Ataptación de la novela homónima de Kirsten Miller.
Sinopsis...
Hinata Hyuga ha vivido siempre en la pequeña ciudad de Otogakure no Sato. Pero desde que tiene uso de razón, ha experimentado visiones de una vida pasada en la persona de una joven llamada Hime, cuyo amor por un chico llamado Indra terminó en una tragedia espantosa.
Un día, Hinata ve en la televisión al famoso playboy Sasuke Uchiha, y eso la trastorna. Huye a Konohagakure a buscar a Sasuke y ahí se ve envuelta en una épica aventura amorosa que parece obra del destino tanto como sumamente peligrosa.
¿Es Sasuke su amado Indra? ¿O su asesino en una vida pasada? Hinata pide a los miembros de la poderosa y enigmática Sociedad Ouroboros que le ayuden a descifrar los misterios de la reencarnación y a descubrir los secretos ocultos en sus vidas, y amores, previos antes de que todo se pierda y el ciclo vuelva a empezar. Pero, ¿qué es la Sociedad Ouroboros? ¿Y cómo puede saber Hinata en quién confiar?
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Capítulo 1.
Hinata estaba de regreso. Tendió la mirada por la conocida recamarita. Nubes plateadas flotaban sobre el tragaluz arriba de una cama arrugada. Una vela en el borde del tocador esperaba a que los débiles rayos solares terminaran de desvanecerse. Su vista volvió al espejo frente a ella. Aliso una mata de su melena rubia y la acomodo tras una oreja. El reflejo en el espejo no era el suyo, pero lo conocía tan bien como al propio. Los grandes ojos cafés lucia sombras kohl. Los labios sonrientes formaban un arco rojo de cupido. Una vez más miró una mano fina con granate encendido alisar una túnica bordada con oro. Hinata sintió la seda pasar bajo sus dedos.
La joven en el espejo aguardaba. Un reloj en la repisa de la chimenea se había parado al cinco para las seis. El tiempo se había reducido a nada. Afuera, el viento otoñal gemía. Los arboles crujían en el parque, el cual, por alguna razón, ella sabía a menos de una cuadra de distancia. El fuego crepitante había atenuado el frio de la noche. Pero la joven no sentía necesidad de su calor.
Oyó abajo el ruido de tacones de mujer en los adoquines. Con el corazón agitado, corrió por la tosca duela hasta la ventana, cuidando que los tacones de sus zapatillas no resbalaran en las grietas. Se asomó por las cortinas de terciopelo. Un piso bajo ella, por un sendero angosto y encantador, pasaban caminando dos mujeres enfundadas en abrigos de piel y tomadas del brazo. La forma de sus sombreros y el estilo de sus zapatos no habían estado de moda en casi cien años. No se detuvieron, y la chica suspiro aliviada cuando por fin desaparecieron de su vista. Lo último que necesitaba era que su madre la visitara en esta su primera noche solos, juntos.
Sus ojos volaron a la estructura de un rascacielos que se construía a la distancia, y volvieron pronto abajo, a la calle. Una figura misteriosa había aparecido en el sendero. La respiración de la joven se aceleró cuando la figura se detuvo frente a su puerta y miro furtivamente a ambos lados de la calle. Oyó una llave entrar en el cerrojo escaleras abajo, y luego, pasos graves subir al segundo piso.
En un instante, él estaba en su cuarto, abrigo y sombrero en las manos. Despeinado cabello castaño. Ojos escarlata destellantes. Un saco anticuado ligeramente raído de los puños. Ella lo recibió en la puerta y le rodeo el cuello con los brazos. Él dejo caer su abrigo para que sus frías manos buscaran la base de su espalda. Luego, sus labios húmedos chocaron con los otros. Ella se apretó contra él, sintiendo aumentar el calor bajo sus capas de algodón y lana.
―Te eh esperado una eternidad ―le dijo.
―Ya estoy aquí ―susurro él, recorriendo su cuerpo con las manos.
―¡Indra! ―murmuró ella, mientras el cuarto se llenaba de un brillo cegador.
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Hinata Hyuga estaba parada en un banquito, asomándose por la ventana abierta frente a ella y confiando en que podría dejar de moverse. A lo largo del invierno, la expectación había crecido en su interior. Pero una vez que el clima se templó, fue incapaz de dormir o quedarse quieta. Parecía como si cada célula de su cuerpo bailara.
Algo le esperaba más allá de las altas montañas alrededor de Otogakure, su impaciencia se había vuelto casi insoportable. Le daban ganas de saltar por la ventana, segura de que el viento la sostendría sobre los árboles y la depositaría justo donde debía estar. Lo único que la mantenía atada a la tierra era la mano de Ino en el bies del vestido que modelaba.
―¡Hinata, ven a buscar el control remoto!
El graznido de su abuela hizo añicos su concentración. Hinata se tambaleó un momento y bajó del banco atropelladamente.
―¡Vaya, Hinata! ¿De cuándo acá eres tan torpe?
Oyó que una aguja caía al suelo y vio a Ino meterse un dedo herido en la boca.
―¡Ay, pobrecito! ―desordenó el enmarañado pelo rubio del muchacho―.Vuelvo en seguida. Chiyo se sienta a cada rato en el control. A lo mejor ya se le enterró entre las nalgas.
―¿Quieres que te traiga una palanca? ―bromeó Ino. Se irguió todo lo alto de su metro noventa de estatura y ofreció a Hinata una sonrisa maliciosa, sin darse cuenta de que estaba a sólo unos centímetros de que el ventilador del techo le arrancara el cabello.
―¡Baja la voz! ―ordenó Hinata riendo, mientras abría de golpe la puerta de su recámara―. ¿Quieres que te prohíban entrar siempre?
Sus pies descalzos resonaron en la duela. Le gusta imprimir todo su peso en ese alarde impropio de una dama. Tras bajar las escaleras y acercarse a la cocina, su madre salió al pasillo, limpiándose las manos en el delantal, sacudió la cabeza en mudo ruego y alzó cuatro dedos todavía embarrados de masa para galletas. Hinata aflojó el paso para que sus pies cayeran levemente. Fastidiar a su abuela era un placer que por lo pronto tendría que olvidar. Cuatro meses de buena conducta eran un bajo precio por su libertad. En septiembre ingresaría al Instituto Tecnológico de la Moda Konohagakure, y había mil kilómetros y una cordillera entera entre ella y el este de Oto no Kuni.
Las cortinas de la sala de estar se hallaban cerradas, y aun el floreado papel tapiz parecía gris en la penumbra. Chiyo Akasuna estaba sentada en un sillón revestido de seda, rígida la espalda y las piernas cruzadas en los tobillos. Recién llegada del salón de belleza, lucía un esponjado peinado color plata que frotaba varios centímetros arriba de su cuero cabelludo. Hinata se paró en la entrada y dejó vagar sus ojos por el cuarto, buscando algo fuera de lugar. Una flor marchita escondida en el ramo de rosas de verano, o una media corrida de la anciana dama. Vio la mancha que había dejado en el espejo encima de la chimenea-una huella digital perfecta en la esquina derecha-, río apenas. Era un juego entre ellas, y esta vez Hinata iba ganando.
―¿Alguna novedad? ―preguntó la señora, con la voz melosa que utilizaba para preparar sus trampas.
―No, abuela.
―¿Ese muchacho está aquí todavía?
―Ino ―la corrigió Hinata.
―¿Perdón?
La delicada mano de la abuela alcanzó los anteojos en la mesa de al lado. ―Se llama Ino.
―Ya lo sé... ―poniéndose los lentes, la anciana inspeccionó a la chica―. ¿Qué diablos traes encima Hinata?
Hinata dio una vuelta para lucir un vestido negro escotado.
―¿Te gusta mi vestido nuevo? Pensaba llevarlo mañana a la iglesia.
A Chiyo Akasuna casi se le salían los ojos de la indignación.
―¡Ninguna nieta mía se presentara jamás ante el Señor con...!
―No te ataques, Chiyo, es broma. Se lo estamos haciendo a Kin Tsuchi.―Hinata suspiró y metió la mano bajo el cojín que sostenía la pequeña y mojigata mujer. Sacó el control remoto y encendió la televisión―. ¿Qué canal quieres?
―¡Ay, qué lista! ―rezongó la abuela―. Pon las noticias de las cinco.
Hinata apretó un par de botones y el conductor de un conocido programa de chismes apareció en la pantalla.
―Creo que es algo temprano para las noticias ―dijo― ¿Está bien ahí?
―¡Todo es ahora esa basura! ―cloqueó la abuela―. Bueno si no hay otra cosa. Déjalo y súbele al volumen. Hinata vio ensancharse la barra de volumen en la base de la pantalla.
``...el playboy de diecinueve años volvió anoche a Konoha apenas horas antes del inicio previsto de los funerales de su padre. Aunque la relación entre ambos se había enfriado en los últimos años, fuentes confidenciales informaron que... ́ ́
Hinata fijo la vista en la acción. Un joven apuesto de piel clara bajaba de un mercedes negro al tiempo que los flashes de las cámaras centelleaban en el parabrisas del automóvil. Por un momento sostuvo la mirada de los paparazzi, con rostro enigmático e indescifrable. Luego una de sus comisuras se curvo inesperadamente en una sonrisa.
―Indra ―murmuró Hinata. Una flama ardió en la punta de sus pies. Mientras el fuego comenzaba a subir, sintió que las rodillas se le doblaban.
Un torrente de imágenes se hizo humo cuando Hinata despertó. Sus ojos seguían cerrados, y una pierna estaba incómodamente retorcida debajo de ella. Oyó que su madre y abuela susurraban cerca.
―No podemos permitir que tu hija se vaya de la ciudad ―insistía la abuela.
―¡Pero esto no había pasado en años!
Su madre parecía asustada.
―Tú no estabas aquí, Hana. No oíste lo que dijo. Todo está empezando otra vez.
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La casa Hyuga se asentaba en una amplia plataforma cubierta de hierba y arrancada a la ladera de una montaña. De dos pisos de alto, con una caprichosa torrecilla que podría haber guardado a una o dos princesas, era la marca distintiva que todos los niños buscaban al llegar a la ciudad. En las mañanas, las blancas paredes de la casa brillaban bajo el sol, y la azalea carmesí que rodeaba al primer piso parecía arder como un lecho de brasas al rojo vivo. Ya avanzada la tarde, mientras la sombra de las montañas reptaba sobre el valle, la magia de la casa Hyuga se volvía tenebrosa. Aun en el ocaso, cuando sus ventanas revelaban luces, no habría podido parecer menos atractiva.
Poco después de las diez de la mañana, Hinata arrastró una silla de jardín hasta la orilla del prado. Se ajustó sus grandes y redondas gafas oscuras y aflojó la faja de su kimono. La seda se infló con la brisa del mediodía, hasta casi exponer el trasero desnudo de Hinata. A veces prefería no vestirse los domingos. Por lo que a ella se refería, así era como el Señor lo había querido.
En la base de la colina, muy debajo de la magnífica casa de su abuela, se tendía entera Otogakure. Doscientos años después de que los antepasados de Hinata la habían fundado, la ―ciudad seguía siendo apenas poco más que un corto trecho de tiendas que no vendían nada que valiera la pena. Pero delirios de grandeza seguían presentes en la familia. Para Chiyo Akasuna, que se negaba a viajar más allá de la frontera de Otogakure no Sato, era nada menos que el centro del universo. Eso y la desnudez ocasional eran dos de los muchos temas sobre los que su nieta y ella nunca estarían de acuerdo.
Mientras las campanas de la iglesia repicaban en el valle, Hinata se dejó caer sobre su silla y abrió de golpe un enorme cuaderno de bocetos. Mordió la punta de su lápiz, tratando de concentrarse en la imagen apoyada contra sus rodillas: un cuerpo pechugón y sin cabeza enfundado en un vestido verde esmeralda. La temporada del baile de graduación era el periodo más agitado para el pequeño negocio que ella había puesto con Ino. No había un solo vestido decente por conseguir en ciento cincuenta kilómetros a la redonda, y esto quería decir que durante tres meses al año Hinata e Ino eran el dúo más buscado en la preparatoria Otogakure. El resto del tiempo, los demás estudiantes guardaban sus distancias. Rara vez eran antipáticos, pero siempre desconfiados.
Hinata estudió el boceto que había trazado el día anterior. Ese vestido verde de flapper se le hacía conocido. Lo mismo le ocurría con todos los vestidos que diseñaba. Tuvo que lidiar con la sensación de dejá vu, e intentar recordar dónde podía haber visto esa prenda. Pero cuando cerró los ojos y trató de concentrarse, lo único que pudo ver fue al muchacho de la televisión. No sabía cómo, pero estaba segura de que lo conocía. Cuando él miró a la cámara, parecía como si la buscara a ella.
Algo le revoloteó en el estómago, y Hinata deslizó una mano bajo su manto para calmarlo. No tenía aún la menor idea de cuántas dificultades había causado su colapso. Luego se había sentido demasiado agotada para disculparse. Ino la había llevado a la cama, donde despertó dieciséis horas después, avergonzada por haber perdido el control y asustada por la mirada que recordaba haber visto en el rostro de su abuela. Cuando se encontró con que la casa estaba vacía ―sus demás ocupantes ya estaban en la iglesia―, supo que debía prepararse para lo peor.
―Supongo que decidieron no mandarte al loquero todavía.
Hinata subió sus gafas hasta el rebelde matorral de su cabello azulado y entrecerró los ojos bajo la luz del sol. Ino Yamanaka atravesaba tranquilamente el jardín. Aún tonificado el cuerpo por la temporada de futbol, se movía con una gracia infrecuente en muchachos de su estatura. Ino disparó la sonrisa que hacía que la mitad de las mujeres de la ciudad maldijeran al destino.
―¡Tápate, chiquilla! No puedes andar exhibiéndote frente a cada hombre que viene a visitarte.
―Como si te importara ―Hinata sonrió y cerró su manto―. Y no parece que el resto esté haciendo fila para ver qué me puse. ¿Por qué no estás en la iglesia?
Ino se acuclilló junto a su silla y contempló la ciudad.
―Decidí dar una semana de descanso a sus intentos de salvarme. ¿Sabías que existen campos en los que hacen cambiar a personas como yo? ¿Dónde nos enseñan a ser miembros productivos de la sociedad?
―¿Productivos para embarazar a las muchachas de Otogakure y fabricar crías hasta caer desplomados? ―preguntó Hinata, haciendo resoplar a Ino de tanto reír―. Pero bueno, hoy no podrás quedarte mucho tiempo. Es probable que Chiyo arrastre acá al doctor Orochimaru después de la ceremonia.¿Qué te parece si le doy un espectáculo? Para que ella aprenda.
Por alguna razón, Ino siempre sabía cuándo dejar de reír.
― ¿Crees que traiga al pastor? ¿Tan mal están las cosas?
Hinata asintió gravemente con la cabeza.
―No me habían dejado faltar a la iglesia desde que me dio pulmonía en octavo grado. Quién sabe qué haya sucedido ayer mientras quedé fuera de combate.
― ¿Qué viste esta vez? ¿Te acuerdas?
Hinata se recostó en su silla.
―No podría olvidarlo aunque quisiera. Estaba sentada en una habitación, esperando a Indra. Entonces él llegó, y… ¡Ay, ojalá no haya dicho nada indebido frente a Chiyo!
Ino se estiró y le apretó la mano.
―Creí que desde hace años sabías cómo evitar desmayarte. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que te ocurrió algo así?
―Del martes para acá ―Respondió Hinata, con voz débil.
― ¿Qué? ¡Válgame, Hinata! ¿Por qué no me lo dijiste?
―No dije nada porque quería ponerlo bajo control. He visto lo mismo de vez en cuando desde hace semanas. Parece que ya no puedo parar las visiones. Y para serte franca, no estoy segura de querer hacerlo ―hizo una pausa mientras el recuerdo del beso pasaba por su mente, seguido por una ola de ansiedad―. Parecía real, Ino. Como si de veras estuviera yo ahí. Creo que esta vez sí voy a perder la razón.
―No la perderás ―Insistió él, como un doctor que confortara a una paciente histérica―. Trataremos de analizarlo. ¿Tienes idea de qué provoca las visiones? ¿Qué estabas haciendo ayer cuando te desvaneciste?
―No gran cosa. Había un programa de chismes en la televisión. Hablaban de un niño rico de Nueva York cuyo padre acaba de morir. Él debe haberme recordado a Indra.
―Déjame adivinar. Enigmático e inquietante ¿Tan guapo que te deslumbra?
―¿Como lo supiste? ―Balbuceo Hinata.
La sonrisa de Ino no era sana en absoluto.
―Después de tantos años de no mostrar el menor interés en la especie masculina, ¿quién iba a decir que resultarías de tan buen gusto? Tu chico misterioso se llama Sasuke Uchiha.
―¿Cómo lo sabes?
―La internet sólo sirve para dos cosas, Hinata. Los chismes son una de ellas. La persona de la que hablas no ha dejado de aparecer en los tabloides en los últimos meses.
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Hasta aquí chicos
Si les gustó déjenme un sexy review, me haría muy feliz.
