Los personajes no me pertenecen. Son obra de Akira Toriyama.

Atención, contiene lemon en el segundo capítulo. Si eres menor, no sigas leyendo

Atravesado por un rayo de luz azul, Goten se giró hacia la figura que acababa de pasar delante de él justo cuando se disponía a salir del trabajo.

— ¿Bra? – logró apenas musitar-

Al escuchar su nombre, la princesa tornó sobre sus pasos para averiguar quién la había llamado. No creía haberse cruzado con ninguna cara conocida (pero, claro, hacía años que no regresaba a Capital del Oeste más que para visitar a sus padres en las fiestas de guardar) y vio a un chico de algo más de treinta años. Al principio no lo reconoció. Pero, entonces, esos alegres ojos negros le trajeron olvidados recuerdos del pasado.

— ¿Goten? ¿Eres tú? ¡Kami, no te había conocido! Ha pasado tanto tiempo. ¿Cuánto? Quizá unos… -comenzó a pensar dubitativa-

— Cinco años –respondió él al instante, dejándola sorprendida- ¿Qué ha sido de ti en todo este tiempo? Tu hermano me dijo que te habías ido a la universidad de Capital del Este

— Así es. Este año terminé por fin mis estudios y decidí volver a casa para buscar trabajo aquí

De repente, sin motivo aparente, se sintió sonrojarse y bajó la cabeza mirando al suelo. Conocía a Goten desde siempre. Cuando ella nació, él ya estaba a su alrededor. Aunque, en realidad, nunca se habían tratado con mucha profundidad, pues él sólo se dedicaba a corretear delante y detrás de Trunks por Capsule Corp, haciendo los dos de las suyas. Cuando Bra empezó a interesarse por algo más que muñecas y ositos de peluche, la edad que les separaba en aquel entonces era demasiado grande (y eso que siempre había sido muy madura): Goten llevaba cumplidos los veinte años de largo, mientras que ella era tan sólo una cría que acaba de iniciarse en la adolescencia.

Sin embargo, algo había cambiado, algo era diferente ahora. Ya no lo veía como un ser completamente ajeno a su mundo, un pequeño trasto con patas (sonrió quedamente al recordar esos días). Era como estar ante alguien a quien tratar de tú a tú. Lo sentía… casi como a un igual.

Goten notó que Bra se ruborizaba "vaya, espero no haber dicho nada que la haya molestado", pensó desconcertado. No quería que se fuera, deseaba seguir hablando con ella; le había traído tantos recuerdos. Sin embargo, hubo un tiempo (un largo, largo tiempo) en el que casi no había reparado en su existencia, cuando Trunks y él eran uña y carne, y las jornadas se contaban por las que había entrenamiento o por las que había batalla. ¡Qué gran época! No recordaba lo vivo que le hacía sentirse la lucha. Aunque, bien mirado, no estaba mal vivir sin que la Tierra corriera el riesgo de ser destruida un día sí y otro también.

Pero, ahora, la miraba y era como si el tiempo se detuviera. ¿Desde cuándo Bra tenía ese brillo a su alrededor? Es decir, ella siempre había sido una chica atractiva (no en vano, en su entorno más cercano, todos la llamaban cariñosamente "princesa"; también él a veces, más que nada para chincharla) pero ahora era mucho más que eso. Era como si por cada poro de su piel (¿desde cuándo se veía tan blanca y suave?) exhalara una esencia, un halo que la envolvía y la hacía irresistible. No quería, no podía permitir que se marchara, así que cambió de tema con la esperanza de que dejara de sentirse incómoda.

— ¿Y qué me dices de tu querido hermanito? ¿No es increíble que vaya a casarse? –acertó a decir-

— ¡Sí! En casa estamos como locos con la noticia. Me alegro tanto por ellos. Ya les iba tocando. Trunks y Mai llevan juntos desde hace una eternidad.

— ¡Y tanto! Aún me acuerdo del día en el que se conocieron. Fue cuando aparecieron por primera vez Whis y Bills. Éramos sólo unos críos. ¿Sabes que me ha pedido que sea su padrino?

— ¿En serio? Pues eso es estupendo, porque yo voy a ser dama de honor de Mai, así que podríamos quedar alguna vez para organizarles algo especial para la boda –en cuanto terminó la frase se quedó desconcertada consigo misma, ¿desde cuándo estaba tan interesada en quedar con Goten?-

— Eeh, pues… -Goten no podía creer lo que acaba de escuchar- Claro, cuando quieras –tenía que aprovechar esa oportunidad; no quería, no podía dejar que aquella fuera la típica frase que se dice por llenar el silencio- Ahora mismo acabo de salir de trabajar y me dirigía a casa para cenar, ¿quieres que nos detengamos en algún sitio y tomemos algo mientras se nos ocurren algunas ideas?

Bra sintió que se quedaba sin palabras. ¿Eso era una cita? ¿Qué le iba a contestar? No estaba segura de adónde llevaba esa proposición. ¡Diantres! Ella nunca había sido esa clase de chicas que van pidiendo citas a los chicos. Es más, nunca le faltaron candidatos que rogaran por su amor. Pero lo cierto era que había sido ella quien había propuesto verse a solas y si ahora le decía "no" quedaría un poco raro.

Además (y esto era lo que más le costaba reconocer, por encima del hecho de haber sido ella la que se hubiera lanzado), tenía una extraña sensación, como si algo la anclara a sus pies, como un imán atraído irresistible e irremisiblemente a una lámina de hierro. ¡Y menudo hierro! La verdad es que se podía observar perfectamente, debajo de su camisa blanca, el trabajado cuerpo de Goten, sólido y hercúleo. Desde su más tierna infancia, sólo podía recordar hombres que respondían a ese canon: su padre, el príncipe Saiyajín; su hermano; los amigos de la familia (Goku, Gohan, Yamcha, etcétera) y, por supuesto, Goten. Aunque nunca antes había reparado en él de esa forma... Decididamente, como algo que corriera por sus venas sin poderlo controlar o explicar, le atraían los hombres fuertes y con un aura de poder.

Y, antes de que se diera cuenta, brotó de sus labios un "sí".

Quince minutos después, Bra y Goten se encontraban dentro de un pequeño restaurante sentados uno enfrente del otro. Algo más tranquila que durante su encuentro fortuito, la princesa observaba atentamente cada rasgo del hijo menor de Goku. Ya no llevaba esos ridículos pelos que descuidadamente había dejado crecer durante su adolescencia. Lucía un corte actual que le sentaba bastante bien. Eso sí, podía verse que hacía tiempo que ningún peine pasaba por ellos; pero eso le gustaba ya que así mantenía el aire atolondrado que recordaba de él y no pudo evitar que una sonrisa se escapara de sus labios.

Cuando hablaba, gesticulaba mucho, moviendo arriba y abajo sus manos, unas manos grandes y firmes que, para su sorpresa, parecían hechas de algodón, listas para acariciar con la mayor suavidad, sin rastro alguno de cicatrices o durezas producto del entrenamiento. Ella conocía lo que era la batalla y sabía perfectamente cómo eran las manos de un guerrero: recias y ásperas, nada que ver con las de Goten, promesa de ternezas.

De sus finos labios manaban, como miles de centellas, sonrisas que la cegaban a cada momento y que morían para nacer al instante, ora tímidas, ora amplias, todas sinceras, cálidas, cercanas. Pero lo que de verdad la atrapaba eran sus ojos, los mismos que tan útiles se habían mostrado para revelar su identidad. Estaban llenos de vida y, a la vez, eran tan oscuros que la noche a su lado parecía alba. No; no podía dejar de mirarlos y beber de su alma a través de ellos.

— … total, que le comenté a Trunks, "tío, si lo vas a hacer, al menos hazlo bien"…

¿Qué demonios estaba diciendo? Por la cabeza de Goten pasaban miles de ideas inconexas; sería sorprendente que alguna de las frases que soltaba tuviera sentido. Parloteaba como un mono desde que ella empezó a mirarlo tan fijamente una vez sentados. Era extraño, no recordaba la última vez que había estado nervioso delante de una chica y eso que había salido con bastantes. Pero ese tiempo hacía mucho que había pasado, ya no era el rompecorazones de antaño. Y ahora, delante de Bra, se sentía torpe, casi como un novato.

Lo cierto es que la princesa había llegado a la edad adulta con total esplendor. La última vez que la había visto ella tendría… ¿dieciséis, diecisiete años? Se preguntaba en qué momento había pasado de ser una consentida niña de papá a una belleza digna de la envidia de los dioses.

Sus azules cabellos, océanos de amor, estaban adornados por una cinta roja y caían ligeramente a la altura de sus hombros. Se veían tan sedosos que apenas resistía el ardiente deseo de alargar sus manos a ellos y acariciarlos hasta el final de los días. Sus labios (no podía mirarlos sin sentir un escalofrío recorriendo su espina dorsal), carnosos y rosados, parecían estar hechos para amar, un hogar en el que buscar refugio tras la batalla, augurio de pasión.

Y sus ojos, esos ojos… Cada segundo que pasaba se ahogaba más y más en ellos. Eran de un azul intenso, al igual que sus cabellos; como cuando el cielo toca con el mar, azul contra azul. Sólo quería hundirse en ellos, beberlos todos y bucear en su alma.

— Ya, mi hermano es un caso –reía ella, dulce música- pero, ¿qué hay de ti?

— ¿De mí? –se sorprendió por su repentino interés en él-

— Sí, ¿cómo te van las cosas?

— Ya sabes, nada del otro mundo. Cambié la montaña Paoz hace unos cuantos años por Capital del Oeste. Desde entonces trabajo en unas oficinas, aunque Trunks y yo estamos hablando últimamente sobre montarnos algo por nuestra cuenta

— Supongo que continúas con la chica esa… ¿Cómo se llamaba? ¿Parus?

— Sí, Parus. No, qué va -¿acababa de hacer ella un gesto de alivio o estaba soñando?- Aquello terminó hace mucho tiempo. No tenía futuro. ¿Y tú qué? ¿Has conocido a alguien especial en la universidad?

— Ciertamente se conoce a mucha gente en la universidad… -¿esa cara de Goten era de malestar o es que se estaba atragantando con la comida?- Pero nadie interesante. ¿Sabes? A veces siento como si… -dudó continuar; no sabía si estaba preparada para abrir su corazón- Déjalo, es una tontería

— ¿Pero qué dices? No me puedes dejar así. Además, te habrás cansado de escuchar las tonterías que soltábamos tu hermano y yo cuando entrenábamos juntos en Capsule Corp, ¡vaya par de pringados que éramos! Creo que es justo y merecido que digas las que quieras ahora

Los dos rieron al unísono. Ella pensó que se estaba tan bien a su lado. Era curioso, en las pocas horas que llevaban juntos se sentía como si hubieran creado una intimidad y complicidad que nunca dieron atisbo de presencia cuando críos.

— Está bien, está bien. Verás es que a veces siento como si… mi lugar no estuviera en este mundo.

Él alargó su brazo instintivamente, sin pensarlo, y tomó a Bra de la mano. Por primera vez en toda la noche, ella apartó los ojos de Goten. Sentía como la sangre le subía por el pecho hasta el rostro. Sí, sus manos eran tan suaves como había imaginado.

— Te parecerá que me estoy quedando contigo, Bra, pero te juro que esa sensación de la que hablas es la misma que he tenido yo toda mi vida –le respondió muy serio-

— Quiero decir –de repente, las palabras se le agolpaban-, siempre pensé que cuando acabase la universidad me casaría con mi novio de toda la vida, que tendríamos hijos y seríamos felices para siempre. Pero en todos estos años no he conocido a nadie que me interese lo más mínimo, como si mi suerte estuviera en otro lugar, en otros brazos

Cuando pronunciaba las últimas palabras, sin saber bien qué la impulsó a ello, volvió a alzar su mirada y sus ojos se encontraron con los de Goten. "Este es el momento que, sin haberlo sabido, llevo esperando toda mi vida. No puedo estropearlo ahora. Tengo que lanzarme. A por todas", pensó el guerrero. Notaba que el corazón le iba a mil por hora y le latía en las sienes, por donde corría una gota de sudor. Tragó saliva. Ahora o nunca.

— Quizá… quizá era nuestro destino, Bra. Es decir, tanto tú como yo hemos tenido diversas parejas y, aunque parezca raro, lo cierto es que ninguna prosperó. Tal vez era lo que tenía que pasar para que llegara este momento en el que nos encontramos los dos, sin compromisos, sin nada más que perder… solos tú y yo

— ¿Quieres decir…? ¡Oh! Yo… no lo sé -¿eso era real, estaba escuchando lo que estaba escuchando?-

— Piénsalo, Bra –"ahora o nunca", se repetía para infundirse valor-, en cierta manera, no pertenecemos a este planeta, nuestra sangre es mitad saiyajín. No es de extrañar que nos sintamos fuera de lugar e incompletos. Sólo… sólo dame una oportunidad para llenar tu vacío y tú el mío. Bra, sé que esto puede sonar una locura pero desde que te he visto esta noche yo… he sentido… que mi búsqueda había terminado. Dime… que tú también lo has sentido

Lo que sentía Bra en ese momento era que se iba a desmayar de un instante a otro. Goten tenía razón, ¿¡qué clase de locura era esa!? "Él es el mejor amigo de mi hermano, me ha visto crecer... Si casi se podría decir que es de mi familia. Y no quiero ni imaginar cómo se pondría mi padre si se enterase: '¡Con el hijo de Kakarotto!', ¿es que no había otro hombre en la Tierra?', me diría con toda seguridad", pensó la princesa, abrumada por la situación.

También era verdad (era justo reconocerlo) que toda esa noche estaba siendo una marea de emociones nuevas: primero, esa sensación de encontrarse ante un Goten completamente distinto (atrás quedó el chiquillo travieso y, esperaba también, el veinteañero mujeriego); luego, la propuesta de verse (¡que ella misma había lanzado! Inaudito); después, todo ese tiempo en el restaurante no había logrado (más que en una breve ocasión) apartar la mirada de sus ojos negros, como hipnotizada; para más inri, juraría que se había sentido aliviada cuando él le confesó que ya no estaba con esa tonta de Parus (no sabía por qué pero siempre le había caído fatal); y, para terminar de arreglarlo, cuando él la tomó de la mano sintió detenerse el tiempo y su piel, con sólo recordarlo, se erizaba electrizada.

— Goten…

— ¿Sí, Bra?

— Bésame