Título: Nada Que No Hayas Visto Antes.
Autora: Scyllua
Rating: PG-13
Advertencia: Historia-sin-historia pletórica de peruanismos. Al leer este fic, descubrirán que han sido engañados. Sí. Ciudad Domino no se encuentra en Japón, sino en Lima, capital del Perú. Dicho con más exactitud: Domino es una extensión de El Callao, principal puerto del país. Aquí encontrarán a todo el cast de YGO hablando, comportándose y creyéndose 100 peruanos.
Y el out-of-character, claro... Abundará en esta sin-historia. Con sólo decir que Jounouchi es inteligente... Bueno, más o menos.


Nada Que No Hayas Visto Antes

Capítulo 1: Choque Sin Fuga

La habitación olía a alcohol, o tal vez era él. La habitación daba vueltas, o tal vez era él. Le parecía que todos los huesos y los músculos del cuerpo le gritaban dolor, o tal vez eran todos en verdad. Miró al techo de la irreconocida (por ahora) habitación y supo que era él: sentía náuseas.

Seto Kaiba con náuseas, sintiéndose una mierda, en la cama de alguna habitación que no daba visos de ser suya.

-Carajo, bien -se dijo, lenta y tanquilamente-. Así que tengo resaca. Ésto es una resaca. ¡Ésto es estar resaqueado!

Para todo en la vida hay una primera vez.

Miró a su derecha, y cayó en la cuenta de que no estaba solo en la cama. De hecho, reconocía al tipo que estaba echado a su lado, por más que éste le estuviese dando la espalda.

Podría decirse que la resaca, milagrosamente, se le estaba pasando. Al parecer, no tendría que padecer como todo mortal las secuelas de una borrachera, ya de después de todo, Seto Kaiba un mero mortal no era. Quién sabía, quizás hasta se le podía revertir el borrado de disco, ya que no recordaba en dónde estaba ni cómo había llegado allí.

Además, debía confirmar oficialmente la identidad de su acompañante.

Cualquier otro ser humano se hubiera quitado de encima semejante resaca con tan sólo sentir las ansias y el temor que precedían que una revelación de ese calibre. La gente solía temer y se abstraía de todo lo accesorio en momentos de tensión como aquél, pero Seto Kaiba no, seguramente porque él no era gente.

Se incorporó, se apoyó en un codo, se inclinó sobre el otro y examinó su rostro. O, más bien, los cabellos de su acompañante. Cuando regresó a su posición original, se dispuso a cotejar las consecuencias de su descubrimiento.

-Bien -se dijo, muy tranquilamente-. Al menos no es Jounouchi. Esto es explicable. Mokuba lo entenderá.

Típico de él, pensar en el pequeño de los cabellos indomables antes que en cualquier otra cosa, la última de las cuales era él mismo.

En ese instante, el mismo en que Kaiba terminaba de incorporarse en el lecho y apoyaba el mentón en la mano derecha en filosófica postura y en consecuente valoración de los hechos, Yuugi despertó. Reconoció de inmediato que estaba en el lugar y tiempo equivocados, ya que dejó la cama de un salto, y pasó a constatar inmediatamente que, además, tenía al tipo equivocado al lado.

-¡Tú! -gritó, dando por sentado que el aludido se daba por reconocido con el vocativo. Sólo eran dos en esa habitación-. ¡¿Pero qué haces aquí, maldito malnacido...?!

-Lo estoy pensando ahora mismo, imbécil.

Y, de pronto, ser sólo dos en una misma habitación (con una sola cama) pasó de ser una circunstancia al equivalente de añadir daño al insulto.

-Aguanta... -comenzó Yuugi-. Aquí... Tú... Yo... Qué carajo...

La sintaxis se fue a la mierda prácticamente al mismo tiempo en que Yuugi, el Otro Yuugi, terminaba de computarse el hecho de despertar en pelotas en el mismo espacio cuadrado, en una habitación cualquiera, con quien se suponía era su rival.

Poniéndolo en términos mundanos, y para ahorrar el antes, el después y el cómo de todo el quid del asunto, diremos que el compartido borrado de disco conducía a una única y viable explicación: allí estaban los dos implicados en un choque y fuga que, por X y Y motivos, se habían olvidado de fugar al final del mentado choque.


-¿Te queda? Claro que no, hombre. Tan claro como que tu cabeza no combina con tu cuerpo.

-¿Y qué carajo me voy a poner? Ayúdame a escoger de una vez.

-Quién lo hubiera dicho. Acabo de darme cuenta de que tu problema es tremenda cosa que llevas por cabezota. Prueba el de allá.

-Trae. Jodes como mujer para estas cosas...

-Hmmm... No, nada que ver. Tu problema no es tu cabezota. Es que tienes el cuerpo muy chiquito para semejante cabeza, ¿sabías? ¿Como mujer? No insultes, que acá el maraco eres tú.

-¿Yo? Pero si tú eres el maracazo que quiere verme desnudo. Yo sé que por eso me acompañas...

-Te estoy acompañando para ayudarte en el vestidor, idiota. ¿Quién quiere verte...? Ponte esto y...

-¡Mierda, Honda, ya deja de joder! ¡¿Para qué carajo tuviste que venir...?!

-Vine porque me pediste que te ayudara a escoger ropa, cojuda. Si no querías que viniera, ¡¿para qué carajo me lo dijiste, en primer lugar...?!

-Oye, aguanta, que este botón se me ha movido y...

-Coge acá. Mira, te lo pones así y...

Bakura le sonrió amablemente al dependiente de la sección, que seguía la escena con una expresión de sorpresa y ahuevamiento por igual.

-No se preocupe -le dijo-. Es que son pareja y así se ponen... ¿No se les nota en lo quisquillosas que son para escogerse ropa...?

De vez en cuando en la existencia de todo ser humano, digamos, un par de veces al año, la necesidad social pedía a estas criaturas inteligentes disfrazarse de gente. En su caso, Jounouchi andaba en busca de un traje decente para asistir con Shizuka a una reunión de la escuela. Y le había pedido a Honda que le ayudara a escogerse el disfraz.

-Levanta los brazos... No, mira, no te queda. Pruébate éste y...

-¡Tres horas con lo mismo! -gritó Jounouchi, al fin-. ¡Que éste sí, que éste no! ¡Carajo, dime que éste está bien y acabamos...!

-"¡Jodes como mujer!" ¡Si tú eres acá el condenado maraco! -gritó a su vez Honda-. ¡Te digo éste y éste y tú no entiendes! -Tomó aire y continuó:- Traiciona tu naturaleza, déjate de maracadas, haz patria, ponte esto, y termínalo.

-¿Ve como en todas las parejas hay estos altos y bajos? -Bakura seguía sonriendo al despistado dependiente-. Pero, después de todo, ¿qué sería de las parejas sin unas cuantas peleas...?

-Bakura -le dijo Honda, más cansado que molesto-. Deja de estupidizar a la gente con cuentos. Yo con este rubio no me metería ni a patadas...

-Ya, ya, mujer, no te me pongas histérica -dijo Jounouchi al desaparecer en el vestidor con otro traje más para probarse.

-¿Mujer? ¡Mira quién habla! ¿Cómo decías, Bakura? ¿Quisquillosa? ¡¡Quisquillosa la que se está probando ahora mismo su enésimo vestidito! -Honda se volvió-. Y es por eso que no me gustan las mujeres...

Bakura sonrió una vez más y el dependiente consideró que era un excelente momento para mandarse mudar.

Media hora más tarde, Jounouchi y Honda habían finiquitado el asunto y el primero caminaba con un flamante traje nuevo - disfraz de gente bajo el brazo. Honda seguía en sus treces con la idea de que ni el mejor de los disfraces le quitaría lo mono, perro, gato, maraco o lo que fuese al rubio, pero había decidido dejar en paz el asunto por el día. Habían dejado el centro comercial atrás para regresar a su hábitat natural, una zona predominantemente comercial también en la que podrían matar tranquilamente el tiempo.

De no haber mediado los característicos uniformes escolares, hubieran podido matar el tiempo con mucha más calma en alguno de los muchos locales de billar que se hallaban refundidos en los alrededores. Honda le había estado dando clases prácticas a Jounouchi de billar, y el rubio le había cogido el ritmo al arte de esquivar y detener las bolas al vuelo de los tipos que jugaban al billar de seis troneras pero en dos mesas. Tacos rotos, bolas voladoras, proyectiles perdidos y contusos eran cosa común en esos lugares. (1)

Pero allí estaban los tres, parados en la calle sin mucho qué hacer.

-Necesito una fumada -anunció Honda, apoyándose en la baranda de seguridad de la calle.

-Necesitas un hueveo más productivo -afirmó Jounouchi, sentándose en el suelo junto a él.

-¿Aquél no es Yuugi? -preguntó Bakura, cogiendo del brazo a Honda.

Los tres miraron hacia el estremo opuesto de la calle. Efectivamente, un chaparro venía caminando hacia ellos, arrastrando los pies y con cara de estar en pleno apagón de las facultades mentales.

Cuando estuvo aceptablemente cerca, vieron que llevaba la ropa como si no se la hubiera quitado en dos días. O, más bien, que había pasado por una desvestida y una revestida salvajes. En todo caso, el rostro hacía juego con la ropa. El rostro que, por cierto, era del Otro Yuugi.

-Yuugi, hola -saludó Bakura.

-¿Tuviste tu resurrección de entre los ebrios? -preguntó Honda.

-¿Quién te violó, hombre? -quiso saber Jounouchi.

Yuugi se acomodó la chaqueta caída, se ajustó los cintos y ensayó su mejor rostro.

-Hola, Bakura -dijo-. Muéranse, desgraciados -agregó.

-Hoy es lunes, ¿no? -dijo Honda-. Chupas como demonio el sábado, chupas como demonio el domingo, y al tercer día, el lunes, resucitas de entre los ebrios. Ya decíamos nosotros porqué no se aparecieron en el colegio en toda la mañana. ¿De dónde vienen? (2)

-¿Cuántos fueron, Yuugi? -insistió Jounouchi-. ¿Pudiste contarlos? ¿Los reconociste?

-Cállense los dos -ordenó Yuugi, apoyándose en la baranda-. Esto es una mierda. No me caguen más el día.

-Eso quiere decir, carajo, chupé como la grandísima y no me acuerdo..." -comenzó a elucidar Honda.

-"...No me acuerdo ni con quién terminé al final..." -continuó Jounouchi.

-"...Y, cuando resucito, me encuentro con estos tres que vienen a contarme cómo es de cagada mi vida..."

-"...Estos tres que son mis dizque mejores amigos..."

-"...Sí, una mujer, un gay y un homosexual..."

-Aguanta, Honda -interrumpió Jounouchi-. ¿Cuál "mujer"?

-¿Qué? ¿Querías ser el gay?

-Yuugi, ¿qué tan mal te sientes? -preguntó Bakura, inclinándose al lado del chaparro que estaba despatarrándose en el suelo.

Yuugi pasó a lamentarse:

-Mi vida no es más que una colección de tristes y cagadas experiencias que hacen el colectivo de mi personal. ¿Entiendes a qué me refiero?

-A que tu vida se ha ido al carajo. Pero no dijiste nada.

-Bakura, cómo adoro las neuronas funcionales que tú tienes y que a estos dos le fueron negadas. Argh, acabo de recordar que ni siquiera estoy vivo...

-Déjate de huevadas, Honda -gritaba Jounouchi-. Me estás llegando altamente...

-Y tú deja de avisarnos de todas tus estupideces -decía Honda-. ¿No te das cuenta de que con tu comportamiento sólo reafirmas lo dicho...?

-Pero, Yuugi -dijo Bakura, acuclillado ya junto al filosófico chaparro-. Si tú lo dices así, es porque debió haber sido realmente malo. ¿Qué fue lo que pasó?

-Es que justamente no lo recuerdo, Bakura.

-¿Comportamiento? ¡¿Mujer?! ¡Estás loca, Honda!

-Y tú histérica, mujer. Jounouchi, tu estupidez es patológica...

-Por lo que me dices, y por lo que me dices -decía Bakura-, creo que puede ser cierto lo que clamaban ellos dos...

-Si pudiera contestarte, Bakura, lo haría. Tengo que hablar con mi compañero... Luego.

-Regresa a casa, Yuugi -aconsejó Bakura, ayudándolo a incorporarse-. Y ahora que lo pienso, ¿de dónde vienes?

Apoyándose en él para mantener el equilibrio, Yuugi sólo le respondió:

-Del extremo opuesto al que voy. Dar un paso en cualquier dirección implica dos lejos de ese lugar, así que... Después te cuento.

-¡Maldito maraco!

-¡Putamadre, Jounouchi, yo...!

-Hey, hombre, ¿puedes...? -la cortó Jounouchi, al notar que el aludido a duras penas podía con las dos almas que llevaba en el cuerpo-. Deja que te ayude...

-Apóyate aquí -ofreció Honda-. Jounouchi, muévete para allá, pues...

-¿A tu morada, hombre? -preguntó el rubio-. ¿O tienes otra parada planeada?

-A la casa -confirmó Yuugi, dejándose llevar por los otros dos.

-Oh. -Jounouchi terminaba de coger el ritmo andante de los tres-. No está lejos la casa del abue, y quién sabe, pueda ser que en el camino hasta te acuerdes de cuántos eran...


La mansión lo esperaba, la gran casa que tenía por morada, cuyas seis columnas blancas en la fachada, y sus líneas clásicas, revelaban el estilo colonial típico de la Norteamérica del siglo XVII. Enclavaba en alguna parte del Japón, la casa no podía sino ser una curiosidad aquitectónica que concitaba la atención. Como si el arquitecto hubiera pensado en lo fausto antes que en lo práctico. (3)

Como si lo fortuito sobreviniese a la disposición de su existencia. La previsión era la entelequia de tal existencia. Preferiría pensar que todo lo que había ocurrido era, en verdad, una entelequia... (4)

...¿En qué estaba pensando?

Podía aun mejor la pregunta: ¿en qué carajo estaba pensando? Repasó mentalmente la interrogante unas cuantas veces más para, qué curioso, abstraerse. Cruzó el portal de la casa; no había tomado la limosina en la fachada del mismo hotel, sino que se había alejado prudencialmente del lugar antes de anunciarse. Estaba seguro de que no había sido reconocido pero, pasando a la segunda pregunta que lo mantenía ocupado, ¿qué importancia podía tener ese detalle?

Su imagen se podía ir al carajo junto con el conglomerado de sus pensamientos. Ese día, su vida había empezado alrededor de las 11 de la mañana, todo lo anterior un blanco perfecto en su memoria, al despertar en un habitación cualquiera de un hotel cualquiera. Sus problemas habían empezado cuando su vida se pasó por alto el siguiente punto y lo puso en tal habitación no con un cualquiera, como debió haber sido. Sus problemas tenían nombre propio, en realidad: el de un condiscípulo, rival, conocido suyo. Aunque reconocía que al menos se le había pasado la resaca.

Tenía mucho qué pensar, pero no lo haría ahora. La escala de sus prioridades no se lo pedía.

Entró al vestíbulo y escuchó los pasos que anunciaban a Mokuba.

-¡Hermano! -gritó el pequeño apenas lo vio-. ¡Ya estás aquí! ¿Qué fue lo que te pasó? ¿En dónde andabas? No me dijiste nada...

Kaiba llegó al hall principal con el pequeño en los talones, más bien emocionado al verlo que realmente preocupado.

-Sólo tuve unos asuntos qué tratar, Mokuba -le contestó, a la vez que se desembarazaba de la gabardina-. De hecho, es ahora que voy a comenzar a tratarlos. No hay necesidad de que te preocupes.

-¿Y tampoco hay necesidad de que me interese? -preguntó el pequeño, casi saltando a su lado.

Kaiba comenzaba a subir por la escalera. Le respondió con toda sinceridad, como siempre ocurría cuando hablaban los hermanos.

-No la hay, pero te interesará de todas maneras una vez que sepas de qué se trata.

-Que será cuando te animes a contarme cómo es la cosa, ¿no? -conjeturó Mokuba, siempre saltando detrás de su hermano, que avanzaba ahora por el corredor de la segunda planta.

-Exactamente. -Kaiba abrió la puerta de su estudio y entró. Seguido por el chaparrín, por supuesto.

Las ventanas abaracaban desde el cielo raso hasta pocos centímetros por sobre el ras del piso. Kaiba jamás perdía el tiempo con las cortinas y optaba por dejarlas descorridas. El baño de luz armonizaba con los espacios amplios.

-Y más o menos, ¿para cuándo comenzarás a contármelo? -fue la siguiente pregunta del chico.

-Deja que lo piense -dijo Kaiba, dejando la gabardina sobre el escritorio y acercando la silla-. ¿Ha sido mera casualidad el que no me haya cruzado con algún miembro de la servidumbre en mi camino hasta aquí?

-Sí. Es que casualmente se me ocurrió pedir que te tengan la comida lista para cuando llegaras -confirmó Mokuba, radiante-. Justo se me vino a la mente la idea después de que llamaras por la limosina.

-¿Has almorzado?

-No; te estaba esperando. Sólo para verificar cómo estaba la comida cuando te la sirvieran, mira.

-Bien. Bajaré contigo después de que...

Al inclinarse ligeramente para tomar asiento, Kaiba se detuvo en seco. No sintió algo, sino la falta de algo, un peso que solía pender de su cuello. Volvió a incorporarse y se llevó la mano al pecho, tanteando hasta la base del cuello. Había perdido el relicario.

El desconcierto que apareció delineado en su rostro fue breve. Recordó que, estrictamente hablando, no lo había perdido, ya que sabía muy bien en dónde debía estar. Pero el saberlo no le molestó tanto como el comprobar que sólo entonces había notado la falta.


-¿Qué haces, Bakura?

-En estos casos se debe dejar a la persona recostada de lado, de modo que si llegara a vomitar, los fluidos no obstruyan las vías respiratorias y...

-¿En caso de que tengas a un tío privado y desparramado sobre su cama?

-En caso de que la persona esté ebria.

-No me hables con palabras tan bonitas -dijo Jounouchi, moviendo un adolorido hombro-, que después me creo lo que me dices. Este tío está borracho y privado, y así lo vamos a dejar. ¿Tenía que desmayarse llegando a la casa...?

-Pudo haberse desmayado en plena calle.

-Sí, sí. -Jounouchi se dirigió a la puerta de la habitación-. Como sea, ya estoy cogiendo práctica en esto de cargar, subir y arrimar borrachos. Por mi viejo. Voy bajando; allá los espero -agregó, y salió del dormitorio.

Honda levantó el Rompecabezas, arma punzocortante de mediano alcance si se la blandía correctamente, y lo depositó sobre el escritorio.

-Tampoco queremos cortados, policontusos o clavados -dijo, y al vovlverse vio a Bakura con la chaqueta de Yuugi en las manos-. ¿Y ahora qué haces?

-Pongo la ropa de Yuugi de modo que no se arrugue, ¿ves? -dijo, y dejó la prenda en el respaldar de una silla cercana a la cama.

-Como si eso sirviera a estas alturas. Se nota que ha estado durmiendo con la ropa puesta...

-O sin ella -sonrió Bakura-. Bajemos, que Jounouchi nos espera.

Honda lo siguió fuera de la habitación y cerró la puerta tras de sí.

-¿Qué dijiste? -preguntó-. Ah, bueno, supongo que tendremos que esperar a que alguno de los dos complete el milagro de la resurrección para que nos cuenten. Mañana, al cuarto día...

Fin del capítulo 1


NOTAS

(1) El billar es (casi) el deporte por excelencia de los estudiantes universitarios peruanos (por más que algunos digan que lo es porque se trata de un deporte de vagos). ¿No decía yo que esta historia transcurría en Lima, Perú...? Es común encontrar locales de billar en los alrededores de las universidades - no tengo ni idea si hay restricciones para jugarlo en Japón, pero como en una ilustración del manga (el capítulo 134, me parece), Takahashi nos pone a Honda jugando... De allí llegó la inspiración.

(2) Una frase de denotación cristiana que nada tiene que ver con unos chicos japoneses, pero la escuché en la radio cierta vez y me encantó. Por cierto, en Japón la mayoría de edad se da a los 20 años, y hasta entonces está prohibido para los jóvenes beber alcohol. Pero ignoremos ese detalle porque si no, la historia no me funciona.

(3) Miren las cosas que se aprenden leyendo. En este caso, lo de la referencia aquitectónica la saqué de uno de mis libros favoritos, Lo Que El Viento Se Llevó de Margaret Mitchell. Es decir, lo que estoy poniendo aquí es cierto: las casas blancas, de líneas simples y clásicas, con seis columnas en la fachada y dos plantas, son típicas del periodo colonial norteamericano (sobre todo, en la costa este del país), aunque aún prevalecieron en el siglo XVIII. Cuando vi el manga, me pareció de pésimo gusto el que Kaiba tuviera una mansión con estas características, considerando que vive en Japón, pero asumo que el mangaka lo puso de esta manera para dar a conocer la fortuna y poder del flaco...

(4) Tiene que ver con el pensamiento peripatético de Aristóteles. En fin, la entelequia es una cosa real que lleva en sí el principio de su acción y que tiende a sí misma a su propio fin. Digamos que es una cosa que tiene en sí misma su fin y su perfección. La segunda vez que Kaiba usa la palabra, se está refiriendo a ella en el sentido irónico: una entelequia es también algo irreal que no podría existir ni ocurrir en el planeta tierra.

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Glosario de Términos
Si no estás familiarizado con la jerga peruano, recomiendo leer este pequeño glosario so peligro de andar más perdido que huevo en ceviche después. ¿Cómo...? Por eso te digo que leas esta sección.

-Choque y fuga: (Exp. coloq.) En un país con un índice tan alto de accidentes de tránsito, el argot periodístico y policial se ha filtrado al habla común. Un choque y fuga implica al chofer de un vehículo ocasionando un accidente y huyendo después para eludir responsabilidades. En el habla común, hace referencia a una relación de pareja corta y fugaz, comenzada por puro placer y de la que los involucrados no se acordarán después. O, también, una relación sexual intrascendente de la que los participantes negarán tener conocimiento más tarde. Como lo imaginarán, lo más importante de un choque y fuga es, precisamente, fugar al final.

-Borrado de disco: (Exp. fam. y coloq.) El equivalente a pegarte una borrachera de padre y señor mío y no acordarte de nada después, cuando las secuelas golpeen.


-Huevón:
(Adj. y también sust. vulgar) Una manera menos fina de decir imbécil.

-Huevada: (Sust. vulgar) Dicho o acto cometido por un huevón sin embate.

-Huevear: (Verb. vulgar) Haraganear, perder el tiempo, andar con huevones.

-Maraco: (Adj. y también sust. vulgar) Palabra de reciente acuñación. Aún en busca de su origen etimológico. Significa cobarde, pero también, afeminado o amanerado. Otros le dirán falta de huevos.

-Maracada: Dícese del acto cometido por un maraco.