Capítulo 1. Las cosas siguen igual que siempre, nii-san

Era una misión simple y fácil, sobre el papel siempre lo eran, pero en esta ocasión tenía el presentimiento de que todo se complicaría, en gran medida por el simple hecho de que llevaba la casaca del uniforme militar de Amestris. En cuanto cruzó por la entrada del pueblo percibió las miradas de desprecio de los lugareños, y es que no era de extrañar, al parecer, por lo que había podido ver en el informe preliminar, el gobernador de aquel pequeño pueblo minero no había visto, o no había querido ver, que las cosas habían cambiado, y mucho en Central, con el cambio de poder y la ascensión al trono de la nueva Führer.

Después de tanto esfuerzo y cabezonería Roy no era el Führer. Aunque por lo que podía ver, le encantaba trabajar con aquella peligrosa y hermosa mujer. Olivier Mira Armstrong era como una Corona Imperial, profundamente hermosa, pero peligrosa.

-Nii-san -lo interrumpió su hermano agarrándolo por el brazo y acercándose a él, en un claro gesto de temor-. La gente de por aquí...

-Lo sé... -susurró en voz apenas audible para cualquiera, menos para su hermano menor. Edward, con la maleta en la mano, se dirigió al único hostal de aquel ruinoso lugar, donde personas extranjeras se desengañan de un sueño que si, al menos, una vez fue real, ya no existía, al menos para Keshia.

Si según los informes que recibían la mina era rentable, y además, recibían subsidios del estado para mejorar las infraestructuras... ¿dónde había ido todo ese dinero? En la puerta del hostal habían varios hombres corpulentos charlando, cuando fue a subir las escaleras que daban acceso al hostal, le cerraron el paso deliberadamente. Su maleta cayó al suelo, pero por fortuna él logró mantener el equilibrio.

-Disculpen... -comenzó a decir con el tono más neutro que pudó vocalizar, dadas las circunstancias.

-Para los militares de Amestris no hay nada mejor que el duro suelo de la calle -espetó el hombre con una voz tan ronca, que apenas se le entendía. ¿El trabajo en la mina podía estropear tanto la voz? Parecía robusto en apariencia, pero si se fijaba podía ver que le costaba respirar, como si hubiera pasado mucho tiempo en un lugar sin apenas aire, como... lo más profundo de una mina de oro.

Aún así, el rubio arqueó una ceja extrañado y puso sus manos en la cintura, siempre les pasaba lo mismo, a pesar del buen gobierno de Olivier, la gente tendía a desconfiar de todo lo referente a los militares. Sobre todo aquellas personas que habían sido vilmente engañadas por el anterior Führer y su séquito. Todo esto unido hacía que su labor de proteger a los civiles, compensando con ello la gran falta del antiguo Führer, fuera ciertamente difícil.

-En fin, supongo que no hay más remedio -susurró Edward sacando las manos de los bolsillos y encogiéndose de hombros muy tranquilo.

-No, espera -lo detuvo Alphonse, antes de que pudiera hacer nada en contra de ese hombre, a pesar de las apariencias-. Acamparemos a la salida del pueblo, ¿qué te parece?

Era obvio que el joven rubio no apoyaba la idea pero se abstuvo de comentarlo en voz alta, había oído el suave chasquido de una escopeta a la que acababan de quitar el seguro. Suspiró resignado y se dejó guiar por Alphonse lejos de aquellos hombres. Curiosearon un poco por la ciudad, había una iglesia en lo alto de la colina, de no ser por el exacerbado ateísmo de Edward podrían pasar la noche allí, pero ese no era un tema importante.

Notó que les seguían.

-¿Nii-san? -murmuró el menor con curiosidad y al ver la insistencia de Edward por que se ocultara, provocó en Alphonse cierta preocupación. Pero obedeció en el momento, al menos ambos tenían un as en la manga y eso era lo que contenía celosamente la maleta del menor de los Elric, a pesar de que estaría mal separarse de su alma al chocar las manos y hacer que la mitad de su alma se enlazara con aquella gran armadura que se colocó a la espalda expectante de lo que parecía ser una tropa militar.

-¿Quién va?-preguntó un hombre con gravedad, a lo que Edward respondió poniéndose a la defensiva, sabia de la fama de aquel hombre, por lo que al ver a un agente del destacamento de Grumman al lado de éste, tuvo la seguridad de que nada iba a ser fácil.

-¿Qué hace un miembro del destacamento de Mustang? ¿Curioseando por aquí? -escuchó la voz chillona y estridente del que parecía ser el alcalde del pueblo, el gobernador.

-¿No recibió el mensaje…? -preguntó con un tono de niño inocente cruzando los brazos a la espalda, toda esa situación le fastidiaba-. Soy el alquimista de Acero, vengo con motivo de revisar el equilibrio de poder en Keshia….

-¿El alquimista de acero? -chilló el alcalde, su voz aún más aguda de lo normal, estaba claro que el hombre era un cobarde y que el que mandaba no era otro que...

-¿Dónde están tus acreditaciones? El alquimista de acero está muerto... -repuso el soldado con una postura avasalladora.

-Dado por muerto para ser exactos. Se nota que no lees los informes que se mandan desde Central

-Un montón de papeluchos sin valor

-Estoy seguro de que Ollivier no piensa igual que usted -repuso Edward seriamente, parecía tan tranquilo que daba miedo

-Nii-san ¿Qué hacemos? -susurró la armadura y Edward frunció el ceño, con un claro gesto de disgusto, que lo tomasen por muerto era una cosa, pero, hombre que estaba vivo y coleando.

-¿Quieres pruebas…? -preguntó entre dientes, sacó su reloj del bolsillo bruscamente, en él se veía claramente su señal como alquimista nacional-. ¿Alguna pregunta más…?

-De todas maneras ya tenemos a alguien que está revisando el poblado… -anunció el alcalde cruzándose de brazos con un gesto altivo-. ¿Verdad, señor Rusve...?

-Grumman me envió para llevar el control de Keshia, hasta ahora no han cometido ningún crimen… -informó un hombre joven, de cabellos lisos, negros y largos recogidos en una coleta, dejando ver una mirada ponzoñosa y severa hacia el menor el cual se cruzó de brazos, era su superior y se atrevía a mirarlo por encima del hombro, eso conseguía que se cabreara, pero no tanto como el que le dijera lo que sabía que venía-. Es tarde. Creo que los niños deberían irse a dormir… en vez de estar jugando a la guerra…

-Jugando… -repitió en un susurró arqueando una ceja y observó a su hermano menor-. Dice que estamos jugando…

-Tomarnos a risa fue un error para el anterior Führer… -informó Alphonse al hombre-. No crea que nosotros nos quedamos de brazos cruzados como usted…

Los dos hombres, Edward y el señor Rusve, se miraron a los ojos durante un buen rato, podían ver las chispas saltando entre ellos. Le llamó la atención que, en el cinto, Rusve llevaba un arma que no se parecía en nada a la reglamentaria. En un momento dado Edward dio un paso al frente y el moreno llevó una mano al arma, Alphonse decidió que ese era el mejor momento para intervenir en el debate.

-Disculpen las molestias, pero venimos bajo las órdenes directas de la Führer Olivier Mira Armstrong, sólo por eso, opino que deberíamos poder acceder a la misma información que usted señor Rusve.

-No me gusta que se metan en mis asuntos, pero ya que es necesario... -repuso el moreno dejando un espacio para que pudieran pasar-. Seréis mis asistentes…

-¿¡Qué acaba de decir!? -gritó el rubio con los puños cerrados, Alphonse sujetó al rubio por la camisa, por suerte, el ser una armadura, en cierto modo, le servía para aplacar la furia de su hermano mayor.

-Nii-san, cálmate... -le exigió el menor de los Elric y con un leve susurro-. Al menos estamos dentro, ¿no?

-Aun así, ese tipo no me agrada demasiado… -murmuró con un chasquido de la lengua, y al notar al fin al suelo golpeó con los nudillos la armadura para llamar la atención de su hermano menor-. Sabes lo que debemos hacer ¿verdad?

-Asegurarnos que el personal de la mina no sea esclavo… -afirmó el menor como quien cita la lección de la seño, el rubio mayor sonrió a su hermanito.

-Está bien, vámonos, je….fe… -dijo rozando los dientes y cruzado de brazos bastante enfurecido, además no era la primera vez que veían a este insulso personaje, desde su regreso a Amestris, se había convertido como en una especie de competidor bajo el mando de Grumman, y a Edward ya le crispaba los nervios-. Te juro, Al, que cuando acabe la misión, lo mato…

-Jejeje, Nii-san que haya paz…

-Como puedes ver, sobre el escritorio están los contratos firmados y completamente legales -espetó el hombre sentándose sobre la mesa en una especie de sala de archivo.

-Sabes tan bien como yo que eso no significa nada -repuso Edward, pero aún así les echo un ojo a los nombres y fechas.

-No hay ninguna mujer embarazada, ni menores de edad... ¿qué se supone que buscas?

-Que me dejaras solo durante veinte minutos sería maravilloso -murmuró el joven, incapaz de concentrarse con ese tipo revoloteando a su alrededor, como un animal salvaje.

-Sabes que eso no va a pasar. Me quedaré acompañándote durante toda la noche si es necesario. Están preparando una habitación para vosotros en este edificio.

Edward bufó, dejándose caer sobre la silla, resignado a pasar muchas horas en esa maldita sala, rodeado de informes y papeles sin valor. Él lo que quería era salir y hablar por la gente, aunque después del cálido recibimiento por parte de los lugareños esperaba de todo menos colaboración.

-Sólo me quedas tú… -susurró muy bajito, como hablando consigo mismo, aunque no pudo evitar observar la gran armadura, aunque, lo que Rusve no sabía era que esa armadura estaba totalmente vacía y que su pequeño hermano estaba haciendo el verdadero trabajo-. Rusve… ¿por qué te hiciste militar? Si ni siquiera te preocupas por la gente de a pie…

Se levantó de su asiento y acercándose la mesa sujetó uno de esos informes, viendo claramente la falsificación en cada uno de ellos, estaba seguro que si esto seguía, terminarían con una revolución como la que hubo en Lior.

-Nii-san… -lo interrumpió la armadura inclinándose para hablar muy bajito y prácticamente una risa infantil, como la de un niño haciendo una travesura, se atrevió a salir de labios de Edward, que palmeó sus manos para crear de un brazalete una pequeña cuchilla de color oro.

-¿Querías pruebas…? -musitó con expresión arrogante caminando hacia la puerta a toda prisa, los militares acampados a las puertas de la sala de archivo se volvieron sorprendidos cuando el alquimista abrió la puerta de par en par, Rusve simplemente lo siguió-. Pues las veras con tus propios ojos…

Echó a andar pasillo tras pasillo seguido de cerca por el hombre moreno, que caminaba con demasiada tranquilidad para su gusto. El rubio se encontró con Alphonse ya fuera del edificio, aunque entre la distancia y que iba cubierto de arriba abajo Rusve no logró verlo, o al menos, reconocerlo como tal. Fue hasta la mina, y alcanzaron a ver el cambio de turno, demasiada gente para ello, los números no cuadraban, incluso alcanzó a ver a un niño de apenas ocho años ayudando a descargar.

-¿Qué me dices de esto? -preguntó con satisfacción.

-Si vuelves a la oficina y lees los contratos con atención verás que los familiares pueden acudir a ayudar en la mina.

-¡Eso es ilegal! ¡No está bien! -gritó extendiendo un brazo a la defensiva-. ¡No permitiré que se siga abusando así de la necesidad de los civiles!

Pero su voz murió en su garganta rápidamente al notar un arma presionando en su nuca, instintivamente levantó las manos en señal de redición. Y vio que su hermano había sido descubierto, Edward, simplemente, mantuvo la compostura, al tiempo que Alphonse trataba de zafarse de aquellos hombres que los aprisionaron contra el suelo a ambos.

-¿Qué hacemos? -preguntó uno de los altos mandos, su tono de voz era preocupado-. Si descubren en Central esto seremos degradados… Por decir algo suave.

-Por ahora tenemos pagados a los agentes de Grumman… -oyeron de nuevo al hombre de la voz chillona-. Pero Mustang es un perro con un olfato muy fino, y sus ganas de que lo asciendan también son inmensas. Propongo que los llevemos al mercado negro de Drachma, al menos allí servirán para algo… o incluso podríamos vendérselos al sultán de Drachma, sobretodo el rubio podría servirle como ramera personal…

-¡No digas esa palabra! -gritó Alphonse como advertencia, luego se quedó observando a su hermano, que temblaba de furia ante los pensamientos de aquel hombre-. Ay dios, lo ha oído... -murmuró llevándose una mano a la frente. Al escuchar la palmada, cerró los ojos, así no tendría que testificar cuando llegaran las quejas de todos aquellos soldados, incluido Rusve, fueran apresados por un gran puño de rocas-. Nii-san…

-¡Al! ¡Ni una palabra! -gritó Edward apretando los puños, furioso, y mirando al suelo como si por no mirarlo negara la existencia de la inmensa tontería que había cometido. Tal como haría un niño.

-Pensándolo mejor… Rusve, te ves bien colgado de dos dedos… -lo saludó Alphonse tratando por todos los medios hacer que su hermano sonriera. Se fueron a la alcaldía, donde estaba la sala de archivos y mientras Alphonse recogía las pruebas materiales antes de que se liberaran.

-¡Mataré a ese cabrón! -gritaba Edward fuera de sí dando vueltas y más vueltas, su hermano había desistido ya de hacer que se detuviera y se había sentado a la espera de que el rubio se detuviera.

-Nii-san, cálmate... Ya sé que lo que ha dicho el alcalde no ha sido lo más adecuado, pero...

-¿El alcalde?, ¿qué alcalde? -preguntó confundido el alquimista-. Hablo de ese entrometido, me tiene más que harto.

-Por si no lo has visto en su uniforme, estamos en el mismo bando.

-Seguro que tú podrías encontrar algo por lo que condenarlo a un juicio militar, Alphonse. Tú tienes la paciencia y la tranquilidad para conseguirlo.

-Ah no, a mi no me metas -exclamó el más joven levantando las manos en señal de desacuerdo.

Fueron al punto de encuentro con todo lo que necesitaban. Era un lugar protegido a las afueras de Keshia, pero para el desagrado del rubio el mismísimo Mustang estaba en aquel campamento, planificando una batalla. Algo que, se hizo evidente, no era del agrado de Edward, y tampoco de Alphonse, no obstante, este último sí que permaneció dentro de la cabaña informando de lo que acababan de encontrar.

Con Edward, de pie o dando vueltas por la cabaña en la que lo recluyeron por interrumpir.

-Cálmate… -intentó razonar con su hermano mayor entrando en la cabaña, Ed se sentó en una silla cruzando una pierna y moviéndola de manera nerviosa-. Poniéndote nervioso no conseguiremos nada… Más bien, al contrario.

-Tú lo viste Al, niños pequeños trabajando como esclavos en la mina… ¡y ese estúpido poniendo excusas! -gritó con un movimiento brusco, levantándose de la silla otra vez, Roy Mustang lo miró fijamente desde la entrada de la cabaña, sin decir nada-. Desde que llegó del destacamento de Grumman no nos ha traído más que quebraderos de cabeza…

-Ya veo… -rompió su silencio, Edward giró su cuerpo casi espantado, al ver al General de brigada con los brazos cruzados, observándolo como hacía siempre-. Hagane… ¿Qué se te ordenó?

-Que fuera prudente… -murmuró enfurruñado rascándose la mejilla con cierto tic nervioso, Roy fue ascendido a General de brigada, por lógica no tendría que estar ahí, pero el moreno exigió que sus hombres de confianza estuvieran de nuevo bajo su mando, y eso incluía al alquimista de Acero, que por un corto período corto de tiempo desde su vuelta, estuvo desaparecido-. Pero es que fue Rusve… ese entrometido..

-Shhh… -estiró el dedo como si con solo aquel gesto pudiese hacerle callar-. Sabemos que tienen esclavos en la ciudad y eso es lo importante, vosotros podéis descansar…

-Pero… -repuso, queriendo discutir, pero alguien sujetó su mano. Edward lo notó, y al levantar la vista, pudo ver a aquel hombre de cabellos oscuros y ojos azules sonriéndole y agachándose delante de él, como si fuera su padre-. Sirius… -susurró con aprecio, sí, uno de los magos del mundo mágico había terminado bajo el mando de Roy. Sonrió más tranquilo, hacía mucho tiempo que no sabía de él.

-Ya, vale… Harry y los demás te esperan… -sonrió aquel hombre que, con dulces palabras, lograba que el rubio se calmara-. Alphonse ¿estás bien?

-Sí, fue divertido. Me refiero al último arrebato de Ed… -musitó comenzando a reírse al fin, recordando la expresión de ese hombre cuando lo colgó como un muñequito-. Pero al menos conseguimos información, no sólo tiene esclavos a niños, sino que también venden mujeres y hombres al mercado negro de Drachma…

Roy puso las manos en su barbilla, tratando de idear alguna táctica que hiciera que los civiles salieron ilesos. No pudo evitar observar a Edward y lo callado que estaba, suspiró, sin duda el chico ya estaba demasiado cansado como para seguir. Cuando regresaron le ordenaría sólo hacer trabajo de oficina, ya que parecía que utilizaba aquellas situaciones para desahogarse, desde que fue encontrado en la frontera del mundo mágico, en extrañas condiciones. Edward no había confesado nada del asunto, y él no quería presionarlo. Y aunque Harry sí que había tratado de indagar alguna vez sobre el tema, era como si se hubiera formado un pacto de silencio a su alrededor.

Con un gesto de la mano hizo que todos salieran de la cabaña un momento, e hizo algo que hacía mucho que no hacía. Lo abrazó. Lo estrechó entre sus brazos con fuerza, había estado un par de horas sin él y ya se moría de la preocupación. Definitivamente, no debería haber permitido que Edward volviera a formar parte de la milicia.

-General de brigada… -murmuró el rubio haciéndole salir de sus pensamientos, lo observó seriamente, aunque sonreía su rostro no mostraba expresión alguna-. Si Harry se entera de esto se mosqueara con los dos. Quita. Ni que fuera tu amante o algo así.

-Eres algo así -murmuró con una amplia sonrisa, dejando que se apartara.

-Lo que tú digas, viejo -espetó con cinismo-. Me voy con mi nuevo hermanito, Harry Potter, papá.

-¡Ahora verás! -le gritó corriendo para atraparlo, cuando lo alcanzó cerca de donde estaban los chicos murmuró en su oído, manteniendo las distancias esperadas entre ellos-. Hagane... cuando lleguemos a Central, tendrás un periodo de descanso y después te ocuparás de ser mi secretario a jornada completa, ¿entendido?

-Sí, General de brigada…

¿Por qué aquellas palabras habían sonado de pronto tan tristes de sus propios labios?, Edward miró al suelo y observó sus manos apenado, él siempre daba lo mejor de sí mismo en cada misión. Y, convencido de que a pesar de lo sucedido hacía seis meses él podría superarlo decidió seguir trabajando para el taisa ahora convertido en General de brigada. Al entrar en aquella cabaña, una rubia se abalanzó sobre el, abrazándole de manera tierna.

-Wi..nry... -murmuró sorprendido al ver a la rubia, la cual se apartó con los puños apretados.

-¡Baka ¿en qué estabas pensando?! -le gritó la rubia de ojos azules, cruzándose de brazos-. No pierdas ahora tu cuerpo, ¡te ha costado mucho recuperarlo idiota! ¡Y eso va también por ti Al! ¿¡Cómo se os ocurre ir los dos solos!?

-Órdenes… -dijeron los dos muy rectos, Edward al observar la cara de la rubia no pudo más que comenzar a reír, sí, siempre había algo que le hacía recordar qué era su prioridad y ese era, las personas que le querían.

-La sensei está furiosa Ed… -susurró una voz tenebrosa en su oído, que hizo que saltara y se pusiera una mano en el corazón, observando al castaño de ojos verdes, que tenía puestas las manos en la cintura-. Dijo… ¡cuando ese renacuajo regrese le voy a partir cada hueso que tiene sano! O algo así…

-Nii-san no quiero regresar con la sensei... -murmuró Alphonse, con una expresión de miedo que, dada su corpulencia, resultaba graciosa.

Edward solo atinó a sonreír y rascarse una mejilla, para entonces Sirius había ordenado traer la cena y mientras comían Alphonse contaba su última aventura, que aunque corta lo cierto es que fue bastante problemática, el rubio dejó el cubierto encima del plato y se levantó, sin musitar palabra para salir de aquella caseta, no notando la triste mirada de su hermano menor.

-¿Has hablado con él? -preguntó un rubio que estaba a la derecha de Winry, Draco, que había pasado desapercibido hasta ahora, Alphonse observó al de ojos grises y negó con la cabeza-. Sigue esquivando el tema… ¿verdad?

-No sé por qué no quiere contarlo, él y yo… es como si mi hemano hubiese puesto un muro infranqueable entre ambos… -confesó el menor de los Elric con expresión decaída-. Él no es así, él sonríe y se enfada y enfrenta las cosas cara a cara. ¡Quiero que mi hermano vuelva a ser el de antes!

-Ya verás como regresa… -lo animó Winry con una preciosa sonrisa, apoyando una mano en su hombro-. ¿Verdad, Draco?

-Es un cabezota y lo sabes… -repuso el rubio, moviendo el tenedor como la batuta de un director de orquestra, pero luego sonrió ampliamente-. No podrá seguir así mucho más, aunque admito que el daño hecho por mi padrino debió ser para él un shock…

-Disculpadme… -escucharon todos al moreno de ojos verdes que, dejando el plato a medias, salió de la cabaña, no soportando por más tiempo aquella insensata conversación, dio un paseo con las manos metidas en los bolsillos y al divisar al rubio observando aquella resplandeciente luna, suspiró tratando de plasmar en su rostro una sonrisa que sabía que aquel chico necesitaba-. Yey…

-¿No sigues cenando…? -dijo el rubio con las manos en los bolsillos y mirando al suelo, en ese momento notó la mano de Harry encima de su cabeza. Y es que sólo a él lo dejaba hacer ese gesto, ya que ambos se comprendían perfectamente, sobre todo después de que Harry presenciara aquel acto tan vil debido a que Voldemort le dejó ver todo el proceso.

El moreno sufría casi tanto como él, porque había sufrido un brutal ataque contra su mente y su entendimiento, quiso cerrar su mente incontables ocasiones, tener un control sobre la situación, ambos habían sufrido por su impotencia e inutilidad, por todo lo que no pudieron impedir y tuvieron que compartir desde diferentes perspectivas.

-Edo… -susurró el moreno apoyándose en el árbol y observó hacia el cielo estrellado, todo era muy hermoso en aquellas tierras, sin tecnología contaminante, todo funcionaba con la tranquilidad de unas vacaciones, aunque a veces esa lentitud le provocaba ansiedad-. No te preocupes, te vendrán bien unas vacaciones…

-Nunca he estado quieto… -espetó Edward observando de nuevo la luna llena, se veía enorme cuando estaba completamente sola en el cielo nocturno-. Siempre corriendo… Para llegar a alguna parte. No sé lo que son unas vacaciones.

-Yo nunca he estado quieto, pero sé relajarme… -susurró desperezándose como un gato, un momento después se dejó caer hasta el suelo con expresión somnolienta-. Puedes leer, estudiar, dormir, correr, nadar, entrenar, respirar, desconectar… creo que deberías de hacer ese tipo de cosas y comenzar a olvidar otras… Como por ejemplo ese imbécil de Rusve, aún no lo he visto y ya me cae mal.

-Harry… estás loco ¿lo sabías…? –preguntó el alquimista con una sonrisa, inclinando la cabeza con un gesto de desaprobación, Harry no pudo evitar reírse y volverse a mirar de nuevo el cielo estrellado-. Me gustaría poder olvidarlo todo…

-No digas tonterías. Los recuerdos te hacen fuerte.

-Hablo en serio. Me gustaría despertarme un día sin saber mi nombre ni de dónde vengo, y que me recogierais como a un perro, o un gato abandonado. Para cuidar de mi, y enseñarme… Sin recordar lo que he llegado a hacer por mi hermano, ni lo que me han llegado a hacer otros… Y vivir…

-… -Harry no añadió nada más, sólo lo miró seriamente, esperando que se animara a seguir hablando.

-Incluso a él… -escuchó el sonido saliendo de sus labios como en un susurro, parecía que Edward se estaba quedando sin voz-. Sé que no te perdonas todo lo que le dijiste, pero Harry, él tuvo tiempo de rectificar y dejarte libre… -Harry sujetó la mano de Edward y miró al suelo, lo cierto es que lo visto por el moreno a través de los ojos de Edward no era todo-. Aunque te dijera que lo hacía por tu bien, ¡no es justo!

Harry observó al rubio que simplemente miraba la luna, al ver que este se disponía a caminar supo que estaba dándole demasiadas vueltas a algo que ya no tenía solución, y era por eso que su presencia en Amestris era aún más fuerte, sobre todo al tener tan cerca el momento de su encuentro con la persona que gobernaba aquel país. Para su desgracia común, Albus Dumbledore trataba de entablar conversación con aquellos habitantes, que aun vivían en una tenue paz. Y era por eso que trataba que aquel rubio no se hundiese más en todo lo que podría haber sido y lo que, de hecho, fue.

Edward siempre pensaba que jamás debieron dejarle vivo, que debieron condenarlo a la muerte en cuanto pisó Amestris. Todas esas vidas humanas, sacrificadas para liberar Shambala, ¿¡de qué le servía estar vivo!? En su mente las oportunidades de quitarse la vida pasaban por delante suyo, una y otra vez. Pero Harry le recordaba, una y otra vez, que con la muerte no conseguiría enmendar un error que él no había cometido, voluntariamente. Se sentó a la orilla de aquel lago y abrazó las piernas intentando con aquel gesto intentar apaciguar su culpa.

-"Mi pobre alma" -escuchó una suave voz y miró para los lados, al girar su cuerpo una hermosa mujer con una sonrisa parecida a la suya acarició su rostro-. "Pobrecito. Tú no tienes la culpa, mi pobre niño, mi pobre descendiente ¿sabes quién soy?"

Una hermosa mujer de ojos dorados, cabello rubio y con aquella vestimenta tan antigua, una mujer que conocía, alguien que había vivido dentro de él durante mucho tiempo. Edward quiso hablar en ese momento, quiso abrazarla al sentirse tan hundido por lo que sin querer recordó aquel fatídico día. La luz en la puerta y esa mujer custodiando su sueño, mientras otra muchacha de aspecto elegante le apuntaba con una espada, Edward parpadeó observando a la mujer rubia y tocó su mejilla.

-Edwing… -alzó la mano notando el tacto agradable de la piel del rostro de aquella chica-. Por favor, yo no puedo, yo he pecado, he matado… -sollozó delante de aquella mujer, sin ningún pudor ni vergüenza-. Mis manos están manchadas de sangre de inocentes…

-Edward -acarició aquel cabello suave mientras dejaba que aquel niño indefenso en aquel momento dejara fluir sus lágrimas, sabiendo que la persona amada, esa que le prometió amor eterno había también traicionado su memoria-. Recuerda lo que te dije aquella vez… -le recordó acariciando su pelo con lentitud, el menor dejó de llorar al escuchar las palabras serias de su antepasado-. Ahora debes ser fuerte, van a venir días oscuros y querrás rendirte… -sujetó el joven rostro entre sus manos y besó su frente-. Pero piensa que eres fuerte, muy fuerte, y puedes con esta situación… y lo sabes… superas cualquier situación… por favor, por favor, no te hundas. Ayúdame…

Entonces lo notó, los rayos del sol le daban en el rostro y esa figura desapareció en aquel momento, Edward abrió levemente los ojos y observó el lago de nuevo, podía notar el calor de los labios de aquella mujer en su frente. Se levantó y observó la naturaleza que le rodeaba dándole fuerzas para seguir con su promesa, una promesa hecha a la persona que le obligo a vivir y era cierto, parte de su motivo por el que regresar a la vida, era Edwing, ella quería acabar con un mal que, sin querer, él había despertado.

Se apartó la gabardina y se quitó su ropa, para caminar hasta entrar en aquellas cristalinas aguas, necesitaba pensar fríamente, y bajo el agua lo conseguiría, nadó hasta que sus pulmones pidieron por aire y al salir notó la calidez de los rayos de sol golpeando en su rostro. Al abrir los ojos, un rayo de esperanza apareció en ellos como si la luz de su interior se hiciera aún más intensa, caminó hasta la orilla y fue entonces cuando vio a aquel hombre y tuvo que cubrir su cuerpo metiéndose otra vez en el agua.

-¡Vete ahora mismo! -gritó avergonzado, el altivo moreno, simplemente, se cruzó de brazos apoyándose en un árbol, dejando ver su perfecta dentadura con una amplia sonrisa.

-Vaya, me han dicho que te han retirado del caso, Hagane… -comentó Rusve con tono casual, se rascó la cabeza al observar como aquel chico se decidía a salir, para poder ponerse su ropa, el moreno no pudo evitar ver aquel cuerpo atlético de arriba a abajo-. Es una lástima…

-Pues ¿sabes?… No lo lamento… -espetó echándose el pelo hacia atrás, el moreno observó aquella renovada fuerza, era como el sol cuando salía, fuerte y brillante, una sonrisa tan hermosa que jamás podrías llegar a creer que fuera a dedicársela a él-. Unas vacaciones me vendrán bien… relajarme, leer, desconectar de todo… -se puso la camiseta negra por fuera y cogió la chaqueta poniéndola encima de su hombro-. A fin de cuentas, creo que me lo he ganado a pulso…

-Siempre he querido preguntártelo… -comentó, señalándolo, el rubio giró su cuerpo y observó, con el cabello aún suelto a Rusve-. ¿Qué son esos brazaletes?...

-Un escarmiento para mi corazón… -confesó el rubio observando aquellos brazaletes-. Esto me ha ayudado a comprender que yo jamás debo de enamorarme… y que sólo debo ocuparme de que mi país natal esté a salvo… Al contrario que tú, por lo que he visto.

-Eso es muy triste… -murmuró con voz, sinceramente apenada, el rubio parpadeó observando a los ojos negros de aquel hombre-. No deberías desprenderte de tu corazón tan fácilmente, ya que eres una persona importante para Amestris…

-¿Tú qué sabrás...? -exclamó dándole la espalda, visiblemente molesto, y clavó la mirada en un punto inexistente del suelo-. Si, ni siquiera, sabes diferenciar entre esclavos y niños secuestrados de sus camas…

Al alejarse Edward, Rusve miró al suelo y apretó los dientes.

-Créeme, lo sé mejor que tú… -dijo en un susurro inaudible, el moreno observó aquel lago y sacó aquella espada de su cinto y observó la empuñadura, una serpiente engarzada con esmeraldas en los ojos la puso en su frente y cerró los ojos.

Esa era la vida elegida por cada uno, Edward con su misión interior, Alphonse apoyando a su hermano. Harry conociendo nuevos sitios y entrenando con Izumi, Winry y Draco aprendiendo uno del otro, Sirius bajo las órdenes del General de brigada Roy Mustang, cada uno de estas personas tenían en mente el desagraciado suceso que abrió los ojos a los magos, donde un muchacho había perdido su corazón en el momento en que la persona amada le traicionó, con un equivocado sentido de lealtad. Pero, ¿qué pasó con el mundo mágico?, ¿Qué sucedió en Londres?,

Las consecuencias de la apertura de la puerta, fueron nefastas para el mundo mágico, sí, el peligro de Lord Voldemort había desaparecido al abrirse la susodicha puerta, y la normalidad había regresado a este mundo, pero para desgracia de muchos, fue muy alto el precio a pagar, el ministerio de magia, San Mungo, el callejón Diagón y gran parte del mundo muggle, todo había sido masacrado, provocando que los magos tuvieran que ser gobernados por el anciano Albus Dumbledore.

Continuara…