«Besos de medianoche»
La luna ayudaba a iluminar a la linda ciudad que éste miraba desde la lejanía. Ya era tarde y ese día se celebraba un festival; por lo que aún podías ver a un montón de personas por las calles. Como ya era costumbre, el príncipe Viktor se había escapado del palacio para pasar un rato con aquellos niños huérfanos. Entre ellos estaba cierto pelirrojo, quien se había convertido en su mejor amigo en poco tiempo. Era bastante agradable tener su compañía, siempre le escuchaba atentamente.
Ambos se sentaron entre la hierba con las piernas flexionadas. Todo era bastante silencioso a decir verdad. Ninguno de los dos dijo algo durante un rato.
—Quiero hacer prosperar al país —dijo el rubio rompiendo el silencio—. Haine, ¿me ayudarías cuando llegue el momento?
—Dices cosas muy interesantes. ¿Piensas volverte el Rey o qué? —preguntó con gracia —. Haría cualquier cosa en un país tan maravilloso como ese.
El pelirrojo dio una pequeña carcajada y volteó a ver a Viktor. Sus ojos tenían un brillo que nunca había visto. El rubio le sonrió y Haine siguió viendo la iluminada ciudad. El príncipe le veía de reojo mientras en su interior tenía una discusión del gran dilema y duda que rebotaba por toda la cabeza.
Mordió su labio inferior, en un intento de reprimir aquel pequeño impulso. Tragó saliva, se puso de rodillas y se acercó a Haine.
—Oye, Haine —dijo suavemente, e incluso con timidez.
— ¿Qué sucede?
Puso sus manos en las mejillas del pelirrojo y entonces juntó sus labios delicadamente con el de baja estatura, depositando un tierno beso. Cerró los ojos por un momento, mientras que el pelirrojo miraba sorprendido a Viktor. ¿Por qué estaban besándose? ¿Era alguna tradición de nobles o algo así? A pesar de su falta de conocimientos, podía asegurar que este no era un hábito común. Mucho menos entre hombres.
El beso no fue muy largo ni muy corto. Fue normal. El rubio sonrió tiernamente.
—Me gustas mucho, Haine —musitó cerca de sus labios y los unió de nuevo.
Su mano acariciaba suavemente su mejilla. Haine, dudoso, puso una mano en el cuello del otro mientras un montón de sensaciones se retorcían en su estómago y terminaban por hacer un revoltijo su mente. Estaba en blanco. ¿Qué era aquel sentimiento? No lo sabía, pero lo hacía sentir bien. Lo hacía sentir feliz. Aquellos besos de medianoche le hacían sentir completo
Y de aquella noche, la luna fue la única testigo de que aquel era el primer beso de ambos.
