Disclaimer: Blood+ no me pertenece, son propiedad de Production I.G., Aniplex y Junichi Fujisaku. Blood: The Last Vampire no me pertenece, es propiedad de Production I.G., SPE Visual Works y Hiroyuki Kitakubo.
Advertencias: violencia física y psicológica, violación sexual, lenguaje soez y temas adultos.
Nota: este fanfic se desarrolla a mediados de los años sesenta, donde tienen lugar los acontecimientos de la película de animación Blood: The Last Vampire, con referencias a la película live action del 2009 con el mismo nombre y la presencia de personajes del anime Blood+, como Hagi y Amshel. Se recomienda ver la película de animación Blood: The Last Vampire para comprender por completo los acontecimientos desarrollados en este fanfic y, por estas mismas razones, se podrán ver ciertas diferencias en la personalidad de personajes como Saya y Hagi (la primera, mucho más agresiva y dura de lo que se le conoció o se "volvió" en Blood+, y Hagi ligeramente más comunicativo). Cabe destacar que los personajes llamados David y Louis/Lewis que aparecen aquí son los antecesores de los personajes del Escudo Rojo que conocimos en Blood+.
"When he knocked on my door and entered the room
My trembling subsided in his sure embrace
He would be my first man, and with a careful hand
He wiped at the tears that ran down my face"
Where the wild roses grow —Nick Cave and the Bad Seeds
Masquerade
1 de noviembre de 1966. Ciudad de Fussa, Tokio, Japón
Por unos segundos juró haberse quedado dormida, pero no estaba segura del todo. En las últimas semanas sus sueños no eran más que vacíos de indiferencia eterna e inconsciente que le mostraban absolutamente nada: hondos abismos negros sin principio ni final donde no sentía nada. Un estado, imaginó, más similar al de la muerte que al del descanso profundo o incluso el coma natural por el que pasaba cada pocos años.
De todas formas, aquello no difería mucho al cómo se sentía, y veía, en estado de vigilia.
Se miraba al espejo y más que una aparente adolescente enojada, una colegiala disfrazada o una guerrera que salía todos los días a cazar los monstruos que eran su raza, la imagen que proyectaba en el reflejo del cristal era más similar al un sonámbulo malhumorado buscando intrusos imaginarios dentro de su casa, pero en su caso, los intrusos eran reales: quirópteros, y la casa era el mundo entero allí donde sus siempre inalcanzables enemigos pisaban tierra llevando con ellos la maldición de su sangre e infinita hambre de poder.
Tampoco podía decir que extrañara el tener sueños. Sus pesadillas tenían décadas persiguiéndola cada noche con mucho más ahínco y hambre que cualquier quiróptero creado con la sangre de su sociópata hermana.
En sus pesadillas es donde más vulnerable podía llegar a sentirse: corría, veía sus pies moverse, pero no avanzaba un paso; empuñaba decidida su espada, pero sus golpes eran débiles y el filo, inútil. Intentaba gritar, y lo intentaba e intentaba hasta que finalmente gritaba de verdad y despertaba cubierta de sudor, aterrorizada, con las manos de Hagi sobre sus hombros y su cara borrosa mientras ella le susurraba, aletargada, que sólo había tenido una pesadilla.
Pero desde su último y prematuro despertar no había tenido sueños. Su mente estaba ya no en blanco, sino en negro. Hagi también lo había notado, pero había tenido, no la delicadeza, sino la prudencia de no decir nada al respecto.
Recostada sobre la cama del horroroso motel, más un putero que otra cosa, demasiado cansada como para siquiera quitarse de encima el ridículo uniforme escolar que debía usar para infiltrarse con éxito en las escuelas de las cuales el Escudo Rojo sospechaba, Saya abrió uno de sus ojos, con su cara contra la almohada y el cuerpo lánguido. Miró a la ventana.
Era de noche. No supo en qué momento oscureció y le pareció que había sido demasiado pronto. El otoño aún estaba presente, pero cada vez más débil y comenzaba a dar paso al invierno con su prematura oscuridad y ráfagas frías.
Se preguntó cuándo demonios aparecería David o Louis. Desde la batalla contra los quirópteros la noche anterior de Halloween, en la Base Aérea de Yokota, ambos habían estado demasiado ocupados con los arreglos para su traslado a una nueva escuela dentro de dos días y con los rastros que habían quedado de la batalla en Yokota. Como siempre, demasiados cabos sueltos que el Escudo Rojo tenía que cerrar cuanto antes, antes de que el mundo comenzase a sospechar que había seres que eran más que simples homo sapiens entre ellos, alimentándose de ellos, y a ella hasta ese momento no le habían llevado una sola puñetera gota de sangre.
Tenía dos días desde que se le acabaran los suministros y ya comenzaba a sentir los efectos. De lo contrario, no estaría en ese momento tirada en la cama igual que un gato atropellado.
Si seguía así tendría que salir a cazar, o por lo menos presionar a David para que enviase a alguien, pero cada vez que lo llamaba, a él o al Escudo Rojo, los teléfonos se encontraban ocupados.
Saya no entendía como la organización prácticamente podían dejarla a la deriva en ese aspecto, a su principal arma. Bien sabían que necesitaba sangre diariamente si querían que estuviera en su máximo potencial.
Y Hagi estaba demasiado lejos, todavía terminando con su trabajo en Londres. Le habían dicho que en cuanto su Caballero terminase con los blancos en la ciudad británica lo enviarían a Japón con ella, a menos que las fechas de reubicación de ambos coincidieran con su próximo viaje a Nueva York.
Tenía un mes desde que los separasen en Londres. Un mes alimentándose de sangre fría y espesa, guardada en bolsas y embotellada. Sabía a rayos y extrañaba como nunca la sangre hirviente de su Caballero, aunque no tenía demasiadas ganas de verlo y soportarlo mientras él hacía su papel de la voz de la consciencia que, desde su último despertar, Saya estaba ignorando o, simplemente, masacrando igual que hacía con sus enemigos.
Cerró los ojos unos instantes y luego los abrió, encontrando la granada a medio terminar todavía sobre el escritorio, frente a la ventana. La había comprado de regreso en una frutería callejera solamente porque necesitaba algo con azúcar que la mantuviera más o menos en pie, y porque era roja, y su néctar, rojo como la sangre. Le habría servido más un chocolate o una golosina, pero de sólo pensar en meterse eso a la boca y tragarlo le entraban náuseas.
Curiosamente, si no bebía sangre, el resto de la comida humana comenzaba a saberle a podrido. Si no tomaba el alimento que realmente requería su cuerpo, la que no necesitaba era incapaz de digerirla.
Cada vez que despertaba su cuerpo tenía otra novedad que mostrarle, como diciéndole lo extraña que era, y los doctores del Escudo Rojo siempre tenían nuevos estudios e investigaciones en curso con respecto a ella, su sangre y su raza. Los exámenes médicos no paraban en cuanto le daban un descanso de sus actividades, tampoco las muestras de sangre, y sabía que mientras ella no estaba disponible estudiaban entonces la biología de los Caballeros, de Hagi, que parecía inmensamente similar como diferente a la de ella.
Saya los detestaba. No entendía la razón por la cual sentían tanta fascinación por ella y su raza. Ella no sentía la más mínima curiosidad por la raza humana.
Aún peor, su propia raza sentía una fascinación prácticamente obsesiva por la misma.
La realidad es que ni los humanos, ni los quirópteros, entendían a los mismos quirópteros.
Suspiró pesadamente cuando el cansancio finalmente comenzó a apoderarse de ella. Por unos segundos se sintió realmente relajada. Tal vez podría dormir un poco… y cuando despertase intentaría contactar de nuevo a David.
Cerró los ojos, pero a los pocos segundos tuvo que abrirlos de golpe. Alguien había tocado la puerta.
Saya se irguió sobre la cama como impulsada por un resorte, y sin pensarlo sacó la katana de su estuche, que hasta entonces había estado descansando a un lado de ella en la cama, igual que un peligroso pero dócil amante.
Salió de la cama lentamente, procurando no hacer ruido. Cuando atravesó la alcoba hasta la puerta y estuvo cerca de ella puso la espada en alto, lista para atacar: entonces escuchó una voz.
—¿Saya? —Dijeron del otro lado—. Saya, soy yo.
Era la voz de Hagi.
La muchacha bajó la espada y frunció el ceño, mirando la puerta, como si la superficie de madera pudiese darle una respuesta. ¿Qué hacía él ahí?
—¿Hagi? —murmuró, colocando la mano sobre el picaporte. Sin pensarlo demasiado abrió y, efectivamente, encontró a su Caballero del otro lado, enfundado en una gabardina negra y tan estoico como siempre—. ¿Qué haces aquí? ¿Tan pronto?
Se hizo a un lado para que pasara mientras ella se adentraba también al cuarto. El Caballero se tomó unos segundos para cerrar la puerta tras de sí, echando llave. La muchacha no se percató de ello cuando se dirigió a la cama para guardar la katana en su vaina y estuche.
—Acabo de llegar —contestó el hombre, siguiéndola, observando con atención cómo la larga falda escolar, plisada y negra, chocaba contra sus pantorrillas a cada paso.
—¿Terminaste con todo en Londres? Creí que tardarías más.
El tono de la muchacha era áspero, una mezcla entre mal humor y sorpresa, pero el Caballero guardó silencio unos segundos, como si se estuviera tomando el tiempo para pensar.
—Sí, Saya.
De alguna forma, esta vez le pareció extraño su silencio. Hagi era callado, sí, pero siempre contestaba al instante cuando ella le hacía una pregunta directa. Se volvió a mirarlo, y lo encontró extrañamente diferente. La gabardina que usaba debía ser nueva, porque nunca la había visto entre las ropas que su Caballero llevaba en los viajes. También olía diferente, como si se hubiese echado encima una colonia, sin embargo Hagi jamás usaba ningún tipo de perfume. Pero había algo más, algo diferente en él… lucía igual que siempre, pero de alguna forma incompleto, como si le faltase un detalle vital que lo terminaba por caracterizar e identificar.
Algo le faltaba tan propio en él como la katana en ella.
—¿Dónde está tu estuche? —preguntó con una ceja en alto.
Se refería al estuche donde guardaba su violonchelo. Nunca se separaba de él: no solamente allí guardaba su instrumento, sino también, en ocasiones, la propia espada de Saya, además de utilizar el estuche reforzado como escudo.
El Caballero miró hacia atrás, por encima de su hombro, como si apenas se diera cuenta de ese no tan pequeño detalle.
—Lo dejé en el cuartel del Escudo Rojo —respondió con simpleza.
Saya frunció el ceño. ¿De qué carajos hablaba? Aún más, Hagi nunca dejaba su violonchelo: hacerlo era equivalente a cortarse las manos, tanto como quitarle la espada a ella era como andar desnuda.
—Aquí no hay ningún cuartel del Escudo Rojo.
Increíblemente, lo vio torcer la boca y bajar la vista.
—No, no lo hay, Saya.
Y sonrió. Era una sonrisa que jamás le había visto. Una sonrisa maligna. Pero le era familiar, ya la había visto en alguien más cuya identidad su mente fue incapaz de asociar al instante.
La chica abrió los ojos como platos y un gemido ahogado escapó de su garganta cuando lo comprendió todo.
Ese no era Hagi.
Antes de poder correr por su katana un puñetazo dio contra su rostro con una fuerza increíble. Una fuerza que solamente podía poseer una Reina quiróptero, o en todo caso, un Caballero.
La chica cayó al suelo, con la mejilla adolorida y la visión trastocada, más no noqueada, y estando tirada aprovechó para posicionarse y lanzar una patada baja contra los tobillos del impostor, quien, al parecer sacado de juego por unos instantes gracias a la resistencia de la chica, cayó también cuando el golpe lo hizo perder el equilibrio.
Saya aprovechó para saltar sobre la cama y sacar su katana. Todavía sobre el colchón se volvió para lanzar una estocada contra su oponente, pero este se movió rápidamente antes de alcanzarlo, perdiéndolo de vista unos instantes y dejando tras él solamente una estela azulada.
Saya se maldijo cuando un súbito mareo desenfocó su vista y el control sobre su cuerpo. Sólo entonces se dio cuenta de lo debilitada que estaba.
Cuando movió la cabeza para buscarlo lo encontró tras ella, a ese Hagi sonriendo malicioso, casi riéndose en su oído, y adelantándose a sus movimientos la golpeó justo en la espalda con la suficiente fuerza como para mandarla volando hasta la pared.
Su cuerpo chocó contra un estante de madera que se hizo pedazos con el golpe. De nuevo sintió los estragos de su hambre haciendo mella en ella cuando otro mareo se apoderó de sus sentidos, pero se obligó a levantarse justo después del golpe, quitándose bruscamente de encima los restos del estante destrozado.
Sintió el sabor de su propia sangre acumularse en su boca, producto del primer puñetazo, y como impulsada por su sabor a hierro e ira se lanzó contra su oponente sin dudarlo, con el tiempo justo para cortarse de lado a lado de la palma de su mano y empapar el filo con el líquido que emanó de la herida.
Iba a alcanzarlo, pensó, cuando demasiado confiado de sus habilidades el aparente Caballero no se movió ni un ápice al momento en que ella se aproximó a él de un saltó, espada en alto y lanzando un grito de guerra. Lanzó la katana con firmeza, pero lo único que cortó fue el aire.
El desgraciado era rápido, mucho más rápido que ella, debilitada y muerta de hambre. Mucho más rápido que cualquier Caballero que hubiese visto.
Lo perdió de vista y sólo lo notó cuando, de nuevo, apareció frente a ella.
—¿Me buscabas?
Gruñendo, levantó de nuevo la espada y saltó a atacar, pero su oponente sujetó una de sus muñecas. Saya trató de soltarse de su agarre, pero él la jaló hacia adelante y le dio la vuelta, aplicándole una llave que la hizo pensar que en cualquier momento le rompería el brazo.
La katana cayó de sus manos irremediablemente.
Se retorció e intentó resistirse como una bestia salvaje. Entonces él apretó sus manos y muñecas, y sintió los huesos desmoronarse dentro de la carne, debajo de la piel.
Saya soltó un alarido de dolor, desgarrador y profundo. Hagi sonrió, complacido, observando atento el inevitable gesto de agonía.
—Oh, Saya, Saya… —murmuró contra su cuello, con la chica aún sujeta. Temblaba por el intenso dolor y tenía los dientes apretados—. Qué pálida y delgada estás. No has bebido sangre, ¿cierto? El Escudo Rojo debe estar muy ocupado como para haber olvidado de qué se alimenta su principal arma, demasiado acostumbrados a las armas que solamente se alimentan de balas, gasolina, dinero, y sobre todo, de miedo. Hagi está lejos, muy lejos de ti, y la noche de Halloween debió resultar muy agitada para ti —Hizo una pausa, tomándose un momento para observar el atuendo de la muchacha, un típico uniforme japonés de preparatoria—. ¿De qué te disfrazaste, querida? ¿De bruja, de vampiro? ¿O simplemente de colegiala? La última vez te disfrazaste de soldado, pero tu disfraz de humana ya debe estar muy usado. Desgarrado y apolillado, diría yo.
—¿Quién eres? —masculló con tono áspero, pero su voz estaba impregnada de ira y dolor en partes iguales.
—¿No me reconoces? —susurró, esta vez contra su oído. El impostor notó cómo la joven intentó mover una de sus piernas para golpear sus rodillas y hacerlo perder el equilibrio, pero él había tomado la precaución de separar las suyas para que sus golpes no lo alcanzasen.
—Suéltame —ordenó, su voz llena de furia contenida, buscando el momento oportuno para quitárselo de encima.
Pero tenía las manos destruidas.
—Si eso es lo que deseas...
Ese no era Hagi, repitió su propia voz en su mente.
Tenía las manos destruidas, más no la cabeza.
En cuanto sintió sus manos liberadas, Saya echó la cabeza hacia atrás y golpeó con fuerza la nariz de su atacante. Este, por inercia, soltó un gruñido de dolor cuando sintió la nariz doblarse y romperse. La sangre corrió a borbotones por las fosas y se llevó una mano a la zona, que picaba hasta sus ojos con un dolor penetrante que también le provocaba desagradables cosquillas y un escozor ácido en los ojos.
Cuando levantó la vista Saya ya se había dado la vuelta. Vio su rostro tenso por la cólera y luego su pierna en el aire, y finalmente su pie contra su rostro.
La patada lo mandó a la pared junto a su mandíbula desencajada.
Saya tuvo que tomar aire por escasos segundos, aún atacada por los dolorosos espasmos de las múltiples fracturas que tenía en ambas manos y muñecas. Se retrasó más cuando su primer pensamiento fue ir por su espada, pero no podía mover ni los brazos sin sentir que le habían cortado las manos.
Su error fue mirar hacia el suelo, donde descansaba su katana.
No la debí dejar, no la debí dejar, se dijo, maldiciendo su imprudencia.
Y no debió voltearse, porque para cuando lo hizo la mano derecha del Caballero la tomó del cuello, elevándola por sobre el piso.
Saya gruñó y agitó las piernas tratando de liberarse o golpearlo.
—Tan malcriada e imprudente como siempre, Saya.
Ya no era la voz de Hagi, era otra voz, una terriblemente familiar. Apenas pudo identificar a quién pertenecía un segundo antes de que él la lanzara con fuerza contra la pared. Cuando cayó tiró en su camino la lámpara que descansaba sobre el buró, y cuando el resto de su cuerpo tocó el suelo, su nuca golpeó violentamente el borde del mueble.
Entonces perdió el conocimiento.
"Fuera quien fuese, esa arpía capaz de desafiar a la muerte seguía siendo lo suficientemente humana para dejarse corromper por los sentimientos"
Un león entre hombres —Gregory Maguire
¡Hola a todos! Otra vez estoy por aquí con un pequeño fic ubicado en las fechas de la película de The Last Vampire. ¿Qué puedo decir? Me enamoré de la Saya de la película, y me gusta mucho esto de mezclarlo un poco con los personajes de Blood Plus.
En cuanto al fanfic, no habrá en él situaciones muy amables. Tal vez algunos imaginen quién es el impostor que se hace pasar por Hagi, pero en el siguiente capítulo, que estaré subiendo muy pronto, ya sabrán muy bien quién es.
También una disculpa por la escena de la pelea. Muy pocas veces he escrito escenas de acción o de pelea, así que no sé qué tan fluida haya resultado, hice lo mejor que pude y espero no haya quedado tan mal. No quería dejar a Saya como una rival indefensa, porque claramente no lo es, sobre todo en la película donde es una guerrera consagrada, pero también quería mostrar que su rival es realmente muy fuerte, tal vez incluso más fuerte que ella, más que nada porque en el fic Saya se encuentra agotada por la reciente pelea durante Halloween y debilitada por la falta de sangre, además de haber sido agarrada con la guardia baja por el asunto de suplantar a Hagi.
Por ahora sería todo lo que tengo por aclarar. ¡Muchas gracias por tomarse el tiempo de leer!
[A favor de la Campaña "Con voz y voto", porque agregar a favoritos y no dejar un comentario, es como manosearme la teta y salir corriendo]
Me despido,
Agatha Romaniev.
