Disclaimer: Nada en este fic, salvo el OFC y la pseudotrama, son de mi propiedad. Marvel, y demás individuos de parecida índole, pueden entonces ufanarse de poseerlos. Tampoco tengo mayor objetivo o beneficio con el presente escrito que entretener a quien quiera leérselo, y, tal vez, recibir jugosos reviews.

Aviso: Este fic participa en el reto #6 "Oc's al poder" del foro La Torre Stark.

Advertencias: OoC (no, en serio). Temáticas oscuras y poco agradables. No apto para los dulces de corazón. Está plagado de mis bobadas, ya recuerdo por qué hace tanto que no trabajo con un OC en este fandom xD La trama es un revoltijo de música que no dejó de darme vueltas en la cabeza. Música como:

-The taste of blood (Jozef Van Wissem), y

-Beautiful crime (Tamer).

Advertidos quedan, pastelitos. Yo no respondo chipote con sangre ;)

ARGUMENTO: Bucky Barnes conserva pocos recuerdos de su vida como Soldado del Invierno, y casi nada del James Buchanan que alguna vez fue. Su memoria es mala y su mente frágil. Sin embargo, ahora mismo piensa en las cosas que verdaderamente posee: La certeza de que aquella mocosa es de lo poco bueno que ha hecho en muchos años, el tácito pacto de protección, y la vaga sensación de haber logrado ese mismo acuerdo con otro hace un tiempo. Recuerdos que van y vienen, el pasado lo acecha con la forma de un par de hombres que él llegó a creer enemigos… Todo eso, y un día James se encontrará a sí mismo deseando que Joey Levy haya sido el último de sus grandes fracasos.


|Canta para mí|

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I

Una canción de vidas diezmadas

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Se despertó con un intenso sabor acre en la boca. Lentamente elevó la cabeza de la superficie percudida del catre, conteniendo a la vez un mareo y una intensa punzada en la cabeza, signo inequívoco de la resaca que se le venía encima. Su mano derecha colgaba por un borde, la llevó a su rostro y lo restregó con vigor, espantando las últimas nieblas del sueño intranquilo que había estado experimentando. Apoyada sobre ambos codos, miró entorno, sus ojos penetrando la semioscuridad. Al final, soltó un rápido bufido de fastidio. Las paredes con aquél papel tapiz de un amarillo inverosímil estaban descarapelándose, había un pequeño lavabo justo en frente, a un par de metros, una parrilla al lado, la mesa de madera que tanto trabajo le había costado subir por las estrechas escaleras, y la puerta que daba al oscuro e igualmente deprimente cuarto de baño. La delgada tela de las cortinas permitía adivinar la angosta calle, y la farola de luz amarilla en la esquina vertía una débil luz sobre el cuarto, alargando sombras sobre los muros y el suelo.

No podían ser más de las cinco. Josephine se sentó al borde del colchón, arrancándole varios rechinidos a la base de metal. La fría habitación sin calefacción le erizó la piel y le causó un estremecimiento al sacudirse aquella manta zurcida ya mil veces. Permaneció otro largo rato así, pensando en el alquiler que todavía debía, en el invitado que descansaba frente a ella, y en la asquerosa cerveza barata que aguardaba por ella en la vieja hielera del rincón. El aspecto de su vivienda, de su vida, y de su futuro alentaron un viejo vicio pese a que era tan joven.

Se echó la manta sobre los hombros y se dirigió con pasos cansados hasta la hielera. Extrajo una botella, pero antes de poder regresar, una corriente de aire le arrancó otro estremecimiento. Compuso una mueca al girar a la izquierda para echarle un vistazo sobre el hombro a su invitado. Consideró un instante tomar otra botella para él, hasta recordar que la última vez había terminado escupiendo el líquido. Joey no estaba para malgastar nada. Regresó.

Se tumbó sobre la escuálida cama, al lado de la ventana ancha y rectangular, de tal modo que pudiera tener de frente el rincón más oscuro de su habitación. El hombre que segundos antes dormitara sobre un jergón en el suelo, la miraba fijamente. El ruido de Joey lo hizo espabilar.

—Me harías el favor —dijo Joey, extendiéndose sobre una pequeña mesa de noche y alargando la botella hasta el rincón oscuro. Una mano salió de la oscuridad, cogió la botella, y hubo un sonido burbujeante mientras le devolvía la cerveza—. Gracias.

— ¿No es un poco temprano? —inquirió la voz grave.

—Eso —se interrumpió para dar un largo trago, hizo una mueca más de asco que de alivio al notar el líquido amargo anegar su boca y descender frío hasta su estómago—, o muy tarde —continuó—. Tú seguro no has dormido nada en realidad.

—Lo suficiente —replicó.

— ¿Lo suficiente para qué? ¿Para no parecer un zombi? Pues te ha fallado. No sólo luces como uno, también hueles como zombi —una risa torpe brotó de sus labios.

—Creo que no estás en condiciones —apostilló él.

La muchacha le dio la razón con un gesto vago y bebió de nuevo. No podía negar que mantener una higiene decente con un mini lavabo como único recurso era bastante difícil.

— Esto me recuerda —comenzó, señalándolo con la botella en mano—, el dueño del edificio me echará de aquí en unos días. Hace tanto de la última vez que pagué alquiler que sinceramente he perdido la cuenta de los meses.

—Dijiste que salías a trabajar —. La ceja que arqueaba era una obvia alusión a la peculiaridad de su 'trabajo'—. De haberlo sabido habría salido yo.

Joey se alzó de hombros.

—La comida no la regalan, o al menos no me la regalan a mí, y tú comes como niño de orfanato. Yo necesito comprar otras cosas —dijo agitando la cerveza—. Tú no puedes andar por ahí con ese maravilloso brazo como letrero de "aquí estoy", y ni mencionar las visitas al museo del "amor de tu vida", tampoco son gratis, cariño.

—Necesito recordar —espetó con el ceño fruncido y una severa mirada—. Y deja la idiotez del "amor de tu vida".

Joey bufó y rodó los ojos. Terminó con su bebida, colocó la botella sobre la destartalada mesa de noche y se recostó de lado.

—Tuve un sueño —dijo él luego de un rato de silencio. Sólo las risas de un grupito de vándalos en la calle, y el rumor de los coches irrumpía en la callada habitación que Joey Levy no había pagado en meses.

Pestañeó rápidamente y frunció los labios. — ¿Otra vez el rubio?

—Sí.

— ¿Qué hacía?

— Dejaba que lo golpearan. Yo lo evitaba… Él me llamó Bucky.

Un destello de diversión cruzó la mirada de Josephine, tenía una expresión enigmática que le agregaba varios años. Al final, la chica explotó en una risotada.

— ¿Salvaste al Capitán América, hombre? No sólo eso, te tiene un diminutivo de cariño. ¡Dios, eres todo un caso! —Exclamó la chica—. A que soy afortunada, ¿no? Mi único acto de caridad resultó tan trascendental —sonrió con insolencia, porque la verdad de aquél acto de caridad era bien diferente—. Ahora ese rubiecito te busca, me pregunto si pagaría algo…

Josephine dejó el resto de la frase en el aire. Sus ojos grises se fijaron sobre los azules de este supuesto "Bucky". Una risita se insinuaba apenas en la comisura de sus labios. Joey no tuvo problemas para alentarlo regalándole una amplia sonrisa en su lugar. Por vil que la supiera, por más que a lo largo de esos meses de mutua compañía él hubiera conseguido conocer sobre ella y su profesión como ladrona de poca monta, por más que a este punto él le conociera todos y cada uno de los horrendos vicios que tenía, no hacía falta aclarar que venderlo por un poco de plata era únicamente una broma tonta de su terrible sentido del humor.

—Quizá sí deberías continuar visitando ese maldito museo —dijo con tranquilidad después de un largo suspiro—. Por cierto, este nombrecito me agrada para ti. Bucky. Digo, es mejor que llamarte "soldado" u "hombre" todo el tiempo, ¿no crees?