Cuando desperté de mi letargo, asustado y perturbado por el estado de anagnórisis en el que me hallaba en esa noche de invierno abisal, daba pasos irregulares, como esquivando abismos: la demencia espacial era ya una implicancia de esta metamorfosis perceptiva; pero es acá donde traté de hacer un esfuerzo sobrehumano por mantener esta dialéctica, este vínculo schmittiano dentro del morfo que veo en el espejo, un morfo que se distorsiona y se difumina con el paso del tiempo.

''Me enfermas, pero es que te adoro demasiado''.

Ahora que estás dentro de mí, debo de cuidar con detalle tus rasgos más genéricos. La otredad que habita en mi infinito psicológico te mantendrá a salvo de condicionantes externos. Un día lucirás esa cabellera negroazulada, penetrando la inmanencia ontológica de la realidad corruptible con esos fieros y ocasos que tienes por ojos, el place será periférico cuando aparezcas, adoptando escalas policromáticas que se inmolen por tu existencia; mientras que yo no estaré, y como no estaré, no habrá necesidad de ser nombrado, sin embargo, me permitiré ser pretencioso diciendo que asumiré mi rol inefable para que tu emerjas.

Cuando he pecado de reduccionismo solipsista y no puedo hacer otra cosa que perennizar tu arjé, me doy cuenta de que ha llegado el límite de la antinaturalidad natural del hombre, esa que nos emancipa de la enajenación que obnubila a todos los elementos naturales. Y pasarán los días, pasaremos nuestros días como una visión sugerente y ambigua que no podrá ser corrompida. De alguna manera, sobreviviremos, incluso si se acaba el mundo, dentro de nuestro universo autopoiético, y crecerás, y crecerás como una entropía hasta renacer en cuerpo y alma.