Errores
—De acuerdo, tranquila, ya está, descansa...
Los gritos cesaron en la habitación para ser sustituidos por el llanto del bebé recién nacido. Entre jadeos, Toph respiró hondo e intentó incorporarse un poco en la cama, pero los brazos le flaqueaban. Y las piernas. Y el abdomen le temblaba. Y estaba bañada en sudor. Y acababa de parir un bebé.
Acababa de parir su bebé.
—Katara... Katara —tanteó allí donde notaba la presencia de su partera.
—Tranquila, calma... Está bien. Está perfecta.
Perfecta. Una niña.
Toph estiró ambas manos hacia Katara, pidiéndole la criatura. No le salían las palabras. La emoción era excesiva. Entre el sudor de su rostro creyó sentir como las lágrimas corrían por sus mejillas, pero no le importó. No le importaba que Katara la viera en aquel estado. Seguro que ella también se había sentido igual al tener al mayor.
—Espera, déjame acabar la faena.
Creyó escuchar la hoja del cuchillo rozando contra la mesa, pero estaba tan cansada y su niña lloraba tan fuerte que todo sentido le llegaba difuso. Dedujo que le estaban cortando el cordón umbilical, que lavaban al bebé, que lo envolvían en un trapito... Y cuando notó los pasos de Katara aproximándose hacia ella, estiró los brazos todo lo que pudo hasta sentir cómo dejaban en sus manos un cuerpo menudo envuelto en una suave tela.
La acomodó con delicadeza en sus brazos, intentando que quedara lo más cercana posible a su corazón. A través del tacto sentía cómo el corazoncito de su niña latía ahora más sereno. No la había visto, pero sabía que era preciosa. Aún así, preguntó:
—¿Cómo es?
—Como tú —respondió Katara. Y no le mentía.
Sólo con eso ya se sintió orgullosa de la recién nacida.
Cuando llegó a oídos de Toph que aquél día se iba a celebrar una reunión sin ella, no tardó ni un segundo en arreglarse. Dejó a Lin con Kanto, que por suerte aquél día no tenía trabajo, y en menos de diez minutos se plantó en la jefatura de policía. Ya había dado órdenes estrictas de que se la avisara cuando se hiciera una reunión, pero todos sus compañeros querían que disfrutara de su pequeña. Más que empatía, Toph realmente sentía que se mofaban de ella, como si no fuera capaz de ser jefe de policía y madre. Fue ese el motivo de que abriera las puertas del gabinete de par en par, rabiosa.
—¡¿Se puede saber por qué nadie me avisó de esto?!
Todos los presentes se irguieron en sus butacas, mirándose expectantes unos a otros, sabiendo que alguno tendría que enfrentarse a ella.
—Jefa Beifong, pensábamos que estaba de baja... —se escuchó decir a una voz tímida.
—¡Y lo estoy, pero si se celebra una reunión, dije claramente que quería ser avisada!
Silencio.
—¿No cree usted que debería dedicarse plenamente a...?
—¡Yo ya sé lo que me hago! ¡¿Acaso no me cree capaz de ser Jefa y madre, inspector?! Me apuesto lo que quiera a que usted ni sería capaz de soportar el parto —notó el fuerte tragar de saliva y sonrió con malicia—. ¡Di orden expresa de estar presente cuando se celebrara una reunión! No me quiero ni imaginar lo que firmarían ustedes aquí si ni tan siquiera son capaces de recordar eso...
Toph entró con la cabeza bien alta a la sala. Se acomodó en su butaca, se cruzó de brazos y se dedicó a manejar el encuentro como si nada. Lo cierto es que no prestó mucha atención a lo que se hablaba, porque sus pensamientos estaban todo el rato centrados en Lin. ¿Estaría pasando hambre? ¿Lloraría mucho? ¿Le estaría dando mucha faena a Kanto? Se sentía fatal cuando tenía que separarse tan bruscamente de ella, pero no estaba dispuesta a dejar tan de lado la faena. Una decisión mal tomada y Ciudad República pagaría las consecuencias.
Cuando acabó la sesión, Toph salió corriendo casi sin despedirse. Apenas tardó en llegar a casa y una vez allí casi destrozó la puerta principal del ansia con la que la abrió.
—¡Ya estoy aquí! —exclamó.
Kanto asomó la cabeza por la puerta del comedor, con una amplia sonrisa. Sin embargo Toph no podía verle y, al notar su corazón algo acelerado, se temió lo peor.
—¡¿Qué ha pasado?! —gritó, corriendo hasta donde él se encontraba.
—Nada grave, cálmate —le dijo él con voz suave—. Es que estoy emocionado.
—¿Por qué?
—Lin ha abierto los ojos.
Toph comenzó a temblar.
—¿Es ciega? —dijo con un hilillo de voz.
—No.
Y dos lágrimas corrieron por sus mejillas mientras se dejaba caer al suelo, notando los labios de Kanto depositando un beso en su frente. Notó cómo un fuerte brazo la envolvía y cómo el otro le ofrecía a Lin para que la sujetara. La acomodó allí, frente a su corazón, y por primera vez en su vida sintió pena por ser ciega.
—¿Cómo son? —preguntó, acariciándole la carita.
—No tan grandes como los tuyos, pero son igual de bonitos. Y verdes. Verdes claros.
—El verde debe ser precioso, entonces...
Estaban ambos desnudos, sobre la cama. Lin les había dado dos horas de tregua y dormía profundamente en la habitación de al lado, por eso habían aprovechado para tener algo de intimidad. Su vida sexual se había ido apagando cada vez más desde que la pequeña había llegado. No es que siempre hubiera sido para tirar cohetes (Toph, de hecho, nunca solía estar mucho por casa con todo lo que se volcaba en su trabajo), pero desde hacía aproximadamente medio año habían caído en la monotonía y, si lo hacían, era de la forma más sencilla.
—Ven aquí —le susurró Kanto, tratando de acercarla a él. Toph se zafó de su agarre y le dio la espalda—. ¿Por qué eres así?
—Sabes de sobras que no me van los romanticismos...
Y era cierto. No soportaba los mimos ni las caricias una vez acabada la faena. En aquel momento de calma detestaba incluso el contacto físico. Necesitaba su espacio.
Kanto suspiró cansadamente, dándose por vencido, y giró sobre sí mismo para darle también la espalda y acomodarse en esa postura. Después del sexo tocaba dormir. Siempre igual. Siempre era así.
—La semana que viene Lin cumple un año —dijo él. Toph consideró que con aquello trataba de ablandarle el corazón para dejarse dar cariño—. ¿Celebraremos una fiesta?
—Celébrala si quieres —respondió ella—. Hará su primer año lo hagas o no, así que poco importa.
—De acuerdo, si quieres podemos pasarlo sólo nosotros tres y ya está, pero como es una fecha especial pues había pensado en que vinieran nuestros amigos, la familia...
—Vale. Avísales.
—Bueno, esto no es sólo cosa mía, pero te lo propongo para que-
—El que tiene intención de hacerlo eres tú, no yo. Yo sólo te digo que por mí, hazlo. Eso sí, el que limpiará todo después serás tú porque yo-
—¡¿Pero por qué tienes que ser así?! —gritó él.
Kanto se había sentado y la observaba desde lo alto, exasperado. Ella seguía dándole la espalda.
—Si no te gusto puedes marcharte, eh. Nadie te obliga a estar aquí en contra de tu voluntad.
Cuando él le iba a replicar, al llanto de Lin se escuchó a lo largo del pasillo. Ambos suspiraron.
—Tranquila, princesa —dijo él de mala manera—. Ya me encargo yo.
Lin era un bebé no deseado. Toph no la esperaba, así como no esperaba pasar su vida junto a Kanto. Ella no estaba hecha para matrimonios ni cosas de ese tipo, que era lo que Kanto iba buscando. Él era un hombre bueno, un hombre de casa, un hombre que se encargaba de la seguridad y el bienestar de los suyos... Cosa que Toph se aseguraba por sí sola. Sabía que a Kanto le avergonzaba hablar de la hija que había tenido fuera del matrimonio. Y sabía que no iba a poder aguantar mucho más esa situación.
La relación era insostenible.
Aun así, un día, Kanto intentó ser romántico. Entró en casa procurando hacer el mínimo ruido posible. Toph obviamente sabía que él estaba allí, pero se hizo la tonta. Se dejó abrazar por detrás, como si no se lo esperara, e incluso se ruborizó al escuchar la varonil voz de su compañero cuando le susurró:
—Tengo una sorpresa.
—Las sorpresas conmigo son difíciles. Noto tus pasos a metros de distancia.
—¿Quieres dejar de hacerte la listilla durante un segundo, por favor? —bromeó él. Notó cómo se sentaba junto a ella, cogiéndole de las manos—. Verás... He estado pensando mucho esto... Lin ya tiene un año y aunque las cosas entre nosotros dos no van del todo bien, sé que nos queremos lo suficiente como para seguir intentándolo... pero de una manera más formal —el corazón de Kanto se había acelerado y ahora una mano la soltaba para coger lo que ella ya se temía: el anillo—. Toph Beifong, ¿quieres... ser mi futura esposa?
El silencio fue sepulcral.
Toph notaba el temblor vacilante de la mano que sostenía el anillo. Notaba el corazón que parecía querer escapar del pecho de su compañero. Notaba como poco a poco la mano que la seguía sosteniendo se aflojaba. Sentía la decepción del otro. Oía su respiración agitada, no por los nervios, sino, ahora, por la rabia. Notó cómo el anillo cayó al suelo, cómo Kanto se alzó e hizo volar la mesa del comedor por los aires. Escuchó desgarrarse el biombo. Escuchó romperse los vasos de cerámica. Escuchó llorar a Lin desde su cuna.
—Haz el favor de calmarte —dijo ella pausadamente. Kanto dejó de andar de un lado para otro, respiró hondo, apretó los puños y se tragó la rabia—. ¿Esperabas que dijera que sí?
—¡Esperaba que tuvieras la decencia de preocuparte aunque sólo fuera una vez de esta familia!
—¿Y acaso tú serias feliz, casado con una mujer a la que no amas sólo por haber cometido el fallo de dejarla embarazada?
—Osea que para ti Lin ha sido un fallo —cuando Toph se percató de sus propias palabras, se avergonzó—. ¡Claro, supone no poder pasar día y noche metida en ese maldito despacho!
—¡Ese "maldito" despacho es mucho más de lo que vas a poder conseguir tú en tu vida! ¡No puedo largarme de allí así como así!
—Y como no puedes, mejor dejarme toda la faena a mí, ¿verdad? Eres una egoísta —Kanto escupía las palabras con tanta rabia que Toph no reconoció en él al hombre del que un día se enamoró—. No tienes ni idea de cómo funciona una relación. Esto no es cosa de uno, ¿sabes? Es de dos. Un bebé es cosa de dos. Una casa es cosa de dos. ¡No puede dar uno más que otro! ¡No puedes ser así!
—¡Seré como me venga en gana! —Toph se alzó del suelo, amenazante—. ¡Nadie me ha dicho nunca cómo debo hacer las cosas y nunca me lo dirán! ¡Y si no te gusto, lárgate de aquí! ¡Lárgate! ¡Ya tengo asumido que una tipa como yo nunca encontrará a nadie!
—Toph, yo no quería decir-
Notó cómo Kanto se disponía a dar un paso y se colocó en posición de lucha. Inmediatamente él se paró, estático. Ya no sentía rabia en él. Y eso en vez de calmarla la encendió más, porque sabía que con lo que acababa de gritar le había dado lástima.
—¡No todas las mujeres dependemos de un hombre, ¿sabes?! —notaba cómo las lagrimas se disponían a escapar de sus ojos, pero no les dio el gusto de que cayeran—. ¡Yo soy fuerte! ¡No tengo porque seguir las ordenes de nadie! ¡Siento no ser la mujer que buscabas, Kanto! ¡No soy débil, no soy tonta, no soy frágil ni me dejo dominar! ¡Soy totalmente independiente y si tan cansado estás de cuidar a tu hija, no te preocupes que yo lo puedo hacer!
—Toph...
—¡No te acerques! ¡Vete de aquí ahora mismo! —la decisión ya estaba tomada. Respiró hondo y volvió a colocarse derecha—. Te doy diez minutos para que cojas tus cosas, te despidas de Lin y te largues de aquí.
—Toph, ¿qué estás dicien-?
—El tiempo corre. ¡Date prisa!
—¡No! ¡No voy a permitir que hagas eso!
—Lárgate ahora mismo o sino...
—¡¿O sino qué?!
—Te pienso meter entre rejas —escuchó como Kanto se reía con sorna—, y te lo estoy diciendo muy en serio.
La risa se detuvo al instante.
La presencia de Kanto permaneció bastante tiempo en esa casa. Su calor parecía haberse quedado impregnado en el colchón e iba torturando día a día a Toph. Nunca había sido capaz de apreciar la compañía que un hombre podía brindarle. No se trataba sólo del ocuparse de Lin, sino de sentirse deseada, querida, apreciada y valorada. Ahora el único cariño que tenia era el de Lin. No es que fuera insuficiente (que era mucho más de lo que podía pedir), pero le faltaba la compañía sentimental de alguien.
—En verdad no necesitamos a nadie, ¿verdad, mi tejón-topito? —Lin rió ante las cosquillas que le hacía su madre y, tratando de defenderse, le agarró los pulgares—. ¡Vaya, pero qué niña tan fuerte!
Toph hundió el rostro en la barriguita de su bebé, haciendo pedorretas, y Lin se dejó hacer entre carcajadas. Era un día soleado y ambas disfrutaban del calor en el porche de la casa, donde corría una rica brisa. Toph había cortado unas tajadas de sandía y Lin se había animado a probarlas, mordiendo cada una para dejar constancia de que todas eran suyas. Lo cierto es que más que "morder" se dedicaba a absorber el agua y después le dejaba las tajadas casi enteras a su madre.
—Qué ganas tengo de saber si puedes dominar la tierra, pequeñina —se decía más bien para sí misma, acariciándole el cabello.
—Mmmm... Ma. Ma. Mama. Mama —Toph abrió los ojos como platos, perpleja—. Mama. Mama. Mama.
—¡Mama! —Lin rió al oírla—. ¡Has dicho mama!
—¡Mama!
—¡Mi tejón-topito, al fin has hablado!
Toph cogió a la criatura y la abrazó contra su pecho, notando cómo la pobrecita se intentaba acomodar como podía. La colocó bien y dejó que intentara abarcar todo lo que pudiera con sus bracitos, cosa a la que la niña ya se había acostumbrado y con la que apenas le llegaba a la clavícula. Permanecieron así unos instantes, Lin sin parar de decir "mama" y Toph sonriendo con la nariz hundida en su pelito ondulado. Olía a limpio, a delicado... a su Lin.
—¿Sabrías decir "Toph"?
—Mama.
—Vale. Me basta.
No había día en que, al caer la tarde, Toph no notara los pasitos apresurados de su hija corriendo hasta su despacho. A lo largo del trayecto oía como todo el mundo saludaba a la pequeña y, cuando ésta finalmente cruzaba su puerta, Toph utilizaba el metal para impulsar a Lin hasta sus brazos. Cada día lo hacían. Las puertas se abrían, Lin se preparaba y el suelo bajo sus pies se doblaba hasta lanzarla a los brazos de su madre.
—¿Qué tal ha ido hoy en el colegio, cielo? —preguntaba Toph cuando la cogía en el aire.
—¡Súper guay! —contestaba la niña, y procedía a contarle lo más interesante—. ¡Hoy en el recreo he ganado a Tenzin! ¡Él se volvía a escapar y yo le he agarrado los pies con tierra! ¡Y él se ha caído! Y se ha puesto a llorar... Y me han reñido los profesores... ¡Pero le he ganado!
—¡Así me gusta! ¡Esos pies ligeros no podrán seguir huyendo!—exclamó ella, revolviéndole el cabello—. ¿Mi niña dura quiere entrenar?
—¡Sí! ¿Cuándo podré controlar el metal, mami? ¡¿Cuándo?! ¡Yo también quiero ser policía y estar siempre aquí contigo!
—Paciencia, tejón-topo. Ahora céntrate en el sentido sísmico y en el control de la tierra.
Y ambas, cogidas de la mano, bajaban a los campos de entrenamiento que tenía la policía. Allí se pasaban la tarde entera aprendiendo a menos que surgiera un conflicto inesperado en la ciudad que requiriera la presencia de Toph. En ese caso, algún policía se encargaba de que Lin llegara bien a casa y después se pasaba la tarde con la niñera hasta que Toph regresaba.
Cuando Toph sintió la nueva vida que se estaba gestando en su interior, el mundo se le cayó a los pies. Había buscado refugio en otro hombre y la situación se le había ido de las manos. Ahora se encontraba con que iba a ser madre de nuevo, con una criatura que dependería de ella en todo momento, que no tenía ningún Kanto al que darle esa faena, ni confiaba que Lin pudiera valerse bien por si sola con seis años.
Acudió al Templo del Aire, sabiendo los gritos que iba a recibir, pero con la necesidad de explicarle todo aquello a alguien. Lin, a su lado, sencillamente creía que iban a pasar la tarde con sus respectivos amigos. Toph se encontraba más nublada que nunca pero la pequeña, a su lado, movía las piernas alegremente mientras miraba por la ventana del barco.
—¡Ya falta poco para llegar! Hacía tiempo que no veníamos —hablaba felizmente Lin. Ella se limitaba a asentir con la cabeza—. Antes veníamos más. ¡Deberías escaparte más veces del trabajo!
Cómo le dolía escuchar eso en boca de su hija...
Cuando llegaron, toda la familia les esperaba en el embarcadero. Tenzin fue corriendo junto a Lin, quien le dio un golpe en el hombro a modo de saludo y después salió corriendo para ser perseguida por él y sus dos hermanos. Por su parte, Toph fue incapaz de pronunciar palabra. Aang y Katara se miraron, temiéndose algo malo.
—¿Qué ocurre? —preguntaron casi a la vez.
Toph sólo se llevó las manos a la imperceptible barriga que se asomaba. Aang no entendía nada. Katara lo comprendió al instante.
—¡Insensata!
—Mami, ¿dónde está mi papá?
Toph cepillaba el cabello de Lin antes de que se fueran a la cama. Notaba que la niña estaba muy callada desde hacía rato y ahora entendía el por qué.
—Se fue cuando eras un bebé.
—¿Y no va a volver?
—No. ¿Pero es que no eres feliz sólo conmigo?
—¡Sí!
—¿Entonces?
—No sé... —Toph acabó con su cabello y le pasó el cepillo. Ahora le tocaba a Lin cepillarle el pelo a ella—. Todo el mundo tiene papá y mamá. Y los bebés se hacen con un papá y una mamá. ¡Yo no puedo haber salido sólo de ti!
—No, claro que no —rió Toph.
—Pues quiero saber dónde está mi papá, porque aquí no está. Y tiene que estar en algún lado porque sino no me podría haber hecho.
—Correcto. Pero yo hace mucho tiempo que no lo veo.
—¿Os enfadasteis?
—Sí, algo parecido...
—Ah... ¿Y su papá? —preguntó Lin, tocándole la barriga con el pie para así no parar de peinarla.
—Tampoco sé dónde está. Pero Lin, no todo el mundo tiene porque tener un papá y una mamá. Hay gente que tiene papá y mamá, otros que tienen sólo mamá o papá y otros que no tienen ninguno de los dos. Y de las tres maneras está bien.
—¡En mi clase hay un niño que tiene dos mamás! —exclamó Lin ingenuamente.
—Tener dos mamás o dos papás también está bien —dijo Toph entre risas.
Y allí se encontraba de nuevo, en el Templo del Aire, con la criatura recién nacida en sus brazos. Sin embargo, en esa ocasión, no sintió gran emoción. La niña lloraba en sus brazos todo el rato, como si tampoco le agradara en demasía estar junto a su madre.
—Ésta ya no se parece tanto a ti —escuchó decir a Katara en un lado de la habitación—. Su piel es más oscura. ¿Quién demonios es el padre, Toph? —ella se mantuvo impertérrita. No hizo ni el amago de contestar—. ¿Pero cómo puedes...?
—¿Vas a reprenderme ahora también? Acabo de parir. No estoy para discusiones. Lárgate con tu marido y tus radiantes hijos.
—¿Así es como me agradeces lo que he hecho? —Katara sonaba indignada.
—Disculpa, pero es que... —se le hizo un nudo en la garganta—. Vosotros sois tan perfectos...
—Nosotros tenemos cabeza, Toph. Hemos tenido tres hijos porque sabíamos que podíamos darle a los tres la atención que se merecen. Eso supone renunciar a muchas cosas y tu problema es que tú no estás dispuesta a ello.
—Hazme el favor y déjame a solas con la criatura.
El portazo retumbó por toda la habitación.
Toph respiró hondo, se secó el sudor de la frente con la mano libre y trató de calmar a la niña, que lloraba con una fuerza que nunca había visto en Lin. ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Tomarse un largo parón en el trabajo? No, no estaba dispuesta a ello y no se sentía mal por admitirlo. Su trabajo la hacía sentirse plena y feliz. Le encantaba servir a esa ciudad, asegurarse del bienestar de sus habitantes y patear traseros, sobretodo. ¿Tan mal estaba eso? No, lo que estaba mal era lo que acababa de hacer... Otro bebé...
—Bienvenida al mundo, chiquitina... Me parece que te voy a llamar "llorica" —Al oír su voz calmada, el llanto de la niña fue cesando—. Vaya, ¿te gusta ese nombre?
Toph acarició la cara de la niña mientras ésta ya estaba más calmada. Pesaba menos de lo que pesó Lin y parecía ser más pequeña. No obstante, tenía el mismo pelo que su hermana. Podía notar un cabello suave y abundante que más adelante pasaría a ser una melenita ondulada.
La niña se removió entre las telas, como si estuviera incómoda. Toph la destapó intentando palpar qué era lo que la molestaba, pero todo estaba en orden. Aun así sentía cómo la pequeña no paraba de mover, lentamente, el brazo. Arriba y abajo, arriba y abajo... La tomó del rostro, tratando de calmarla, y cuando quiso darse cuenta sintió cómo esa manita la cogía del meñique y arrastraba su mano hacia su pequeño pecho, acurrucándose a su alrededor.
En aquel momento Toph se dio cuenta de que aquello no había sido un error. Tal vez ella no iba a ser la mejor madre del mundo, ni podría darles un padre a sus dos niñas, pero de lo que sí estaba segura era de que esas niñas habían sido lo mejor que le podría haber pasado nunca. Y ambas estaban destinadas a llegar al mundo aunque sólo fuera para enseñarle a esa dura mujer lo que significaba eso: ser madre.
—Como veo que te has calmado en vez de "llorica" te voy a llamar Suyin, ¿qué te parece? —recibió una calmada respiración como respuesta y volvió a taparla de nuevo—. Perfecto, serás mi Suyin.
Toph se arrastró hasta el porche, casi sin fuerzas. Apenas había dormido aquella noche y Suyin tampoco dejaba que pudiera echarse una cabezada. Aquella mañana se había visto obligada a llamar a la jefatura y avisar de que aquel día no iría, como ya había hecho otros tantos. De hecho, los días que podía permitirse asistir al trabajo, lo hacía de medio turno. Sabía que allí, teniendo ese tipo de horarios, era más un estorbo que otra cosa. Pero ni loca iba a renunciar a su puesto.
Con cansancio, se acomodó en el cojín del porche. Frente a ella, en el jardín, Lin construía un castillo, modelando las rocas. Desde que Kanto se había marchado aquella zona de la casa había quedado totalmente descuidada y a Toph poco le importaba los desperfectos que su hija pudiera ocasionar. Podía notar el parterre totalmente revuelto, el guijarro descolocado, la arena del jardín zen sin dibujo alguno... Sentía también trozos de metal dispersos a lo largo y ancho del terreno... Metal que había adquirido formas extrañas.
Lin sabía que ella estaba allí, porque se había girado a verla cuando llegó, pero no parecía tener intención de hablarle. Se dedicaba a lo suyo: una roca por aquí, otra piedra por allá... Si bien era cierto que desde el nacimiento de Suyin se había vuelto más callada, era extraño que ni le hubiera saludado. Algo le pasaba.
—¿Cómo va todo, cielo? —le preguntó. Lin no contestó—. Vaya castillo más chulo que estás haciendo. ¡Cada día controlas mejor la tierra!
Notó cómo Lin se destensó y se volteó a mirarla. Por lo menos había conseguido llamar su atención...
—¿De veras? —le preguntó con vocecilla queda.
—¡Ya lo creo! Y también me he enterado de que has manejado un poco el metal. ¿Cómo es que no me lo has contado?
—¡¿Te lo ha dicho Tenzin?!
—Me lo ha dicho la "vista", tejón-topo. Tienes el jardín lleno de cachitos de metal deformados. ¿Y se puede saber qué tienes con ese niño...? —se prolongó un largo silencio en el que Lin se mantuvo estática en su sitio—. Dime, ¿por qué no me lo has enseñado antes?
—¡A lo mejor si dejaras un rato a Suyin lo habrías visto tú sola! —gritó Lin de pronto.
Oh. Vaya. Lo que se temía... Celos.
Se puso en pie y se aproximó a su hija, que en otra ocasión no se habría dejado alcanzar. Cuando se agachó para estar a su altura, Lin comenzó a llorar y ella sólo fue capaz de abrazarla. Era la primera vez que Lin lloraba desde que era un bebé. Nunca había llorado por un golpe o por una caída y la primera vez que lo hacía tenía que ser por su culpa... Porque su madre no estaba por ella...
—Lin, cariño, lo siento...
Le acarició el cabello mientras la criatura se secaba las lágrimas contra su pecho. Sentía los brazos tratando de abarcar todo lo que podían, como siempre hacía, y ella sólo pudo apegarla más contra su cuerpo. Hacía mucho que no se abrazaban. Hacía mucho que no jugaban. Ya ni tan siquiera se peinaban antes de ir a dormir, cosa que antes era sagrada. Ahora Toph acostaba a Suyin en la cuna y se sentaba en su butaca hasta que la pequeña se durmiera. Nunca alcanzaba a cerciorarse de ello: se dormía. Y Lin entraba a la habitación con una manta, se la echaba por encima y regresaba a su cama.
¿Quién velaba más de quién? ¿Toph de Lin o Lin de Toph? Ya ni tan siquiera tenía que vestirla. O que peinarla. O que lavarla. Lin había aprendido sola y ella en su momento se alegró de ello, pero ahora se arrepentía de haberse alegrado. ¿Qué madre permitía eso? Era vergonzoso. Era totalmente vergonzoso.
—No llores, mamá.
Y Lin no se quejaba. No decía nada. Acometía sus órdenes. "Lin, alcánzame el pañal", y el pañal aparecía de algún lado. "Lin, ve a coger agua del pozo", y la jarra aparecía llena a los diez minutos. "Lin, practica", y el jardín se destrozaba un poco más. Era una niña tan buena... Tan obediente, talentosa, inteligente... Tan preciosa. Y su madre apenas se lo recordaba.
Notó cómo esas manitas le fregaban las mejillas, secando unas lágrimas que ni tan siquiera era consciente de que estaba derramando. Las tomó entre las suyas y se las llevó a los labios para hartarse de besarlas. Lin ahora reía y trataba de zafarse de su agarre. Consiguió soltarse de una, y para sorpresa suya, la niña alzó uno de los trozos de metal deformados y se lo tiró a la cabeza a modo de defensa. Lo pudo haber esquivado, pero dejarse humillar seguro que reconfortaría a esa pequeña diabla.
—¡¿Pero qué te has creído?! —exclamó, haciéndose la ofendida.
Lin se carcajeó a gusto y echó a correr, siendo perseguida al instante. Durante la carrera la pequeña no paraba de tirarle piedras que ella esquivaba como si nada, y después de dar una vuelta a la casa, volvieron a encontrarse en el centro del jardín. Aquí Lin giró a su alrededor hasta posicionarse a su espalda, dio un salto y le pegó una patada en el aire con la que pretendió tirarla al suelo. Toph fingió la caída, soltando un falso quejido, y nada más tocar el suelo notó los pies y las manos atados con rocas. La niña aprendía rápido.
—¡Acaba de ser atrapada por la Jefa Beifong! —exclamó Lin.
—Esa soy yo.
—¡No, soy yo! Jefa LIN Beifong —especificó, recalcando su nombre—. ¡Ahora tendrá que ser juzgada!
—¿De qué se me acusa?
—¡De tener un bebé muy pesado!
—Lo admito, soy culpable... ¿Cuál es mi castigo?
—Hmm... ¡Cosquillas!
Nunca en la vida había tenido una sensación tan desagradable. No se asemejaba a nada que hubiera sentido antes. Gritó, acompañando a la tortura que también estaban padeciendo sus hombres. Sus pies no alcanzaban el suelo y se sentía totalmente inútil y frágil. No veía nada.
Tenía miedo.
Sus extremidades se retorcían y su mente le hacía imaginar que el suelo quedaba a muchos metros de distancia. Se sentía como una marioneta y perder el control de la situación le ponía más nerviosa. Por mucho que sus músculos trataban de moverse, la sangre tenía más fuerza. Era horroroso.
Cuando iba a darse por vencida sintió cómo se liberaba su cuerpo y se desplomaba contra el suelo. Permaneció unos segundos inconsciente y cuando consiguió volver en sí estaba tan débil que no podía incorporarse. Podía oír a sus hombres quejándose a la misma altura que ella.
—Yo no tengo intención de matar a nadie —escuchó decir a Yakone con su voz lúgubre—, pero si seguís interponiéndoos en mis planes tendré que tomar medidas drásticas. Espero que, si tenéis intención de atacarme en otra ocasión, no me hagáis cambiar de parecer.
Lo escuchó echar a andar, sin prisa. ¡Se estaba largando como si nada! Quiso alzarse, agarrarle el pie con un cable de metal, o con tierra, qué más daba, ¡pero tenía que pararle! ¡Y su maldito cuerpo no reaccionaba!
—¡Maldita sea...! —murmuró por lo bajo—. ¿Estáis todos bien?
Sólo escuchó quejidos. Por lo menos estaban vivos.
Al darle la noticia, el corazón de Aang se aceleró. Estaba nervioso. Preocupado.
—No es para tanto —dijo ella, ocultándole el miedo que sintió—. Entras en el estado avatar y ya está.
—Esa es la última opción —Aang se sentó en su butaca y respiró hondo—. Puedo tratar de dialogar.
—Puedes. Otra cosa es que lo consigas.
El avatar suspiró.
Toph podía notar como al otro lado de la pared, en el gran patio del Templo del Aire, sus hijas jugaban con los niños de sus viejos amigos. Suyin corría sin parar, siendo perseguida por Bumi y Kya, y Lin le pedía una y otra vez a Tenzin que la hiciera flotar. El niño, sin embargo, parecía cansado de ello y le insistía en que se unieran a sus hermanos. Su niña terca no cedía.
¿Qué iba a hacer con ellas? ¿Cómo las iba a cuidar si se pasaba unas quince horas metida en el despacho? Ya habían pasado dos días solas. Les dejaba la comida preparada, limpiaba todo lo que podía antes de salir pero aun así no podía dejarlas tan desatendidas. ¿Y si a Yakone se le pasaba por la cabeza raptarlas? Tampoco era una idea tan descabellada. Devolverle sus niñas a cambio de lo que él quisiera...
¡Podían pasar tantas cosas mientras ellas estaban solas!
—Aang... ¿Qué puedo hacer con Lin y Suyin?
—Ya sabes que aquí son más que bien recibidas. No nos molestaría en absoluto que pasaran unos días junto a nosotros.
—Pero siempre suelen estar por aquí y no quisiera que-
—Toph, no nos molestan —repitió el Avatar—. Y aquí estarían más que seguras.
Como si pudiera notar su indecisión y su temor, Aang se alzó y sin preocuparle cuánto podía incomodarla, la abrazó. Con ese hombre no había manera de esconderse. Por mucho que quisiera hacerse la fuerte, él había sabido desde el primer momento el terror que sintió cuando controlaban su sangre. Y como buen padre que era, sabía el miedo que la atormentaba con respecto a sus hijas. No obstante, Toph no le devolvió el abrazo. La reconfortó, pero no era un gesto al que ella le gustara responder.
—Somos personas, no piedras, Toph.
Sencillamente no contestó.
Fue el Templo del Viento a donde volvieron Aang y Toph una vez se acabó el asunto de Yakone. Su amigo la había invitado a cenar aquella noche con ellos para celebrarlo y poder pasarlo bien un rato. No pudo negarse ya que allí estaban las niñas, esperándola, pero todo lo que ella quería era echarse en su cama y dormir. Quería olvidarse de todo aquello, del dolor de sus retorcidos músculos y de la desagradable sensación de volver a ser sometida al control de la sangre.
Cuando llegaron, sus niñas fueron corriendo a abrazarla. Las alzó del suelo, una sentada en cada brazo, y les dejó que la colmaran a besos. Sabía que aquello duraría muy poco; cuando quisiera darse cuenta, ya estarían en la adolescencia y se darían cuenta de lo tan mala madre que era. Ya le habían preguntado muchas veces por sus padres, pero ella respondía lo justo. Nunca podría decirles que a uno lo apartó de su vida y al otro ni tan siquiera lo quiso. Y frente a ellas, para colmo, la familia feliz abrazaba a papá y éste recibía un beso de su perfecta mujer. Toph se alegraba de que todo les fuera tan bien a Aang y a Katara pero no podía evitar sentir algo amargo dentro de ella cada vez que era presente en esa escena.
¡Qué fácil hubiera sido todo si ella fuera una mujer sencilla! Se habría dedicado plenamente a Kanto y a Lin. Tal vez hubiera estado dispuesta a dejar su puesto de jefa; todo por ellos. Porque así debían ser las mujeres. Porque las mujeres se casaban, tenían hijos y los criaban... Pero ella no era así. Ella gustaba del calor de un hombre pero no era mujer de nadie. Ella era fuerte. Independiente. Ella siempre había sido libre... Y ahora, con sus niñas en brazos, realmente se daba cuenta de todo: ella quería sentirse amada pero se había cerrado tanto en sí misma que ya no era capaz de abrir su corazón. Ella se creía fuerte. ¡No, era fuerte! Pero lo era porque no dejaba salir su inestabilidad. Y desde el momento en el que cometió la imprudencia de tener a esas dos niñas, había acabado con su libertad; el no darse cuenta de ello fue lo que la hizo apartar a Kanto de su lado.
—¡Algún día seré como tú, mamá! —exclamó Lin—. ¡Acabaré con los malos y seré la mejor policía del mundo!
—¡No, yo! —dijo Suyin de pronto, sorprendiendo a ambas—. ¡Yo seré la mejor!
—¡Tú no puedes ser policía, porque no controlas el metal!
—Lin, no le digas eso a tu hermana. Es cuestión de tiempo que lo consiga.
—¡No! —gritó la mayor de pronto. Todos se voltearon a mirarla—. ¡Yo soy la mejor! ¡Tú me quieres más! ¡Soy la mayor! ¡Y controlo el metal muy bien!
Hacía mucho tiempo que Toph no sentía vergüenza por algo. Katara bufó de mala manera mientras Aang se limitaba a calmarla susurrándole que aquello no era asunto de ellos. Después la mujer se puso a murmurar montones de cosas por lo bajo mientras echaba a andar hacia la casa: "¡Esa niña acabará por volverse loca!" "¡Sólo está buscando la aprobación de su madre!" "Toph tiene un problema de narices…" "La pequeña seguro que seguirá los mismos pasos, como no cambie" "¡En la vida dejaría yo que mis hijos pelearan por mi atención…!"
Suyin lloraba desconsolada en su brazo, como si temiera no ser lo suficientemente buena para ella. Lin, por lo contrario, tozuda como ella sola, se había cruzado de brazos y no parecía tener intención se disculparse por sus palabras. Notaba la presión de Aang y sus hijos allí y sabía que los cuatro las estaban mirando.
—Creo que será mejor que nos vayamos —dijo Toph.
—¡NO! —gritó Lin de pronto. Pretendió saltar de su brazo pero ella la atrapó antes de que pudiera tocar el suelo—. ¡No, yo quiero quedarme aquí!
—He dicho que nos vamos —su voz sonó más dura de lo que quiso.
Y ahora la mayor se unía a su hermana. Las dos lloraban en cada uno de sus brazos y, cuánto más escuchaban a la otra, más fuerte lloraban. Toph cada vez se sentía con menos fuerzas, pero si había combatido a montones de criminales podría sobrellevar a unas niñas, ¿verdad?
—Paciencia —escuchó decir a Aang.
—Sí, gracias, necesitaba que me lo recordaran —dijo ella con sarcasmo—. Dile a la amargada de Katara que se relaje un poco. Estoy harta de que día tras día me recuerde lo inepta que soy para esto… Y gracias por cuidarlas.
Sin ningún gesto de despedida y sin más preámbulos, Toph volvió de nuevo al embarcadero y pidió que la llevaran a Ciudad República. Una vez en la barca, Suyin, más calmada, se estiró cómodamente y apoyó la cabeza en su regazo. Toph también quería dormir, pero Lin, a su otro lado, lloraba en silencio.
—Cariño, lo sien… —Antes de poder acabar recibió un manotazo—. ¡Lin!
La niña volvió a llorar más fuerte. Todo aquello les estaba haciendo tanto daño… ¡A ambas!
Quiso reprenderla, decirle que no se debía pegar a la gente, ¿pero acaso no había sido ella igual? Aquella niña era su mismo reflejo. Quiso entonces decirle lo muy cansada que estaba mamá, recordarle que había ayudado a acabar con un malo malísimo, pero aquello era egoísta. ¿Qué más le daba a Lin eso? ¿Acaso no debía, como madre, ocuparse de todo aquello y atenderla a ella? Sí, sí, sí y sí. Debía. ¡Claro que debía! Katara se había hartado de decírselo. Ella ya lo sabía. ¡Su misma hija se lo recriminaba! ¡Pero ella no estaba hecha para eso!
—¡Cielos! —exclamó más alto de lo que quiso. Estaba agotada. Todo aquello le quedaba muy grande.
Al escucharla, Lin lloró más fuerte:
—No quería molestarte ni pegarte, mamá. Lo siento mucho. ¿Me quieres?
¿Cómo podía ser que su hija dudara de ello?
—Lin, te quiero más que a nada en este mundo.
Sacando fuerzas de donde pudo, rodeó a la niña con su brazo y la alzó hasta tenerla contra su pecho. La abrazó, en un principio, con amargura. Esas dos criaturas no la merecían como madre. Pero eran tan bonitas. Notaba las lágrimas de una "dormida" Suyin colándose por su traje de metal y le acarició la cabecita. Lin, por su parte, ahora más calmada, alcanzó su mejilla y le dio un beso. ¿Cómo podían desarmarla tan fácilmente? Sintió muchísimas ganas de llorar, se le hizo un nudo en el estomago, pero se hizo la fuerte.
—Suyin, a ti también te quiero, cariño. Más que a mi vida —La pequeña se encogió y continuó haciéndose la dormida—. Os quiero muchísimo a las dos por igual y sé que ambas vais a ser igual de buenas dominando el metal. No tenéis que pelear. Me siento y me sentiré igual de orgullosa de vosotras hagáis lo que hagáis —Buscó el rostro de Lin y pegó su frente a la de ella. Le secó su carita húmeda y después le acarició el cabello—. Y Lin… Tú tienes que ser lo que quieras, no lo que creas que mamá quiere que seas.
La niña no le acababa de entender.
—Yo quiero ser policía —dijo inocentemente.
—¿Pero quieres ser policía porque te gusta?
Lin vaciló unos instantes.
—Sí…
—¿Segura?
Calló durante unos instantes.
—Sí.
—No te voy a querer más sólo porque quieras ser como yo. Voy a estar orgullosa de ti hagas lo que hagas igual que lo estaré de Suyin.
Pero para Lin no existía la igualdad entre ella y su hermana y "orgullo" no entraba en su vocabulario, por lo que no conseguía entenderla. Tendría que guardar aquella charla para dentro de unos años…
Continuará
