Hace unos meses estaba rescatando viejas ideas apuntadas por aquí y por allá. Éste fic pertenece al tiempo que tuve entre que conseguí La Oscuridad que Acecha y La Luna del Traidor. En general, fue un intento de reflexión sobre lo difícil que tuvo que ser superar lo ocurrido tras La Oscuridad que Acecha.

Espero que disfrutéis con la lectura.

Los Rubíes de Skheglio

Capítulo 1
Rhíminee

La luz de la luna dibujaba la figura de Seregil en el suelo de madera, alargándola hasta lo imposible. Él estaba sentado en el alfeizar de la buhardilla, meciendo una pierna con impaciencia y trasteando con un pergamino en las manos.

El piso superior, secreto, de la nueva posada parecía vacío y ordenado a comparación de lo que alguna vez había sido el subtecho de El Gallito. El suelo era de madera oscura y sólo había una alfombra tejida de colores azules que Seregil había "tomado prestada" de una de las casas que habían ido a visitar para recuperar una bagatela. Había un sofá nuevo frente a la chimenea y un montón de sedas y cortinas colgadas por las paredes, trapos que, como una urraca, Seregil había ido recogiendo y acumulando. Del lado contrario a la chimenea, la estantería y las mesas parecían casi igual de abarrotadas que antaño: cofres medio abiertos, cerraduras tiradas, tornillos y bisagras esparramados, joyas brillantes y papeles y libros apilados o abiertos y tirados.

Alec, que estaba tirado en el sofá, cerró su propio libro y enfocó la vista en su compañero.

— ¿Hoy no vamos a salir?

— Mmmm…

Alec esperó una respuesta más larga, que no llegó.

— ¿"Mmmm" es alguna palabra Aurënfaie que aún no conozco? —preguntó, fingiendo la extremada inocencia que su papel como noble le exigía.

Seregil se giró para enfocarlo, al menos, y sonreír brevemente. El regreso a Rhíminee no le había sentado tan bien como se podía esperar. La larga ausencia del Gato, había hecho que los nobles e intrigantes detuvieran en buena medida sus andanzas o, por lo menos, dejaran de pedir sus servicios y aún habría que esperar un tiempo a que la voz se corriera y el trabajo volviera a desbordarles. Además, la añoranza y la culpabilidad por el Gallito, empañaban sus facciones cuando la vista le coincidía con el negruzco y un poco deformado gallo dorado que alguna vez señaló la entrada y que ahora descansaba en una esquina, o cuando al entrar a la cocina, no le reconfortaba el olor a guiso.

— Yo no voy a salir. No hay nada que hacer.

Alec apoyó los codos en las rodillas y posó la cabeza sobre sus puños cerrados, observándolo fijamente.

— La Duquesa Ami…

— Nada interesante, quería decir —le interrumpió, con un deje de impaciencia.

— Antes te parecían interesantes esos asuntos…

El rubio no estuvo muy seguro de haberlo dicho presa de un impulso o con la intención de hacerlo saltar.

Llevaban tres meses viviendo nuevamente en Rhíminee y Alec temía que la depresión, que se cernía sobre Seregil como un buitre esperando su muerte, cayera nuevamente sobre él. Alec estaba dispuesto a volver a correr tras el moreno, pero no a pasar el miedo y la incertidumbre de que finalmente hubiera huido. Además, sospechaba que esta vez no habría persecución, que simplemente Seregil empezaría a agriar su carácter hasta que el risueño y excéntrico muchacho se convirtiera en un amargado hombre que lo alejaría para siempre de su vida.

Por eso, Alec intentaba vivir con una pasión casi desmedida sus aventuras como el Gato, en busca de que Seregil se empapara de aquella animosidad que alguna vez fue parte de él.

— Antes, Alec, no es ahora.

Esperando, tal vez, una continuación hiriente, Alec guardó silencio mientras lo miraba con atención. Pasaron unos segundos así, y cuando el moreno iba a volver a abrir la boca, Seregil dejó caer el pergamino y se puso en pie.

— Venga, vamos… A pasear o a lo que sea. Hoy el Gato no va a salir, pero…

Y rumiando algunas palabras más, Seregil tomó una capa y le arrojó otra a Alec, saliendo con impaciencia de la buhardilla.

Alec, por supuesto, le siguió.

Caminaron hombro con hombro por las calles sinuosas de la ciudad, sin destino ni conciencia, en silencio. Vigilados por la luna menguante y los gatos curiosos se perdieron entre los pliegues de las casas y anduvieron entre los gremios de orfebres y costureros. En algún punto, cansados o aburridos, se sentaron sobre una tapia alta, que delimitaba un solar vacío cerca de la Calle de las Luces.

Como si de la continuación de una conversación se tratara, Seregil explicó repentinamente:

— De todas maneras no podemos corretear por ahí la noche antes de partir. Sería arriesgado y contraproducente.

Mientras intentaba ubicar a qué se refería, Alec se preguntó desde cuando "arriesgado" y "contraproducente" no eran sinónimos de "inevitable" y "divertido" en el lenguaje del Aurënfaie.

— No creo que recuperar unos pendientes suponga un gran peligro para el Gato… —murmuró finalmente.

Seregil lo miró fijamente, un poco enfadado, como solía mirarle en las últimas semanas, pero decidió cambiar de tema.

— Mañana, a medio día, tenemos que estar listos para salir. Cuanto antes atrapemos a ese ladronzuelo, antes Thero nos dejará en paz —rumió al final.

— ¿Cuánto crees que nos llevará?

Hacía dos días, Thero se había puesto en contacto con ellos, como representación de la Oresta, para pedirles que detuvieran a un ladrón bastante sanguinario, que estaba atemorizando a algunas aldeas cercanas a Rhíminee. Ahora que no gozaban del favor real, Alec y Seregil recibieron eses encargo de buena gana y, tal vez por ello, sin hacer todas las preguntas necesarias.

— Yo diría que no más de cuatro días… no es un gran ladrón, si después de tres asaltos ya lo tenemos casi localizado. Aunque sigo sin creer que sea una buena idea separarnos…

— ¡Vamos! Deben ser las dos aldeas más cercanas de toda Eskalia. Si no nos separamos y nos dirigimos ambos a la aldea equivocada, habremos condenado a la otra.

— Y si nos separamos y resulta ser una pieza complicada, tú…

Seregil se detuvo abruptamente, sintiendo la mirada azul de Alec quemarle las pupilas. Hacía semanas que su relación estaba un poco tirante, el mal carácter de Seregil no ayudaba y cada vez se volvía más impaciente. Pero después de la decisión, tomada conjuntamente por Alec y Thero, de separarse en aquella misión, sentían que andaban por el filo de un cuchillo, siempre al borde de caer y romper en una terrible discusión en la que ambos sabían bien el guión.

Seregil temía que a Alec le sucediera algo. Cualquier cosa.

Y Alec temía que Seregil lo considerara un estorbo o un inútil.

— Volvamos —sugirió finalmente el moreno— se acerca la madrugada y yo empiezo a tener las manos heladas.

Con pesadez, Alec asintió observando cómo descendía de un salto elegante la tapia y se colocaba la capa, buscando su calor.

— Venga —apremió desde el suelo— tomaremos un baño caliente al llegar.

Con cierta duda, bajó también del muro y persiguió a su compañero por las calles, sin estar seguro de si ese "tomaremos" lo incluía como parecía ser. Hacía semana y media que Seregil había detenido cualquier tipo de relación física entre ambos. En parte, Alec sabía que era culpa suya, su educación Dálnica le impedía absolutamente ser lo suficientemente coqueto o varonil como para propiciar él la mayor parte del encuentro. No estar seguro de si Seregil lo secundaría, hacía el resto.

Cuando finalmente alcanzaron La Nutria y El Ciervo Alec pudo comprobar que el baño caliente sí era para ambos. Y que la invitación se extendía a la bañera, el suelo y, finalmente, mientras despuntaba el sol, al lecho.

La hora del desayuno ya había pasado cuando Alec abrió los ojos. Desde la otra sala, llegaba la luz del día atravesando el hueco de la puerta de la alcoba, que sólo estaba tapado por un cortinaje pesado y recogido.

El aíre de la buhardilla se sentía un poco bochornoso, fruto del baño caliente y de la chimenea encendida toda la noche. Esparcido por la cama, el pelo oscuro de Seregil había empapado las sábanas y la almohada, al tiempo que había entumecido el lado derecho del cuello de Alec.

Amodorrado, el chico rubio estiró la espalda, todavía pasando el brazo diestro bajo el hueco del cuello de Seregil. Bostezó y volvió a acurrucarse frente al moreno.

— Si te has despertado no te vuelvas a dormir —le regañó con voz cantarina y los ojos todavía cerrados.

— No veo que tú estés muy por la labor de levantarte

— Mmmm… es posible —Seregil abrió los ojos, que se encontraron de frente con los azules de Alec— pero no tienes que copiar en todo al maestro, talí.

Con vergüenza, el muchacho se sonrojó un poco. La palabra talí guardaba una magia, tal vez fruto del misterio de no tener una traducción exacta o de su antigüedad, que todavía sacaba un poco del azoro de Alec. Mucho más, cuando hacía meses que no la oía.

— ¡Ajá! —exclamó el moreno— ¡pero mira eso! Parece que los dálnicos aún podrán hacer algo con tu alma, después de todo —lo besó sorpresiva y rápidamente en los labios, antes de levantarse de la cama y desperezarse— aunque no deberías seguir sonrojándote, talí, o un día verás que te he atado a esta cama… o a cualquier otra, la más cercana.

Y con un humor alegre, Seregil volvió a internarse en el baño, ajeno a su cuerpo desnudo paseando por la habitación. Alec se sintió realmente afortunado cuando su compañero regresó a la habitación para arrastrarlo a la bañera nuevamente.

Salieron de Rhíminee con un poco de retraso, después de haber recibido algunas bendiciones de Magyana y unas preocupantes palabras de Thero. El joven mago, que se sentía turbado por el asunto de aquél violento ladrón, había llegado a sospechar aquella noche que no se trataba de un simple maleante sediento de sangre. De momento, había atacado tres aldeas, a las que había diezmado y desvalijado. Eran aldeas relativamente cercanas a la ciudad y, tal vez por eso, había llamado tanto la atención entre la población. Si el ejército no estuviera ocupado en otros menesteres y si la reina Phoria estuviera más predispuesta a gobernar que a mantener la corona sobre su cabeza, las tropas de Eskalia habrían intervenido.

Pero Thero había encontrado un hilo común entre aquellos poblados a parte de la cercanía entre sí. Parecía que todos guardaban parte del tesoro dividido de un antiguo hechicero que, habiendo coqueteado con las Artes Oscuras y a un paso de la Nigromancia, había sido asesinado años atrás. Debido a que sus posesiones no se habían empapado lo suficiente de magia negra, la tercera Oresta había concurrido que sacarlas de un ámbito mágico diseminaría su poder y las haría inocuas con el paso del tiempo. A cambio de guardarlas durante ese periodo, las aldeas finalmente tomarían posesión de ellas, haciéndose considerablemente ricas.

Las notas guardadas sobre aquello hablaban de cinco pueblos guardianes de rubíes, más dos últimos fragmentos que habían sido arrojados al mar, con intención de que nunca volviesen a reunirse. Thero decía que se trataba de siete rubíes del tamaño de un puño cerrado, bañados en sangre de recién nacido durante todas las lunas nuevas de un año. La Oresta no había investigado mucho y sólo se conocía que su poder todavía era pequeño.

Pero estas preocupaciones no tenían gran fundamento, salvo la casualidad. O eso habían sugerido Thero y Alec antes de partir, por ello, a pocos kilómetros de la puerta de la ciudad, Seregil rumiaba sólo y con el ceño fruncido.

— "Puede ser simple casualidad", "si veis algo inquietante partid y regresad", "no creo que haya un gran peligro" —imitaba con voz aflautada las palabras de Thero.

Alec suspiró y entornó los ojos, dispuesto a pasar todo el viaje a caballo en silencio.

— Tú tampoco te libras —le espetó de pronto— "son aldeas muy cercanas, son objetivos sencillos", "si tanto te ha costado encontrarlos, es posible que ya nadie recuerde el suceso"… eso debe de ser cierto, los magos mueren muy jóvenes ¿quién iba a recordar algo ocurrido hace sesenta años?

— ¿Y qué problema hay si es así? —espetó, ya enfadado el chico— ¿no nos hemos enfrentado a cosas peores?

— ¿Y cómo acabaron esas cosas? ¡Con Nysander muerto y tú encerrado durante siglos!

— Y tú completamente a salvo ¿no? —murmuró en un gruñido, no dispuesto a entrar en una discusión justo antes de una misión— no es momento para que hablemos de esto. Si tanto te preocupa, el próximo encargo lo discutiremos solos, los dos, hasta que estemos satisfechos con la forma de llevarlo a cabo.

Dividido entre el enfado y el arrepentimiento que las palabras de Alec le habían despertado, Seregil asintió y torció la cabeza, continuando todo el camino en silencio.

Cuando llegó el atardecer, desmontaron de los corceles y se adentraron un poco en una zona boscosa, buscando un lugar resguardado y tranquilo donde cenar y pasar la noche. A la mañana siguiente, según sus cálculos, llegarían a la bifurcación de caminos y estarían en las respectivas aldeas para la hora de la comida.

En pocos movimientos, desataron a los caballos y extendieron mantas a las raíces de un árbol grueso. Seregil murmuró algo y desapareció con dos recipientes para traer agua. Podrían haberse alojado en una posada en el pueblo anterior, pero no querían que nadie los recordase posteriormente, estaban bastante seguros de que el ladrón trabajaba sólo, pero no podían asegurarlo.

Alec sacó algunas viandas de su morral, un poco de pan, queso y carne seca, además de una piedra de fuego, que envolvió con las mantas para darles calor. Al poco oyó volver a Seregil y aceptó gustoso el agua que le ofreció. El moreno trasteó un momento, antes de sentarse junto a él y mirar con poco aprecio la carne seca extendida frente a ellos.

— Es lomo de cerdo. Está bueno —avisó con cansancio el más joven.

En respuesta, Seregil hizo un ruido inteligible y se encogió de hombros, tomando pan y queso.

— No quiero carne ahora… —dudó un momento, masticando un poco de queso, entonces se aclaró la voz y calmadamente continuó— He pensado que prefiero ir yo a la aldea de la izquierda.

Entre ofendido y curioso, Alec lo enfocó.

— ¿Por qué?

— Porque es la siniestra, va más conmigo que con tu cara inocente.

Suspirando, Alec decidió que le daba exactamente igual, así que se encogió de hombros, con una muda aceptación. A su gesto, Seregil asintió complacido y terminó de comer. Después, se refrescó un poco con el agua que había traído y se deshizo de parte de sus ropas, antes de tomar lugar entre las mantas. Sin hacer caso a la colocación de éstas, separadas en dos lechos juntos, hizo y deshizo hasta que sólo fueron un revuelo y él ocupaba el centro.

Cuando terminó, Alec recogió las sobras y se quitó la capa y el chaleco de cuero que llevaba sobre la camisa. Abandonó las botas en las raíces del árbol y buscó lugar entre las mantas. No bien se había tumbado, mirando hacia el lado contrario, cuando Seregil había pasado ya un brazo sobre su cadera y se había acercado a su espalda. Esperando alguna palabra del moreno, Alec permaneció despierto larga parte de la noche.

Nunca escuchó nada.

A la mañana siguiente, Seregil parecía estar de peor humor, o la falta de sueño había hecho que Alec lo consintiera menos y los nervios estuvieran a flor de piel. Con cuatro palabras parcas, atendieron a los caballos y recogieron el campamento después de un frugal desayuno en aquél amanecer ya frío y un poco brumoso, pues el otoño llamaba a las puertas.

Remontaron el camino en dirección norte durante gran parte de la mañana, cruzándose con dos carromatos tirados por bueyes, que parecían estar trasladando a dos familias completas. En entendimiento, Alec y Seregil cruzaron una mirada: posiblemente huían de otro ataque de aquél ladrón que había desvalijado ya tres aldeas y había dejado tras él un reguero de sangre y mutilaciones. O eso se decía.

— Entonces tú a la izquierda.

La voz de Alec pareció sorprender un poco a Seregil, que había mantenido la visto fija en el camino pero los pensamientos desperdigados.

— Mmmm… —asintió el moreno— sigue sin gustarme que nos…

Pero sin esperar a que terminara y con el ceño fruncido, Alec tiró de las correas de su caballo y lo hizo girar, adentrándose en el camino de la derecha sin mirar atrás.

Ardiendo de rabia -y preocupación- Seregil escupió al suelo como un vulgar marinero y espoleó a su propio jamelgo en dirección contraria, hacia la aldea de la izquierda.

Ninguno invocó la suerte de los ladrones.


Espero que os haya gustado, yo disfruté mucho escribiendo éste primer capítulo. No tengo beta, así que espero que no haya demasiados gazapos.

Por cierto, actualizaré todos los martes a esta hora más o menos, a no ser que me surja algo de último momento.

¡Muchos besos!