chicas existían errores Disculpen ya los corregí espero que me disculpen aquí esta corregido el primer capitulo

Capítulo Uno
—Te lo advierto, Edward. Basta de escándalos. Si tu familia continúa apareciendo en las revistas de cotilleos, no nos quedará más alternativa que llevar nuestra cuenta a otra parte. Los artículos han llegado hasta Italia. Incluso sorprendí a Jane leyéndolos. ¡Mi propia hija!
Edward Cullen inclinó la cabeza.
—Lo entiendo, Aro. No sabemos por qué The Snitch ha lanzado esta campaña contra Cullens. Pero te prometo que pretendo ponerle fin, sin importar lo que haga falta. Apreciamos los negocios que realizamos juntos y, ahora que pensamos volver al mercado europeo, esperamos poder volver a contar con vuestro patrocinio.
Aro acompañó su expresión de vago pesar con un expresivo encogimiento de hombros.
—Disfrutaría viendo los nombres de Cullen y Volturi unidos una vez más. Pero somos muy celosos de nuestra intimidad. Elegimos nuestras alianzas con sumo cuidado —adrede pasó a hablar en italiano para recalcar sus palabras—. Si deseáis tener nuestro apoyo para vuestra expansión europea, debéis ocuparos de este problema.
Edward asintió. Por desgracia, años atrás, poco después de la muerte de su padre, habían perdido el respaldo de los Volturis. Después de aquello, Cullens había estado al borde de la quiebra, y habría caído de no ser por su hermano Emmet, quien había asumido las riendas del imperio joyero de la familia nada más salir de la universidad. Durante el primer año en el puesto, se había obligado a reducir drásticamente el tamaño de la corporación.
Poco a poco, durante la última década y bajo la brillante dirección de Emmet, Cullens había llevado a cabo un impresionante resurgimiento y en ese momento se hallaban a punto de recuperar su puesto mundial como joyeros de primer rango. Al menos así sería si recuperaban el mercado europeo que habían perdido. Y él estaba dispuesto a asegurarse de que sucediera.
Para dicho éxito era básico que recobraran a los Volturis, algo para lo que había trabajado inagotablemente durante el último año. Estaban considerados la realeza italiana y Edward tenía la intención de que Europa siguiera a Aro y a Jane hasta la puerta de Cullens
Los Volturis anhelaban los gloriosos diseños que ofrecían los Cullens, diseños que contenían las gemas más finas disponibles en el mercado, incluidos los diamantes de fuego que sólo ellos podían aportar. Pero los querían sin ningún escándalo añadido. Y gracias al tipo de rumores que le gustaba lanzar cada semana a la revista The Snitch, sumado al interés que mostraba en ese momento por los cuatro hermanos Cullens, Edward había llegado a un punto muerto con Aro Vulturi
Le dio una palmada en el hombro a Aro.
—Considéralo hecho. Nos ocuparemos de la revista y después estaremos encantados de poder satisfacer cualquier necesidad que tengáis —extendió la mano—. Gracias por venir a San Francisco. Lamento que Jane no te acompañara en este viaje. A mi familia le habría encantado conocerla.
—Mi Jane es adorable —Aro sonrió—, ¿verdad? —estrechó la mano de Edward—. La próxima vez que esté en San Francisco, insistiré en que me acompañe.
—Haremos una reunión familiar.
—Eccellente. Sera un auténtico placer. Tengo entendido que Emmet se ha prometido con la diseñadora que acabáis de contratar. ¿Rosalie Hale? Por favor, transmítele a la pareja mi más sincera enhorabuena.
Con esas palabras, se marchó con andar vivaz hacia las enormes puertas de cristal tallado que agraciaban la entrada de las oficinas Cullens en San Francisco, y mantuvo una abierta para una mujer que entraba en el edificio. Antes de salir le ofreció un gesto cortés de asentimiento con la cabeza y una sonrisa. Pero Edward ni notó la marcha de Aro. En cuanto sus ojos se posaron en esa mujer, se quedó clavado donde estaba. Todos los pensamientos volaron de su cabeza y fueron reemplazados por una demanda susurrada como nunca antes había experimentado.
Toma a esa mujer. Poséela. Hazla tuya.
Sin vacilación, se acercó, compelido a obedecer. Ella permanecía en la entrada de tres plantas, estudiando la decoración elegante. El sol penetraba a través de los cristales tintados, capturándola en un abrazo dorado y posándose en un cabello tan tupido y oscuro que rivalizaba con el chocolate, al tiempo que transformaba su tez en un blanco puro. Echó la cabeza hacia atrás para mirar la escultura de cristal que semejaba llamas saltarinas y su cabello le cayó por la espalda en pesadas ondas. Edward necesitó todo el autocontrol que poseía para contenerse de tomarla en brazos y llevársela de allí.
La vio ir hacia la recepción y captó el murmullo de su voz al solicitar información. El hombre detrás del mostrador miró a Edward y, tras un momento de confuso titubeo, sin duda tratando de decidir de qué gemelo se trataba, lo señaló. Con un gesto de agradecimiento, la mujer se acercó y Edward sonrió con abierta satisfacción. Al ver esa sonrisa, el recepcionista se esforzó en captar la atención de la mujer, pero al final se rindió con un encogimiento de hombros.
Sólo tenía ojos para ella. Que Dios lo ayudara, pero la deseaba. Era como si alguien hubiera entrado en lo más profundo de su mente y descubierto lo que para él era la imagen personal de la perfección y luego hubiera creado ese ejemplo glorioso de feminidad basándose en dicha imagen. Tenía la estatura perfecta para ser besada, ni demasiado baja ni demasiado alta, con una boca carnosa y sonriente que estaba impaciente por explorar. Las facciones eran delicadas y de un pálido marfileño, con una nariz recta, una mandíbula decidida y unos pómulos altos y pronunciados que la elevaban de la belleza a la absoluta poesía.
Bajó la vista y el impulso que lo movía flaqueó. Iba vestida de ejecutiva, pero no existía tela que pudiera ocultar un cuerpo creado para el placer de la noche. Unos pechos plenos luchaban contra el impecable traje azul marino hecho a medida, y un espíritu afín había diseñado la chaqueta para que se estrechara en una cintura que podría haber abarcado con sus dos manos antes de jugar con las curvas que había más abajo, tentación del diablo.
Debió de haber emitido algún sonido, porque ella lo estudió con curiosidad. Tenía unos ojos de un chocolate profundo que creaban un contraste deslumbrante con su cabello. Antes de poder presentarse, ella alargó una mano.
—Ah, señor Cullen —dijo—. Justo el hombre al que buscaba. Es un placer conocerlo. Me llamo Isabella Swan, pero me gusta solo Bella.
Aceptó la mano que le ofrecía y fue en ese instante cuando sucedió. Lo recorrió una dura descarga de electricidad que le llegó hasta la médula. Nunca había sentido algo así. No le dolió, únicamente lo sorprendió y lo aturdió. A juzgar por la expresión sobresaltada de ella y por el modo en que liberó su mano, también debía de haberlo experimentado... sin gustarle.
—¡Oh! ¿Qué ha sido eso? —preguntó.
—No estoy seguro.
Pero lo sospechaba. Por la reacción que ella le había causado, y lo que su hermano mayor, Emmet, le había descrito, debía de tratarse del Infierno. Una peculiar bendición... ¿o debía considerarla una maldición?, de los Cullens, que irrevocablemente vinculaba a los hombres de su familia con sus verdaderas almas gemelas, con la única mujer a la que alguna vez llegarían a amar. Edward y sus hermanos siempre habían considerado que se trataba de un encantador cuento de hadas familiar.
Pero desde que Emmet encontrara el inagotable fuego de su existencia, no había dejado de preguntarse si él llegaría a experimentarlo.
Era un hombre que adoraba a las mujeres. A todas las mujeres. Le encantaba todo en ellas. Los inagotables formas y tamaños, el delicioso paladar de los matices, la música de las voces femeninas. Su fragancia única. Para él, las mujeres eran tan hermosas como fascinantes y se regocijaba con todas y cada una de ellas. La idea de elegir una flor específica le parecía irracional. Y, sin embargo...
Al mirar a Bella, vio a una mujer que era una recompensa en sí misma, una flor de tal profundidad y belleza que necesitaría el resto de la vida para explorar exhaustivamente cada uno de sus aspectos.
Allí donde el obstinado Emmet luchaba, allí donde el alma de contable de su hermano gemelo, Anthony, cuestionaba y analizaba, allí donde Jasper, el solucionador de problemas, negaba, el romántico que había en él aceptaba. Tomaría ese regalo que le enviaban los dioses.
—Te he estado esperando —le dijo.

¿La había estado esperando? Miró a Anthony Cullen como hipnotizada, afanándose por conseguir que alguna parte de ella, cualquiera, volviera a funcionar después de ese extraño apretón de manos.
Durante su entrevista de trabajo para el puesto de nueva directora de finanzas de la sucursal nacional de Cullen, la habían remitido a Anthony. Él estaba a cargo de la parte internacional del negocio, un departamento mucho más grande y complicado. Y aunque no iba a trabajar directamente con él, mantendrían un contacto habitual durante la jornada laboral. Le habían comunicado que se lo presentarían directamente después de llegar a Cullens, pero jamás le había pasado por la cabeza que la estaría esperando en el vestíbulo de la empresa hasta que el recepcionista se lo señaló.
—Es muy amable por su parte recibirme aquí en mi primer día de trabajo, señor Cullen, pero... —la conmoción que experimentó al estrecharse las manos había seguido causándole un hormigueo en la palma, que se frotó con el dedo pulgar. Para su diversión, él copió el gesto, distrayéndola—. De acuerdo, he de saberlo. ¿Qué ha sido eso?
La miró con simpatía.
—¿Te he hecho daño, cara? Lo siento.
—¿Hacerme daño? Oh, no... no —eso la sorprendió, dada la intensidad de la descarga—. Simplemente ha sido... inesperado.
Y aunque parecía un concepto ridículo, esa descarga daba la impresión de haber intensificado la percepción que tenía de él. La primera vez que lo había visto la semana anterior después de la última entrevista, lo había descrito como un hombre increíblemente atractivo, casi demasiado para la paz mental de una mujer. Pero en ese momento... la embargó un ligero pánico. De algún modo, con ese único contacto, se volvió agudamente consciente de él y de la asombrosa compatibilidad que se había formado entre ellos. No lo entendía ni quería entenderlo.
En sus veintiocho años de vida, jamás había hecho nada que pudiera poner en peligro su carrera profesional. ¿Cuántas veces se lo había advertido la abuela, poniendo como ejemplo la vida que ella misma había tenido y las duras lecciones aprendidas? Bella había entendido muy bien las reglas básicas. No dejar que un hombre la sedujera y le estropeara la carrera por un fugaz paseo por el arco iris. Había escuchado y aprendido. No iba a permitir que ningún hombre la llevara de paseo. Sin embargo...
El entorno pareció esfumarse y los sonidos se fundieron en un murmullo. La luz dio la impresión de atenuarse hasta que sólo quedaron ellos dos atrapados en el halo del sol. Cada latido de su corazón potenciaba el deseo por sus venas, hasta que el anhelo por ese hombre pudo con todos los demás pensamientos y emociones.
—Bella —murmuró Anthony .
Su nombre en la lengua de él la hizo pensar en vino y poesía, y aunque no revelaba acento alguno, la voz exhibía un perceptible deje mediterráneo, profunda, madura y musical. Él alargó la mano y ella estuvo a punto de aceptarla, dispuesta a seguirla allí donde la condujera.
Pero con el último vestigio de sentido común que le quedaba, hizo un ademán exagerado de mirar su reloj.
—Me esperan en personal en cinco minutos —instintivamente, quiso alargar la mano para una despedida profesional, pero la retiró con rapidez y dio varios pasos hacia el ascensor. Una compulsión irresistible hizo que se volviera y le dedicara un último gesto de despedida con la cabeza—. Lo veré pronto, señor Cullen. Creo que tenemos programada una cita para las diez.
Al oír eso, él mostró una sonrisa deslumbrante.
—No lo sabía. Mi asistente olvidó mencionarlo —fue hacia ella—. Pero ¿por qué esperar? ¿Por qué no adelantar la cita?
Las puertas del ascensor se abrieron, pero Bella no se atrevió a quedarse porque sabía que entonces cedería a su petición.
—A las diez —repitió—. Lo veré entonces.
Se metió en la cabina y, nada más cerrarse las puertas, se apoyó en la pared posterior y cerró los ojos. No llevaba ni treinta segundos en el edificio y no podía creer todo lo que ya había arriesgado como resultado de un apretón de manos casual. ¿Qué diablos le había pasado? De hecho, ¿qué diablos le había pasado a Anthony Cullen? Sin importar lo que hubiera sucedido entre ambos, a partir de ese momento necesitaba desterrar esas tonterías y centrarse en el trabajo.
Treinta minutos más tarde, comprendió que no sólo era incapaz de olvidar, sino que se había convertido en algo imposible. Algo en aquel único contacto la había cambiado. Intentó concentrarse en todos los impresos que debía rellenar y en la información vital que le estaban dando mientras le mostraban las instalaciones. Pero con cada minuto que pasaba se iba poniendo más tensa, ya que sabía que no tardaría en ver a Anthony y descubrir si había imaginado la reacción que le había inspirado.
Cuando finalmente llegó el momento, lo saludó con una conducta profesional, con la que pretendía esconder su nerviosismo.
—Volvemos a encontrarnos —captó un leve titubeo en su paso y un ceño casi imperceptible antes de que él extendiera la mano, que ella observó con abierta aprensión—. Es valiente por su parte, después de lo que pasó la última vez. Pero si usted se arriesga, yo también.
—Estoy dispuesto —inclinó la cabeza.
Para alivio de Bella, no volvió a recibir una descarga. Y entonces el alivio se transformó en una vaga decepción. Tal vez había imaginado esa sobretensión de electricidad. Y aunque sentía una inconfundible calidez hacia el hombre que le sostenía la mano, la sensación apenas guardaba algún parecido con el deseo imparable que había experimentado apenas una hora atrás.
Anthony la estudió con el mismo interés de antes, sin que se hubiera desvanecido el centelleo hambriento en sus ojos.
—Bienvenida a Cullens. Estoy ansioso de conocerte mejor —indicó.
Tampoco en esa ocasión se podía malinterpretar el significado detrás de su comentario. Al instante ella comprendió que era una invitación. En ese momento los dos se balanceaban al borde de una relación que iba más allá de los negocios. Le intrigaba el poder que ofrecía. Le tocaba mover a ella. Podía retroceder y finalizarla o dar el siguiente paso, con cautela, desde luego, y ver adónde conducía. El tiempo pareció ralentizarse, brindándole un momento para considerarlo.
Jamás habría llegado tan lejos en los negocios si rechazara los desafíos por simple apocamiento. La oportunidad que se le planteaba era, desde luego, un desafío, pero también veía todo lo necesario para construir los cimientos de los que tanto le había hablado su abuela. Era un hombre sexy y con éxito, pero, por encima de todo, era inteligente. Alguien con quien poder levantar un castillo. Y el cosquilleo compartido antes era una bonificación afortunada.
No vaciló más. Le ofreció una sonrisa brillante y se rindió a lo que pudiera depararles el destino. La cuestión era que... fuera lo que fuere lo que hubiera sucedido antes en el vestíbulo, quería más.
—Yo también estoy ansiosa de conocerte —corroboró, tuteándolo.