Disclaimer: Nada me pertenece. No lo hago con fines de lucro. Es una adaptación.

Una razón para casarse

El mayor deseo del padrastro de Hermione era verla casada con su hijo, y ella habría aceptado de buena gana si no hubiera descubierto a Harry con otra mujer.

Seis años después, Hermione se había labrado una nueva y próspera vida, cuando su hermanastro volvió a aparecer.

Pero ahora, aunque Hermione seguía amándolo y él estaba dispuesto a casarse, tampoco era ella la mujer elegida.

Capítulo 1

HERMIONE, que alegría que hayas venido. Te veo tan poco. Pareces cansada... tío James dice que trabajas mucho. Hermione sonrió levemente al oír el nombre de su padrastro. Había sido muy afortunada, reconoció en silencio; más que afortunada cuando escuchaba las historias de otras personas acerca de los segundos matrimonios de sus padres.

Su padre murió cuando ella no había cumplido todavía los dos años, y eso explicaba en parte el que se hubiese encariñado tanto con James; eso y el hecho de que él parecía tan dispuesto a quererla como a una hija, como lo estaba ella a quererle como a su padre.

—Exagera, Ginny —contestó Hermione apartando la mirada de las uñas que se estaba pintando.

La invitación que le hizo su prima para que pasara el fin de semana con ella y su marido en Bristol, coincidió con un descanso en su programa de trabajo. Pero ya que estaba allí... Empezó a sentir cierta inquietud, pero la controló.

—Háblame de mi ahijada —le pidió a su prima—. Hace más de seis meses que no la veo.

¿Y quién ha tenido la culpa? —la acusó Ginny indignada—. Nosotros fuimos a Queensmeade en Navidad.

¿Por qué no estabas allí, Hermione? Tu madre estaba muy desilusionada.

—Los negocios; me ofrecieron un contrato en Nueva York que no pude rechazar.

El oír el sonido de su propia voz, distante y fría, Hermione estuvo a punto de reírse ante la falsa imagen que estaba dando deliberadamente. Pero llevaba tanto tiempo fingiendo, que ya empezaba a formar parte de ella.

No había nadie de su familia que no la viera como la importante mujer de negocios en que se había convertido. Se quedó un momento mirándose las uñas recién pintadas y estuvo a punto de suspirar de pena, al pensar en la niña alegre y campechana que creció en las tierras de Queensmeade. Sin embargo, dejó de ser esa niña hacía diez años. Entre ella y la mujer que era ahora había un abismo insalvable... y Hermione no quería que fuera así.

—Podrás ver a mi hija mañana —le dijo Ginny negándose a cambiar de tema—. Ahora quiero saber cosas de ti. Tío James está muy orgulloso de ti, Hermione; más orgulloso de lo que está de Harry... me parece. La semana pasada leí un artículo sobre ti en Homes and Garden; las fotografías de las habitaciones que diseñaste eran fabulosas.

El artículo en cuestión era bastante bueno, y supuso un gran empuje para su pequeño negocio de decoración.

El estilo de decoración que ella utilizaba estaba cada vez más de moda. Trabajaba con técnicas tradicionales el mármol y granito.

—Mientras te quedes aquí voy a insistir en que revises esta casa —dijo Ginny medio en broma—. Teníamos muchos planes cuando nos mudamos, pero Neville ha estado tan ocupado que ni siquiera hemos tenido tiempo de comprar un rollo para empapelar.

Neville, el estable y encantador marido de Ginny, se había separado hacía poco de su compañía para establecer un negocio propio, y sabiendo los problemas que podrían presentársele, Hermione comprendía perfectamente que la decoración fuera la última de sus prioridades.

—Recorreremos la casa mañana —prometió a su prima y sonrió.

—Te envidio —le dijo la otra suspirando—. Siempre estás muy elegante —Hermione encogió sus delicados hombros y contestó con fingida indiferencia:

—Es sólo una fachada, Ginny; una parte necesaria en mi negocio para dar una buena imagen; pero no he cambiado.

Ginny miró a su prima con sus ojos azules y dijo sonriendo:

—Ya sé que no has cambiado, Hermione. Hace mucho tiempo que no vas a Queensmeade, ¿verdad?

Hermione percibió cierto tono de censura en la voz de su prima. Hizo un esfuerzo por dominarse y disimular sus emociones:

—Yorkshire Dales está muy lejos de Londres —notó un extraño brillo en los ojos de Ginny y el corazón le dio un vuelco—. ¿Qué pasa, Ginny? —Preguntó ronca—. ¿Ocurre algo malo en casa? ¿Mi madre, James? .

¿Desde cuándo llamaba ella James a su padrastro? Cualquiera que no les conociera pensaría que pretendía mantener la distancia con él para diferenciarlo de su padre natural; pero no era así. Ella cogió esa costumbre de Harry; quizás antes de darse cuenta de lo que hacía.

Por aquella época Harry era como un dios para ella; una criatura magnífica que le inspiraba respeto y a quien tenía el privilegio de llamar «hermano». Hizo una mueca de amargura. Parecía increíble que hubiese sido tan inocente alguna vez.

—No debí decir nada —confesó Ginny, sintiéndose culpable—. Es James, Hermione. Hace algún tiempo que tiene dolores en el pecho, y el médico le ha diagnosticado una enfermedad del corazón. Por el momento no es muy grave, pero le han dicho que debe tomarse las cosas con más calma, que no debe preocuparse mucho. Tu madre está intentando convencerlo de que se retire, de que entregue el control de la compañía a Harry.

No podía ocultar su dolor por haber recibido la noticia de labios de su prima, pero nadie tenía la culpa de eso excepto ella misma. Después de todo fue Hermione quien se distanció de su casa por propia voluntad; quien decidió labrarse una carrera que la alejase lo más posible de allí.

—Tu madre no quería preocuparte —continuó Ginny, sintiendo compasión de su prima—. Ella sabe que estás muy unida al tío James.

—Vaya. No sé cómo rayos conseguirá que se retire.

La expresión de Ginny se iluminó.

—Harry dijo exactamente lo mismo. Es increíble que siempre tengáis las mismas reacciones al mismo tiempo y que, sin embargo cuando estáis juntos no os pongáis de acuerdo en nada. Me acuerdo de nuestra boda; creí que os ibais a pegar.

Hermione apartó la mirada de Ginny y estudió sus uñas pensativa.

—Sí —contestó cautelosa sin apartar la mirada de su mano—. Siempre ha sido así.

-¿Por qué ya no os lleváis bien, Hermione? -insistió Ginny-. Al tío James y a tu madre les duele. Los dos os quieren mucho. Cada vez que hay una reunión familiar sabemos de antemano que o Harry o tú, vendréis... pero nunca los dos. Es casi como si estuviera planeado. Le dio un vuelco al oír el tono desafiante de Ginny.

—Bien, pues no lo está —contestó Hermione, secamente; y se disculpó con una triste sonrisa al ver la expresión ofendida de su prima—. Lo siento; estoy un poco nerviosa. Me disgusta mucho volar, en especial a través del Atlántico. Creo que estoy cansada del viaje.

En realidad lo que estaba era angustiada y humillada, pero esos sentimientos pertenecían a la Hermione de antes.

Ginny cambió por fin de tema y le preguntó con envidia: — ¿Cómo diablos haces para pintarte las uñas de esa manera?

—No es difícil; sólo se necesita cuidado y un buen pulso_ contestó Hermione, y sonrió divertida mientras se daba los últimos toques y admiraba el efecto—. Además, ¿quién contrataría a una decoradora que no tuviera las uñas bien pintadas?

—Pero, es que yo ni siquiera logro que me crezcan tanto. —Ah, bueno, es que yo llevo una vida de ocio, ya sabes —se burló Hermione y arqueó una ceja.

No era justo que una persona así tuviese tanto, pensó Ginny, y lanzó un suspiro al ver desperdiciados todos los atributos femeninos de su prima, la cual declaraba abiertamente y con frialdad que no tenía intenciones de casarse y que no creía en el amor.

Hermione no era guapa en el sentido estricto de la palabra, pero tenía algo más que simple belleza. Mirarla era como contemplar un estanque de aguas tranquilas. Transmitía un aire de calma y quietud, pero no siempre había sido así. Ginny recordaba a la inquieta adolescente del pasado, que se subía a los árboles, organizaba carreras y siempre aparecía llena de golpes y pequeñas heridas. En esos tiempos sus ojos castaños sonreían, sus carnosos labios eran expresivos y sus movimientos rápidos.

Cuando tenía diez años, Ginny envidiaba a su prima de catorce y la estrecha relación que ésta tenía con su hermanastro. Aunque estaba en la universidad, Harry pasaba la mayor parte de su tiempo libre con su hermanastra. Estuvieron muy unidos de la manera en que ella, como hija única, hubiera deseado. Pero, en un momento dado, ocurrió algo que terminó con esa unión y ahora. .. ¿Qué? Ahora cada vez que Ginny mencionaba a Harry en presencia de Hermione, podía sentir que su prima se cerraba; y cuando mencionaba a Hermione frente a Harry, los labios de éste se curvaban con cinismo.

— ¿De ocio? —preguntó Ginny intentando evitar que Hermione supiera en qué pensaba—. ¿Desde cuándo? Oh, sé que te gusta dar esa impresión, Hermione, pero trabajas mucho. Demasiado según el tío James.

—James es adorable, aunque algo anticuado en lo que se refiere a las mujeres. Piensa que todas debemos ser como mi madre y conformarnos con un marido, una casa y una familia.

Al decir esto, Hermione bajó la cabeza para ocultar su expresión. En estos tiempos ella también había deseado esas cosas; lo único que quería era dar amor y ser amada.

No tengo planes para este fin de semana —le dijo volviendo a cambiar de tema—. Pensé que te gustaría acostarte temprano, y mañana por la noche tenemos invitados a cenar... Me muero de ganas de presumir de mi inteligente prima... y de Harry, claro —añadió con fingida indiferencia—. Creo que no te había dicho que la familia de su última amiga vive cerca de aquí. Es una chica agradable... aunque un poco joven para Harry, me parece. Es muy guapa y bastante ambiciosa.

Menos mal que estaba mirando hacia otro lado, pensó Hermione mientras intentaba tranquilizarse. Harry... estaría allí... su primer impulso fue irse cuanto antes, pero estaba atrapada. Si se marchaba en ese momento Ginny adivinaría la verdad. Una cosa era que la familia supiera que ella y Harry se llevaban mal, pero...

—Hermione, ¿te encuentras bien? Te has puesto muy pálida de repente.

—Se supone que las británicas somos pálidas —contestó Hermione con ironía—. Si James está enfermo, me sorprende que Harry tenga tiempo para pasar un fin de semana lejos de casa.

—Bueno, supongo que en parte lo hará por los negocios; el padre de Cho tiene una compañía que se ha fusionado con Brierton Plastics. Así fue como Harry y Cho se conocieron. Es sabido que los padres de ella esperan que se casen, aunque me parece que Cho es demasiado joven... sólo tiene diecinueve años y es una niña agradable, pero no es lo que creo que habría elegido Harry, ¿me entiendes? —Arrugó la nariz y añadió—: Al tío James le encantaría verle casado, desde luego. Él y tu madre no dejan de quejarse de que ninguno de los dos habéis hecho nada para darles nietos.

—No lo dudo —asintió Hermione con calma; y rezó para que Ginny no viera lo que sentía en realidad. Harry casado... aquello le dolió, la destrozó, y echó abajo todas las barreras que ella misma había creado a lo largo de seis años. ¿Qué la estaba pasando? Sabía que un día llegaría ese momento. Hacía seis años que Harry quería casarse; quería un hijo que siguiera sus pasos en el negocio de su padre. Harry era ambicioso y decidido, lo sabía. Y cruel, muy, muy cruel. Pero ella ya había dominado ese dolor. El Harry que ella conoció y quiso nunca existió; eso fue sólo una fachada que le sirvió como disfraz.

Como ella misma se había dicho muchas veces durante esos años, por lo menos descubrió la verdad antes de que fuese demasiado tarde. Antes de encontrarse atrapada en un matrimonio de ambición y avaricia.

Ya no era tan inocente como lo había sido a los dieciocho años, y sabía lo suficiente como para darse cuenta de que Harry no era el único que quería casarse para su propio beneficio. Pero la deliberada crueldad con que la engañó para hacerla creer...

—Oh, vaya, el teléfono. Quédate aquí y descansa un rato; te traeré un poco de té.

Cuando Hermione se quedó sola en la habitación que le asignó su prima se acercó a la ventana y contempló el paisaje del campo, pero sin apreciar su belleza. ¿Sabría Cho cómo era Harry en realidad, o viviría engañada como lo había estado ella? Aquella sonrisa provocativa, aquellos ojos fríos que podían arder, aquella boca que sabía...

Por Dios, ya había pasado por eso; ahora era una persona distinta, no aquella tonta inocente a quien Harry había engañado con deliberada crueldad. Aquel hombre ya no podía afectarla.

Pero entonces, ¿por qué estaba tan nerviosa? ¿Por qué recordaba con tanta claridad la sensación de su boca?

Su único consuelo cuando supo la verdad, fue la certeza de que nadie se había enterado de que había hecho el ridículo. Nadie supo que habían sido amantes, que Harry le había susurrado al oído palabras de amor y le había prometido matrimonio. Pero se enteró por la amante de Harry de que él pretendía casarse con ella sólo porque su padre dividiría la propiedad entre los dos, y que ella tendría tantas acciones de la compañía como él. Al principio no quiso creer las palabras de Romilda, incluso pensó que la otra mujer intentaba manchar la imagen de Harry por celos, pero cuando fue a su apartamento para contarle a Harry lo ocurrido, lo primero que vio al entrar por la puerta fue a Harry y Romilda abrazados...

Harry la vio, la llamó, pero Hermione no se quedó y corrió angustiada hasta su coche.

En ese momento James y su madre estaban de vacaciones... pasando un mes en Bermudas. Por eso Harry y ella no le contaron a nadie sus planes; querían sorprender a sus padres cuando volvieran. James trabajaba media jornada en una firma de decoración de interiores que tenía sus oficinas en York. Como estaba demasiado humillada y herida para enfrentarse a Harry, decidió no volver a casa porque sabía que él la seguiría. Lo que hizo entonces fue coger la autopista en dirección al sur.

En su trabajo no le pagaban demasiado, pero recibía una pensión de James y tenía dinero suficiente en el banco como para pagarse una habitación en un hotel económico, mientras pensaba lo que hacía con su vida.

En una carta sin remite, explicó a sus jefes que quería trabajar en Londres. Escribió otra carta a sus padres para contarles sus planes, y una tercera a Harry, en la cual le decía que había cometido un error, que no estaba preparada para casarse, que quería su libertad y una carrera.

Cuando su madre y James volvieron de Bermudas, Hermione se inscribió en una escuela para aprender las técnicas de pintura en que se basaba su negocio. Por medio de un anuncio en la universidad encontró un apartamento que compartía con dos chicas; se cortó el pelo y cambió por completo su vestimenta, descartando para siempre su imagen inocente y juvenil y adoptando la de una mujer fría y elegante.

Sus padres se sorprendieron un poco, pero Hermione explicó su marcha precipitada diciéndoles que hacía unos meses que estaba pensado lo que iba a hacer, y que encontró la respuesta mientras ellos no estaban.

Al principio se mostraron inquietos; sobre todo James, que insistió en que se quedara cerca de casa. Le dijo que no era necesario que se ganara la vida, y aunque en varias ocasiones durante esos meses Hermione estuvo a punto de volver, la idea de encontrarse a Harry la retenía. La noche en que salió del apartamento de su hermanastro después de sorprenderlo con otra, se hizo la promesa de que si volvía a verlo de nuevo no sentiría nada por él... absolutamente nada.

Los seis años que siguieron fueron muy agitados; en la universidad entabló una estrecha amistad con otro estudiante, Draco Malfoy, y en la actualidad, Draco era su socio en el negocio. Se llevaban muy bien y no tenían ningún compromiso el uno con el otro. Algunos de sus amigos pensaban que eran o habían sido amantes, pero se equivocaban. Draco era para ella el hermano que nunca tuvo.

A base de trabajar duro habían conseguido alcanzar el éxito; y Hermione sabía que formaban una pareja deslumbrante. Draco era alto y rubio, de tez pálida y ojos grises. Se divertía mucho cuando veía a los hombres que trataban a Hermione como una delicada muñeca de porcelana; con un poco más de un metro sesenta y sus pies menudos, parecía más frágil de lo que lo era en realidad.

Hermione nunca se molestaba en desmentir que eran amantes; era un buen método para mantener a raya a cualquier hombre que quisiera acercarse sin tener que ofenderle. Hermione sabía que Draco estaba intrigado por su falta de vida sexual, pero él respetaba su intimidad; no sabía nada de su pasado. Ella nunca le habló de Harry, aunque sí de su vida familiar... el matrimonio de su madre con el jefe cuando éste era un viudo con un hijo de once años. Ginny y Neville conocían a Draco; éste fue con Hermione al bautizo de Molly. Harry fue el padrino, pero excepto un breve momento en que cogió en brazos a la niña y luego se la dio a Hermione, se mantuvieron muy separados.

Hermione sonrió con ironía y pensó que debía ser muy molesto para Harry que alguien supiera cómo era en realidad. Pero molesto o no, Harry la miró con desdén en aquella ocasión. ¡Su arrogancia era increíble! ¿No se había preguntado nunca qué habría pasado si ella le hubiese contado a James todo lo que pasó?

Pero no hubiera podido hacerlo. Su madre y James adoraban a Harry, y James se habría sentido desconsolado al saber la verdad. James era un hombre intachable, y descubrir que su hijo no lo era, hubiera sido muy doloroso para él. Por eso prefirió no decir nada y se esforzó en empezar una nueva vida y encontró nuevas motivaciones. Llegó a convencerse de que lo que quería en la vida era una carrera y el éxito.

Era otoño y empezaba a anochecer, eso hizo recordar a Hermione lo avanzado que estaba el año. Habían pasado ya seis años y no había conseguido superarlo. Lo único que había conseguido fue dominar una habilidad para evitar el dolor y fingir que el resto del mundo no existía.

No era la única chica de su edad que había sufrido un desengaño y se había recuperado; conociendo nuevas relaciones; ¿por qué no había encontrado ella a otro que ocupase el lugar de Harry en su corazón?

Quizá porque aquella traición la privó no sólo del amante, sino de un hermano, un amigo, una persona a la que acudir.

Lo peor fue que le quiso tanto, tan ciegamente, que no creyó a Romilda. Después de todo, sabía que hubo otras mujeres en su vida antes que ella; Harry era ocho años mayor que ella; iba a la universidad y, sobre todo, era un hombre con un gran magnetismo sexual.

«Pobre de la chica que se case con él», pensó con amargura. Harry no tardaría en serle infiel, sobre todo tratándose de una chica inocente de diecinueve años.

Aunque no pensó en ello cuando hicieron el amor, al recordar ahora el pasado se daba cuenta de que él siempre había tenido una extraña reserva al tocarla, como si tratara de contener algo. Ahora comprendía que aquello se debía, sin duda, a que la inexperiencia de ella le molestaba. En esa época Hermione no fue consciente de eso, se entregó a Harry con alegría, segura de que él la quería; el simple contacto de sus dedos la llenaba de placer y felicidad y, en su inocencia, pensó que él sentía lo mismo; que el motivo de que le hiciera el amor era que, como a ella, la impaciencia le impedía esperar más.

Harry fue paciente, muy considerado y cuidadoso, aunque ¿por qué no lo iba a haber sido? se preguntó con acritud. De nada le habría servido a sus propósitos asustarla y, por supuesto, contaba con mujeres como Luna para obtener la satisfacción que ella no le pudo dar.

Al pensar esto se estremeció y se apartó de la ventana, consciente de que aquellos pensamientos podían ser muy peligrosos. Había olvidado el pasado y no estaba dispuesta a revivirlo. Aunque en los brazos de Harry había temblado de placer y ardió de pasión, ninguno de los dos hombres con quienes salió luego, despertó el menor interés sexual en ella. Era como si una parte de su ser se hubiese congelado... o hubiera dejado de existir... pero, después de todo, ¿qué era el sexo sino un apetito más? Al igual que las personas que podían vivir durmiendo sólo dos horas todas las noches mientras que otras necesitaban ocho, ella podía vivir sin el sexo.

Pudiera ser, pero, ¿y el amor? ¿El amor? Los labios le empezaron a temblar y los apretó con fuerza. ¿Qué era el amor? ¿Esa desafiante y peligrosa emoción que Harry despertó en ella? En ese caso estaba mejor así. Pero ella sabía que no había dejado de amar. La simple mención del nombre de Harry por otra persona era suficiente para ponerla nerviosa. El motivo por el que le evitaba constantemente no era que le odiase o despreciase, sino que le horrorizaba reconocer lo vulnerable que era ante su presencia. Mientras él no supiera lo que sentía, se encontraría segura, aunque no sabía por qué. Después de todo, ¿qué le importaban a él sus sentimientos? Harry no se esforzó por ponerse en contacto con ella, nunca intentó darle una explicación.

Poco después de recibir su carta, él le escribió una como respuesta, pero Hermione la rompió sin leerla. Quizá Harry había adivinado que ella le había mentido diciéndole que era demasiado joven para casarse y formar una familia. Aquélla fue sólo una forma de proteger su orgullo herido, y él debió darse cuenta. Pero el hecho de que no intentara verla o justificarse ante ella, era una prueba de que Romilda le había dicho la verdad.

Y al día siguiente iba a venir... con su nueva novia. Sé preguntaba si tendría fuerzas para enfrentarse a ello. Pero no tenía otra alternativa. Si se marchaba, Ginny empezaría a especular. Además, después de todo, no tenía nada que temer. Nadie en la familia estaba enterado del mes de pasión que Harry le había regalado antes de que las mentiras y los engaños le hicieran caer en su propia trampa. Sólo ella y Harry sabían de las noches que habían pasado juntos en su apartamento, cuando él le dijo que había esperado a que creciera con la esperanza de que le viese como a un hombre, no como a un hermanastro.

Ya había oscurecido totalmente. Se preguntó cuánto tiempo habría estado mirando al vacío. Miró su reloj y vio que había pasado una hora. Ginny estaría preguntándose qué diablos hacía.

Al menos tendría unas cuantas horas para prepararse. Miró la maleta que estaba encima de la cama y se acercó para abrirla. Había viajado directamente a Bristol después de una brevísima escala en su apartamento de Londres, donde se había duchado y había vuelto a hacer las maletas.

En Nueva York había tenido tiempo de hacer algunas compras. A Ginny le compró un jersey precioso, y a su ahijada un vestido muy fino.

Deshizo la maleta de forma automática. Entre la ropa tenía, un precioso vestido que se había comprado en Nueva York. Lo había metido en la maleta de forma impulsiva; era de seda, color lavanda oscuro y sensual. Decidió que se lo pondría la noche siguiente, la sentaba muy bien y acentuaba el color de sus ojos.

Era un vestido elegante, la sentaba muy bien. A pesar de sus sentimientos personales, quería que a Harry no le quedase duda de que la antigua Hermione había desaparecido. Al colgar el vestido dio gracias a Dios por la habilidad que le habían dado los años para saber coquetear sin meterse en problemas. Conocía a su prima y sabía que le conseguiría un acompañante para la cena. En otras circunstancias se habría mostrado fría y distante con el desconocido; pero al día siguiente...

Oyó que su prima la llamaba desde fuera del dormitorio. Después de adoptar una expresión de fría serenidad fue a abrir.

—Molly ya se ha despertado —dijo Ginny levantando en brazos a la niña rubia y de ojos azules.

—Cielos, ha crecido mucho.

Después de unos segundos de observarla, la pequeña se dignó a sonreír.

—Es la hora del baño —dijo Ginny mirando la ropa que llevaba puesta su prima—. Siento ser una mala anfitriona. Si quieres bajar...

—Lo que quiero hacer —le contestó Hermione—, es ayudarte a bañar a mi ahijada. Después de todo —añadió con ternura y tocó con los dedos la suave piel de la niña—, soy su madrina; y eso me recuerda algo. La he traído un regalo de Nueva York.

Apartó a Harry de su cabeza y alargó los brazos para coger a Molly.

—Vamos —le dijo a la niña—. Ya es hora de que nos conozcamos mejor, jovencita.