Cuando era pequeña Lily no soñaba como muchas otras niñas con una vida al mejor estilo del cuento de hadas.
No esperaba una vida en la que a pesar de todo consiguiera su final feliz.
Lo cual es algo bueno, porque en cierto modo no lo consiguió.
Oh, sí, todo el mundo mágico aclamaría "¡Lily y Harry Potter han sobrevivido!".
Todos ignorarían el hecho de que un padre, hijo, esposo, amigo, hermano había muerto para que eso ocurriera.
El mundo mágico unido por el hecho de la supuesta muerte de lord Voldemort.
Una familia destrozada por la pérdida del padre.
La guerra había acabado, ahora empezaba la peor de las batallas.
Algo a la que nada igualaba las luchas contra mortífagos.
Era interno, te abrazaba el alma y jamás te soltaba.
La lucha por la que todos pasarían.
Inevitablemente, casi todo mago y bruja había perdido a un ser querido: familiar, amigo, amor de hace años.
No importa, todos habían perdido a alguien y ahora no quedaba más remedio que recoger las cenizas.
Porque en eso se había quedado Lily.
Todo su hogar, en cenizas.
Tanto metafórica como literalmente.
No sabía como ni porque, pero la maldición asesina que se había llevado a su marido parecía haber matado también la casa.
Todo recuerdo sepultado por el fuego.
Apenas había tenido tiempo de huir antes de que las llamas alcanzaran a Harry y aunque sabía que andaba corta de tiempo, tuvo que sacar cosas importantes: álbumes, ropa, el cuerpo inmóvil de James...
Y así estaban cuando Rubeus Hagrid los encontró.
Lily sentada en el suelo, su bebé apretado contra su pecho, unos ojos verdes que miraban sin ver la casa destruida y las cenizas que caían como nieve en su apagado pelo rojo como el fuego que se lo había llevado todo.
Quizás ella estaba más destrozada que esa casa, pensó Hagrid en ese momento.
Pero sólo el tiempo lo diría.
Sólo el tiempo...
