N.A. Hola a todos. Cuando terminé el fic de "De tattoos, piercings y tweets", hice una encuesta acerca de qué temática os gustaría que fuera mi siguiente fic kurtbastian. Ganó la opción de "hombres lobo". Sé que he tardado mucho en empezar a publicar la historia pero he estado un poco liada con el inicio de las clases. Pero más vale tarde que nunca :P Aquí os dejo el primer capítulo de esta historia. Decidme si vale la pena que la siga o no ;)

Avisos: Será un fic POV Sebastian en su mayoría, algo de violencia y muerte de personajes secundarios. Por ahora eso es todo.

K&S

Capítulo1

Oscuridad. El sonido apagado de pisadas sobre un manto de hojas. Olor a húmedo. El eco lejano de un aullido acompañado de la visión de un lobo blanco iluminado por la luz de la luna. Siguió caminado acelerando el paso para acercarse lo suficiente como para ver al lobo de cerca. De repente, sintió como el latido de su corazón se aceleraba.

Se despertó de golpe, sudando y agitado. Sebastian se incorporó en su cama y se levantó para echarse agua en su rostro, observando su reflejo en el espejo del baño. Encontrándose de repente sediento, decidió bajar a la cocina a por un vaso de agua. Cuando llegó a la estancia vio luz procedente de la misma.

"Eh, Bastian. ¿No puedes dormir?", la voz profunda de Cassandra hizo eco en el silencio de la casa.

Sebastian asintió, poniéndose un vaso de agua.

"¿Fue ese sueño de nuevo?", ella le preguntó observándole con detenimiento.

"Sí, siempre es el mismo el sueño", contestó Sebastian, dando un sorbo a su vaso.

"¿El lobo blanco?", preguntó Cassandra y Sebastian asintió de nuevo, dando un último sorbo antes de dejar el vaso en el fregadero.

"Sueñas con él cada vez con más frecuencia, ¿Verdad?"

"Sí", contestó Sebastian, "antes era solo un par de veces al mes, ahora cada semana sueño con él varias veces. Mi sueño siempre es el mismo, pero parece como que cada vez soy capaz de ver algo más, acercarme más a él. Aunque siempre despierto antes de que llegue a alcanzarle."

Cassandra asintió pensativa, antes de hablar. "Eso es una señal de que ya estás preparado para aparearte"

Sebastian frunció el ceño y Cassandra sonrió alborotándole el cabello. "No tengas miedo cariño. Ya hemos hablado de ello. Los hombres lobo nos apareamos de por vida, como los lobos. Tú lo sabes. Pero no todo el mundo tiene la suerte de poder soñar con su compañero perfecto antes de conocerlo. Sólo aquellos con las habilidades psíquicas más desarrolladas son capaces de hacerlo. Incluso hay quienes nunca llegan a conocer a ese alguien especial. Si sueñas con él, puede que signifique algo. Puede que lo conozcas pronto. Nadie sabe a ciencia cierta como funciona esto, pero es algo bueno"

Sebastian asintió recordando todo lo que Cassandra le había contado desde que era pequeño. Si no hubiera sido por ella, Sebastian no sabía que habría sido de él. Quizás a estas alturas haría tiempo que estaría muerto.

Fue una acalorada tarde de verano cuando aconteció. Él tenía cuatro años cuando todo sucedió aunque no recordaba nada. Sólo sabía lo que Cassandra le había contado. Lo encontró vagando solo en el bosque, herido, con fiebre y delirando palabras sin sentido. Quién fuese el alfa que le había mordido, por alguna razón no lo mató y en su lugar se vio abocado a transformarse en lo que era ahora. Un hombre lobo. Cassandra lo recogió y lo llevó a su casa oculta en la profundidad del bosque. Le atendió su herida y lo cuidó hasta que mejoró. Cassandra había sabido cómo atenderle al ser uno de ellos y logró que su manada le aceptara como parte integrante de la misma. Sebastian había crecido así en el seno de una manada, que se había convertido en su familia. La única que tenía. La única que recordaba. Cassandra le había criado como su madre y Sebastian no podía estar más agradecido de tener una madre más cariñosa y paciente. La pareja de Cassandra había muerto dos años antes de que encontrara a Sebastian y a pesar de las peticiones del alfa de la manada, Cassandra no había querido volver a aparearse de nuevo. Sin hijos de su unión, Sebastian llegó a su vida como un consuelo muy bienvenido y ella se volcó en su crianza como si fuera su propio hijo. Ambos estaban solos en el mundo y se convirtieron en la única familia que tenían.

Cassandra tenía ciertas aptitudes psíquicas. Era lo que algunas personas llamaban una médium. A veces tenía visiones sobre cosas que habían pasado o que estaban por pasar. Era buena interpretando los sueños y leyendo las cartas. A Sebastian nunca le interesaron mucho esas cosas, pero no pudo evitar preguntar a Cassandra en varias ocasiones por su pasado. Sebastian no recordaba nada de sus orígenes: ni quienes eran sus padres, ni si tenía más hermanos o familiares. Cassandra le había contado que nadie le había buscado ni había denunciado su desaparición, y desgraciadamente nunca vio nada en sus cartas ni en sus sueños que arrojara luz sobre sus orígenes.

Sebastian había ido a la escuela local del pueblo más cercano al territorio de la manada. Entre sus amigos estaban Pierre, hijo del alfa de la manada y Sophie, ambos de su edad. Hacía dos años que Pierre y Sophie empezaron a salir juntos y todos en la manada daban por hecho que se aparearían. En ese entonces, Cassandra le había explicado a Sebastian, que contaba con catorce años, lo que suponía encontrar a tu pareja y aparearse y Sebastian no pudo evitar anhelar ser como sus amigos y encontrar a aquella persona destinada a estar a su lado para siempre. Sin embargo, desde el principio se dio cuenta que sus instintos no se dirigían a las chicas, sino que se sentía físicamente atraído por los chicos. Habló de ello con Cassandra, quién le explicó que no era algo tan extraño entre los hombres lobo. De hecho era igual de frecuente que en los humanos, pero a diferencia de ellos, estaba totalmente aceptado entre ellos.

"¿En qué piensas?", la voz de Cassandra le sacó de sus pensamientos. Sebastian se encogió de hombros.

"Solo pensaba en donde estará él. En mi sueño sólo lo veo siempre desde lejos, cuando se acerca siempre me despierto pero… es tan hermoso a la luz de la luna", Sebastian dio un suspiro. Cassandra sonrió y se acercó a Sebastian dándole un beso en la mejilla. "Verás como muy pronto lo conoces. Eres un chico maravilloso y te mereces ser feliz"

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Sebastian se encontraba haciendo los deberes en su habitación cuando Sophie se asomó por la puerta.

"Sebastian", le llamó sin llegar a entrar. Sebastian levantó la mirada de su libro.

"Reunión abajo. De toda la manada", dijo su amiga antes de desaparecer de su vista. Sebastian frunció el ceño. No era usual que se hicieran reuniones no programadas de toda la manada. Debía ser algo importante. Se levantó de su escritorio y bajó las escaleras pausadamente, para encontrar a todos ya reunidos en el salón. Había caras de preocupación y los más jóvenes murmuraban entre ellos. Sebastian se acercó a donde estaban Pierre y Sophie, junto con los otros miembros más jóvenes.

"¿Qué ocurre?", les preguntó en voz baja.

"Ni idea", dijo Pierre, encogiéndose de hombros.

Maurice, el alfa de la manada, un hombre robusto de pelo canoso en sus cincuenta años, se aclaró la garganta y se puso de pie, dando un par de pasos y situándose en el centro de la estancia, donde todos los demás tuvieran una buena visión de él.

"La manada del norte atacó ayer por la noche a dos de nuestros miembros", dijo en voz grave señalando a Jean y Bertrand, dos hombres en su treintena, que se encontraban en el otro extremo de la sala. Sebastian se dio cuenta de que Bertrand tenía el brazo vendado y ambos lucían señales en el rostro y los brazos de mordidas y arañazos.

"Pensé que había una tregua con ellos", la voz de Lola, una de las mujeres más respetadas de a manada, se elevó entre la multitud.

"La había", dijo Maurice, asintiendo, "pero eso fue antes de que su alfa muriera. Parece ser que el nuevo alfa no va a respetarla". Entonces, miró a Bertrand y Jean y éstos asintieron con la cabeza, antes de que Jean se pusiera en pie y se colocara al lado de Maurice.

"Nos amenazaron con atacar nuestro territorio. Dijeron que no nos quieren aquí". La sala empezó a llenarse de voces que cada vez más se fueron elevando de tono.

"¿Vamos a marcharnos?", preguntó con voz enojada Raoul, uno de los miembros más combativos de la manada. "¿Cederemos ante sus amenazas sin luchar?"

Sebastian se estremeció ante el sonido de la palabra "lucha". Nunca había habido un verdadero enfrentamiento o lucha entre manadas desde que él vino a vivir con ellos, pero había escuchado relatos de feroces guerras entre ellos en el pasado.

"¡Lucha!Sí, acabemos con ellos!¡Qué sepan que no se pueden meter con nosotros!¡Lucha!", gritos procedentes de diferentes miembros de la manada surgieron feroces y Sebastian se sorprendió al escuchar a su amigo Pierre unirse a los gritos que pedían ir a la lucha. No es que Sebastian fuera un cobarde, ni mucho menos, se dijo a sí mismo. Era solo que Sebastian siempre había sido bueno con las palabras. El ingenio, la disputa verbal era tan buena como el cuerpo a cuerpo, aunque mucho menos valorada entre los hombres lobo.

"¡Callaos!", gritó Cassandra. Todo el mundo enmudeció, ya que rara vez habían escuchado a Cassandra elevar su voz. Cuando todos callaron y se quedaron observándola, ésta habló. "¿No os dais cuenta que nos superan en número?"

El silencio tomó la sala hasta que Maurice decidió hablar.

"Cassandra tiene razón. Ya he tomado una decisión. Vamos a prepararnos para una guerra, pero no atacaremos. Sólo en el caso de que ellos nos ataquen, entonces lucharemos para defender nuestro hogar"

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Los siguientes días pasaron rápidos entre preparativos y entrenamientos en combate. Reunieron alimentos, medicinas, vendas…todo aquello que pudieran necesitar si la guerra con la manada del norte tenía lugar. Sebastian podía sentir como el ambiente era cada vez más tenso entre los miembros de la manada y el tiempo parecía estar detenido a la espera de …algo.

Fue al cuarto día cuando todo sucedió.

Era tarde en la noche y Sebastian recordaba estar jugando con Pierre al ajedrez cuando alguien dio la alarma. Habían visto lobos aproximándose a la guarida, a unos dos kilómetros. Todos se reunieron ante la casa y Maurice hizo recuento. Cada uno de ellos había sido asignado a un grupo de cuatro o cinco miembros y todos tenían un lugar del bosque al que dirigirse. Sebastian vio a todos transformarse en sus lobos. Alzó su mirada hacia la luna casi llena y se transformó, notando la familiar sensación de sus huesos modificándose, sus músculos fortaleciéndose y cómo sus sentidos se expandían captando todo a su alrededor de una forma mucho más intensa.

Se dirigió junto a Jean, Cassandra y Raoul a la parte alta del bosque, ocultándose entre los árboles, esperando al acecho. Los minutos parecían horas y Sebastian podía casi oír los fuertes latidos de su corazón. Sus ojos se encontraron con los de Cassandra que le miraba con preocupación y ternura pero al mismo tiempo intentándole insuflarle el valor que necesitaba. Sebastian alzó el hocico e inspiró los aromas de la noche. Sebastian no era un alfa por lo que su sentido del olfato no estaba tan desarrollado como el de Maurice. Por el contrario, los alfas podían oler a otros hombres lobos –incluso en su forma humana- a más de quinientos metros de distancia. Sebastian, en cambio, como el resto de lobos ordinarios, solo podía oler a un hombre lobo a unos diez metros–y eso, solo cuando estaba transformado en lobo. En su forma humana, solo a una distancia de un par de metros podría identificar a otro hombre lobo. Los alfas eran los líderes de las manadas por una buena razón –en realidad, por varias- y su olfato desarrollado eran sin duda una de ellas, además del hecho de que eran los únicos que podían voluntariamente ocultar su olor a otros lobos.

De repente, tras unos minutos en silencio, un aroma inundó el ambiente. Con su hocico olisqueó el ambiente. Era aroma de lobo. Y no de uno de su manada. Ya estaban aquí. A menos de diez metros. Sebastian estiró sus orejas para escuchar cualquier mínimo ruido, su cuerpo completamente alerta. El bosque quedó en silencio sepulcral anunciando el preludio de lo que estaba por venir. Cassandra y los otros también percibieron el ambiente cambiante y se pusieron en alerta. Sebastian miraba a Jean, esperando la señal para atacar, mientras intentaba ver entre la penumbra de la noche. De repente, a lo lejos, ladera abajo, a unos cinco metros, vio las figuras de cuatro, no, cinco lobos que caminaban al acecho, listos para atacar. Ellos se encontraban ocultos entre los árboles, pero sin duda, los otros lobos también habrían ya percibido su aroma. Jean dio un gruñido, dando la señal de ataque y se abalanzó corriendo hacia sus presas. Los otros lo siguieron. Al llegar al encuentro, Sebastian se abalanzó sobre un lobo gris, más grande que él pero más viejo y lo derribó. El otro lobo boca arriba presionó con sus patas delanteras para escaparse de Sebastian pero éste intentó morderle. El otro lobo rodó por la hondonada , llevándose a Sebastian con él y rodando ambos sobre el terreno frondoso del bosque. Al aterrizar al final de la misma y detenerse, el lobo gris consiguió ponerse sobre sus patas y se abalanzó sobre Sebastian, todavía incorporándose. Sebastian sintió unos fuertes colmillos clavándose en su hombro y aulló de dolor. Sin embargo, sacó fuerzas para moverse lo suficiente como para que el otro lobo soltara su mordida y Sebastian se abalanzó sobre él mordiéndole sobre el lomo. El otro lobo hizo un movimiento de dolor, arqueando la espalda y Sebastian pudo moverse para tirar al otro lobo al suelo y morder su cuello con todas sus fuerzas. Fue notando como el pulso del otro lobo iba ralentizándose, dejando de luchar por momentos hasta que solo fue un pedazo de carne muerta sujeta entre sus dientes. Lo soltó cayendo al suelo sin vida.

Sebastian dio un par de fuertes respiraciones para recobrar el aliento y se giró haciendo su camino de regreso a lo alto de la hondonada por la que antes había caído. Cuando llegó arriba, el espectáculo que vio era aterrador. Esparcidos por el claro estaban los cuerpos sin vida de Jean y Raoul, además de otro lobo que no conocía y que suponía pertenecía a la otra manada. Buscó alguna señal de Cassandra y cuando no la vio, empezó a agitarse, la angustia apoderándose de él por momentos. Un gemido llegó a sus oídos, oculto desde detrás de los árboles que rodeaban el claro. Con cautela se aproximó hasta el lugar y tras unos arbustos encontró el cuerpo malherido de Cassandra. Sebastian en seguida se acercó a ella e inspeccionó sus heridas. Tenía cortes y mordidas por todo su precioso pelaje negro, pero lo que más le preocupó fue una herida de la que brotaba sangre a borbotones. Parecía que le habían herido algún órgano interno. Tal vez el hígado. Cassandra le miró con amor y ternura mientras Sebastian le lamía algunos rasguños en su cara. Poco a poco, Cassandra se transformó, volviendo a su forma humana y Sebastian hizo lo mismo, importándole poco que ambos estuvieran desnudos en el bosque en mitad de la noche.

"No, no te muevas", se apresuró a decir Sebastian, mientras sujetaba a Cassandra entre sus brazos cuando ésta intentó incorporarse. "Iré a buscar ayuda, pero no debes moverte", dijo Sebastian volviendo a mirar la herida con preocupación.

Cassandra alzó su mano para tocar el rostro de Sebastian y acariciar su mejilla.

"No sirve de nada. No me queda tiempo", dijo ella con voz entrecortada, casi en un susurro. Sebastian notó las lágrimas empezando a desbordar de sus ojos.

"No", se apresuró a decir Sebastian, "No puedes morir". Las lágrimas le bañaban el rostro ahora, sintiéndose completamente impotente.

"Tengo algo importante que decirte", dijo Cassandra.

"No hables. No malgastes fuerzas". Sebastian quería ir a buscar ayuda pero sabía que quizás no podrían hacer nada.

"Es importante. Siempre te he dicho que te encontré en el bosque cuando eras pequeño", empezó a explicar Cassandra, "y que nadie nunca te reclamó. Pero esa no es la verdad"

Sebastian abrió sus ojos antes las palabras de Cassandra. Aunque no quería que gastara fuerzas ahora quería saber la verdad que le había ocultado desde que era pequeño, pero Cassandra estaba muy malherida. Era mejor que no hiciera ningún esfuerzo.

"Schss. Eso ahora no importa. Ya me lo contarás más tarde", dijo Sebastian mientras intentaba reprimir sus lágrimas, mirando como Cassandra hacía un esfuerzo por seguir hablando.

"Debajo de mi cama hay una losa suelta en el suelo. Hay algo allí para ti. Me gustaría tener más tiempo", dijo Cassandra con la voz rota, mientras empezó a toser. Sebastian se asustó al ver como escupía sangre de sus labios.

"No hables por favor", gritó. Sebastian no pudo evitar romper a llorar ruidosamente.

"No llores cariño", susurró Cassandra mientras pasaba su mano por el rostro de Sebastian para secar sus lágrimas. "Estoy tan orgullosa de ti". Cassandra le sonrió antes de pasar su mano por el cabello de Sebastian. De repente, la mano inerte de Cassandra cayó desde su cabeza y Sebastian vio como sus ojos dejaron de brillar, tornándose en dos ópalos negros sin vida. Un grito desgarrador salió de Sebastian que hizo eco en la profundidad del bosque.