-¡Por aquí, pequeño!

Extendió su blanca mano hacia el Lucario que le miraba estupefacto. La gente alrededor, en las extensas calles de Ciudad Castelia, caminaba apresurada por llegar a sus destinos.

Embobado, Lucario se quedó mirando el rostro de su entrenadora. Sonriente, de bellos ojos cafés que parecían ser más expresivos que las mismas palabras, la dulce chica tomó la pata de su pokémon entre su mano. Los ojos color rubí del bípedo se ampliaron en sorpresa, y bajo el pelaje azulado, su piel comenzaba a tornarse roja a la altura de las mejillas.
-¿Todo bien, Neil? –la preocupación en su voz hizo que Lucario volviera en sí

Sacudiendo su cabeza como si intentara quitarse polvo o escombros, que en realidad eran pensamientos, Lucario le hizo saber que estaba perfectamente bien.

Un pequeño apretón en la pata del pokémon por parte de ella y, sin más, comenzaron la caminata.

Guiado por ella, Lucario no perdió tiempo de divisar a las demás personas y pokémon. Abundaban tanto las sonrisas como los rostros severos. Sus orejas se movieron al escuchar un alboroto cerca de ahí.

Los gritos y berrinche de un niño frente al puesto móvil de Casteliaconos le llamaron la atención. Hipnotizado por la escena, su mirada se fijó en el firme agarre de la madre del pequeño quien, con un fuerte tirón, alejó al niño del puesto en medio de jaloneos.

Leaf alcanzó a mirar a la madre y al niño alejándose, con ésta regañándole. Una risa nerviosa salió de ella. Estaba lista para seguir su camino, pero al sentir que su pokémon se había detenido otra vez, volteó a verle.

Lucario seguía mirando hacia el puesto de helados. Entre las personas haciendo fila, diviso a una pareja adolescente. Probablemente en una cita, el muchacho tomaba con firmeza la mano de su amada mientras ella señalaba el sabor de helado que quería. El dulce olor a fresa le inundó la nariz.
-Ah, eres como ese niño –comentó Leaf, con atención a su pokémon –Quieres helado ¿eh? Nos serviría algo dulce después de estar caminado tanto tiempo

Nuevamente le guío entre la gente, pero los pasos de Lucario eran pesados. ¿Acaso él era tan molesto como un niño berrinchudo?

Al momento en que ellos se acercaron al puesto, la pareja estaba alejándose. Lucario siguió mirando el agarre de sus manos: entrelazadas de una forma extraña para él. Miró hacia la mano de Leaf y su pata: la mano de su entrenadora cubría su pata como la mano de aquella madre. Entreabrió un poco el hocico. ¿Sorprendido? Dolido.
-Neil, ¿de qué sabor quieres? –preguntó, trayéndolo nuevamente a la tierra

Lentamente miró hacia el puesto móvil, buscando olfatear aquél dulce olor de hace momentos. Al encontrarlo, señaló en la dirección de manera inocente. Ella asintió.
-Dos de fresa, por favor

Mientras la chica que les atendió realizaba su trabajo, el pokémon siguió mirando a la entrenadora. ¿Qué tanto tenía que no podía dejar de verla? Desde hace tiempo, desde que nació, su entrenadora lo era todo para él.
-Tenemos chispas de chocolate, chicles, caramelos pequeños…
-Ah, el chicle suena bien
-¿Y para el pokémon?

Neil miró los tarros con confites para acompañar su helado manjar. Apuntó hacia el tarro con chicle, justo como su entrenadora.
-Parece que tu Lucario y tú son muy unidos –comentó la otra, con gran sonrisa –Es bonito ver a entrenadores y pokémon que se llevan bien
-Lo tengo desde que nació. Por supuesto que lo quiero mucho

Lucario sintió que el agarre de Leaf desaparecía. Estaba pasmado por no sentir su cálida mano sobre su pata. Pero esa sensación de abandono desapareció cuando sintió la mano de Leaf sobre su hombro, acercándose más hacia ella en un abrazo de costado.
-De todos ¡es al que más quiero!

Con una risilla, los conos de helado fueron entregados, al igual que la paga de la joven trabajadora. Neil tomó torpemente el suyo, mientras Leaf parecía experta en la sujeción de conos de helado. Lucario estaba emocionado. Y más cuando, sobre su pata libre, sintió la mano de su entrenadora otra vez.

Caminaron hacia la Plaza Central, con el atardecer acercándose. Lucario quedó maravillado al ver la enorme fuente al centro del parque. Las gotas que se escapaban de la fuente tenían, por momentos, un brillo sin igual.
-Bonita, ¿no? –escuchó a Leaf decir –Se dice que ésta fuente une a los entrenadores y pokémon

De un mordisco, terminó con el crujiente cono con residuos a fresa. Ahora era él quien guió hacia la fuente con la idea de lavarse y quitarse el dulce pero pegajoso residuo. Separaron su lazo físico, y metieron las manos dentro de la fuente para sacar un poco de agua. Las gotas que saltaban fuera de la fuente no brillaban tanto como su entrenadora.

Las orejas del pokémon percibieron otro sonido. Dirigiéndose a lo que sea que producía risas, encontró a otra pareja de enamorados abrazándose. Lucario sintió una extraña envidia recorrerlos. Miró hacia su pecho, observando fijamente el pico que sobresalía. Puntiagudo, frío. No tenía ninguna utilidad para él. Volvió hacia la pareja, y luego, hacia su entrenadora. Estaba humectando su rostro con el agua que recogía de la fuente. Se resolvió como nunca antes.

El puño de Lucario comenzó a ponerse naranja y pronto se envolvió en llamas. Leaf percibió esto. Ideas pasaron por su mente, pero no pudo actuar rápido.
-¡Neil!

Retrocedió cuando su pokémon, de un solo tajo, cortó el pico en su pecho.

El objeto hizo un sonido metálico al caer, sonido que fue mayormente acallado por las aguas de la fuente. El puño regresó lentamente a su coloración natural, sin las llamas cubriéndole.

Parecía estar liberado de algo, pero no sabía de qué. Recogió agua de la fuente, echándola hacia el pecho para enfriarle. Pero a pesar que estaba enfriando su cuerpo, en su interior había cálida emoción. Leaf no entendía qué pasaba con él.
-¿Todo bien contigo?

Lucario asintió. Y sonrió. Dio un paso hacia ella y, sin aviso, se lanzó en un abrazo.
-Así que por esto te cortaste ese pico –su pokémon le apretó un poco más, avergonzado

Dulcemente, le rodeó con sus brazos. Lucario sintió el cálido cuerpo de su entrenadora junto al suyo, como cuando era un Riolu.
-Yo también te quiero, Neil