PRINCE OF PERSIA: ENGAÑO
Prólogo
Se ha hablado mucho de las leyendas de las Arenas del Tiempo. Muchas son las historias que se cuentan sobre ellas y los seres mitológicos que están ligados a esta extraña fuente de poder. Sin embargo, ningunos son tan temidos como dos en concreto. Uno de estos seres es la Emperatriz del Tiempo. A simple vista, la Emperatriz no aparenta ser más que una hermosa joven inofensiva. Pero la verdad es muy diferente. Cuando el tiempo comenzó y la Línea del Tiempo nació, se creó un espíritu de enorme poder que, entre otras cosas, podía controlar el tiempo mismo, manipularlo a su antojo. El espíritu estaba formado por las Arenas del Tiempo, de donde recibía semejantes habilidades. Cada 100 años, los Dioses se reunían para ver qué tal iban las cosas en el mundo de los mortales. El Espíritu de las Arenas del Tiempo fue aceptado en la familia de los Dioses como Diosa del Tiempo. Los siglos pasaron y el mundo de los mortales fue evolucionando. Sin embargo, un día la Diosa del Tiempo, aburrida de ver cómo los otros Dioses podían usar su poder mientras ella no, decidió mover algunos hilos en la Línea del Tiempo, alterando sucesos, destruyendo pasados. Sin que los otros Dioses se enterasen, tomó forma de una hermosa mujer y bajó al mundo de los mortales, seduciendo a diferentes monarcas para luego provocar una guerra entre los Reinos y ver como se destruían los unos a los otros. Pero los demás Dioses la descubrieron y la despojaron de su cargo de Diosa, y como castigo, la obligaron a vivir entre los humanos en aquella forma humana que utilizó tantísimas veces para provocar el mal. Sus poderes quedaron reducidos y fue relegada de su cargo de Diosa hasta que su vida en la tierra cesase. Pero no era tan simple. Si quería recuperar su puesto, debería hacer algo por los humanos a los que tanto daño ocasionó antes de morir, y entonces su espíritu quedaría libre de aquel cuerpo. Sin embargo, el orgullo de la Diosa del Tiempo era superior a ella, y continuó creando el caos en el mundo de los mortales, acabando con los humanos. Se ganó una reputación de vil y despiadada asesina, y ella misma se autoproclamó la Emperatriz del Tiempo. Los Dioses, viendo que su plan no funcionaba, decidieron aplicar un castigo más severo, enviando a la ahora Emperatriz del Tiempo a una Isla perdida en el mar, aislada de todo contacto. Allí quedó confinada la Diosa del Tiempo, encerrada en el cuerpo de la Emperatriz. Los años pasaron y creó su propio ejército de criaturas de Arena. Algunos humanos que supieron de la existencia de aquella Isla viajaron allí en busca de la cabeza de la Emperatriz, pero gracias a que el poder de mirar en la Línea del Tiempo aún estaba en sus manos, podía anticiparse a sus enemigos y acabar con todos ellos.
El otro ser es el Dahaka, el Guardián de la Línea del Tiempo, un ser grotesco, oscuro, de cuyo vientre brotan enormes tentáculos que arrastran a su presa hacia el interior de la nube de oscuridad que le rodea para luego engullirlo y hacerlo desaparecer. Este ser no tiene otro objetivo que el de velar por la seguridad de la Línea del Tiempo, línea donde se encuentran escritos los hechos por ocurrir y los ya ocurridos en el transcurso de la historia. Pero no siempre ha sido así. Hace mucho, este ser aterrorizaba los pueblos de diferentes reinos, sediento de sangre. Con un aspecto de dragón con decenas de cabezas, este ser no tenía rival. Lo destruía todo a su paso, desplazándose de un lugar a otro oculto bajo el mar, buceando a sus anchas en el medio que más adoraba, hasta que un día se encontró con un barco en el que viajaba una mujer de tremendo poder. El Dahaka trató de destruir aquel navío y a los navegantes que viajaban en él, pero aquella mujer le superaba. Como castigo por semejante afrenta, tras vencerle, la mujer condenó al Dahaka, convirtiéndolo en la criatura que se muestra en los murales de los escritos y templos, nombrándole Guardián de la Línea del Tiempo, y, por tanto, privándolo de su libertad. Pero esto no era todo, también usó un conjuro para convertir aquello que el Dahaka más adoraba en un arma contra él: el agua. Si tocaba el agua, un terrible dolor recorrería el cuerpo del Dahaka. Como cabe de esperar, aquella mujer era la Diosa del Tiempo, cuando aún era libre. Privado de su libertad, el Dahaka esperaba latente a que la llamada de la Línea del Tiempo lo despertase, acumulando todo su odio en su interior. Con el paso de los años el Dahaka comenzó a impacientarse, pues no era despertado de aquel estado de sueño en el que permanecía, y su rabia se iba incrementando.
