Cuando las sirenas comenzaron a sonar, se dieron cuenta de que ya no había nada más.

En silencio y con las manos tras la espalda cual niños obedientes, caminaron hacia la enorme puerta blanca. Las trenzas de ella se balanceaban como columpios; los cabellos negros de él se alborotaban por el viento del puente.

Ella las deshizo, dejando que su cabello naranja cayera en ondas hasta la mitad de su espalda. Ignorando a su compañero, empezó a girar sin temor a caer al prado que había bajo ellos, contoneando el hermoso vestido blanco que traía.

—Ni aquí te puedes quedar quieta, ¿verdad?

Él sonrió y ella le imitó, ambos teniendo bien claro que ese era el fin de su corto viaje; ambos felices de al menos haber llegado a ver aquella boda. Sí, porque ver a un villano y a una heroína casarse no era algo de todos los días. Era un milagro, y ambos habían logrando admirarlo.

Debía admitir que muchas veces ella también había soñado con tener una historia como aquella que vivía su ídola. Entonces entristeció, de seguro, para ese momento, ella ya se habría enterado del incendio que se había desatado en el lugar donde se desarrollaría la fiesta.

Lugar donde sólo habían estado dos adolescentes esperando a los invitados, incendio que había sido causado por una estúpida vela encendida.

Irónico, la verdad, pues se suponía que ninguno de los dos tenía que haber estado ahí, pero el servicio canceló de último y no les quedó más opción. Ambos discutiendo, ambos distraídos.

Ella sólo esperaba que le hubieran dado la noticia luego de su paseo post-matrimonio; él sólo esperaba que el profesor no fuera a enloquecer por la noticia.

— ¿No es hermoso?

El chico asintió sonriente, ya estaban a punto de llegar al portón.

— ¿Lista?

Ahora ella dio el visto bueno y tomó la mano que él le ofrecía, cada vez acercándose más; felices de haber llegado hasta ahí, porque al menos no sufrirían por los problemas de la adultez.

Así, una luz muy brillante los iluminó al tiempo en que las puertas se separaban.

— ¡Kuriko, llegarás tarde a la escuela!

La chica de ojos ámbar se sentó de golpe, repasando mentalmente la imagen y preguntándose qué había sido eso. Entonces, otro grito de su hermana mayor retumbó por su cuarto, seguido del golpe de la puerta contra la pared al abrirse.

— ¡Arriba, que Ken te ha de estar esperando en el colegio!

Ella le lanzó una almohada y cubrió su sonrojo con las mantas. Momoko rió de su reacción y dijo algunas otras cosas similares antes de salir de la habitación.

— ¡Y tú, a ver cuándo te casas con el Rowdy rojo, hermana!

Así, la misma almohada voladora regresó por la puerta como un freezbe.

¿Lo peor? Llegar tarde a la escuela, encontrar a aquel pelinegro y estremecerse al ver una sonrisa informativa de que él también sabía de aquel sueño.