- ¡Corre!, ¡Ven! -oía gritar a su compañero a lo lejos- ¿Qué haces ahí parada?, ¡Ven. Corriendo. Ya! -alzaba la voz con furia, aunque en ella se asomaba la preocupación e incluso el temor, temblaba y era raro viniendo de él: de Shinichi Kudo.- ¡Haibara! -Shinichi, ahora conviviendo bajo el nombre de Conan Edogawa, corrió hacia ella y la jaló ocultándola en los oscuros rincones de aquel laboratorio en el que se hallaban.- ¡Mierda, Haibara!, ¡¿Qué te ocurre?!, ¡Reacciona!

Su menudo cuerpo no reaccionaba ante los ladridos de su amigo, quien la zarandeaba para intentar despertarla del trance en el que se hallaba. Haibara siempre había sido paranoica, y tenía motivos para serlo pues una organización malvada -la Organización de los Hombres de Negro, así la llamó Conan- ha estado detrás de ella, buscándola, para terminar con su vida. Ambos se encontraban en una situación extrema, todo, absolutamente todo, se había ido a la quiebra; los habían descubierto y por su culpa -se obligó a recordar a sí misma- todos habían sido asesinados.

No podía soportar el ardor de su pecho, en sus hombros golpearon con ferocidad las imágenes tétricas de aquellos que habían fallecido por intentar protegerla; se vio a sí misma débil e inútil, ¿Por qué no murió en aquella cámara de gas de la Organización?, ¿Por qué tuvo que sobrevivir y buscar su ayuda, metiéndolo en todos estos problemas?, se preguntaba constantemente. Los latidos de su corazón se aceleraban, su pecho quemado no daba señal de menguar el dolor; comenzó a sudar, ardía y ella seguía de pie, en trance, frente a su compañero, su primer y verdadero amigo. De su piel brotaba el sudor frío, aunque ella continuaba ardiendo, y su pálido rostro personificaba la petrificación.

Los dos estaban encerrados en aquel oscuro laboratorio. Conan seguía intentando tranquilizar a Haibara -no era momento para entrar en pánico, aunque fuera inevitable- y él, al igual que ella, también se hallaba en un estado emocional crítico. Vio cómo Ran, la chica que él amaba, moría; vio cómo el profesor Agasa, el que lo había cuidado cuando sus padres se iban al extranjero, moría; vio la muerte de cada una de las personas que lo habían acompañado desde que nació como Shinichi y encogió como Conan, que lo habían apoyado y ayudado...y ahora se habían transformado en cadáveres. Respiró hondo. Observó a su amiga, a quien le había clavado sus dedos en sus hombros temblorosos al zarandearla, entonces apartó sus manos y acarició su cabeza.

- No temas, yo te protegeré -susurró sin seguridad, le resultó una promesa tan vacía y estúpida, ¿Cómo iba poder protegerla si no pudo hacerlo con los demás? Intentó sonreír, pero no pudo-. Seré el señuelo, y tú escaparás, ¿Entendiste? -continuó susurrando. Haibara gimió conteniendo las lágrimas; rodeó con sus brazos el cuello de Conan y se pegó a él, abrazándolo. Él se sorprendió, Haibara jamás lo había abrazado con tanta fuerza, pero no dudó en responder a su abrazo.

- No, Kudo-kun…¡Yo lo seré! -musitó aún conteniendo las lágrimas- jamás tuve que haberme escapado -pensó, dejando caer una lágrima-.

- ¿Qué estás diciendo? -comentó alterado después de romper el abrazo- ¡Yo os traje a este laboratorio, os metí en esto!

- ¡No! -interrumpió temblorosa- ¡Yo soy la creadora de la APTX4869! ¡Todo esto es mi culpa! -gritó en un susurro, para que aquellos desvergonzados no les encontraran- ¡Sálvate tú, Kudo-kun! ¡Aún..! -paró en seco, no se atrevió a continuar hablando-...aún tienes a tus padres con vida -dijo, casi inaudible- ¡Iré yo!

Antes de que pudiera continuar, Conan le disparó con uno de sus dardos anestésicos. Haibara luchaba por vencer los efectos del somnífero, pero era en vano. Conan se quitó su chaqueta añil y se la puso cuidadosamente , antes de quedarse completamente dormida, logró decirle:

- No te vayas.

Él sonrió, con ternura, y respondió:

- Lo siento.

¡Ai-kun! -Haibara oyó una repentina súplica- ¡¿Estás bien?!, ¡Ai-kun! -repitió, aumentando su inquietud. Tenía ante sí a una pequeña niña que no dejaba de gritar en sueños, quien había conseguido despertarlo-. ¿Tendrá fiebre? -se preguntó al posar su mano en su frente-. ¡Ai-kun, despierta! -rogó el hombre- ¡Por favor!

Haibara se despertó de golpe chillando. Luego, observó petrificada hacia los lados hasta dar con la mirada del profesor Agasa, quien la miraba con preocupación. Vestía su típico pijama de ositos y lo más importante, ¡Estaba vivo!, se alivió al verlo. Ella se encontraba ahí -no en un laboratorio asqueroso viendo morir a las personas que intentaron protegerla-, no había sucedido nada. Era una pequeña pesadilla, se dijo. Inspiró gran cantidad de aire, aún sentía el ardor en sus pulmones que la incapacitaba del disfrute de un buen bocado de oxígeno.

E-estás bien -alcanzó a decir aliviada con su boca seca que imploraba por agua-. Yo estoy bien, también -fue bajando el tono de su voz, y se volvió a recostar en su cama-. Él y todos...están bien -finalizó en un susurro, antes de volverse a dormir.