Supuestamente es todo de Meyer.

Participa en el reto Devolver la dignidad, del foro El lobo, la oveja y el león.


Breathless

(Cuando ella se quedaba sin aliento, jadeando, él reía con su risa dorada, y ella le golpeaba para luego suspirar. Porque cada respiro le pertenecía a él ahora)


La libertad que Leah sentía al ser loba era inexplicable.

Amaba correr por el bosque a cuatro patas, cubierta de su pelaje gris plata. Adoraba romper todo a su alcance; astillar los árboles cercanos, hundir la tierra que pisaba, demoler las rocas a su alrededor.

Porque Leah era destrucción.

Era tornado en una ciudad nublada y ventosa; era huracán en una pequeña y húmeda isla; era maremoto en medio del océano frío y solitario.

Ella era odio, rencor, veneno, dolor, furia, sufrimiento. Ella quitaba el aliento a todos. Ella era corrosiva.

La única vez que su corazón había amado, éste había obtenido a cambio un golpe seco que lo destruyó en millones de trozos irreparables.

Pero ahora podría llegar a cambiar.

Alguien había insistido, hasta lograr que el tornado cambiara a una brisa caprichosa en una tarde templada; hacer del huracán un pequeño vaivén de olas que se chocan en el mar, debido al viento; que el maremoto amainara a una simple y solitaria ola en el extenso océano.

Edward había logrado reunir aquellos millones de trozos de su corazón, y los había juntado, no reparado, pero los mantenía juntos para sedar al menos un poco aquel dolor.

Él no era lo que ella necesitaba, pero ayudó a calmar su desolación.

Ella no era lo que él amaba, pero sentía algo que con Bella no podía. Algo que no podía describir.

Cada vez que ella dejaba de respirar porque él la besaba con salvajismo y sin razón aparente, el vampiro sonreía complacido.

- ¿Quieres matarme, sanguijuela? -ella le había dicho.

- Me encanta cuando dejas de respirar, cuando te quedas sin aliento. Te ves muy adorable -respondió, con esa endemoniada sonrisa suya.

- Pues yo no puedo vivir sin respirar, idiota

- Lo sé, y eso es una lástima -y volvió a atacar los labios ardientes de ella.

Porque ella había admitido (A regañadientes, pero lo había hecho en su interiores, y por consecuente él lo había oído) necesitarle. Y él estaba dispuesto a correr el riesgo.

Cuando ella se quedaba sin aliento, jadeando, él reía con su risa dorada, y ella le golpeaba para luego suspirar.

Y cuando ella le insultaba, él la tomaba bruscamente de la cintura y devoraba sus labios de fuego, quitándole el aire.

Porque cada aliento le pertenecía a él ahora.


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M.C.