Hola, ¡he vuelto! Y sí, sé que tengo un fic empezado y que no lo actualizo desde navidad pero las cosas como son, se me han ido las ideas, no sé cómo seguirlo y de mientras se va a quedar ahí, en el tintero, esperando que la inspiración vuelva pero de momento está pausado.

Esto que empiezo ahora es una idea que ronda mi cabecita desde hace tiempo y espero que os guste de corazón.

Como siempre recordar que los personajes no me pertenecen, ojalá, y que yo solo los tomo prestados para dar forma a mis locas ideas. Sin más disfrutad el capítulo y nos leemos prontito.

CAPÍTULO 1

¿Crees en el destino? ¿En caminos que se entrecruzan? Yo no lo hacía, simplemente no entraba en mi cabeza la posibilidad de no ser una estructura mecánica, tras una máscara de aparente fortaleza que ocultaba las grietas de una vida vacía y sin sentido…

Supongo que debo empezar por donde empiezan todas las historias… El principio. Mi vida no era mía ni desde el momento en el que nací, llegué al mundo en una familia de bien y solo por portar el apellido de los Mills ya había ciertas normas de etiqueta y de saber estar que se me inculcaron desde la cuna.

Creía ser libre mas no era así, había nacido para triunfar, para llegar lejos, sin saber que por el camino acabaría perdiendo mi propia identidad, que sería poco más que un despojo con fama, fortuna y un nombre, sin ideas propias, sin metas que para mi mereciesen la pena, sin sueños por los que quisiera luchar.

¿Cómo empezó todo? Ni yo misma lo sé, supongo que fue la luna, brillando más nítida que nunca, recordándome la oscuridad en la que estaba presa desde que tenía uso de razón. Desde que aprendí a andar y supe que mi camino nunca iba a ser el que deseara, sino el que dictaran para mí, pude rebelarme tantas veces que perdí la cuenta y, al final, acepté la terrible verdad que amenazaba sobre mi, yo nunca sería libre, siempre sería esclava del apellido Mills.

A penas me daba cuenta de ello ¿Sabes? Estaba tan acostumbrada a vagar en tinieblas que no extrañaba la luz, no hasta que la luna acarició mi rostro, brillante y sublime, recordándome que existía la luz pero yo no podía alcanzarla, no sabía cómo hacerlo, todo había perdido el sentido.

Cuando tuve edad suficiente para comprender lo que todos esperaban de mí tuve miedo, ¿Y si yo no era suficiente? Quería conocerme, saber quién era yo sin pensar en todo cuánto debía ser. Me gustaba escribir, podía pasarme horas en mi habitación contemplando las estrellas y escribiendo en un cuaderno, suspirando pues sabía que jamás podría ser más que un mero pasatiempo, mi destino estaba forjado y, me gustase o no, llegaría a ser abogada pues era lo que mis padres siempre habían querido para mi.

Los años de instituto pasaron sin pena ni gloria, sumida en los libros y en las más altas calificaciones, con fines de semana en el club de campo junto a aquellas amigas que mi madre escogió para mi, poco a poco desde el momento en el que vine al mundo ella me moldeó para que fuese su hija perfecta, con notas perfectas, modales perfectos y amigas perfectas… Incluso el perfecto caballero con el que algún día debía casarme para continuar con su modelo de familia perfecta y, en medio de toda esa perfección, mi identidad quedó aplastada y una sola pregunta quedaba sin respuesta ¿Quién era yo?

Terminado el instituto ingresé en la mejor facultad de derecho del País, preparada para convertirme en la más prometedora abogada de mi promoción, preparada para cumplir unas metas que no son las mías con mi voluntad escondida bajo capas y capas de absoluta perfección a aojos de la sociedad y de aquellos que me dieron la vida.

Lo logré ¿Sabes? Conseguí destacar, sobre salir entre los demás, y mientras más brillaba de cara al mundo mi alma más se sumía en la oscuridad.

Estaba quebrada, no había salida, ya no… Una brillante carrera a mis espaldas que no me daba más vida que billetes con los que cubrir más caprichos de los que podía disfrutar, dedicando mi tiempo a trabajar y olvidándome de vivir, me habían inculcado que debía ser la mejor, pisotear a todo aquel que pudiese eclipsarme mas no vivía, solo existía y el mundo, esa noche, decidió pesar más que nunca en mis hombros. Decidí que no aguantaba más, no podía más, esa noche sería el final.

Los zapatos de tacón, escandalosamente caros, repiqueteaban sobre los adoquines de esa acera gris. En mis ojos vestigios de lágrimas, las mismas que me negaba a dejar caer, brillando con fuerza en mis pupilas oscuras. Te juro que intenté dejar mi mente en blanco, vacía como mi vida, como me sentía desde que tenía uso de razón, pero los recuerdos caprichosos bailaban amargando mi soledad, recuerdos de toda una vida dedicada a cumplir las expectativas de los demás, aplastando mis sueños, desterrando de mi misma todo cuanto me hacía especial, quebrándome poco a poco sin comprender que la amargura se adueñaría de mi…

Mis pasos seguros me conducían hacia ese lugar que tantas veces visité sin prestarle importancia. Un puente, sobre el río que en la oscuridad brillaba grisáceo, reflejando esa luz que la luna regalaba, esa luz que ansiaba, que hacía vibrar mi alma… El viento jugaba con mis cabellos negros y obligaba a mis lágrimas a escapar, descendiendo por mis mejillas. Un suspiro salió de mis labios, mi mirada perdida en la inmensidad de esas gélidas aguas que vagaban bajo mis pies, preguntándome cómo sería dejarme llevar por ellas, si lanzarme serviría para demostrarle a mi cuerpo que mi corazón latía, que había vida en mi interior y el silencio, antes mi aliado, se volvió mortífero en mis oídos. Quería gritar, sentirme viva, sentir que podía volar, que merecía la pena seguir levantándome una mañana más, estaba tan cansada… quise darme por vencida, y las voces traicioneras de mi mente me gritaban cuan ruin era mi existencia, sin una sola idea propia, convertida en un muñeco, en un lastre, incitándome a saltar… cuando la escuché, rompiendo el silencio que asesinaba mi alma, una voz dulce y rasgada, haciéndome alzar la mirada.

-Buenas noches.

Ella estaba ahí, delante de mí, sus ojos aguamarina brillantes, su sonrisa sincera y sus rubios cabellos, ondulados. Fumaba tranquila a unos pasos de distancia, mirándome y escrutando mis cansados rasgos. El humo de su cigarro escapaba de entre sus labios cuando su voz volvió a quebrar el silencio y descubrí que era a mí a quien se dirigía, como un ángel salido de la nada.

-¿Tampoco podías dormir? ¿O saliste a contemplar las estrellas?

Durante unos segundos parpadeé, intentando discernir si soñaba, si esa mujer no era una quimera de mi mente, mas ella esperaba una respuesta, con esa eterna sonrisa en los labios.

-Solamente paseaba, ¿Y usted? ¿Se ha perdido?- Mi máscara volvía a estar fija, mis ojos escondían su dolor y las lágrimas, no podía parecer débil ante una completa desconocida y nunca entenderé porque ella continuaba ahí, mirándome, sonriendo, seguía a mi lado quebrando mis nervios y todo mi interior.

-Quizás, aunque no me molesta, me gusta la luna llena- Continuó hablando, mientras sus pequeños pasos la guiaban a mi, al borde del puente donde mis manos, aferradas a la barandilla, se tornaban blanquecinas debido a la fuerza que usaba para no temblar.

Olía a vainilla, pude notarlo porque, a medida que hablaba, se iba acercando a mí, clavándome su mirada aguamarina.

-Me llamo Emma Swan, acabo de llegar a la ciudad y tú eres…-

-Regina Mills-

-Dime Regina ¿siempre que paseas estás triste? O solo esta noche-

-No estoy triste-

-No es lo que parece-

-¿Por qué te importa?-

-No lo hace, solo soy observadora… Miro tus manos agarrotadas, aferradas con fuerza a esa barandilla, con miedo a soltarla y dejarte caer, miro tus ojos teñidos de tristeza, tu voz dura y seca que esconde un grito de súplica y no puedo evitar preguntarme por qué alguien como tú, tan elegante, tan hermosa y a simple vista con una vida tan prometedora, estaría al borde del colapso y porque no te conozco, solo somos dos extrañas charlando bajo la luna-

No sé por qué, quizás fueron sus ojos cargados de sinceridad, esa sonrisa dulce que no la abandonaba, lo que sí sé es que la creí cuando me dijo que ella no iba a juzgarme y, por primera vez en demasiados años, las lágrimas descendieron sin que yo las frenara, mis palabras salieron a borbotones de mis labios, expulsando demonios que ni yo misma sabía que albergaba, contándole a una completa desconocida en medio de la noche como mi vida había dejado de tener sentido, como me ahogaba la oscuridad, como respirar se volvía un suplicio y las fuerzas me abandonaban, como no tenía ganas de continuar, con la mirada perdida en el infinito, esperando que ella desapareciese, que se marchase…

No supe cuánto tiempo había pasado cuando sus manos se posaron en mi cintura y volvió a hablarme, rompiendo mis esquemas.

-¿Entonces no tienes ganas de seguir luchando?

-No, no las tengo, deberías irte, pierdes el tiempo hablando conmigo- Me había quebrado, fue imposible no hacerlo, tantos años luchando por encontrarme y al llegar a conocerme odié lo que vi en el espejo al mirarme.

-Me marcharé si lo deseas, pero antes quiero pedirte algo-

Lentamente sequé mis lágrimas, pensando qué podía querer de mí, cuando su sonrisa llenó mi alma de calor y simplemente dijo:

-Bailemos-

-¿Quieres bailar? ¿Aquí? ¿Ahora?

-¿Por qué no? Ya te has rendido, no te cuesta nada concederle a una completa desconocido un baile bajo la luna.

Perpleja, tomé su mano sobre ese puente mientras ella tarareaba, me dejé llevar por el compás de una melodía desconocida, perdida en la inmensidad de su mirada, al principio avergonzada ante tal extraña petición, sonriendo después ya que, con cada nota desafinada, cada pequeño pisotón seguido de la risa, cada estrofa pronunciada mientras la luna bañaba sus rasgos consiguieron que, por primera vez en toda mi vida, algo tan cotidiano como un baile me hizo sentir que no solo existía, sus manos guiándome siguiendo su compás me recordaron lo que significaba vivir.

Por eso te escribo, tardé en encontrarte pero lo conseguí, Emma tú me regalaste la luz que llevaba demasiados años buscando y jamás podré agradecerte lo suficiente que me enseñaras que podía vivir en ese puente, llámalo destino o casualidad, como prefieras, me gusta pensar que mis pasos me llevaron a ti para aprender otra vez a brillar. Para descubrir que no es tarde para mi, que aun puedo ser el tipo de persona que quiero ser Siempre tuya, Regina.

Sus ojos aguamarina clavados en las puertas de esa empresa donde sabía que ella estaba trabajando. No podía dejar de sonreír dándole vueltas en su mente como llevaba haciendo semanas a esa noche en el puente.

Acababa de llegar a Boston buscando empezar de cero, sus únicas posesiones eran su coche, un Bug amarillo al que tenía demasiado aprecio, na bolsa de ropa y cincuenta dólares en el bolsillo.

Cargada de optimismo y determinación, salió a pasear fumando mientras contemplaba la luna, ese era su pasatiempo favorito en el mundo y, cada vez que llegaba a una nueva ciudad, aprovechaba la tranquilidad de la noche para recorrer sus calles mientras sus pasos la guiaron a ese puente, ese bendito puente.

Recordaba haberla visto de lejos, con ese aura de infinita tristeza que la empujó a acercarse… Sus ojos oscuros, brillando por las lágrimas mientras la luz de la luna acariciaba sus rasgos… Su aliento se cortó al verla un poco más cerca y constatar que era la mujer más hermosa que había visto en su corta vida.

Llámalo destino, o simple casualidad como escribió en esa carta que se arrugaba en sus manos. Acercarse a ella, escucharla, sostenerla, había sido lo mejor que le había pasado y ese baile bajo la luna había llenado sus sueños durante demasiadas noches en las que acababa despertando y caminando al puente buscándola una vez más

Entro al edificio con paso seguro, con el corazón golpenado en su pecho pues había estado muchas veces frente a ese edificio buscando el valor para entrar y, en esos instantes, tenía un motivo para hacerlo, una carta que le aseguraba que su baile no había sido especial solo para ella, que Regina la había estado buscando.

Sus pasos la llevaron directa al ascensor sin escuchar a la secretaria que le gritaba que la señorita Mills estaba ocupada y no podía recibirla sin una cita, más no le importó.

Pulsó el botón que la llevaría al ático con los nervios atacando su estómago y una sonrisa imposible de ocultar. Un susurro salió de sus labios, respondiendo a los improperios de la secretaria aunque esta, a lo lejos, no lo pudo escuchar.

-Tengo una cita con Regina y ya llego demasiado tarde-

FIN