Hola Chicos!
Siempre he sido una fanfictioner, y nunca subí una historia, pero en realidad me encantan y allá voy. Sólo denme paciencia para modificar lentamente mi profile y subir las historias.
Disclaimer: Los personajes de Sakura Card Captor no me pertenecen, pertenecen al maravilloso CLAMP, ni la historia es mía, es de la escritora Fran Lee. Yo sólo me divierto con mi imaginación. Espero que disfruten!
EL TRABAJO DE SAKURA
Capítulo Uno
— ¿El muy bastardo te ha dicho alguna vez que aprecia tu trabajo? —La voz de Touya era como un pequeño e irritante mosquito zumbando alrededor de la cabeza de Sakura Kinomoto, fastidiándola mientras miraba ceñudamente hacia la agenda que estaba programando en su portátil.
—No, y me paga lo suficiente como para que no tener que escuchárselo decir —Ignoró su sarcasmo y agregó la fecha de grabación en el estudio para el martes 23, antes de apretar el botón de guardar y cerrar la ventana de su pantalla.
—Mentira, Sak. Todo el mundo necesita oírlo de vez en cuando. ¡Por qué demonios insistes en matarte por ese estúpido ingrato, nunca lo entenderé! —Su hermano se pasó la mano a través del siempre despeinado cabello negro y endureció el gesto hacia ella—. No has tenido unas vacaciones verdaderas durante los siete años que llevas trabajando para él, ¿y ahora el hijo de perra también pretende que renuncies al fin de semana en que habíamos planeado una fiesta familiar especial por tu cumpleaños?
Sak suspiró y alzó la vista hacia los grises ojos de Touya.
—Regresaré a tiempo para la fiesta. Te lo prometo. No debería tomarme más de un día. Está programada para el domingo por la tarde ¿verdad? Simplemente no tendré el fin de semana completo de descanso, eso es todo. No es para tanto—Pero sí que lo era y ella lo sabía muy bien.
Touya volvió a fruncir el entrecejo ante su pálido rostro.
—Ni siquiera tienes un horario fijo… ese bastardo espera que lo abandones todo y eches a correr cada vez que decide que te necesita. ¿Cuándo fue la última vez que tuviste una noche decente de sueño? —Miró la pantalla del ordenador como si se tratara de un bicho desagradable—. No estás comiendo bien. Estás hecha un asco. Mamá está muy preocupada por ti. ¿Me he perdido alguno de los demás beneficios que tienes en este trabajo-único-en-la-vida?
Sak no tenía intención alguna de estar abiertamente de acuerdo con él. Ni siquiera aunque estuviese en lo cierto. Era demasiado humillante. Le sonrió y puso su mano sobre los finos dedos que él había apoyado en el borde del escritorio.
—Gracias por preocuparte por mí. Pero me encanta mi trabajo. No necesito tener un horario de nueve a cinco. Me encanta la variedad. Me encanta la prisa. Nunca me aburro— Pero eso no significaba que no fuese a renunciar en cuanto viera a su jefe esa misma tarde.
Clavó los ojos en ella.
—Tu jefe te trata como a una mierda. El hijo de puta te pisotea como si ni siquiera existieras, y tú simplemente lo sigues a todas partes y limpias sus malditos desastres. Renuncia y recupera tu vida. El dinero no vale la pena.
Sí. Adelante. Las palabras de Touya la atravesaron como un cuchillo desafilado. El aliento se le quedó atrapado en la garganta. Sabía que no tenía intención de ser cruel. Que sólo estaba preocupado por ella. Que quería cuidarla. Toda su familia la cuidaba. Y todos la compadecían. Compasión… justo lo que necesitaba en su trigésimo cumpleaños. Tragó y se mordió la comisura del labio inferior. De ninguna manera iba a reconocer que iba a recobrar su vida tan pronto como llegara la mañana del día siguiente. Pero admitir la derrota era aceptarla.
—Me gusta mi trabajo. Quizás no tenga el jefe más atento o considerado de la tierra, pero me paga excepcionalmente bien, tengo un gran seguro y prestaciones, puedo ir a lugares y ver cosas que nunca hubiera podido como asistente profesional en la oficina de una empresa en Wall Street. Viajo en primera clase en un avión privado. Tengo abierta una cuenta de gastos. Y no tener todos los fines de semana libres no es más que uno de los inconvenientes de ser indispensable—Por un jodido día más, en cualquier caso.
Touya se inclinó, la besó en la frente, gruñó algo sobre trabajar para idiotas egoístas que pensaban que el dinero era el remedio para todo en la vida y la dejó cavilando acerca de su trabajo y su solitaria vida.
Apagó el ordenador portátil y apoyó la cara entre las manos. Él tenía razón, por supuesto. Todos la tenían. Y estaba triste, se sentía absolutamente patética. Suspiró. Realmente no le importaba trabajar para un hombre como Syaoran Li, siempre y cuando realmente la valorara y necesitara. Soltó una aguda carcajada vacía de diversión en el fondo. No había muchas probabilidades de ello. Syaoran Li no necesitaba a nadie… ni apreciaba a nadie.
Syaoran Li era un todo poderoso, terco, metomentodo y totalmente misógino hombre chovinista. Se estiró y cerró la computadora con un gemido. A menudo se preguntaba si al menos era consciente de que ella existía más allá de su capacidad como inmutable, eficiente, tolerante felpudo y niñera. ¡Ah, sí! Y el aspecto más importante de su cómodo trabajo… limpiadora profesional de desastres.
Sabía por qué Li quería que volara a Aspen de inmediato. Como si ser tratada como un cuadro colgado de la pared no fuera ya suficientemente malo. La necesitaba para "tenerla como aliada" una vez más. ¿Acaso ella parecía una línea de defensa de mierda? Gruñendo, se levantó de la silla y desconectó los cordones y cables de la computadora, metiéndolos con irritación en la bolsa de transporte. Se apartó de la cara un rizo suelto y observó su reflejo en el bisel del espejo de corte antiguo que había sobre la chimenea.
Se veía hecha una mierda, justo como Touya le había dicho. Bueno, no se estaba volviendo cada día más joven. Bien, nunca había tenido la oportunidad de conocer hombres decentes que la vieran como algo más que la acompañante de Syao Li. De acuerdo, la única razón por la que toleraba a ese imbécil era porque había sido lo suficientemente patética como para enamorarse del muy bastardo en algún lugar a lo largo del camino. Como si él alguna vez fuese a darse cuenta.
Fijó la mirada en su cara enrojecida. ¿Eso era otra jodida arruga?
Cerrando los ojos, contó lentamente hasta cincuenta. Hasta veinte ya no era lo suficientemente largo para recuperar la compostura. El momento había llegado definitivamente. Por supuesto, había tenido esa conversación con su reflejo muchas veces anteriormente, pero esta vez iba realmente en serio.
Era hora de madurar. Transformarse en ella misma de nuevo. Romper con todo y salir corriendo. Como su madre le había dicho tan sucintamente una vez "dejar de ser una alfombrilla de cocina". Respiró hondo y se miró detenidamente. Muy bien. Iría de nuevo a responder por él. Pero iba a tener que buscarse otra niñera para el futuro. La vida se le pasaba volando a una velocidad récord y sería sencillamente estúpido seguir babeando como un perrito alrededor del Sr. Galán-Del-Siglo durante otros siete años más. Era hora de cortar el cordón umbilical que iba desde el bonito y apretado trasero de su jefe hasta su propio ombligo, e intentar conseguir un trabajo en el que seguramente ganaría mucho menos, pero que le devolvería un cierto grado de orgullo.
¿Orgullo? ¿Qué demonios era eso? Ah sí, ahora lo recordaba. Siempre se había sentido muy orgullosa de su capacidad de gestión. De su competencia. De sus habilidades como experta en relaciones públicas. Eso fue en primer lugar lo que le facilitó este trabajo en concreto. Y esas mismas habilidades le proporcionarían otro, quizás con un sueldo más bajo, pero que le restituiría un poco de autoestima. El sentimiento de volver a ser una persona auténtica, en lugar de una mandadera-escapista-artista-interferencia-corredora por excelencia. Sí. Sigue así. Repetírtelo es bueno. Tengo que mantener el impulso.
Apartando los ojos de su infeliz reflejo, se acercó al sofá y colocó la bolsa del ordenador al lado de su maleta. No había empacado mucho. Sólo un neceser con cosméticos, el cepillo de dientes, camisón, albornoz y una muda para el vuelo de regreso en la mañana del domingo. El habitual surtido de golpea-y-corre con lo esencial que pudiera necesitar.
Paseó la yema de los dedos sobre la cara pieza de equipaje, un regalo de su jefe un par de años atrás, cuando la suya se extravió en algún punto entre una sesión de fotos en España y el aeropuerto de Nueva York. Se le escapó un suspiro y una triste sonrisa curvó sus labios. A veces, sólo a veces, había sido capaz de mostrarle compasión y consideración.
Su viejo equipaje estaba andrajoso y con cicatrices a causa de los años de abuso. Después de que él tuviera conocimiento de su pérdida, al regresar a casa, se había encontrado un conjunto de quince piezas del más exquisito y costoso juego de maletas del mercado, lleno de la más elegante y cara ropa que el dinero pudiese comprar. Todo, desde ropa interior hasta zapatos, incluido un flexible sombrero de ala ancha (ella se había quejado de haber sufrido quemaduras solares en España), todo de las tallas correctas y en los colores que adoraba. Se había sorprendido, se había sentido eufórica. Pero cuando trató de darle las gracias por su consideración, él había ignorado su agradecimiento igual que a un mosquito molesto, afirmando con rotundidad que simplemente había encargado a alguien la tarea de remplazar lo que había perdido, que no había sido gran cosa.
Pero para Sak sí había sido muy importante. Otro jugoso hueso arrojado al fiel cachorro. Le había hecho cambiar de opinión y pensar que posiblemente valía la pena no desollarle la deliciosa piel que tan prósperamente se extendía sobre esa pulida y apetitosa masa de músculo. Otra discusión perdida contra su reflejo.
Así es como funcionaba siempre. Ella se decidía a decirle que cogiera su bien pagado puesto de trabajo y se lo metiera por el trasero, y de repente, él hacía algo que la dejaba totalmente impresionada. Como la vez que se rompió el tobillo cuando iba corriendo por la calle para hacer otro de los recados imprevistos que solía encargarle, sin preocuparse lo más mínimo del hecho de que ella ya tuviese algo planeado, e inesperadamente él se presentó en el hospital en un helicóptero alquilado, aterrizando en el helipuerto de salvamento y corriendo a la sala de emergencia directamente desde una fiesta de alto standing, vistiendo un corbatín negro y faja de seda tornasolada de plata, con su oscuro cabello mojado por la lluvia. Después de que la enyesaran y le dieran el alta, él la había recogido de la silla de ruedas con la que la habían llevado a la pista de aterrizaje y la había llevado en brazos hasta el helicóptero que los estaba esperando. Y además le contrató una enfermera y un ama de llaves hasta que fue capaz de levantarse y salir de nuevo por sí misma.
¡Maldito sea! Y ella ya había planeado decirle que contratara a otra tonta para limpiarle sus desastres. Hizo una pausa para enfocar su objetivo de nuevo. Eso había sido… de acuerdo… el intento fallido de renunciar del año pasado.
Frunció el ceño hacia su reloj. Si llamaba un taxi ahora, enseguida estaría en el aeropuerto, en su vuelo, y de camino a renunciar de nuevo. Esta vez no iba a permitir que nada le impidiera comunicárselo. Malditos fueran los huesos rotos y las pérdidas de equipaje. Se llevaría la profunda satisfacción de contemplar la cara de pasmado que se le quedaba cuando le devolviera el teléfono vía satélite que le había dado con el propósito de poder localizarla durante todas y cada una de las horas del día o de la noche. ¡Ja! No sería capaz de encontrar otra sirvienta como Sakura Kinomoto. Tendría que tratar a la siguiente como si tuviera cerebro. Una vida, incluso. Sí. Recuperaría su vida. Claro. Ahora, si sólo pudiera mantener ese pensamiento.
*.*.*.*.*
El conductor del taxi le entregó el equipaje y cogió el dinero de la carrera haciéndole un guiño. Ella se encaminó hacia la entrada de la terminal privada, asintiendo al guardia uniformado que le abría la puerta.
—Señorita Kinomoto…—Se tocó el sombrero y sonrió mientras caminaban juntos.
— ¿Qué tal está hoy tu esposa, Kotaro? ¿Ha tenido ya ese bebé?
—Está pasada de cuentas, con atraso de una semana, pero le pasó igual con nuestro último hijo. No hay problema.
Sak sonrió al piloto, el cual entregó su bolsa al copiloto, antes de ofrecerle una mano para subir la escalera de metal que llevaba a la puerta de carga abierta del Learjet-85. Una vez acomodada en uno de los cuatro asientos de cuero hechos a medida, aceptó una botella fría de Evian y asintió para indicar que tenía el cinturón puesto de forma segura.
—Los informes meteorológicos dicen que Aspen está recibiendo aviso de nevada fuerte. Puede que tengamos que cambiar la ruta pero, hace una hora, Sardy aún estaba aceptando tráfico aéreo. Te haré saber si tenemos que desviarnos en pleno vuelo—El piloto sonrió, entregándole un paquete que contenía las últimas revistas—. Ya conoces la rutina… una vez que la luz se apague, puedes conseguirte algo de la cocina si tienes hambre. El Sr. Li nos ha surtido con un montón de comida para microondas. Y puse algunas ensaladas frescas también.
Sak devolvió la sonrisa a Hiroshi Takeda y le agradeció su amabilidad antes de que éste entrara en la cabina y, cerrara y asegurara la puerta. Momentos después, se deslizaban por la pista, diez minutos más tarde, el avión ya estaba en el aire. Suspiró y se recostó en la exuberante comodidad del asiento. Iba a extrañar mucho todo esto. No aguardar turno. No tener que esperar por vuelos con retrasos. No pagar extra por ir en primera clase.
Maldita sea, le encantaba este sistema, pero eso no le impediría defender su postura y decirle a su jefe lo que podía hacer con sus exigencias y faltas de consideración. Él era plenamente consciente de sus planes para este fin de semana. Se los había registrado en su agenda para que supiera que no iba a estar disponible esos días. Maldita sea que lo había hecho.
Siempre fue sumamente egoísta, egocéntrico, irrespetuoso con sus necesidades y totalmente ambivalente hacia su vida personal, sin preocuparle lo más mínimo irrumpir en su privacidad durante el tiempo que estaba residiendo en alguna de las casas que él poseía. Cuando, ocasionalmente, era capaz de regresar a su propio apartamento, disfrutaba de poder pasearse en ropa interior, echarse en el sofá con un refrigerio y ver la televisión. Pero jamás se había atrevido a hacer nada de eso cuando lo tenía mínimamente cerca.
Una vez Li incluso osó entrar en el lujoso baño, unido a la habitación de invitados que ella normalmente usaba en la casa de Aspen, cuando estaba justo en mitad de una ducha, apartando a un lado con un empujón la puerta de cristal, para echarle la bronca por un pequeño error en su agenda. Haciendo caso omiso a que ella estaba tratando arduamente de cubrir sus senos con una esponjosa toalla blanca y girando la cadera para no dejarle a la vista su vello púbico.
Él simplemente la recorrió de arriba abajo con mirada enojada y le dijo que saliera de una condenada vez de la ducha, se pusiera algo, y arreglara su horario de mierda… ¡de inmediato! Habría puesto en duda que el muy imbécil se había dado cuenta de que estaba desnuda de no ser por las órdenes que le dio.
Salió del baño tres minutos después, envuelta en un albornoz, para encontrárselo rondando por la habitación, revisando distraídamente los efectos personales de su propiedad que estaban sobre el aparador. Levantó la vista y le dijo lacónicamente:
—Deshazte de mis citas para el resto del día. Tengo que ir a un sitio y no quiero ser molestado con asuntos de negocios.
Y después de toda esa escena, inesperadamente la arrastró con él al Festival de Música de Aspen, dónde había insistido en que lo acompañara y apuntara todo lo que pudiese encontrar interesante.
Apenas tomó notas. Había sido un recorrido maravilloso, y lo disfrutó, pero se comportó como si ella hubiese arruinado el día al completo por el mísero error de olvidar incluir, en el programa de su agenda, la cita que tenía concertada con Nakuru Akizuki, la editora de películas y música que había estado tratando de hacerle una entrevista exclusiva — o posiblemente, tenerlo en una posición comprometedora — durante meses. La señora Akizuki se presentó a la hora convenida y no tuvo problemas en sentirse como en casa mientras él estaba hablando por teléfono con su abogado acerca de conseguir contratar un nuevo grupo de rock.
Después de diez minutos pidiéndole disculpas y, finalmente, conseguir sacarla de la residencia, él se dirigió al baño privado de Sak y se deshizo de algunas de sus cosas. Ni siquiera se había molestado en pedirle disculpas por invadir su privacidad y avergonzarla como el infierno. Pero al día siguiente, cuando había tratado de localizar el albornoz de siempre, en su lugar se encontró un espectacular, extremadamente sexy y costoso vestido de gala de satén. Y para aumentar su humillación, había remplazado su camisón de franela por otro vaporoso, escandalosamente atrevido, con el que se sintió medio desnuda.
Justo como si le recordara que era dueña de una ropa de dormir andrajosa, desaliñada y un viejo albornoz que había conservado por más de diez años. ¿Qué demonios pasaba con él? Comprendía que sólo estaba tratando de ser conciliador, pero hubiera preferido enormemente una disculpa verbal. Sin embargo, Syao Li no era alguien que se disculpara o admitiera sus fallos. Para él todo se arreglaba con dinero. Aún así, el vestido y el camisón eran impresionantes, y tuvo que admitir que había sido bastante dulce por su parte.
Wow, ahí vamos de nuevo. ¿Dulce? Nada acerca de ese hombre podría ser ni remotamente llamado dulce. Medio había esperado que le pidiera probárselos para él, pero ya que no lo mencionó, ella tampoco lo hizo. Empezó a cerrar con pestillo las puertas de la habitación y del cuarto de baño después de eso. No más visitas inesperadas de un jefe despotricando, muchas gracias.
Trataría de olvidar todas las veces que había estado completamente preparada para escapar, sólo para que algo extrañamente fuera de lugar que él hiciera o alguna inolvidable clase de acción que realizara, echase por tierra sus esfuerzos. Como la vez que se dirigía conduciendo hacia a una cita y un niño de diez años se desvió y estrelló accidentalmente contra la defensa del coche, cayéndose de una vieja bicicleta de segunda mano. El hombre había terminado comprándole al chaval una de primera línea para remplazarla y había hecho pasar a toda la familia del chico una fabulosa Navidad, además de llenarles la despensa con alimentos durante medio año.
El Mercedes se había llevado mil doscientos dólares por la reparación de la pintura y el cromo. El chico ni siquiera había sufrido un rasguño. Sacudió la cabeza con disgusto. Mantente en el camino, Sak. No vayas a ablandarte ahora. Has tomado una decisión. ¡No más! Estaba acabado. Incluso había llevado los anuncios clasificados consigo para buscar un nuevo empleo. Bebió un sorbo de agua mientras encerraba en un círculo de tinta roja otro trabajo como asistente personal. Dio un respingo ante el pésimo sueldo que ofrecían. Oh, bueno. Por lo menos podría contar con tener un horario decente y normal, con el que incluso tendría la posibilidad de ver a su familia cuando quisiera.
Siguió leyendo la columna. Había un montón de ofertas de mierda, no era de extrañar que apareciesen tantos. Nadie aceptaría un puesto que requería habilidades tan altas por una miseria. Pero claro, no todos los directores generales o ejecutivos demandaban de su asistente un acceso 24 horas/7 días a la semana. Ella tendría jornadas de nueve-a-cinco. Los fines de semana para sí misma.
Mientras el trabajo ofreciera un seguro decente y prestaciones, podía fácilmente darse el lujo de aceptar una reducción en su salario. Había sido malditamente frugal con su generoso sueldo estos últimos siete años. Había invertido en fondos mutuos y también un poco en bonos del tesoro. No con la tasa más alta de interés, pero mucho más malditamente seguros que el mercado de valores estos días. Y sin olvidar los lingotes de oro que tenía en su caja de seguridad de tamaño económico en el banco. El oro seguiría siendo útil incluso si el dólar volvía a caer hasta el fondo en el mundo, ¿verdad? Comprar barato y vender caro, ¿no es así? Había aprendido algunas cosas durante su paso por las Empresas Li.
Sí. Podría permitirse aceptar un empleo en el que le pagaran menos. Un trabajo en el que incluso pudiera conocer a hombres agradables, normales. Dio un resoplido. Sí, claro. Normal, casado-pero-buscando, divorciado-pero-buscando-alrededor o soltero-con-complejo-de-mamá. Afróntalo, chica. Los hombres solteros de su edad rara vez estaban sin compromisos y rara vez eran lo que aparentaban ser. Ya había tenido suficientes de ellos durante los últimos años. Amigos o socios de negocios de Li… productores, músicos, diversos y variados repulsivos de cada imaginable tipo y nivel de ingresos. Desafortunadamente, la mayoría parecía asumir que simplemente por ser la "asistente personal" de un hombre de gran poder, sexy y rico como Syaoran Li, significaba que andaba perdida, a la caza y disponible.
El propio Li la había contratado por su excelente inteligencia y por su capacidad para pasar por alto el hecho de que fuese uno de los más elegibles y ricos solteros del mundo, y uno de los roba corazones, más guapos y sexis del planeta. Su disposición para hacer el trabajo, sin que se le cayera la baba como al resto de las asistentes que previamente había contratado y luego despedido, lo había propiciado. Su calma, su apropiada conducta sexual le hacían no temer que su asistente lo acorralara, le arrancara la ropa y le pidiera que la tomara en su cama, tal y cómo había hecho la última. Lo que esperaba de ella era una profesionalidad total, compromiso total. Y le había pagado mucho dinero por ello. Sakura Kinomoto era probablemente la asistente y recadera mejor pagada del mundo. Y se había merecido cada maldito centavo.
Su habilidad para lidiar con exaltados hombres poderosos de cualquier tipo le venía de tener seis hermanos mayores. Seis hermanos que cariñosamente la habían torturado, burlado, incitado, contrariado, dominado y por lo demás, aprovechado de ella durante toda su tierna infancia. Por no hablar de que habían mantenido a cualquier chico guapo del que se enamoró, tan absolutamente aterrado de pedirle una cita, que había crecido sin que ni una sola vez le hubieran pedido ir a una graduación o a ver una película, hasta que su último hermano se había marchado a la universidad. Pero para aquel entonces ya había aprendido a prescindir de la atención de los hombres, y también que podía lograr mucho más sin los incómodos enredos de un ego masculino golpeando su feo rostro contra su propio obstinado y maldito orgullo.
Así, a excepción de uno o dos cortos intentos frustrados por encontrar un hombre compatible para ocasionalmente compartir un trago y pasar la noche, había permanecido totalmente feliz sin ataduras. Hasta que empezó a trabajar para uno de los más agravantes, irritantes, deliciosos y que hacían la boca agua hombres de la faz de la tierra. Y a pesar de que se consideraba inmune a los tipos de su clase — o de cualquier clase en este caso — Sakura Kinomoto se encontró por primera vez, que pudiera recordar, deseando que un hombre la percibiera como algo más que un mueble. Había fantaseado con Li en sueños clasificados X que la dejaban despierta, jadeante y con las bragas empapadas de crema, mientras luchaba por contener su ritmo cardiaco.
Pero, por lo visto, su implacable, carismático e increíblemente guapo jefe la había contratado por su carencia de cualidades atractivas. Por su incapacidad para parecer lo suficientemente femenina para distraerlo. Por su capacidad de mantener una actitud fresca, ultra-profesional y no babear sobre sus zapatos cada vez que estaba en su presencia. ¡Maldita sea! Así que ella sabiamente había aplazado su babeo a las noches, cuando se lo encontraba deambulando por sus febriles y patéticos sueños. Cada magro, suculento, delicioso milímetro de esos seis pies cuatro pulgadas de altura, endurecido por el Bowflex, de esa hermosa fantasía húmeda de cuerpo, que hacía sentarse y gemir a todas las féminas a cien yardas alrededor del hombre. Una mirada de esos ojos azul-láser mataban a la mayoría de las mujeres. Y ese sedoso cabello oscuro, peinado por los dedos, las hacía querer volver a peinar el bucle rebelde que inevitablemente caía de bruces sobre su frente lisa mientras trabajaba.
Y así se había quedado, soltera y disponible, por decirlo de alguna forma. Albergando un patético e irrealista enamoramiento por un hombre que la veía sólo como un robot allí plantado, esperando a que le hiciera la más mínima invitación, sin preguntas.
Oh, bueno. Todo eso terminaría muy pronto. Adiós, hombre de ensueño del demonio. Hola, cotidiana existencia normal y nueva oportunidad de vida.
