Raymond Locke, 32 años, nacido en Seattle W.A., Prof. De Arqueología. Asesino en su tiempo libre. Investigaba unas extrañas ruinas en Nueva York, Abstergo Industries lo había contratado, aunque sería más justo decir que lo amenazaron. No debía contar nada a nadie sobre eso, y era especialmente difícil pues no eran unas ruinas mayas perdidas en el norte, o un antiguo emplazamiento mohawk, ni siquiera algún castillo europeo o vikingo, esto era más antiguo y mucho más importante.

Abstergo ya tenía "confianza" (si es que una compañía millonaria farmacéutica paranoica puede confiar) en Ray pues no era la primera vez que lo contrataban, sin embargo era sólo eso, un contrato; estas ruinas no eran algo nuevo para Ray que las había conocido en un sitio similar a miles de kilómetros de distancia, lo cual no hacía más que intrigarlo.

Pero no se resistió; publicó en la red un reporte completo de su investigación lo que atrajo la mirada de dos bandos de una guerra que lleva luchándose desde hace milenios. Por supuesto Abstergo fueron los primeros en darle caza, enviaban agentes e incluso a la policía pero Ray era más listo y siempre escapaba. Un día, sentado en su PC en algún departamento barato de Boston se encontró con piratas informáticos, hackers.

Su PC se bloqueó y entonces entre distorsiones de imagen y sonido apareció una joven mujer.

—Sí, vamos a ejecutar un sniffer. Si Abstergo nos detecta, sácame.

Luego volteó a la pantalla y miró directamente a los ojos de Ray que se sintió incómodo, podía verlo por su cámara web. Ella vestía una chaqueta de cuero marrón y una blusa de tirantes negra debajo, su cabello negro y brilloso estaba recogido en una coleta. Mientras que Ray apenas tenía una camisa blanca y unas bermudas negras. Su pelo revuelto no era más que prueba de que no había dormido en varios días.

—Eh, hola—continuó la mujer en la pantalla—. Sé que estás sorprendido de verme, pero no tienes razón para alarmarte. Soy Torre, no es mi nombre real, obvio… pero es lo único que conocerás hoy.

—¿Qué es lo que quieres?—Ray no era de los que se asustan fácilmente pero era bastante alarmante que esa mujer entrase en su computadora así sin más.

—Escúchame con atención, Ray—él se sorprendió de que supiese su nombre—, sí, sé cómo te llamas, quién eres y lo que hiciste. Abstergo te está buscando, pero estoy segura de que eso ya lo sabes. Te encontramos por tu informe del Templo de Nueva York, no ha sido difícil…

—¿Quiénes son ustedes?

—Nosotros somos la otra cara de la moneda. Por ahora no te puedo decir nada más, así que si quieres saberlo búscame aquí.

Y en seguida en la pantalla apareció un montón de números que Ray reconoció como una dirección IP.

—Tienes que darte prisa—continuó Torre—, Abstergo ya llega. Tienes por lo menos tres minutos; no olvides tu disco duro.

Y la llamada se cortó. Ray no podía estar más confundido. ¿La otra cara de la moneda? ¿Tres minutos, para qué?

Esa pregunta se respondió sola; a través de la ventana vio tres camionetas negras que llegaban y descargaban hombres de negro, armados. ¡Mierda! ¿Cómo han llegado tan rápido? Ray sabía que los próximos segundos eran cruciales; se puso unas botas "deportivas", guardó en su mochila sus efectos y se echó a correr a la ventana por la escalera de emergencias, pero se detuvo en seco al oír la voz de Torre en su cabeza: No olvides tu disco duro. Podía oír a los agentes subiendo aprisa las escaleras en los pasillos cuando tomó el CPU y lo lanzó al suelo (se habría tardado demasiado en abrirlo), recogió el disco duro y siguió con su camino por la ventana. Justo a tiempo, él estaba dos pisos abajo cuando oyó cómo quebraban la puerta de su cuarto.

Viajó al norte por un par de días lamentándose que había olvidado todas sus cosas (una muda de ropa y un poco de dinero) en Boston, hasta que en Plattsburgh recibió un mensaje de un número bloqueado; decía:

¿Dónde habías estado? ¿Quieres seguir con la caza del tesoro?
Ve a Montreal, en la esquina de Rue Crescent y
Rue Ste-Catherine hay un café, ahí encontrarás el siguiente paso.
T

¿Entonces para qué era la IP?

Cuando llegó al café se sentó a la barra y espero cinco minutos, entonces sintió un toque en la espalda y (se estaba volviendo paranoico) volteó para no encontrar nada. Salió una hora después un poco decepcionado hasta que notó una nota en el bolsillo de su pantalón. ¿Cómo ha sido? Se preguntó, entonces lo comprendió: le habían metido la hoja cuando lo tocaron por la espalda. Estos tíos son buenos.

En la nota había una cuenta bancaria, instrucciones y una dirección. Cuando fue a sacar el dinero había lo suficiente para ropa y comida, como sugerían las instrucciones. Lo gastó todo en seguida en un abrigo gris largo, unos pantalones negros y unos zapatos deportivos, además de una hamburguesa.

Cuando preguntó por la dirección de la nota le indicaron el edificio de Abstergo Entertainment lo que lo asustó de cojones. ¿Será una trampa? ¿Por qué esta mujer lo enviaría a la sede del brazo derecho de Abstergo? Parte de las instrucciones decía que dentro comprara un café a un inglés, un espresso triple. ¿Cómo se supone que voy a entrar?

Después de titubear varias veces frente a la entrada principal se había decidido a irse de ahí lo más rápido posible pero un mensaje en su móvil lo detuvo. Era un número bloqueado:

Ray, no te rindas. Es completamente seguro,
tienen datos falsos, no te reconocerán.
Tienes entrada y salida asegurada.
Sólo tienes que dar un salto de fe.

La seguridad era gorda, y eso sin contar los numerosos lectores y escáneres. Pero pasó sin ninguna sospecha (sin contar las miradas furtivas por la hamburguesa que llevaba en una bolsa). Todo cuanto veía era de última tecnología: móviles, computadoras, portátiles, comunicadores de voz, pantallas HD gigantes en los muros que proyectaban imágenes sobre Liberación, Piratas de pesadillas y temas similares. Varios empleados platicaban entre sí caminando hacia todas partes, algunos sujetando unas tabletas. Entonces vio el puesto de café.

Se acercó y pidió un espresso triple como le habían dicho, el sujeto detrás del puesto era un inglés sencillo de cabello corto y gafas de pasta gruesa. Miró a Ray analizándolo y luego dijo:

—¿Tienes el disco duro?

—Sí—respondió Ray, se lo entregó y Shaun (como leyó en su tarjeta de empleado) lo inspeccionó y luego lo acercó a su smartphone.

—¿Tienes tu móvil a la mano? Dámelo.

Hizo algo con los dos teléfonos y luego se lo devolvió.

—Ya está, Torre te volverá a llamar ahí, ahora sal de aquí antes de que detecten un fallo en su sistema.

Raymond no podía estar más confundido y alarmado.