré a comprar el resto de sus cosas. No tengo mucho tiempo y necesito terminar cuanto antes. Espero que no le importe.

Johanna le dio la mitad del dinero y entró algo nerviosa a la tienda. Madame Malkin era una bruja sonriente, regordeta y algo mayor. La acompañaba una joven que se le parecía mucho. Debía ser su hija, pensó Johanna aún un poco nerviosa.

- No la había visto antes por aquí. ¿Eres de los nuevos de Hogwarts? – Le preguntó la bruja más joven.

- Sí, eso creo. – Respondió sin levantar la mirada del suelo.

- Venga por aquí, que le voy a tomar las medidas.

La mujer hacía mover una cinta métrica con su varita a la vez que una pluma flotante iba apuntando todas las medidas en un papel.

- Creo que tengo algo que le quedará bien. – Sacó un uniforme de uno de los estantes. – Pruébese este. – Dijo señalando el probador que había al fondo de la tienda.

Johanna salió con el uniforme que parecía hecho a medida para ella.

- Creo que es perfecto, señorita.

Johanna se miró al espejo. Al final no había resultado tan horrible como había imaginado. Escogió también una capa negra con un broche de plata. Y lo pagó todo junto.

Fuera de la tienda la estaba esperando la profesora con un montón de bolsas y paquetes.

- Tome señorita Macbay – Minerva le devolvió el dinero que le había sobrado. – Lo único que nos queda es elegir su varita.

La tienda era estrecha y de mal aspecto. Sobre la puerta, en letras doradas, se leía: "Ollivander: fabricantes de excelentes varitas desde 382 a.C." .Cuando entraron, una campanilla resonó en el fondo de la tienda. Había miles de cajas estrechas amontonadas cuidadosamente hasta el techo.

- Buenas tardes – Dijo una voz amable.

Un joven de mirada profunda y piel cetrina estaba ante ellas. Sus ojos, grandes y pálidos, brillaban como lunas en la penumbra del local.

- Hola – Dijo Johanna con sorpresa.

El señor Ollivaner jr se acercó a Johanna. La chica deseó que parpadeara. Aquellos ojos plateados eran un poco lúgubres.

- ¿Con que brazo coges la varita?

- Soy diestra, si es eso o que me está pregunando – respondió Johanna.

- Extiende tu brazo. Eso es. – Midió a Johanna del hombro al dedo, luego de la muñeca al codo, del hombro al suelo, de la rodilla a la axila y alrededor de su cabeza. Mientras medía, dijo: - Cada varita es única, y no hay dos iguales. Además debe saber que la varita elige al mago.

Mientras la cinta métrica seguía midiendo sola, Ollivander estaba revoloteando entre sus estantes, sacando cajas.

- Esto ya está – dijo, y la cinta métrica se enrolló en el suelo. – Bien, prueba esta. Madera de acacia y pelo de unicornio. Veinticinco centímetros y medio. Elástica. Vamos, vamos, pruébala.

Johanna cogió la varita y la agitó, sin saber muy bien que hacía. Pero el hombre se la quitó rápidamente de las manos. Las varitas ya probadas iban aumentando, y Johanna cada vez se sentía más preocupada. ¿Y si no había ninguna varita para ella? Pero el señor Ollivander, al contrario, parecía estar pasándoselo en grande.

- Creo que ya se lo que necesitas. Prueba esta. Sauce. Veintiséis centímetros. Elástica y con núcleo de pelo de cola de unicornio. La hizo mi tío, el anterior dueño de la tienda.

Johanna tocó la varita. Sintió un súbito calor en los dedos, y de la punta de la varita empezaron a salir chispas rojas y doradas.

- Lo sabía, tenía que ser esta. No podía ser otra. Señorita Macbay, esta varita lleva muchos años esperando a su dueño. Es de las primeras que hizo mi tío y la ha elegido a usted. Estoy seguro que formarán un gran equipo.

Johanna la recogió, pagó siete galeones de oro por su varita y el señor Ollivanders los acompañó hasta la puerta de su tienda.

Era medio día cuando llegaron al jardín trasero de Johanna.

- Yo tengo que irme, ya he atrasado suficiente mis obligaciones. Este es el billete del Hogwarts exprés. – Le dijo dándole un billete de tren. – Con este billete podrás salir con el expreso del colegio desde la estación de King's cross.

- Pero profesora, pone "Anden 9 y ¾"

- Ah, sí, se me olvidaba. Para llegar al andén, tiene que correr con decisión hacia el muro que separa los andenes 9 y 10. El tren sale el día 30 de junio a las once.

Johanna no daba crédito a lo que oía, pero después de todo lo que había pasado, no tenía por qué extrañarse de nada.

- Profesora McGonagall, tengo otra pregunta, en la carta dice que se nos permite traer una mascota. ¿Yo podría traer a Black? No puedo dejarlo solo. – Dijo señalando al pastor belga negro que reposaba a la sombra de un árbol.

La profesora se quedó unos segundos pensativa. Obviamente, aquél perro no era lo mismo que un gato, una lechuza o un sapo.

- Supongo que no habría problema. Pero no podrá vivir en el castillo, tendrás que dejarlo al cuidado de nuestro guardabosque. Un hombre especialmente hábil con los animales y que tiene toda mi confianza en este aspecto.

- Muchas gracias profesora.

McGonagall dio media vuelta y se desapareció.