Nami,
No sé muy bien por dónde empezar a expresar todo lo que tengo que decirte, debido a mi tosca naturaleza y a mi fría impasividad ante tantas cosas, pero tenía que hacerlo. Era una necesidad que crece dentro de mí.
Aunque lo más probable es que sea un cobarde y jamás te de esta carta en la cual me abro como no me he abierto a nadie nunca, no me arrepentiré de guardarla hasta el día de mi muerte.
Nos conocimos en dificiles circunstancias que desde el principio no me agradaron, pero me callé y asumí mi destino, intentando no caer en lo más básico del ser humano, pero no pude evitarlo cuando te ví por primera vez con detenimient y observando tu perlado rostro. Después de darme por vencido con un tema tan doloroso y delicado, apareciste tú, desfiando las leyes, desafiando el destino una vez más en mi vida, y yo allí, contemplandote como un idiota mientras pensaba para mis adentros qué afortunado he sido de toparme con alguien como tu.
Los días pasaban, las semanas pasaban y tú cada vez te ibas distanciando poco a poco, y mi corazón de samurai se revolvía entre rabia, tristeza y desilusión, pensando en que quizá la vida me habia puesto delante un caramelo que no podría ni llegar a abrir. Y eso me hacía enfurecer y entristecer a partes iguales, ya que en ese momento no entendía demasiado bien porque la diosa fortuna tenía que jugar así conmigo.
Pero eso cambió, al menos a mi parecer cuando tu también te abriste conmigo la primera vez. Cuando compartimos un bes enre cerveza y risas, fui el hombre más afortunado del mundo, porque, a pesar de mi fría e inamovible fachada, por dentro un corazón de león rugía enamorado y feliz por haber compartido ese momento, y muchos otros más, contigo.
Hemos pasado, y pasaremos momentos geniales cuanto más crezca nuestra amistad, estoy seguro de ello, e intentaré derretir este mal humor y este ceño fruncido por ti, porque creo que a pesar del carácter de ambos, no te lo mereces y quiero demostrarte cuanto valgo, para siempre.
Ahora que nos ha tocado estar lejos, no puedo evitar sentirme confuso, apartado e ignorado como un perro que acaba de ser abandonado. Hay algo dentro de mi muy fuerte que mueves con solo sonreír cada vez que me ves, y le temo porque quizá eso nunca pueda llegar a ser mío. Me siento muy tonto cada vez que me emociono con cada gesto que haces, cada palabra que me diriges, y cada vez que vienes a mi sin que te lo tenga que pedir yo. Tonto… y enamorado.
Cada noche que me envelve en las sábanas de mi cama, añoro y seño con estar contigo, contandonos tonterias y riendo, como si ese momento no se fuera a terminar nunca. Nuestras noches a escondidas, nuestros turnos de guardia y nuestras discusiones medio borrachos, me daban una felicidad tremenda. Y lo añoro, de verdad que sí.
Pelirroja, te echo de menos todos los días, ojalá tu a mi también, a pesar de tu convincente indiferencia hacia mi persona que tanto me creo… por quererte desde el primer momento.
