Nota de la autora: Soy un estudiante de español en los Estados Unidos y mi español no es perfecto. Por favor ten paciencia conmigo. Me gustaría comentarios sobre mi usa del idioma y que errores hayan, si hay. ¡Gracias!

Nota para las autoridades: No soy Tamara Pierce.

Estamos muy elevados. Muy, muy elevados. No sé si yo pueda quedarme aquí por mucho tiempo. Definitivamente no sé si pueda comer cuando esté a esa altura loca. Pero Domitan y yo ya hemos traído toda nuestra comida aquí para la cena en el aire libre que Domitan me prometió. No quería decirle que no cenaría con él, pero ahora eso me parece un error. No me gusta estar tan elevada.

- Kel . . . ¿estás bien? - dice Dom dulcemente.

- No me gusta estar a esa altura - admito en voz baja. - No me siento cómoda. -

Mi novio me mira con una expresión un poco triste. - Pero, Kel, ¡es tan bonita! ¡Tienes que ver! ¡Mira! - Él toma mi mano en la suya y me guía hasta el fin de la pared en que estamos. Me cierro los ojos. - ¡Mira! - dice otra vez.

No quiero mirar, pero no puedo evitarlo. Abro los ojos y miro a la ciudad. Tengo que admitir que Domitan tiene razón: es tan bonita. El sol está bajándose y los nubes tienen muchísimos colores: rosas y oranges y amarillos y rojos de miles de tipos diferentes. Toda la ciudad está baja nosotros; las luces están empezando a encender en los edificios y las casas. Todavía hay mucha gente en las calles, andando, comiendo, comprando miles de cosas, y hablando. Algunos andan muy rápidamente, como si tuvieran mucha prisa, pero otros caminan a paso de tortuga.

- Tienes razón - susurro a mi novio. - Es muy bonita. -

- Mira allí, Kel - responde, señalando con el dedo a la izquierda. - La fortaleza es muy linda por la tarde, ¿no? -

Miro en la dirección de su dedo. – Sí - digo, y es la verdad. No hay mucha luz, excepto de la luz roja del sol que todavía ilumina los árboles que están delante de la fortaleza, pero la luz roja por las hojas de los árboles es muy bella.

Todo está bajo nosotros. Miro a las personas, que parecen tan pequeños desde aquí, y las casas, que parecen como juguetes para niños. Hay tanta gente en todas partes, y los otros edificios de la ciudad reflejan la luz roja del sol. Todo es muy bonita.

Luego miro directamente abajo, y de repente me siento enfermo. Retrocedo algunos pies hacía atrás, para poner distancia entre yo y el fin de la pared. De repente no quiero estar tan cerca de él. - He mirado bastante - digo. - ¿Podemos comer en el centro del pared? -

- Sí quieres - dice mi novio, tomando mi mano otra vez. - Pero yo te tengo. No te vas a caer. Sabes eso, ¿verdad? -

Por favor, ¡hágame comentarios!