Los Juegos de Katniiss (fanfic paralelo a Los juegos de Peeta)
Introducción
Mi nombre es Katniiss Everdeen, he ganado Los Juegos del hambre junto con Peeta Melark, es la primera vez que se permite que dos participantes salgan vencedores de Los Juegos. No me siento afortunada, solo me siento viva. Peeta Melark era mi compañero en la escuela, su familia sobrevivía gracias a la panadería dónde él trabajaba desde pequeño, tengo una enorme deuda con él, le debo la vida.
Mi instinto es lo único que respeto, lo único en lo que confío. No sé lo que siento ni lo quiero saber, pero no puedo evitar el dolor. Peeta ha aceptado ser mi amigo, me gustaría decirle que no todo en los juegos fue un juego, pero algo en mí me dice que hubiera sido mejor así. Sé que me gusto sentirle junto a mí, y que no soportaba la idea de salvarme sola, sin embargo, el mismo hecho que me hará recordarle toda la vida me eclipsa, le debo mi supervivencia y algo más que no tiene nombre, algo más que no quiero descubrir, porque tengo la sensación de que si lo descubro estaré perdida.
Hay algo de lo que no puedo huir, puedo controlar relativamente mis pensamientos cuando estoy despierta, puedo o al menos podía, dejarme llevar por los instintos más primarios de la supervivencia, pero no puedo controlar mis sueños, las cosas que afloran en mi subconsciente, desde niña, Peeta ha aparecido por las noches, como un ángel, tocándome el pelo, susurrándome al oído, dándome un aliento de vida en medio de la angustia. Cuando tienes que agradecerle a alguien algo tan inmenso como tu propia vida, y con ella la vida de tu familia, se marca una distancia abismal entre el mito y la realidad, ¿quién y cómo es el chico del pan? Prefería no saberlo, en el fondo, prefería olvidar que una vez mi madre me abandonó, que una vez mi hermana y yo estuvimos a punto de desfallecer, que una vez yo misma me rendí y aquel desconocido, me tendió la mano; pero sobretodo, lo que más me impacta, es que mucho antes de aquel momento, ya sentía que algo en su mirada escarbaba en mi alma, y que el alma en tiempo de supervivencia no es buena, no se puede hacer caso a las emociones cuando no sabes si el día morirá contigo.
Toda la teoría es maravillosa, pero por la noche, se desvelan cosas. Podía ignorar al chico del pan durante las horas de escuela, pero en sueños, a veces, veía sus ojos fijos en mi como si solo existieran ellos, y un diente de león se deshacía en el viento, y nuestras manos se tocaban, a veces, sobre un prado inabarcable, dónde no existía ninguna necesidad ni calamidad.
Conocer a Gale fue muy útil, él me distraía, me divertía, compartíamos el instinto, lo realmente importante en la vida que me ha tocado. La determinación, sin ningún tipo de lástima. Atravesar la garganta de un pobre animal que cruzara el bosque, solo porque eso es lo necesario. Gale me hacía sentir cómoda y tranquila, no le debía nada, ni él a mí, éramos un equipo sin deudas, hasta que descubrí que yo le gustaba, ahora todo en él parecía exigir una respuesta equitativa a sus sentimientos.
Después de Los Juegos mis sueños cambiaron, Peeta ya no era un niño y yo tampoco. En Los Juegos descubrí que el mito casaba a la perfección con la realidad, Peeta es honesto, bueno, e inofensivo, todo lo que dicen sus ojos es cierto, no lo quería creer, creerlo era doblegarme a la existencia de mi alma. Pero cuando las normas de Los Juegos cambiaron y podían vencer dos, razón, corazón e instinto se abrazaron y corrieron a buscar a Peeta, aun arriesgando la vida, quería volver, si es que podía sobrevivir, con él. Le encontré desfallecido y no dudé en ponerle a salvo, un instinto muy potente de protección me envolvía, solo lo había sentido con mi hermana pequeña, y ahora lo sentía con él.
Sus ojos; su mirada es insoportable, es como un lazo que me atrapa y me atrae hacia él. En la cueva, cuando ya no quedaba nada, quizá por miedo, quizá por otra cosa, recostada sobre su pecho me sentía en paz, sentía que era mi talismán, un pensamiento ridículo… si él estaba a salvo, el mundo estaba a salvo, mi mundo tenía algo bueno. En Los juegos, Gale nunca existió.
Cuando él pensó que mis besos y mi cariño fueron para ganar regalos de los patrocinadores, preferí dejarlo así, no dar explicaciones, porque descubrir que él me amaba había encendido algo en mí, me hacía sentir afortunada, y eso era peligroso. En mi circunstancia, lo sentimientos no son una opción, yo soy la única fuente de recursos de mi pequeña familia, mi madre se hará anciana, mi hermana es demasiado sensible para ocupar mi lugar, yo nunca podré dejar mi casa, nunca podré tener mi propia familia, no podría soportar ese dolor. Aunque ahora tenemos dinero, no debo olvidar que pertenece al Capitolio, igual que nos lo ha dado, nos lo podría quitar.
Con Gale es diferente, él tiene recursos, él es feroz, es una apuesta segura y le tengo afecto, es la única persona que me conoce, pienso que, si lo dejo pasar, le pierdo. Pero no parece ser el amor la elección de la opción más inteligente. ¿El amar elegir fríamente a tu pareja? ¿O es la imposición de un sentimiento? Ahora que he ganado Los Juegos no tengo necesidades, y eso significa que me acosan los pensamientos.
Entonces ocurrió, tuve aquel sueño, a pesar de que salía igualmente de caza con Gale, a pesar de que ocupaba el tiempo en todo lo que podía, la noche seguía acosándome.
Los días inmediatos a los juegos solo podía soñar cosas terribles. Muerte, destrucción, las mismas escenas vividas recreadas una y otra vez. En uno de esos sueños descubrí la cueva en la que Peeta y yo nos guarecíamos y corrí a ella, él estaba allí y me abrazaba. Cada vez que me reconocía en una pesadilla que recreara la arena buscaba la cueva, y Peeta siempre estaba allí, era mi único modo de estar con él ya que en la Aldea de los vencedores él no se dirigía a mí.
En las primeras ocasiones no nos besábamos, solo estábamos abrazados y él me acariciaba el pelo, pero una noche soñé algo extraño.
Estaba en la oscuridad de la cueva, sobre una capa de moho húmedo, desnuda. No sentía ningún pudor, Peeta colocaba una vela en el suelo, él también estaba desnudo y tampoco me importaba, era como si tuviéramos una confianza muy antigua.
Se tumbaba de costado, mirándome, la luz de la vela le pintaba la piel de un color ocre, sus largas pestañas enmarcaban sus pupilas dilatadas, y yo sentía un candor que jamás había experimentado, algo totalmente nuevo, irresistible. Me acariciaba la frente y la mejilla, y pasaba un dedo sobre mis labios.
Sus dedos seguían recorriéndome en sentido descendente y yo solo sentía expectación y deseo. A aquellas caricias le siguieron sus labios, algo parecido al desmayo parecía asomarse a mi alma constantemente, pero yo seguía allí, y todo parecía intensamente real.
Cuando me besó el vientre me escuché soltar un suspiro, y sus labios llegaron a los míos. Como si aquel sonido hubiera sido una señal para él.
Me besaba profundamente y yo a él, nuestros torsos se presionaban y podía sentir como el torrente de mi circulación era un conglomerado de ríos pulsando frenéticamente sangre por todo mi cuerpo.
Nunca había sentido algo así, ni me había planteado nada parecido.
Mi vida siempre ha pasado sin ningún tipo de deseo, sin ningún sentimiento más allá del fraternal, ni siquiera podría decir que sienta auténtico amor por mi madre, después de que nos dejara morir a mi hermana y a mí. Nunca la cercanía de Gale me ha despertado ningún candor parecido, aunque sé que es atractivo, ni nunca me ha atraído ningún chico del colegio. Lo más parecido a un amor de infancia ha sido Peeta, su recuerdo cediéndome un pan, y el símbolo que tengo tan asociado a él, el diente de león, la esperanza. Un amor platónico, sin deseo de realización, sin querer planteármelo, conforme con amar algo que nunca tendría.
Obviamente no se puede decir que sea posible perder la virginidad en un sueño, pero yo me siento así. No sé si miro a Peeta de la misma manera desde que soñé aquello, sé que a Gale no.
Recuerdo todo nítidamente, y no soy la misma persona desde que desperté antes de tiempo, con la vaga sensación de su calor y de su presencia.
