Mi Pirata Malvado

(Adaptación)

Capítulo 1

Indias Occidentales,

septiembre 1705

Rosalie abrió los ojos a causa de los fuertes golpes en la puerta de su camarote. Se sentó en la cama, embriagada por el olor a sal y a mar que entraba por las portas y por los dulces fragmentos de su sueño: iba corriendo por una playa de arena blanca salpicada de palmeras. Recordaba un mar azul con rugientes olas que rompían en la espuma blanca. Era libre.

—Milady, ¿puedo entrar? ¡Es urgente! —Mike Newton, el primer oficial del Pink Beryl, insistió detrás de la puerta, con la voz tensa de preocupación.

Rosalie exhaló un suspiro dejando que su sueño se desvaneciera.

—Sí, señor Newton. Entrad.

La puerta se abrió. El farol de Newton penetró la oscuridad. Tenía una expresión ceñuda.

—Siento molestaros a estas horas impiadosas, milady, pero... —Se detuvo al verla.

Parpadeando perezosamente con ojos felinos, ella se estiró la sábana hasta el mentón y se apartó unos mechones de cabellos enredados que bajo la luz de la luna parecían más plateados que dorados.

—Sí, Newton, ¿qué sucede?

—¡Piratas! Nos están atacando...

El ruido de los cañones retumbó en el horizonte, desnucando una estrepitosa andanada de costado y provocando una terrible explosión que impactó en el barco. Las paredes se hicieron trizas. El barco se balanceó bruscamente. Del otro lado de la puerta sobrevino el caos. Tirada sobre las almohadas, Rosalie oyó a los oficiales vociferando, a los marineros corriendo de prisa en cubierta y las armas disparando.

—¡Demonios! —Newton cayó de rodillas junta a la cama de ella—. Milady, ¿os encontráis bien?

—Sí, sí, estoy bien —respondió Rosalie sin aliento y temblando, aunque todavía entera—. ¿Y vos?

—Bien —Newton se puso de pie, estirándose la chaqueta de color azul marino—. Debemos sacaros de este barco, milady. Disculpad el atrevimiento, pero debéis vestiros, y de prisa, pues nos caerán encima en cualquier momento. No podremos mantener la delantera por mucho tiempo, y esa es una fragata de setenta cañones. Debo asegurarme de que os encontréis sana y salva para cuando ellos lleguen.

—¿Sana y salva? ¿Dónde? —preguntó ella mirando hacia las portas abiertas. El agua y la noche los rodeaba por todas partes y no muy lejos asomaba una enorme embarcación, abriéndose paso a toda vela entre las olas, con las bocas de los cañones echando humo. Unas siluetas se desplazaban sobre las cubiertas, preparando las armas, preparándose para abordar el barco de Rosalie. ¿Dónde diablos podía ir ella? Apartó las sábanas de un tirón y se calzó rápidamente las botas bajas. Ante un ataque pirata no había tiempo que perder.

—Izad bandera blanca, alférez. No permitiré que nos maten a todos por culpa de mis joyas.

Newton desvió la mirada y se aclaró la garganta:

—Disculpad, milady, pero las joyas no son el único botín que estos rufianes persiguen.

Ella echó una ojeada a su camisón. Un calor le subió por las mejillas. Si bien no era una muchachita que acabara de terminar sus estudios, en esa cuestión seguía siendo bastante inexperta.

—Debo... buscar a Vera —Se echó una capa sobre los hombros y estaba a punto de salir cuando la criada irrumpió en el camarote.

—¡Una catástrofe nos ha caído encima, milady! —se lamentó Vera al tiempo que una segunda andanada impactó en el barco. Cayeron al suelo. El farol de Newton se estrelló y dejó de alumbrar. Vera pegó un grito. Aferrándose al poste de la cama Rosalie se ayudó a ponerse de pie. Newton le tendió una mano a Vera para ayudarla al tiempo que las conducía puertas afuera.

Subieron de prisa por la angosta escalera de cámara, bamboleándose por los bruscos balanceos del barco. Se chocaron con alguien:

—Señor —exclamó Eric, el navegante—, el capitán se ha rendido. La Víbora nos está abordando. ¡De prisa! No podemos resistir.

Rosalie empezó a decir:

—¿La Víbora? ¿El italiano al que llaman Emmett?

Víbora. Sobrenombre que le habían puesto por malvado y corrupto, sinónimo de crueldad, sed de sangre y destrucción. Surcaba los mares apoderándose de un botín tras otro por su valentía, sus artimañas o por el mero terror que provocaba el mencionar su nombre; su leyenda se cernía sobre él cual nube de tormenta.

—Me temo que sí, milady —confirmó Eric —. No contamos ni con los hombres ni con las armas para enfrentarlo. Ese rufián no había asaltado embarcaciones privadas en años. Él ataca flotas. No esperábamos que nos atacase a nosotros. Ni tampoco Su Excelencia.

—Que Dios nos ayude... —murmuró Rosalie, recordando las advertencias de su abuelo.

El duque Hale había vaticinado una catástrofe. Había estado terminantemente en contra de su viaje en barco a Jamaica para encontrarse con su prometido, el vizconde Whitlock. A ella aún le resonaban sus sermones en la cabeza: "En tiempos de guerra una joven no debería andar correteando por el mundo. Mi presencia es requerida en la Corte de Su Majestad y tú no puedes viajar sola. Si el hijo de Dentón desea hacerse de un nombre persiguiendo piratas al servicio de Su Majestad, ¡que lo haga sin ti!". Lamentablemente, Jasper Whitlock sí lo estaba haciendo solo, mientras ella pasaba sus días lejos, en casa. Ella había intentado hacer entrar en razón al duque, recordándole que estaba comprometida en matrimonio con Jasper desde la infancia, pero él no la había escuchado. Había llegado a la solución de la discordia mediante mañas: Rosalie había derramado tantas lágrimas que el duque no había tenido otra alternativa más que rendirse. Si su abuelo hubiera sabido el verdadero motivo de su viaje en barco nada hubiera quebrantado su determinación.

—Prepara el bote, Eric —ordenó Newton, y dirigiéndose a Rosalie dijo—: No temáis. San Juan está a no más de un día de viaje —Antes que el terror de naufragar en el mar se apoderara de ella, él la asió del codo y las instó a ella y a Vera a seguir por las escaleras.

La escena en cubierta era infernal. El mástil estaba en llamas. Los piratas llegaban saltando con sogas. El metal sonaba ruidosamente, las armas explotaban. Abriéndose paso con cuidado en medio de las zonas de combate, Newton las condujo a estribor. Debajo de la barandilla, un pequeño bote se bamboleaba precariamente sobre las negras olas.

—¡Padre misericordioso que estás en los cielos! —exclamó Vera al ver el bote.

—¿Y los demás? ¿Y el capitán? —preguntó Rosalie con ansiedad mientras el alférez Newton la ayudaba a bajar por la escalerilla lateral. Ella recorrió con la vista la violenta batalla en cubierta. El humo acre le hizo arder las fosas nasales. Petrificada, observaba las llamas que iban envolviendo los mástiles y obenques. Doce años atrás, sus padres habían fallecido debido a un incendio desencadenado en un viaje de exploración que su padre había hecho a Oriente. En aquel entonces, con sólo doce años de edad, la habían dejado en la Mansión Hale, junto a su hermano menor, Royce. En ese momento, como si tuviese enfrente a su propio padre, su sueño de sol brillante y libertad se estaba convirtiendo en una pesadilla.

—¡Descended, milady! —La apuró Newton—. ¡Ahora! —La sujetó de los brazos mientras ella bajaba el primer escalón. Le hizo un gesto tranquilizador con la cabeza antes de que cinco piratas lo rodearan por detrás.

Rosalie pegó un alarido. Uno de los cinco rufianes sujetó fuertemente a Vera. Otro tiró de Rosalie y la devolvió a cubierta. Debatiéndose salvajemente, ella estiró el cuello y alcanzó a ver a Newton luchando vigorosamente con sus atacantes, pero fueron llevados a la rastra hacia el área donde los triunfadores asesinos, ahora al mando del timón, rodeaban a la tripulación del Pink Beryl.

Apretadas una contra la otra, Rosalie sintió las manos frías de Vera en la nuca, retorciéndole la larga melena en un rodete y metiéndoselo adentro de la capucha de la capa. Rosalie se estiró la capucha hasta el borde de los ojos.

—Cúbrete tú también, Vera.

Una aguda tensión se apoderó del aire humeante. Estaban a la espera del hombre que podía llegar a terminar con sus días: a la mismísima Víbora.

Los piratas se agitaron y le abrieron paso entre sus filas. Conteniendo la curiosidad, Rosalie se acurrucó entre los pliegues de terciopelo de la capucha y escuchó a sus hombres que le daban la bienvenida hablando rápido en italiano. La Víbora se acercó más para inspeccionar a sus cautivos. Una ola de terror los invadió. El taconeo firme de las botas sobre los tablones repercutía en el corazón de cada uno de ellos. Se detuvo, Rosalie contuvo la respiración al percibir que él se había parado justo delante de ella.

Garrett, portami quella nel cappoto nero. (Tráeme a la de la capa negra) —ordenó con voz grave, y un hombre gigantesco con un parche negro cubriéndole un ojo se presentó ante ella.

Newton y Eric se abalanzaron, pero unas afiladas dagas les bloquearon el paso.

—¡Déjala en paz, monstruo despreciable! —gritó Vera sin temor—. ¡Ella es la nieta del duque Hale! ¡Él te perseguirá por el resto de tus días!

La Víbora examinó a la criada, luego le dio instrucciones a uno de sus hombres:

Riley, tu prendi la piccola serva. (Encárgate tú de la pequeña criada) —Se dio vuelta y se marchó.

Lo único que Rosalie vio fue una siniestra sombra alta y negra que desaparecía entre los espesos remolinos de humo.

Levemente iluminado, el camarote de la Víbora ostentaba amplio espacio y bastante lujo. Garrett la empujó suavemente para que entrara y trancó la puerta. A solas, Rosalie levantó la cabeza y echó un vistazo. No era el tipo de camarote donde se esperaba que residiera un salvaje. Unos gabinetes laqueados negro y dorado recubrían las paredes: típicos diseños de artesanos venecianos. Había elegantes sillones y sofás tapizados en satén color púrpura dispuestos en una sala de estar.Un escritorio de color ébano ocupaba el extremo más alejado, repleto de papeles y mapas; y hacia la izquierda de ella se erguía una cama con dosel, cubierta con un lujoso género de seda de color púrpura. La enorme sombra que proyectaba la cama le provocó un escalofrío que le subió por la espalda. Recordó las palabras de Newton advirtiéndole que las joyas no eran el único botín que los piratas perseguían. ¿Sería su suerte ser violada por la Víbora aquella noche? ¿Sería ese el motivo por el que la habrían llevado hasta allí?

Un antiguo escudo real pendía del dosel, cuyos colores negro, plateado y púrpura combinaban con los muebles. La insignia, aunque le resultaba extraña, representaba el prestigio de la familia por participar en las Santas Cruzadas: una serpiente devorando un sarraceno. Aparentemente, el rufián no tenía escrúpulos al decorar su camarote con todo tipo de tropelía, aunque eso significara un despliegue del valor y la magnificencia de otra persona.

La puerta se abrió a sus espaldas. El corazón de Rosalie se detuvo de un salto. La puerta azotó el marco de un golpe. Ella se metió en el hueco de la capucha, al tiempo que percibía un cuerpo voluminoso que se aproximaba por detrás.

Buonasera, madonna —escuchó decir con voz pausada, por encima del hombro. Ella permaneció en silencio, siguiendo el sonido de los tacones de las botas que la rodeaban. Unas piernas largas y fibrosas, enfundadas en botas de cuero negro se detuvieron frente a ella—. Quitaos la capa —le dijo—. Veamos ese rostro que estáis tan decidida a ocultar.

Él era de los de gran tamaño, se percató sintiéndose pequeña y vulnerable. El pensar en los valientes tripulantes del Pink Beryl que habían luchado esa noche la ayudó a reunir coraje.

—¿Bien? —La voz se oyó más cerca y más ronca—. Ya habíais despertado mi curiosidad allá en cubierta, al ocultaros en lugar de papar moscas como el resto —Sonrió él de manera burlona—. Os aseguro que estoy bastante intrigado.

Rosalie no se movió. Él sonaba bastante civilizado. Su inglés con acento italiano era el adecuado para ser hablado ante la presencia de la Reina. Sin embargo, a ella el corazón le dio un vuelco; el aliento cálido llenó la capucha.

—No tengo intención de haceros daño, sólo quiero conversar —le susurró a través de la capucha. Al ver que ella seguía rehusándose a quitársela, la persuadió—: Comprendo que os mostréis reacia a daros a conocer, pero hablarle a una capucha negra me resulta algo tedioso —Él esperó, con sus largas piernas separadas y firmes, hasta que de repente, sin previo aviso, la capucha de ella fue echada hacia atrás de un tirón.

Rosalie quedó boquiabierta. Levantó la cabeza de golpe, provocando que el rodete flojo que tenía a la altura de la nuca se soltura y los cabellos le cayeran hasta la cintura, brillantes y dorados, de manera atractiva. Sobresaltada, finalmente se hallaba cara a cara con el pirata Emmett.

El asombro y la confusión chocaron en sus miradas. Los ojos oscuros y brillantes del pirata se entornaron con aire pensativo, como si la hubiese reconocido y estuviese repasando rápidamente en su memoria hasta lograr asociar el rostro con un sitio. Sin embargo, la perturbadora percepción fue nublada por la íntima reacción de ella al verlo. Rara vez Rosalie prestaba atención a los hombres, ya que estaba felizmente comprometida; pero aquel italiano alto y moreno que tenía parado ante ella, con ese físico tan sorprendente, era capaz de hacerle reconsiderar los votos hasta a una monja.

Una sonrisa lenta curvó esos labios atractivos.

Piacere —Inclinó con gentileza su cabeza negra como el azabache en un saludo formal—. Qué inesperado placer.

De nuevo, ella se sintió acosada por la sensación de que él la reconocía, ¿pero cómo podía ser? Ella hubiera recordado haberlo visto antes. Sólo aquellos ojos eran inolvidables: profundamente expresivos y brillantes, en ese rostro de un intenso bronceado. Una cabellera espesa, lustrosa y negra azabache, alisada hacia atrás en una cola de caballo, le enmarcaban la frente y los altos pómulos, la nariz recta y la mandíbula fuerte y cuadrada: un rostro de guerrero esculpido en bronce. Una cicatriz con forma de media luna recorría la curva que iba desde la sien izquierda hasta la mejilla, aunque a ella le pareció que no entorpecía su belleza en lo más mínimo. Le sumaba personalidad a su aspecto, haciéndolo parecer aún más intrigante. Un par de pendientes le perforaban el lóbulo izquierdo: un diamante y una argolla de oro. Su figura era de un atractivo adicional: aquella gran estatura (le llevaba a Jasper una cabeza), y aquel físico fornido que irradiaba pura energía masculina. Su estilo de vestir era recatado, aunque terriblemente elegante, una suerte de italianos modernos habían dominado el campo de la moda mucho antes de que los franceses asumieran superioridad. Sus anchas hombreras se iban estrechando hasta formar la cintura de avispa de una chaqueta ceñida negra con ribetes plateados. Un fular color blanco niveo daba un efecto como de espuma sobre el cuello tostado. El era absolutamente irresistible, y absolutamente peligroso.

Sonriendo, enrolló un dedo en uno de los mechones dorados de los cabellos de ella.

Allora? (¿entonces?) ¿No tenéis nada que decir? ¿Os ha comido la lengua el gato?

Rosalie le arrebató el mechón de cabello.

—¿Qué es lo que intentáis hacer con mi barco y mi tripulación? Si lastimáis a mi criada, o si un solo inglés muere esta noche...

Un brillo burlón destelló en sus ojos:

—¿No estáis ansiosa por saber qué intenciones tengo con vos, lady Hale?

—Me importa un bledo lo que hagáis conmigo —dijo ella apretando los dientes al tiempo que sus manos frías se cerraban en puños a los costados del cuerpo—. Mientras mi gente salga ilesa.

—Ya veo —Un dedo atrevido le apartó uno de los extremos de la capa, dejando a la vista unos volantes de percal—. ¿Entonces puedo hacer con vos lo que me plazca? —Le preguntó él con una ceja levantada.

—¡Por supuesto que no! —Le arrancó de un tirón el extremo de la capa para ocultar su camisón.

Un golpe retumbó en la puerta.

Entra! —ordenó, sosteniéndole la mirada temerosa.

Entraron cuatro hombres cargando los pesados arcones de ella. Los depositaron en el suelo y se marcharon cerrando la puerta.

—Como veis —cruzó los brazos a la altura del pecho—, todos los botines del barco son para el capitán.

—Tenía la idea de que hacía tiempo que habíais dejado de atacar barcos pequeños —dijo ella pausadamente, con tono mordaz—. ¿Es que sobrevinieron tiempos difíciles?

Él soltó una carcajada.

—Afortunadamente no; pero vos, milady, sois sin duda el premio más valioso que jamás haya adquirido. El mejor de los botines.

Consternada, aunque al mismo tiempo curiosa, ella recorrió con la mirada de arriba abajo su estructura, mientras él se dirigía hacia el mueble de las bebidas. Los ceñidos pantalones de color negro destacaban cada músculo tenso de sus esbeltas piernas. Llevaba una daga curva con mango plateado amarrada a la cintura, sobre una faja de seda color púrpura. Era una daga oriental: una shabariya. Su abuelo tenía una en la biblioteca. Recordaba haber oído alguna vez que Emmett había sido criado en la kava de Argel y que se destacaba por su destreza con las espadas. Ella notó además, a pesar de su temor, que el demonio vestía al tono con su camarote.

El cristal tintineó cuando él llenó una copa con un líquido de color ámbar claro.

—¿Puedo ofreceros un trago de coñac, milady? —la invitó de manera amable—. Ciertamente los acontecimientos de esta noche os habrán afectado los nervios. Una bebida fuerte ayudará a calmarlos.

—Pretendéis demasiado si creéis que beberé alcohol —dijo ella con tono mordaz—, y menos en compañía de un condenado pirata. ¡Brindad solo!

Los ojos de él recorrieron su silueta enfundada en la capa, haciéndola sentir extremadamente cohibida.

—La dama tiene una lengua afilada. Temo que habrá que desafilarla un poco —Cuando la ira de ella ardió visiblemente, él alzó una ceja elegante y renegrida en un gesto divertido—. Va bene.(Esta bien) —Bebió rápidamente el trago, cerrando un poco los ojos mientras la fuerte bebida le quemaba la garganta. Dejó la copa a un lado y continúo examinándola abiertamente—. Whitlock merece que lo maten por dejar que una mujer como vos navegue sola con hombres como yo deambulando por alta mar.

—¿Whitlock? —¿Cómo era posible que él conociera a Jasper?, se preguntó ella.

—Sí, Whitlock —Comenzó a caminar en dirección de ella—. Ese rubio tierno con el que estáis comprometida, lady Hale. El mismo al que haremos una visita dentro de cuatro días. Nosotros dos.

El corazón se le encendió de esperanza:

—¿Entonces tenéis intención de mantenerme cautiva por un rescate?

—¿Tan ansiosa estáis de encontraros con el elegante caballero de Kingston? Qué romántico —Sonrió burlonamente—. Así es, de hecho tengo intención de devolveros a Whitlock. A cambio de cierto precio.

—Su Señoría pagará su precio de buena gana, Víbora, el que sea.

—Ah, ahora recuerdo —Apareció frente a ella; su cabeza quedaba tan extremadamente alta que la obligó a levantar la vista—. No hemos sido presentados apropiadamente. Permitidme —Le tomó la mano de manera galante.

Rosalie se la arrebató de un tirón, dirigiéndole una mirada llena de veneno.

—Ya sé quién sois vos.

La irritación ardió en los ojos de él, pero la reprimió. Bajó la cabeza hasta acercarla a la de ella y le susurró:

—Mi nombre no es Víbora.

—Vuestro nombre es Emmett.

Él se enderezó sin decir nada.

—¿Entonces, cuál es el precio? —preguntó ella. Con el botín de joyas guardado en uno de sus arcones, él podía comprarse media Jamaica. ¿Cuán insaciable podía ser un hombre?

—Soy una persona razonable —dijo mientras se frotaba su mandíbula fuerte y bien afeitada, con aire pensativo—. Sólo tengo intención de reclamar lo que es mío, algo que no tiene precio —Aquella ceja indignante se levantó inquisitivamente—: ¿Vos tenéis precio, lady Hale? ¿En doblones de oro, quizás?

Ella lo miró airadamente con aquellos ojos rasgados de color aguamarina que le daban un aspecto felino.

—Bestia —siseó.

El malvado rufián tuvo el descaro de echar la cabeza atrás y lanzar una carcajada.

—Estoy seguro de que esperáis que no lo sea, milady, aunque... —Le tocó el rostro sobresaltándola. Aunque lo único que hizo fue rozarle las mejillas con delicadeza, le provocó un curioso estremecimiento que le recorrió todo el cuerpo—. Estaría más que contento de cumplir con vuestras expectativas —Echó un vistazo en dirección a la cama y luego volvió a mirarla a ella. El sentido del humor y el desafío brillaron en aquellos ojos oscuros—. ¿Qué es exactamente lo que teníais en mente? ¿Violento y encantador, o placer prolongado? Estoy dispuesto a disfrutar con ambas cosas.

Rosalie retrocedió. Él la siguió, pavoneándose de manera arrogante. Como un leopardo negro, pensó ella de mala gana, elegante y letal. Cuando la enjauló entre sus poderosos brazos y la pared, ella apenas logró murmurar:

— Whitlock os matará si me ponéis un dedo encima.

—Un daño grave, sin duda.

Con el corazón martillándole el pecho, Rosalie clavó la mirada en aquellos fascinantes ojos. Todo lo demás se desvaneció en la oscuridad. Ese rostro apuesto y el ancho de sus hombros musculosos le colmaron la visión. La tensión se oyó crujir entre ambos y por un breve instante ella casi olvidó quién era él.

Él le examinaba el rostro detalladamente, admirando esos ojos naturalmente rasgados de color azul verdoso, la graciosa nariz respingona, la suave redondez de sus mejillas. Su mirada se detuvo en los labios: carnosos, rosados, levemente temblorosos. La lujuria se le grabó en el iris:

—Sois hermosa —suspiró y ella sintió en los labios un intenso olor a coñac—. Creo que la furia de Whitlock es un castigo ridiculo por pasar una noche con vos, milady.

Jamás un hombre la había mirado de ese modo. ¡Ninguno! Ni siquiera Jasper, su prometido, jamás le había dicho que era hermosa. Cinco años atrás, cuando su hermano falleció en un duelo, ella tenía diecinueve años y se estaba preparando para hacer su debut en sociedad. Su primera presentación en sociedad tuvo lugar dos años más tarde, cuando su abuelo la presentó en Versalles ante la corte francesa, mientras se encontraba en Francia atendiendo asuntos diplomáticos. Aquel hombre —el pirata—, con esos ojos negros como la noche y aquel rostro como tallado en piedra, la estaba mirando fijamente... ¡como si ella fuera la mujer más deseable del mundo!

Él sonrió al notarla turbada... y con qué sonrisa pecaminosa. Los dientes blancos resplandecieron en un malvado contraste con la piel morena y Rosalie sintió profunda compasión por las mujeres que habrían caído en las redes de aquel bribón. Este hombre era absolutamente consciente del poder de su atractivo masculino.

—Vuestro preciado Whitlock es un idiota —pronunció Emmett lentamente—. Me temo que bien debería merecer la santidad cuando os devuelva ilesa.

Rosalie tragó saliva con dificultad.

—¿De veras no tenéis intención de hacerme daño?

Emmett se acercó lo suficiente como para que ella viera las líneas que la vida le había tallado en la piel. Él no era tan joven como ella había asumido inicialmente. Había un lado severo y cruel en él; aunque también había algo más, inesperadamente, algo que ella tenía esperanza de no estar imaginando: un código privado de honor.

—¿Haceros daño? —Un aire extraño se reflejó en sus ojos. En un acto atrevido, le acarició los labios carnosos; la leve aspereza de su piel le resultó alarmantemente seductora. Bajó el tono de voz hasta que quedó un susurro ronco—: Una criatura hermosa como vos fue hecha para recibir placer, Rosalie. No dolor.

Aturdida, ella simplemente atinó a mirarlo mientras él giraba sobre sus talones y abandonaba el camarote dejándola encerrada.