Diclaimer: Axis Powers Hetalia y Harry Potter no es de mi propiedad.
Advertencias: Spoilers de la primera guerra del universo de Harry Potter. Ambientado antes de la caída de Voldemort.
La pareja principal es, como siempre, Francia/Inglaterra (sin importancia del orden). Hay otras parejas, de corta aparición. También hay uso de las nyo.
Llevo mucho tiempo alejada del mundo de HP, así que cualquier error… mil disculpas.
Capítulo 1
1981.
Lo primero que hizo al pisar la tierra, fue cerciorarse de tener todos sus miembros en su debido lugar, luego buscó a sus hermanos con la mirada. Estaban cerca de él, sanos y completos. Su miedo a desmembrarse no era descabellado, una Aparición a tan larga distancia significaba mucho empleo de magia, poder y control; su nivel de dificultad incluso ponía en aprietos a magos experimentados. Y él, Arthur, sin duda lo era.
El sitio al que habían llegado era verdoso. Un campo inmenso de cosechas y vida bucólica, sin el menor rastro de magia, para su alivio. Estaba harto de la sociedad mágica, ansiaba desaparecer más que nada en este mundo. Eso era lo que había hecho llegado a un punto donde o permanecía en Londres bajo riesgo de muerte o huía y echaba a perder toda su valentía mostrada hasta entonces. El no se consideraba un cobarde, pero sabía cuándo acababa su temeridad y comenzaba a trabajar su instinto de supervivencia. Les hizo una seña a sus hermanos, Peter, Matthew y Emily. De ellos, Emily era la mayor con quince años de edad, le seguía Matthew con catorce, Peter apenas contaba con diez años. Su madre había muerto el año pasado por una fiebre de dragón que no había tenido modo de curarse. El, no el mayor pero sí el más responsable, fue el encargado de seguir adelante con la familia.
-¿Y ahora? –preguntó Emily, mirando a su alrededor menos asustada de lo que parecían sus dos hermanos menores.
-Sigamos por este camino –dijo Arthur, señalando un pasaje de tierra bastante rústico, que seguramente era usado por los muggles de la zona para andar a pie-. Recuerden mantener sus varitas escondidas, por ahora no usaremos magia.
Además, él necesitaba recuperarse de una Aparición extraordinaria. Por ello caminaron despacio, como si todos fueran conscientes de ello. Arthur ponía su empeño en observar la naturaleza del lugar, al que pronto debería considerar si tomarlo como su nuevo hogar o seguir adelante hacia otro sitio muggle. Francia debía albergar lugares cómodos para una familia pequeña. Y estaba lejos del Señor Tenebroso, por ahora, era su principal atractivo.
Solo se detuvieron para descansar por poco tiempo, antes de reanudar su camino. Si sus cálculos no le fallaban, debían estar cerca de Charroux, el pueblo al que había escogido como primer destino. Lo eligió porque unos antepasados suyos ya habían vivido en ese lugar en la Edad Media; gracias al recuerdo familiar esa estancia se había mantenido en la memoria de todos, por si acaso algún día necesitaban de ella.
No tenía muchas expectativas en cuanto al mantenimiento de la casa. Después de décadas de abandono, agradecería que se mantuviera en pie. Estaba consciente de la diferencia abismal que habría entre ella y su cómodo hogar encantado en Londres.
Un grito lo sacó de sus pensamientos. En realidad, eran varias exclamaciones en un idioma hasta ahora desconocido (seguramente, dado dónde estaban, sería francés). Se puso a la defensiva en cuestión de segundos, sacó su varita y se colocó delante de sus hermanos en dirección a donde provenía el alboroto. El miedo cruzó sus caras como si volvieran a estar en peligro, en casa, como si no se hubieran alejado en lo más mínimo.
Sin embargo, el instinto le dijo a Arthur que no era esa clase de amenaza al que se estaba enfrentando ahora. Matthew fue el segundo en relajarse.
-Parecen gritos de ayuda, ¿estará en problemas?
-No es nuestro asunto –respondió Arthur-, sigamos.
-¿Lo vamos a dejar como está? –saltó Emily, quien pasada la alerta afloraba en ella su lado dominantemente Gryffindor-. Eso está muy mal, ¿qué pasaría si el mundo dejara pasar siempre los pedidos de ayuda de los demás?
Arthur rodó los ojos, sin intenciones de discutir con alguien tan terco. Para su desgracia, se encontró en desventaja al ser tres contra uno.
-Bien, bien, ustedes ganan, pero yo voy adelante y, si es muy peligroso, nos retiramos. No estamos para sustos innecesarios.
Encabezando la marcha, seguido de una muy decidida Emily y un curioso Peter, divisaron al poco tiempo a un hombre rubio que parecía muy agitado. El problema fue obvio una vez estuvieron lo bastante cerca para verlo: el hombre estaba recogiendo ropa ya seca (que habría lavado en las cercanías) y el viento, que agitaba su vestimenta y sus largos cabellos, los había esparcido por los alrededores. Ahora se encontraba en la labor de recuperar lo perdido.
Emily soltó una carcajada de alivio, pero Matthew fue más atento y se acercó al individuo con cierta timidez.
-¿Necesita ayuda, señor? –preguntó.
-¿Eh? –El desconocido, sobresaltado, lo miró con desconfianza-. ¿Quién eres? No te había visto por aquí nunca.
Arthur murmuró rápidamente un hechizo de comprensión de lenguas, que permitía tanto hablar y entender por un corto período un idioma desconocido. Era muy útil, pero complicado de realizar y no siempre se tenía éxito. Muchas veces le ocurrió que, queriendo comprender el alemán, acababa hablando mongol y asustando a sus oyentes.
-Somos viajeros que estamos de paso –dijo Arthur, adelantándose-. Escuchamos unos gritos y pensamos que alguien estaba en problemas, pero veo que estás bien.
-Ah, eso. En realidad sí estoy en problemas, debo recoger toda esta ropa y llevarla a casa de mi patrón a tiempo o de lo contrario me veré en aprietos –le explicó-, pero el viento lo ha desperdigado, ¿quién sabe si no se habrán vuelto a ensuciar?
Arthur lo miró de arriba abajo. Estaba claro, pese a lo atractivo del rostro, que era un mero campesino, pobre y sin gracia. Estuvo a punto de dar media vuelta y seguir con su camino, pero sus hermanos decidieron hacer su buena obra del día. Matthew se ofreció a ayudarle, Emily le siguió seguramente pensando que aquello guardaba cierta heroicidad, Peter lo vio como un juego y se les unió. El desconocido aceptó la ayuda muy feliz de tenerla, explicándoles luego en dónde creía que habían ido a parar las prendas.
Refunfuñando, Arthur se recostó en un árbol y los observó ir y venir. No pensaba que fuera a acabar pronto, por lo que tuvo deseos de emplear un accio. Cuando el muggle se descuidó, lo hizo en un murmullo. La ropa llegó sin mayores problemas a la cesta donde estaba acumulada la demás. Dejó que los otros descubrieran solos que ya no había más ropa que buscar.
-Vaya, parece que todo está en orden –dijo el muggle, revisando, para después dedicarles una sonrisa agradecida-. ¡Muchas gracias! No sé qué habría sido de mí sin ustedes. Entonces, ¿en realidad se encuentran de paso? Se hace muy tarde y es mejor que vayan a buscar la posada para pasar la noche. Déjenme acompañarle al pueblo.
-Prefiero ir… -Arthur iba a decir solo, pero su hermana se le adelantó.
-¡Eso está muy bien! Por cierto, me llamo Emily –se presentó la chica, mientras el hombre levantaba la cesta y comenzaban a caminar. Matthew y Peter se presentaron a su vez y entre los tres presentaron a Arthur, quien no disimulaba su malhumor.
-Yo soy Francis, Francis Bonnefoy –dijo el muggle-, y estoy encantado de conocerlos. Por cierto, me han dicho que son viajeros pero ¿de dónde vienen? Usan una ropa muy curiosa, jamás la había visto.
Se refería a las túnicas, prendas habituales entre los magos. Arthur se había resistido toda su vida a usar ropa muggle, por considerarla un atentado a sus principios. Ahora que lo pensaba, representaría un problema para pasar desapercibido en el pueblo. ¡Maldición! ¿Por qué no lo había previsto?
-Somos…
-Nuestra procedencia no te incumbe –dijo Arthur, cortando a su hermana-. No intentes saber más sobre nosotros, Bonnefoy, no te diremos nada. Ahora, una vez lleguemos al pueblo desaparece de nuestra vista. Ya nos has hecho perder el tiempo por tu incompetencia.
-¡Hermano! –protestó Emily, pero Arthur la instó a dejar de quejarse y caminar.
A partir de esto, el trayecto fue corto pero incómodo. Francis se despidió con sequedad de ellos y desvió su ruta hacia, lo que se veía, una mansión tanto antigua como inmensa. Arthur deseó poder vivir en un lugar como ese, aunque supusiera el mantenimiento de empleados muggles. Cuando lo perdieron de vista, Arthur se apresuró a trasladar a sus hermanos a un pequeño callejón.
-Rápido, cámbiense y pónganse esto –Les mostró prendas muggles que había ocultado en su túnica.
-Se las has robado –señaló Emily, incrédula.
-Si lo quieres ver de ese modo –dijo Arthur, sin que la acusación le pesara-. Nuestra ropa es muy llamativa y lo que tenemos que hacer es camuflarnos entre ellos, con ella nuestro plan fracasa desde el principio. Vengan, he tomado lo necesario para ustedes, hasta hay un vestido para ti, Em.
Emily parecía tan ofendida que no miró el vestido cuando lo tomó entre sus manos. Arthur invocó un encantamiento que los desaparecía momentáneamente a la vista de los no-mágicos, de modo de poder cambiarse sin ser atrapados. Tuvo que encoger la ropa de Peter para que le quedara más o menos decente; los pantalones de Matthew se caían. Sin embargo, a Arthur le quedó bien lo que tomó para sí. Una vez listos, Arthur terminó el hechizo y salieron del callejón.
Era un pueblo que consistía, mayormente, en una calle muy larga con pocas bifurcaciones. Charroux seguía siendo medieval, sin haber crecido para modernizarse. Arthur se sintió trasladado en el tiempo. Al llegar a la posada, los atendió una mujer amable, gorda y rubia, de mejillas rojas, quien parecía muy feliz de tener nuevos inquilinos.
-No viene mucha gente por esta época, ¿sabe? Ahora tengo a los de siempre, más unos pocos turistas, no muchos. ¿Cuántas habitaciones van a querer?
-Una, con dos camas.
-¿Tan poco? Creo que la señorita estaría mejor en una habitación aparte.
-No. No es necesario –repuso Arthur.
Al final, consiguió que su pedido fuera escuchado y tuvo su habitación. Cuando la posadera los dejó en ella, solos, Arthur se apresuró a acomodarla según sus necesidades, mientras sus hermanos observaban con curiosidad. Amplió las dos camas hasta hacerla espaciosa para dos personas en cada una.
-¿Quiénes serán los demás inquilinos? –preguntó Emily.
-No lo sé, pero hay que conseguir ropa y dinero muggle –dijo Arthur-, antes de que pida el pago.
Emily asintió, sentándose en la cama hechizada.
-¿Lo volveremos a robar?
-¿Tienes una idea mejor?
-No realmente. Tal vez podamos hechizarlos para que nos den lo que queramos.
-¿Qué diferencia habría con robarla? Debe haber otro modo… ¡Peter, no saltes en la cama! Igual, cuando nos acomodemos en nuestra casa, no necesitaremos de nada muggle.
-¿Al final nos quedaremos aquí?
-Por ahora, es lo mejor. Luego ya veremos qué hacer.
Matthew se había acercado a la ventana, observando a través de ella la poca animosidad nocturna. Era un pueblo tranquilo, parecido a él. Pensó en los amigos que había dejado en la caótica Londres, en los muchos chicos sangre sucia que estaban en peligro a causa del movimiento mortífago. Como si fuera un pensamiento compartido, se sintió en todos una pesadumbre, como si la presencia de aquel peligro los alcanzara incluso en aquel lugar tan alejado de todo.
-¿Habrán magos en este pueblo? –preguntó Matthew.
-Habrá que averiguarlo –dijo Arthur.
El no quería que sus hermanos compartieran con muggles por más tiempo, pero no servían la cena en las habitaciones. Se vieron obligados a bajar y sentarse junto a los demás. Era indignante y tenía ganas de lanzarle cruciatus a todos, pero no tenía mayor opción. En la mesa se sentó un hombre ruso, de nariz inmensa, que los saludó con una vocecita bastante dulce para semejante cuerpo. Se llamaba Iván y estaba allí de vacaciones. Luego tenían una pareja que veraneaban también, un hombre alto y delgaducho llamado Toris y una chica baja, rubia y de ojos verdes que se había presentado como Felicia. Luego llegaron los huéspedes habituales, un estudiante de derecho, de aspecto serio, y otro que era ayudante del boticario del pueblo.
Los cuatro hermanos comieron en silencio sin intentar involucrarse en la conversación del resto, por lo demás, estos eran lo suficientemente ruidosos como para que su silencio pasara casi desapercibido. Cuando acabaron, no se quedaron para la sobremesa. Con un gesto, Arthur les indicó que subieran a la habitación.
Una vez allí, Arthur fue directo en sus aclaraciones:
-No intimen con muggles. Intenten pasar de ellos lo más que puedan. Tampoco hablen con extraños, no sabemos si el Señor Tenebroso ha ampliado su radio hasta los países vecinos. Hasta donde sé, estaba a punto de hacerlo.
-Ya sabemos las precauciones –se quejó Emily-, han sido meses de lo mismo.
-Es una pena –reveló Matthew, inseguro- que incluso estando tan lejos no podamos relajarnos.
-Ya habrá tiempo para ello. Mañana iré a nuestra casa. Ustedes se quedaran aquí entonces, no sabemos en qué estado puede estar. Recuerdo que una vez, un amigo mío fue a su casa de verano y se la encontró infestada de Bundimun.
-¡Qué mal suena! –exclamó Peter-, ¿si encuentras un Diricawl nos los quedamos como mascota?
-Vayan a dormir –terció Arthur.
Prácticamente los obligó a acostarse. Con la varita a su lado, sin descuidarse en ningún momento, durmió junto a Peter mientras Matthew y Emily ocupaban la otra cama. Repasó lo que haría mañana: revisar la casa, hacerse con dinero y ropa muggle. Hubiera deseado poder avisar a sus otros hermanos que se encontraban a salvo, pero por seguridad se había decidido romper toda comunicación. James y los gemelos habían preferido quedarse para luchar junto a la Orden del Fénix. El, en cambio, se había inclinado por proteger a su familia.
Además, no se imaginaba peleando a muerte contra sus antiguos compañeros. ¿Qué pasaría si alguna vez se encontraba con Malfoy, por ejemplo? ¿O algún Black? Y entre los Black que se habían unido a la causa del Señor Tenebroso, estaba Bellatrix. Sin duda, le costaría enfrentarse a ella dejando antiguos lazos a un lado. Sí, había huido, pero él no iba a poner en peligro la vida de sus hermanos menores, no iba a perder a nadie más; ya había sido lo suficientemente insolente al rechazar unirse a los mortífagos. Había sido acusado de traidor a la raza, de simpatizante de muggles, como si el hecho de no soportarlos estuviera ligado al deseo de exterminarlos o, en el caso más benevolente, esclavizarlos.
Arthur prefería seguir manteniendo los dos mundos separados. Con este pensamiento, se quedó dormido.
Continuará.
Sobre los personajes, por si hay alguna duda:
Emily: Fem!USA.
Felicia: fem!Polonia.
