NOTA: Bueno, pues aquí estoy otra vez :-P . Este es otro fic romanticón sin mayores pretensiones que las de entretener y pasar un buen rato leyéndolo o, en mi caso, escribiéndolo. Tiene spoilers de la temporada 3 y alguna referencia a cosas que se han anunciado, pero aún no se han visto en la serie. En todo caso, esto es solo una versión fan :).
En principio creo que podré actualizarlo con regularidad, si nada se tuerce. Ah, un último detalle: los títulos de los capítulos serán los versos de una canción de Roxette: "Why don't you bring me flowers", al menos en esta primera parte de la historia. El fic tiene una segunda parte que sigue la letra de otra canción, pero aún no voy a decir cuál ;-).
Un saludo a todos los lectores, tanto los que me seguían de fics anteriores como los que me leen por primera vez. ¡Espero que os guste esta historia!
Había amanecido un maravilloso día soleado en París, pero aún hacía frío. Por eso los alumnos del instituto Françoise Dupont se reunían en corros, justo donde los rayos del sol alcanzaban el patio, para comentar los acontecimientos y cotilleos del último fin de semana.
Todos, menos Marinette, que se había sentado en uno de los bancos, apartada de sus compañeros, mientras garabateaba en su cuaderno de bocetos. Llevaba varios días trabajando intensamente en un diseño, y en esta ocasión tenía una fecha límite para terminarlo. Sin embargo, entre las tareas escolares y sus obligaciones como Ladybug, apenas había encontrado tiempo para avanzar. Y estaba empezando a preocuparse.
Frunció el ceño, pensativa, y examinó de nuevo el dibujo que había trazado sobre la página. Se trataba de un vestido de noche, con cuerpo ajustado, tirantes y falda vaporosa con muchos volantes. Ella tenía una cierta idea sobre los bordados que lo adornarían, pero dudaba en detalles como la cintura o el color de la tela. Suspiró y se frotó un ojo con cansancio. ¿Sería vulgar? ¿Muy cursi? ¿Demasiado recargado? No lo sabía, y lo peor era que le costaba concentrarse porque realmente se sentía muy cansada.
Tampoco ayudaba el hecho de que la irritante voz de Chloé se oyese por todo el patio.
–¡Ridículo! ¡Completamente ridículo!
Marinette suspiró otra vez. No tenía el menor interés en averiguar qué era lo que le parecía ridículo a Chloé en esta ocasión, pero al parecer ella se había propuesto que todo el mundo se enterase, lo quisiera o no.
–¡Esa historia no tiene ningún sentido! –estaba diciendo Chloé–. ¿Por qué iba a regalarle mi Adrián un rosa a esa... esa...?
Las palabras penetraron perezosamente en el cerebro de Marinette, y ella tardó un poco en procesarlas.
«¿Rosa...? ¿Adrián...?».
Lila Rossi respondió algo, pero Marinette no llegó a escucharla. Seguía peleando con su diseño. «Rosas...», pensó, y dibujó algunas flores en la cintura del vestido. Lo observó con gesto crítico. ¿Quedaba elegante o, por el contrario, era un añadido innecesario? Se frotó las sienes, agotada. Le costaba mucho pensar.
–Por favor, no me hagas reír –replicó Chloé–. Que esa borde guardase una rosa seca como si fuese un tesoro no significa que se la hubiese dado Adrián. «Mi» Adrián no va por ahí regalando rosas a cualquiera, ¿sabes?
Marinette frunció el ceño, alzó la cabeza y prestó atención. ¿Había oído bien?
–Bueno, sé que sois amigos desde hace mucho tiempo –respondió Lila dulcemente, aunque Marinette no pasó por alto que había recalcado la palabra «amigos»–. Pero yo estaba allí cuando akumatizaron a Kagami, ¿recuerdas? Se obsesionó conmigo solo porque Adrián me estuvo ayudando con los deberes, ya ves qué cosa. Su objeto akumatizado era una rosa seca, y yo solo digo que probablemente haya una relación...
–¿Relación? ¡Ja! Más quisiera ella –replicó Chloé con desdén–. Solo pasan tiempo juntos porque sus padres se llevan bien, pero mi Adriancito no tiene el menor interés en esa Kagumi... Kugomi o como se llame.
–Kagami –se oyó entonces la voz de Alya, y Marinette vio que se había unido a la conversación.
El corazón le latió un poco más deprisa. Sabía que Chloé sí estaba preocupada por la cercanía entre Kagami y Adrián. Sabía que la versión akumatizada de Kagami había centrado sus esfuerzos en alejar a Lila de Adrián. Sabía que, por una vez, era cierto lo que Lila decía: su objeto akumatizado era una rosa seca, ella misma lo había visto.
Y también sabía que a Adrián le gustaba Kagami lo suficiente, al menos, como para invitarla a salir.
Cerró los ojos, recordando la catastrófica doble cita en la pista de hielo. ¿Y si había habido otras? ¿Y si Kagami y Adrián habían salido más veces juntos, y no solo porque sus respectivos padres tuviesen negocios entre manos?
¿Y si Kagami era ya la novia de Adrián?
Sintió que se mareaba.
–Pero una rosa no tiene por qué significar nada –dijo entonces Alya–. Puede ser simplemente un gesto caballeroso, un detalle amable, sin más. De hecho, las rosas rojas sí son símbolo de amor, pero las de color rosa son más bien una muestra de cariño y amistad.
De pronto Marinette se acordó de Cat Noir y de sus rosas, y sonrió casi sin darse cuenta. Le costaba creer que Adrián y su compañero felino tuviesen aquello en común. Las que Cat Noir regalaba a Ladybug eran siempre rojas, pero la única que le había entregado a la propia Marinette, aquella vez que su padre lo había invitado a almorzar a casa... era de color rosado.
–Esta era roja, seguro –respondió Lila, y el corazón de Marinette se estremeció de dolor.
Adrián nunca le había regalado rosas, ni rojas ni de ningún otro color.
–¡Por favor! –estalló Chloé–. Aún no sabes seguro si esa estúpida rosa se la dio o no Adrián. Y él tampoco tiene por qué saber todas esas tonterías sobre el significado de los colores.
Lila se rió.
–Tienes razón, Chloé, probablemente no sea nada –respondió con suavidad–. Además, si Adrián tuviese novia, seguro que tú ya lo sabrías, ¿verdad?
–¡Por supuesto que sí! –replicó ella.
Una vez más, Marinette se admiró de la astucia de Lila. Probablemente ella era la primera interesada en alejar a Kagami de Adrián, pero se las había arreglado para animar a Chloé a hacer el trabajo sucio en su lugar... sin que la propia Chloé fuese consciente de ello.
Frunció el ceño y trató de centrarse en su boceto, ignorando a sus compañeras. De pronto, las rosas en la cintura del vestido ya no le parecían una buena idea. Las borró, dejando un espacio en blanco en el papel.
¿Rosa o rojo? La pregunta aún martilleaba en el interior de su cabeza. Había sido una duda artística hasta apenas diez minutos antes. Ahora tenía otro significado.
Rojo era el color de Ladybug... y también el de las rosas que hablaban de amor. Como la que, según Lila, Adrián había regalado a Kagami.
Sacudió la cabeza. Sabía por experiencia que no debía creer nada de lo que dijese Lila, aunque ella misma hubiese visto la flor seca en la que se había ocultado el akuma de Onichan.
Rojas eran también las rosas que Cat Noir le regalaba a Ladybug, pensó de pronto.
Tampoco quería pensar en eso, pero su mente tendía a divagar cuando había dormido poco. Y evocó el rostro dolido y decepcionado de su compañero todas y cada una de las veces que ella lo había rechazado.
«Definitivamente, el vestido no puede ser rojo», decidió. «Porque es el color de Ladybug, y cuanto menos me relacionen con ella, mejor».
No tenía intención de ponerse aquel vestido de todas formas. Era solo para un concurso de diseño, y probablemente ni siquiera llegaría a confeccionarlo.
Pero tenía que elegir un color, y su segunda opción era el rosa.
Como la flor que Cat Noir le había regalado a Marinette. El color de la amistad, al parecer.
«Solo una amiga», pensó, y se preguntó de pronto qué sentiría si Adrián le ofreciese una rosa de ese tono. ¿Se sentiría feliz porque él había tenido un detalle con ella, o decepcionada porque no era roja, como las de Cat Noir... como la que atesoraba Kagami?
Gruñó para sus adentros y hundió el rostro entre las manos, frustrada. «Tengo trabajo que hacer», pensó. «No puedo perder el tiempo pensando en flores».
–¿Algún problema, Marinette? –preguntó de pronto Alya a su lado.
Ella alzó la cabeza para mirarla. Su amiga se había sentado a su lado y le sonreía con afecto.
–Sabes que lo de la rosa no tiene por qué significar nada, ¿verdad? –prosiguió–. Lila no sabe seguro si se la dio o no Adrián, y por otro lado...
–No es eso –mintió Marinette–. Es que... –Su mirada se detuvo sobre su bloc de dibujo–. Es que me queda poco tiempo para entregar el diseño del concurso y estoy un poco atascada.
–¿Te refieres al concurso de Gabriel Agreste? –preguntó ella, emocionada–. Entonces, ¿te presentas otra vez este año? ¡No me lo habías dicho!
–No estaba segura de poder participar. El año pasado el certamen fue solo para nuestro colegio, pero este año está abierto a todos los jóvenes diseñadores de París. Y ya no es solo un sombrero, sino un vestido de noche. –Suspiró–. No sé si voy a poder acabarlo a tiempo.
–Déjame ver.
Marinette le tendió el bloc a su amiga, que examinó su dibujo con interés.
–¡Pero si es muy bonito! Aunque está un poco emborronado en la parte de la cintura.
–Ya, es que no sé qué poner ahí.
–Seguro que se te ocurrirá algo, no te preocupes. ¡Lo tienes muy avanzado! ¿Cuándo lo tienes que entregar?
–Bueno, el plazo termina esta tarde, pero...
–¿¡Esta tarde!? –se alarmó Alya–. Pero... ¿ya has empezado a hacerlo, al menos?
–No, no, esta es solo la primera fase. Ahora solo tenemos que presentar los diseños en papel, y el señor Agreste escogerá los mejores. Los que pasen a la siguiente fase sí tendrán que confeccionar el vestido y entregarlo dentro de un par de semanas, creo. –Se dio unos golpecitos con el lápiz en la punta de la nariz, pensativa–. Si no hay imprevistos, en teoría debería tener tiempo para pasarlo a limpio y entregar el diseño a tiempo esta misma tarde, pero...
–¿Cuál es el problema? ¿La cintura?
–Bueno, es uno de los problemas. Iba a poner flores, pero creo que quedará muy cursi.
–No sé, depende del tipo de flor.
–Rosas no –se apresuró a aclarar Marinette, y Alya estalló en carcajadas.
–¡Pero bueno, mira quién «no» estaba escuchando! –comentó con picardía, y Marinette enrojeció y bajó la cabeza.
–Es para el concurso de Gabriel Agreste –murmuró, sin hacer caso a la pulla–. Quiero que sea un adorno elegante, refinado... algo digno de él. ¡Oh! –exclamó de pronto, y su rostro se iluminó con una sonrisa.
Con trazos rápidos y seguros, dibujó un nuevo ornamento en la cintura de su vestido. Después se lo mostró a Alya, triunfal.
–¡Oye, esto queda muy bonito! –exclamó ella–. ¿Qué es? ¿Una flor? ¿Una mariposa? ¿Una flor con forma de mariposa?
–Aún tengo que darle vueltas, pero sí, la idea es que parezca una mariposa.
Alya torció el gesto.
–No sé si me gustan mucho las mariposas –opinó–. Últimamente no causan más que problemas, al menos en París.
Marinette rió.
–Sí, bueno, pero ellas no tienen la culpa en realidad. Es Lepidóptero quien las utiliza para fines malvados, ya sabes. Además –añadió–, la mariposa es la imagen de marca de Gabriel Agreste. Sería un bonito detalle, ¿verdad?
Intrigada, Alya abrió el navegador de su teléfono para confirmar el dato.
–¡Pues sí, es verdad! ¿Cómo es que no me había dado cuenta antes?
–Creo que puede ser una referencia a su apellido, ¿sabes? Hay un tipo de mariposa que se llama Agreste. Su nombre científico es Hipparchia semele.
Alya la miró, perpleja.
–Y tú, ¿cómo sabes eso? ¿Desde cuándo eres experta en mariposas?
Marinette enrojeció de nuevo.
–En mariposas no –se apresuró a responder–. Cómo voy a saber yo nada de mariposas, jajaja –añadió con una risa incómoda–. Solo... investigué un poco acerca de ese apellido en particular, porque, ya sabes...
Alya se rió alegremente.
–Cómo no. Pero en fin, me parece buena idea para tu vestido. Espero que el señor Agreste sepa apreciar el guiño.
Marinette se mostró insegura de pronto.
–¿Tú crees que le gustará? ¿No pensará que es demasiado descarado?
–¡No, Marinette, está bien! No le des tantas vueltas, termina el dibujo, pásalo a limpio y entrégalo. ¡Ya verás como ganas otra vez!
Ella suspiró.
–Aún me queda elegir el color –comentó, mientras hacía unos rápidos retoques a las mariposas de la cintura–. ¿Puedes creer que no lo he decidido todavía?
–¡Eso es raro! Suele ser una de las primeras cosas que tienes claras cuando empiezas un diseño. De todas formas, habría jurado que es un vestido rosa, ¿no?
–¿Qué? –Marinette observó el dibujo con atención, bizqueando un poco, como si estuviese lleno de color y ella acabase de descubrir que era incapaz de verlo–. Si aún no lo he coloreado, ¿por qué dices eso?
–Por los detalles, los adornos... parece algo muy tuyo. Y el rosa es tu color favorito, así que...
–Oh –murmuró ella–. Entonces lo haré rojo.
–¿Por qué? –se sorprendió Alya–. ¿Qué tiene malo que tenga tu estilo?
–Es que no lo estoy diseñando para mí. No voy a llevarlo yo, así que no tiene que parecer «mío». Tiene que gustarle a la persona que vaya a comprarlo, ¿no es así como piensa un profesional?
Su amiga sonrió.
–Marinette, no hay nada de malo en que sea algo tuyo. Es tu obra y tiene que hablar por ti.
Ella suspiró. Imaginó el vestido de color rojo, como el traje de Ladybug. Como las rosas de Cat Noir. Y, de pronto, algo se rebeló dentro de ella.
Sí, era Marinette, y le gustaba el color rosa. Y quería ser vista y valorada, por una vez, como Marinette. Sin esconderse tras la máscara de Ladybug, tras la heroína vestida de rojo a la que todo el mundo admiraba.
«Yo soy yo», pensó, y anotó, decidida el código exacto de su color favorito, que conocía de memoria.
–Pues creo que ya lo tengo –murmuró, y experimentó una breve sensación de vértigo–. ¡Ya está casi acabado! Solo unos pocos detalles, pasarlo a limpio y... ¡al concurso!
–¡Di que sí! ¡A darlo todo!
Mucho más animada, Marinette compartió un choque de puños con su mejor amiga. No creía en el fondo que fueran a seleccionarla. La vez anterior había ganado, sí, y Adrián había desfilado en un pase de modelos con el sombrero que ella misma había diseñado, y la mismísima Audrey Bourgeois lo había elogiado delante de los Agreste... pero Marinette tenía la sensación de que todo había sido un gran golpe de suerte. Al fin y al cabo, solo había tenido que competir contra sus compañeros de instituto. Y por otro lado, aunque Chloé había tratado de plagiar su diseño, solo había conseguido con ello que el señor Agreste prestara más atención al original y valorase mejor todos los detalles.
Pero la nueva convocatoria del certamen estaba abierta a todos los diseñadores de París menores de 18 años. Habría mucha más competencia.
Marinette no tenía la menor esperanza de ganar; pasar a la siguiente fase, de hecho, ya sería todo un triunfo para ella. Pero los ánimos y la alegría de Alya eran contagiosos, de modo que las dos bailaron en el patio, abrazadas y soltando grititos de emoción, mientras los demás alumnos las observaban, desconcertados.
Apenas unos días más tarde, el teléfono de Marinette sonó mientras ella estaba en su cuarto, intentando ponerse al día con los deberes. Lo cogió, sorprendida, al comprobar que se trataba de Nathalie Sancoeur.
–¿Hola? –respondió con timidez.
Por un momento se permitió dejarse llevar por sus sueños más locos: «Señorita Dupain-Cheng, le informo de que Adrián Agreste tiene interés en invitarla a una velada romántica, con sesión de cine, cena a la luz de las velas y muchas rosas rojas. Sus tardes libres son el próximo jueves y el domingo de la semana próxima, pero si no le viene bien, dentro de tres semanas tiene otro hueco, el martes por la noche».
–Buenas tardes, Marinette. –La voz de Nathalie sonaba, como siempre, serena y profesional al otro lado del teléfono–. Te llamo para hablarte acerca de tu participación en el concurso.
–¿El... concurso? –repitió ella, un poco perdida.
–El concurso de diseño del señor Agreste. Enhorabuena: has sido seleccionada para la fase final.
Marinette tardó un poco en reaccionar, dividida entre la emoción por la noticia y la decepción porque, después de todo, la llamada no tenía nada que ver con Adrián.
–Tienes diez días para presentar el vestido ya confeccionado en una gala que se celebrará en el hotel Le Grand Paris, y en la que se elegirá y anunciará el diseño ganador –siguió diciendo Nathalie–. Te envío todos los detalles por correo electrónico, en un documento adjunto.
–S-sí, de acuerdo –logró decir ella por fin–. Muchas gracias.
Se despidió de Nathalie y puso fin a la llamada. Se quedó un momento mirando el teléfono, perpleja, aún sin asimilar lo que acababa de suceder.
–¡Marinette! –exclamó entonces Tikki, volando hasta ella–. Es una gran noticia, ¡felicidades!
–Sí –susurró ella. Parpadeó, luchando por volver a la realidad, y echó un vistazo al calendario, preocupada–. Pero aún tengo que hacer el vestido... y presentarlo... ¡y nada menos que en una gala! –gimió, cubriéndose el rostro con las manos–. Va a ser un desastre, Tikki.
–¡No! Pero ¿por qué dices eso?
–Porque no es como cuando presenté aquel sombrero en el patio del instituto. Será todo muy elegante, habrá mucha más gente... Además, ¿y si no me da tiempo a terminarlo? ¡Ni siquiera he comprado la tela!
Tenía reconocer que, después de haber entregado el diseño, se había desentendido del concurso, casi convencida de que no la iban a seleccionar.
–Bueno, no te rindas antes de empezar –le aconsejó Tikki–. Tú puedes trabajar muy rápido si te lo propones. Y no vas a dejar pasar esta oportunidad, ¿verdad?
Marinette sonrió, un poco más animada.
–¡Por supuesto que no!
