Notas de la autora:

¡Hola a todos! ¡Sí, no me he dado un golpe en la cabeza y he dado al botón publicar por error! Estamos ante el comienzo de otra (espero larga) historia, que ya llevaba mucho tiempo en mi carpeta de borradores.

Lo que empezó siendo un trabajo sobre la sociedad medieval en España acabó siendo un desfase AU de Bleach. No preguntéis cómo llegó ahí. La cuestión es que este fic está ligeramente ambientado en una sociedad feudal, aunque al final he decidido no ser completamente fiel a la historia, ya que para empezar necesitaría mucha documentación y visitas a mi universidad, y porque quiero añadir detalles de fantasía y una tecnología más avanzada que la que había entonces. Por lo tanto, inspirado en la época medieval, pero siendo un AU en todo regla.

Advertencias: De momento, ninguna a excepción de insultos y algo de Shonen-ai. En un futuro (muy distante) habrá que subir el Rating, pero de momento tranquilidad.

Parejas: Menciones de GrimmjowxIchigo/ Futuro AizenxIchigo/ Futuro non-con… Pero de momento no habrá pareja definitiva. A ver cómo se llevan los personajes~ El GrimIchi me llama mucho.

Géneros: Fantasía, humor, acción, aventura y futuras maquinaciones. Estando Aizen por en medio, ¿qué esperábais?

Disclaimer: Bleach no me pertenece… Si lo hiciera no quedaría ni un Quincy con vida.


CAPÍTULO 1. UN NUEVO COMIENZO

El cielo anaranjado por el sol que se ponía entre las colinas señalaba el fin de otro día en la aldea de Karakura. Los habitantes del lugar aprovechaban la poca luz restante para recoger sus herramientas de los campos, apresurándose para volver a casa tras un largo día de duro trabajo. A pesar del cansancio, hombres y mujeres charlaban animadamente de los últimos cotilleos del pueblo y de las novedades que los mensajeros traían cada semana de más allá de las montañas. Algunos niños correteaban al lado de sus padres, ayudándoles en lo posible a cargar los sacos y alforjas que llevaban durante su jornada de trabajo, felices de poder ser de utilidad en la familia.

Karakura era uno más de los pueblos agrícolas que poblaban la provincia Cinco, ni grande ni pequeño. El núcleo del asentamiento tendría como mucho unas cincuenta casas y estaba edificado en un pequeño valle verde, al lado de un río. A los lados del pueblo se podían distinguir algunas fincas más dispersas y largos y grandes campos de cultivo de cereales, frutas y hortalizas. En ese preciso momento, con la llegada de la primavera, se podían apreciar árboles en flor por doquier. Y un poco más alejado, allí donde acababan los campos y empezaban las montañas escarpadas, se asomaba un frondoso bosque, cuyos árboles proyectaban misteriosas sombras al anochecer.

Muchos viajeros solían cruzar el valle de camino a la provincia sexta, que era el principal lugar de comercio y venta de los productos que se obtenían en el reino. Cada año, durante semanas, se celebraban diferentes ferias en las que se hacía el mayor número de tratos y acuerdos mercantiles de la temporada. Y el valle, además de ser un gran punto de abastecimiento de verduras y frutas, también era lugar de paso de acaudalados e incipientes burgueses y comerciantes de las ciudades.

Para muchos, el valle era un lugar bucólico, perfecto para retirarse durante los últimos años de sus vidas. Obviamente, no tenían en cuenta que debido a las arduas actividades de sus pobladores, para ellos no era el paraíso. Aun así, era su hogar y lo amaban. Los campos verdes siempre atraían a los recién llegados, al igual que la tranquilidad que inspiraba la zona, a diferencia de la ciudad.

Pero lo que más llamaba la atención de cada uno de los viajeros que llegaban no era la aldea en sí ni su paisaje, sino la imponente figura del castillo que se alzaba en una de las altas montañas que flanqueaban el valle. Era una construcción de piedra enorme, de aspecto siniestro e intimidante. Además, estaba a una altura realmente considerable, hecho que parecía recordar a todos los habitantes del valle quién era el que mandaba y, más importante, el control que ejercía sobre todos ellos, seres inferiores que tenían que contemplar con reverencia el origen de su servidumbre. Posiblemente esa había sido la razón por la que lo construyeron siglos atrás, cuando otros poblaban esas tierras.

Aunque no era esa la expresión que conseguía en el chico de cabello naranja que lo contemplaba en ese preciso momento, sino una más bien cercana al escepticismo. Su ceño estaba más fruncido de lo habitual. Si su padre lo hubiera visto, se lo habría reprochado, ya que como siempre decía "acabaría con arrugas". Como si ese fuera su mayor problema.

Ichigo había nacido en una buena familia, aunque humilde económicamente hablando. Su padre, un caballero de clase modesta llamado Isshin, había sido soldado en sus tiempos de juventud, pero tras sufrir varias lesiones en la guerra, había decidido retirarse a su pueblo natal, dónde había acabado convirtiéndose en el regidor o "jefe" del pueblo. Siendo una aldea pequeña, el hombre siempre había compaginado sus funciones políticas con su trabajo como médico, ganándose bastante cariño entre los habitantes del lugar. Bueno, en realidad todos pensaban que era un idiota, porque siempre iba correteando de un lado a otro y dando saltos a lo loco, persiguiendo a sus dos hijas pequeñas y haciéndoles reír. Pero quien más se había ganado el amor del pueblo había sido Masaki, su madre. Ichigo no lo dudaba. Al fin y al cabo, él la había adorado…hasta su muerte. Una epidemia, bastante corriente en su época, pero letal y dolorosa, había dejado a la aldea en la mitad de lo que había sido. Él tampoco se había librado de padecerla, aunque sí que la había superado, cosa que jamás podría perdonarse. Su madre, su querida madre, el centro del mundo para su familia, había muerto mientras que él había sobrevivido. Interiormente se culpaba por todo. Era tiempo de escasez y, después de pagar los impuestos, casi no quedaba nada de comer. Aún así, su madre había ordenado a su padre que los mantuviera mejor alimentados a él y a sus hermanas, sonriéndole dulcemente a un confundido Ichigo, diciéndole que él todavía tenía que crecer y hacerse todo un hombre. Eso sólo había logrado debilitarla más. Incluso su padre había dejado de comer para dárselo a ella, pero nada había sido suficiente. Y aunque Isshin le dijera continuamente que la falta de alimento no había sido determinante, el chico se odiaba igualmente. No podía hacer otra cosa.

Ichigo todavía recordaba ese tiempo con un gran dolor. En ese mismo momento, mirando el paisaje y el castillo señorial desde el lugar favorito de su madre, no podía dejar de pensar en ello.

Pero el mundo seguía avanzando, muy a su pesar, como demostraba la llegada de su nuevo y actual señor, Aizen Sousuke.

El día anterior Aizen había llegado a la aldea con una serie de caballeros, los llamados "Espada", y con sus dos lugartenientes. Habían leído un comunicado del rey: a causa de la desaparición de su anterior señor, sin descendencia (y en misteriosas circunstancias), Aizen, su general, había sido designado como nuevo señor de la quinta provincia de Seiretei. La noticia no había causado demasiado revuelo: ya estaban acostumbrados a los cambios, a tener que pagar impuestos y a las correrías de algunos señores feudales. Los habitantes de la provincia Doce no paraban de quejarse de que su señor hacía extraños experimentos con ellos, mientras que los de la provincia Once estaban más que cansados de la falta de administración y de la manía de su señor de retar a muerte a todos los hombres que parecían fuertes.

En la quinta habían tenido bastante suerte: el último señor, el desaparecido Shinji Hirako, había sido bastante comprensivo. Había llegado en el peor momento, durante la epidemia que había menguado a la población, pero conociendo la situación, había reducido los impuestos y había sacado la aldea a flote. Gracias a él, el resto de su pueblo había logrado subsistir. La familia de Ichigo lo conocía bastante bien y les había entristecido su desaparición. Nadie se podía explicar qué era lo que había pasado con el hombre.

Ahora era el turno de Aizen. El hombre tenía el pelo moreno, con algunos mechones que caían en forma de flequillo sobre su cara. Llevaba unos lentes, un invento bastante moderno, según le había dicho su padre, que le daban un aspecto bonachón y despistado.

A Ichigo no le gustó un pelo desde que lo vio por primera vez. Además, tampoco se tragó el discurso que soltó a continuación, cargado de buenas intenciones y demagógico a más no poder. En cambio, el resto del pueblo parecía estar muy contento, sobretodo algunas mujeres, que no podían dejar de cuchichear y comentar lo atractivo que era su nuevo señor. Incluso Hinamori, una chica de su edad, se había quedado impresionada por el hombre, con su impecable armadura blanca. Qué fáciles de comprar…

Su padre había ido al instante a saludar al nuevo señor y a presentarse como el responsable de la aldea.

Mientras Ichigo observaba el intercambio entre su padre y el hombre, le pareció notar unos ojos clavados en él. Levantó la mirada para encontrarse con la de uno de los Espada, que lo estaba reconociendo de arriba abajo. Ya sabía que su pelo naranja llamaba la atención, pero tanto escudriñamiento le estaba empezando a molestar. Sobretodo teniendo en cuenta que el caballero tenía el pelo azul, aún más extraño que el suyo. ¿Qué había hecho? ¿Meter la cabeza en un depósito de tinte para la ropa?

Entonces vio como el hombre le sonreía provocadoramente y le guiñaba el ojo, hecho que lo dejó muy descolocado, rojo de vergüenza y con el ceño más fruncido todavía. ¿Quién se creía que era ese tío? Ichigo le envió una mirada oscura cargada de rabia, a la que el hombre sólo contestó con otra sonrisa, bastante felina.

Estaba pensando en las consecuencias que supondría meterle un puñetazo a ese hombre cuando notó que su padre lo llamaba.

-Ichigo, por tercera vez, ¿puedes venir, hijo?-le preguntó Isshin, un tanto confundido.

-¿Eh? Ah, sí. Lo siento, padre.-le contestó el chico, saliendo de su pelea interna.

De fondo podía ver como el caballero se reía nada disimuladamente, ganándose una mirada reprobatoria de otro Espada, de pelo negro y ojos verdes.

Todavía mirando mal al caballero, Ichigo se acercó a su padre, que estaba presentando a sus hijas, Karin y Yuzu, a Aizen. Entonces Isshin le situó de un tirón delante de él, cogiéndole de los hombros protectora y afectuosamente.

-Y como iba diciendo,-prosiguió Isshin- este es mi guapo y distraído Ichigo. Es mi hijo mayor y quien heredará mi cargo.

-Encantado de conocerte, Ichigo.-le respondió Aizen, sonriendo amigablemente- Espero que nuestras relaciones sean tan buenas como lo eran con Hirako.

-Sí, igualmente-le respondió Ichigo bastamente, todavía molesto por el caballero.

Su tono fue recibido con una mirada de sorpresa por parte de Aizen y una patada de reprimenda de su padre.

-Digo, sí, por supuesto, encantado de conocerle, Aizen-san.-rectificó el chico, dándose cuenta de con quién estaba hablando. Educación. ¿Se la habría dejado por el camino?

El cambio de tono sólo recibió una risa divertida del señor y un murmullo resignado por parte de su padre, comentando algo sobre los jóvenes de hoy en día.

Una vez hechas las presentaciones, Aizen acordó una reunión con su padre para hablar del pacto de vasallaje y de impuestos, tras lo que se dirigió a la población para despedirse y salir en dirección al castillo.

En ese momento, el caballero de pelo azul se paró al lado de Ichigo en su caballo, con una sonrisa de superioridad. El chico, cansado y con la sien a punto de estallarle por la frustración, decidió darle una lección. Sonriéndole a su vez, se acercó un poco al hombre y le dio un golpe seco al trasero del caballo, que se levantó a dos patas y se lanzó a correr de golpe, haciendo que el caballero perdiera el equilibrio y estuviera a punto de caerse. El hombre profirió un grito muy poco digno y tuvo que agarrarse como pudo a la crin del caballo, ya con medio cuerpo fuera de su cabalgadura. El resto de caballeros simplemente se quedaron mirando y a Ichigo le sorprendió ver que ninguno parecía demasiado interesado en ir a ayudarle. Es más, algunos empezaron a reírse a carcajadas e incluso una mujer con el pelo aguamarina y con un yelmo en forma de cabeza de cabra le sonrió aprobatoriamente.

Incluso Aizen pareció divertido cuando el caballo desbocado pasó a su lado con su caballero maldiciendo e insultando encima. Entonces miró hacia atrás, buscando el origen de todo el jaleo, para encontrarse a un Ichigo que fingía inocentemente no saber qué había pasado.

Ichigo suspiró. Entonces se había librado de reprimendas, aunque sabía que el tío del pelo azul seguramente estaría enfadado y buscaría la revancha. Bueno, si lo buscaba, lo encontraría. El chico volvió a levantar la mirada hacia el castillo, preguntándose cuánto más tardaría su padre en volver de la reunión con Aizen y si traería buenas noticias del nuevo señor o más problemas para los habitantes de su pueblo. Prefirió pensar negativamente, ya que si estaba en lo cierto no se sorprendería tanto y el golpe no sería tan duro. Tiempo más tarde descubriría que hizo bien.


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