DISCLAIMER: ni CdM ni sus personajes me pertenecen, son propiedad de ChiNoMiko

Soy lo peor, la peste, el mal personificado. SOY UNA IRRESPONSABLE, ICH WEISS. Pero es que no lo puedo evitar, las letras me encantan y mientras intento hacer mi TFG se me vienen ideas a la cabeza y como soy como soy, vengo y las escribo y las publico porque la irresponsabilidad es mi mayor característica.

Y por eso estoy aquí otra vez, con otro nuevo fic (a Dios gracias que Siete Días ya se está terminando) ¿Por qué lo subo? Porque se me ha ocurrido la idea y me pareció tan buena que he querido aprovechar el tirón creativo y subirlo ya, y ya de paso ir afianzando la historia que ocupará el lugar de Siete Días cuando se termine.

Y ya dejo de daros la brasa y os permito que os deleitéis con esta historia.


23 de septiembre de 1840

Querida Nellie:

¡No sabes lo bien que lo estamos pasando en Glasgow! Hemos visitado todos los recovecos de la ciudad, e incluso un día fuimos al teatro. Sabes que no soy muy amante de las tragedias isabelinas, pero lo cierto es que esta que hemos visto bien ha valido la pena. ¡Era todo tan elegante y distinguido!

A Leigh y a mi nos va muy bien. Puede sonar extraño, pero aunque apenas llevemos pocos días casados me da la sensación de que ya llevamos juntos toda una vida. Me siento muy feliz a su lado, hace que todos los días sean especiales para mi. Ojalá tú también encuentres a alguien así pronto, ya sabes cómo deseo acudir a tu boda. Lamenté mucho que no pudieras ir a la mía, pero comprendo que estuvieras fuera de la ciudad y no pudieras acudir. Sin embargo nos ha encantado el juego de té que nos enviaste, ardo en deseos de estrenarlo una vez volvamos a Londres. Tendré muchas cosas que contarte, de modo que espero que puedas reservar alguna tarde para tu vieja amiga.

Cuídate mucho.

Rosalya.

La carta había llegado aquella mañana, cuando Eleanor aún estaba vistiéndose. La leyó con el corazón en un puño, sintiéndose algo culpable por su ausencia en el enlace de su amiga. Ella hubiera querido ir, pero su padre no le permitió tal acto. ¿El motivo? Que una señorita de la alta burguesía no debía tener ese tipo de relaciones con gente de una clase social inferior.

Debía admitir que entendía aquella actitud, pero no la compartía. Rosalya era la hija de la niñera que había criado a Eleanor cuando era una niña. La mujer no tenía con quien dejar a la pequeña por lo que habló con su padre para preguntar si podía traerla consigo, y este, viendo que quizás a su hija le convenía tener a alguien con quien jugar en casa, aceptó. Ambas se habían criado juntas, compartiendo juegos y bromas, de ahí que Rosalya prefiriera llamarla Nellie, diminutivo de su nombre. Era la única persona que seguía llamándola así, pues el diminutivo quedó atrás cuando cumplió los quince, ya casi cinco años atrás.

Aquella fecha supuso un cambio drástico en su relación con Rosa. Seguían siendo amigas, pero la chica debía buscar un trabajo para ayudar a la economía de su familia, mientras que Eleanor comenzaba a entrar en los compromisos sociales londinenses. Era la única hija de la familia Bradwell y su padre estaba como loco intentando encontrarle un matrimonio conveniente, motivo por el cual la hacía acudir a cualquier evento que se realizara.

A ella eso no le hacía especial gracia, pero la educación recibida la hacía asumir su destino con un silencio resignado. Obedeció a su padre acudiendo a todos los eventos del calendario londinense, dejó de frecuentar a Rosalya y se volcó en su aprendizaje de las artes con las que las jovencitas de la época se entretenían. Aunque para esto último había sido un desastre: la pintura se le daba fatal, era una negada tocando el violín, y bailar tampoco se le daba demasiado bien.

─Un pato mareado se mueve con más gracia que tú ─decía su madre en broma cuando la joven, frustrada, maldecía entre dientes su torpeza.

─Algo habrá que hagas bien, sólo tenemos que dar con ello ─afirmaba su padre como contrapunto. Ahora a su progenitor se le había ocurrido que quizás debiera intentarlo con el canto, ya que era de los pocos campos en los que aún no lo había intentado. Sin embargo Eleanor no era muy optimista al respecto y, si bien aceptó probar suerte, ya se estaba viendo venir que iba a ser otro fracaso.

"Total, al final mi padre arreglará un matrimonio con el hijo de algún socio suyo y se acabó. No creo que en ese caso sean necesarias las artes con las que las jovencitas casaderas intentan atraer un marido, de eso ya se encargará mi dote." se decía ella. Su familia era muy rica gracias al negocio textil que su abuelo había iniciado y, salvo el título nobiliario, tenían todas las comodidades y privilegios que podían imaginar.

Guardó la carta en su escritorio mientras la criada intentaba peinar su larga cabellera pelirroja para luego bajar al salón, donde su familia tomaba el desayuno. Tomó asiento en la mesa, sus ojos azules fijos en sus manos, como su madre le había inculcado desde pequeña.

─Buenos días ─saludó con voz sosegada. Sabía que sus padres le daban mucha importancia al protocolo, por lo que ella cuidaba en tener unos modales perfectos.

─Buenos días, Eleanor ─su madre, una mujer de rostro amable y una cabellera pelirroja idéntica a la de su hija, le devolvió el saludo mientras le indicaba al personal que le sirvieran el desayuno a la joven ─¿Has dormido bien?

─Muy bien, gracias ─la chica esperó a que le pusieran delante un plato con huevos para luego empezar a comer con sumo cuidado. Su madre sonrió con aprobación ─De hecho me siento como nueva.

─Bueno, eso es conveniente, teniendo en cuenta que hoy viene tu nuevo tutor de canto ─repuso su padre, un hombre de pelo cano y ojos claros de mirada penetrante.

─¿Qué? ─la joven soltó sin querer los cubiertos, completamente sorprendida ─¿Hoy? ¡Pero si hace nada estabas buscando algún candidato!

─Lo cierto es que fue una casualidad ─su madre volvió a tomar la palabra ─El otro día nos cruzamos en Hyde Park con Emma, tu niñera. Nos estuvo preguntando por ti y he aquí que cuando le mencionamos que buscábamos a un preceptor de canto para ti, nos dijo que conocía a alguien. Tu padre le ofreció el puesto y aceptó, de modo que...

─De modo que ya puedes esmerarte esta vez, Eleanor. No quiero tener que recurrir al dinero para encontrarte un marido.

"Bien podrías no tener que buscarme ninguno y estaríamos todos mejor" pensó ella, pero no fue eso lo que expresó. Se limitó a comer en silencio, masticando las palabras junto con la comida,

─Seguro que esta vez lo hace bien ─afirmó su madre con cierto tono de esperanza.

─No las tengo todas conmigo, Beatrice ─su padre frunció levemente el ceño ─Ya le fue mal con todo lo demás.

─Por eso ahora va a hacerlo bien, William ─dijo ella de forma cortante.

─Eso espero.


Eleanor no dejaba de darle vueltas a la carta de Rosalya mientras esperaba en la sala de música. Su nuevo tutor llegaría sobre las once, y ella se limitaba a esperar dicha llegada acariciando levemente las teclas de marfil del piano. No se atrevía a pulsarlas, pues había sido otro desastre cuando intentó probar suerte con él. Su amiga pronto volvería a Londres, y ella deseaba preguntarle por su nueva vida. ¿Cómo sería estar casada con alguien a quien realmente se amaba? Seguro que sería bonito, mucho más bonito que contraer nupcias con algún desconocido para que su familia tuviera mejores contactos. Era lo suficientemente realista para saber que, con muchas posibilidades, ese sería su destino.

Escuchó como alguien llamaba a la puerta con unos discretos golpes. Se puso en pie como activada por un resorte, sabiendo que en cuestión de momentos su padre entraría en la estancia acompañado por el tutor, de modo que más le valía estar presentable.

Juntaba sus manos en su regazo, adoptando la clásica pose que había estudiado tantas veces, cuando la puerta de la sala se abrió, dejando paso a su padre.

─Y esta es mi hija ─dijo el hombre mientras se hacía a un lado, dejando pasar a su acompañante.

Eleanor se quedó bastante sorprendida. Ella esperaba a un hombre mayor, de aspecto tan severo como su padre, que seguramente estaría la miraría con cierta indiferencia antes de sentarse al piano y hacerla repetir escalas una y otra vez, Sin embargo, la persona que acompañaba a su progenitor no podía distar más de aquella idea.

Era un joven, aparentemente de su misma edad, con un sorprendente cabello blanco. La miró fijamente una fracción de segundo con unos ojos extraños; uno verde y otro miel. Eleanor notó como el aliento se le paraba en mitad de la garganta mientras él la escrutaba con algo que parecía curiosidad.

Se acercó a ella, gesto que la chica tomó como aviso de que debía presentarse. Hizo una pequeña inclinación de cabeza a modo de saludo.

─Soy Eleanor Bradwell. Un placer.

El tomó una de sus manos, depositando un suave beso en ella.

─El placer es mío, señorita Bradwell. Mi nombre es Lysandro Ainsworth.


Tengo que admitir que llevaba tiempo queriendo escribir algo sobre la época victoriana. Es mi época histórica favorita y ya que Lysandro cuadra tan bien en ella, pues a la piscina que me lancé.

Como ya sabéis, estoy hasta arriba, pero voy a intentar actualizar pronto y cuando Siete Días termine, este fic pasará a su lugar en el calendario de actualización.

Decidme si os ha gustado o no, ¡ya sabéis donde está el botoncito!