-Muy bien, solo un poco mas- oyó decir a la partera, al otro lado de la puerta, justo antes de oir a su esposa gimiendo de dolor a través de sus dientes, mientras luchaba por traer al mundo a su primogénito. El hombre camino frente a la puerta, ansioso, y entonces… un debilísimo llanto infantil se oyó, solo para ser seguido por el grito horrorizado de la partera. El hombre abrió la puerta violentamente irrumpiendo en la habitación, su sonrisa desapareciendo al instante de su rostro.

-que sucede?- gruñó. La partera lo miró, con el horror aun grabado a fuego en sus pupilas, y dejó caer la manta que cubría al recién nacido. El padre de la criatura trastabillo medio paso hacia atrás, jadeando ante el horror que representaba el rostro del niño; carecía por completo de algo que pudiera llamarse nariz, sus planas fosas nasales eran similares a las de un reptil, y tanto su completa frente como su ojo y mejilla derecha estaban absolutamente deformados, además, carecía de pestañas y ceja en aquella zona, y finalmente sus ojos, aunque lo enfocaban a la perfección, tenían el color del mercurio, que harian a cualquiera creer que estaba ciego.

-Mi hijo ha muerto al nacer- sentenció el hombre, mirando a aquel aberrante y antinatural niño con profundo desprecio, tras recomponerse del shock; al tiempo que le lanzaba unas monedas a la partera- desaparece esa…esa cosa de mi vista-.

La joven partera cubrió a la criatura y se apresuró fuera de la habitación, dejando a un hombre silencioso y una mujer sollozante en la cama.

La joven miró a su alrededor, era muy temprano, aun no había amanecido y se encontraba en medio de un basural escondido en un lejano paraje en las afueras de la ciudad. Rápidamente, protegida por las sombras, se agacho y deposito al bulto que llevaba en brazos entre un cumulo de basura.

-No puedo tener tu sangre en mis manos, me falta valor- dijo, oyendo los suaves sonidos del bebe- pero con tu rostro…créeme es mejor morir hoy, por frio o por perros, que la vida que te espera. Esto es un acto de compasión- murmuró, intentando convencerse a si misma, incapaz de desenvolver al niño y ver de nuevo aquel rostro que ya estaría en sus pesadillas. Nunca había visto nada igual.

El llanto del pequeño rompió la calma de la noche, mientras la sombra de la partera se alejaba al trote, sin mirar atrás.