Notas: Una historia que por fin pude terminar en un día que le robé a la semana. La tenía en la cabeza desde hacía mucho y al fin pude terminarla. Taito!19years.
Género: BxB, fluff, algo de toqueteo.
[Taichi x Yamato]
Era viernes
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El partido estaba por empezar y Yamato no se veía por ninguna parte en la masa de personas que se encontraban en el estadio. Maldito Ishida. Deseaba salir, buscarlo, recriminarle incluso en una llamada por su ausencia, ¿y saben por qué no podía? Porque su entrenador quería evitar precisamente eso: la salida innecesaria de los jugadores hacia sus familiares. Dentro de él quería golpearlo y hacer su cometido, puesto que necesitaba saber si la persona que estaba esperando ya había llegado.
Algo muy dentro de su pecho le decía que debió escribirle antes de irse. Tuvieron cinco días sin verse, en el que intercambiaron breves palabras de buenas noches y algunos versos cortos de su semana. En esos días cada uno tenía su preocupación colgada al cuello, robando el sueño, y alterando el humor a la más mínima reacción de palabras. Para esos momentos, llegaron en mutuo acuerdo en distanciarse, antes que terminaran matándose el uno al otro en una tontería de pareja.
"¿Irás al partido, Matt?"
"Ahí estaré, Tai —Hizo una pausa—. Te lo prometo."
"Para celebrar debemos ir a un concierto"
Yamato se había reído.
"¿A cuál?"
"Cuando veas las entradas, lo sabrás"
Y así terminó esa llamada días atrás.
No existía partícula en el cuerpo de Taichi que no deseara buscarlo, golpearlo para no perder las buenas costumbres y, sólo después, exigir una explicación. Sin embargo, a su vez, su otra parte, aquella orgullosa e infantil, refunfuñaba que si le importaba una minúscula parte a Yamato, éste debía ser quien lo llamara.
Además, se lo prometió. Se lo había prometido…
¡Cuando lo tenga en frente!
Era evidente, nunca se presentó. Aun tras haberlo buscado entre las gradas en pleno partido, entre los cientos de ojos que tenían su atención en ellos. Si acaso podía estar animándolo desde algún rincón donde no pudiera verlo. Y no, no fue así. Yamato sencillamente no fue.
La indignación lo atacó de lleno en las líneas frontales del juego, nublándole la razón al punto de cometer errores, discusiones con el equipo contrario y, tras una falta que le lesionó el tobillo, fue la gota que colmó el vaso que provocó la derrota y una expulsión en tarjeta roja utilidad ganada de su propia frustración. No se permitió quedarse hasta el final del partido, ya era humillación suficiente que perderían por su culpa.
Salió a la calle como alma perseguida, furioso consigo mismo. Con Yamato por no ir. Con el mundo por ser tan injusto. Y era de adivinar que fuera directo hasta su apartamento dispuesto a acabar con esa supuesta relación que los unía. Le habían enseñado a no tomar decisiones en estado de euforia, pero él nunca se había considerado persona de principios.
Al llegar, por supuesto que nadie lo esperara, era claro que Yamato tenía esa maldita banda que estaba por encima incluso de él. Era transparente que iba a cortar todo lazo con ese idiota.
A pesar que tenía una copia de la llave y era por naturaleza que no la tuviera encima, sabía dónde la familia Ishida reservaba otra de emergencia dentro de la tierra de una maseta. La sacó con éxito, para así posteriormente entrar a la residencia.
El silencio barría el ambiente, ignorándolo por completo y dar grandes zancadas a la habitación de la persona con quien se suponía que tenía un amorío.
Estaba como siempre arreglada y en cada rincón encontraba el nombre de Yamato seduciéndole. Una camisa de Guns´N´Roses abandonada sobre la cama, unas cuerdas de bajo cortadas en el piso junto a unas tijeras, unos discos huérfanos en una silla y muchas hojas que albergaban ese idioma que desconocía. El olor de ese rubio siempre le había encantado y ahí estaba empapado de él, aturdiendo sus sentidos; haciéndole olvidar cuan molesto y derrotado se encontraba.
Se introdujo cojeando, maldiciendo el dolor que empezaba a despertar bajo la fina capa de su molestia. Fue hacia el escritorio y vio las partituras, todas con jeroglíficos —para él— a medio terminar. Unas tenían garabatos a las afueras de quien distraídamente escribía al azar para buscar qué hacer. Atisbó su nombre entre los rincones del papel y el corazón se le congeló. La letra la conocía. Y aunque Yamato no era tan colegial para acompañar su nombre con un cursi corazón o algo que se le asemejase, el mensaje era suficiente. Se lo imaginó, desviando la mente de la partitura o quizás cuando hablaron por teléfono y así fue como nació su nombre en grafito.
Quiso saber si podía conseguir más evidencia que estaba en los pensamientos de ese hombre y dio por iniciada una etérea búsqueda. No creyó conseguir reveladoras canciones o cartas que abrazaban el amor pero encontró dos cosas que le arrebató los pensamientos dejándolos en blanco.
La primera, una nota con la fecha de su partido y resaltado con color. La segunda... un pequeño poste de Cheester, vocalista de Linkin Park. A lo mejor no era tan distintiva para otros, pero para Taichi lo era y, su corazón se encogió cuando, al darle vuelta, vislumbró la tinta de un marcador que describían letras. Estaban en inglés y no debía tener un repertorio clasificado en el idioma para no entender su significado;
«Para Taichi Yagami, ¡éxitos en tu partido!
—Cheester »
Apretó los dientes y murmuró algo intangible, ¿por qué Yamato estrujaba su corazón de esa forma? ¿Desde cuándo sabía que Linkin Park era su única banda favorita de rock? ¿Desde cuándo sabía que el concierto donde compró entradas era de ellos?
¿Porque tuvo que cumplirle el capricho que le había asomado meses antes y no ir a su partido?
Necesitaba una explicación. Dejó todo en su sitio y se sentó en la cama a esperar.
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Era viernes, y Yamato Ishida tenía el cansancio proferido a sus delicadas facciones. Era viernes y ya tenía deseos de matar a su manager. Era viernes, y él no tenía la más remota idea en cómo podían realizar un single con temas sexuales sin caer en las redes morbosas y poco estéticas del rock.
Las canciones eran arte, trasmitían y abrían caudales de espejos para afinar imágenes que hiciera reflejo con su público. Algunos se sentirían identificados, otros aborrecidos. Hablar del sexo sin refinación ni recato, era como abusar de una mujer en público y esperar una ovación ciega.
Sus amigos regaron unas ideas en la mesa y él no concebía ninguna como adecuada. No estuvo de acuerdo en un principio, puesto que aún se consideraba un caballero y quería mantener la dignidad de su banda intacta. Incluso compartió unas palabras filosas con Ketan, por no decir que estuvieron a centímetros de pasar de una conversación de palabras a una de puños. Sólo la intervención de su manager rebajó las brasas que habían repiqueteado furiosas, provocando que los expulsara como humo en una semana de descanso. El estrés iba tornándose abundante y la fecha prevista del lanzamiento no estaba arreglando las cosas.
Entró al apartamento, evitando dar un portazo y contener los fríos gruñidos que tenía rasgándole la garganta. Arrojó el estuche de su instrumento con sutil descuido al sofá, arrastrando los pies por el suelo que le faltaba encerar. En el aire habitaba una presencia endeble de polvo y en el fregadero unos cuantos platos le saludaban con su suciedad. Quiso sacarles el dedo del medio y exigirle que se limpiaran solos. Se contuvo, lo que faltaba para cerrar el día era verse loco y desquiciado insultando a objetos inanimados.
Por el silencio, sabía que su padre no estaba. Revisó la cocina sólo por curiosidad y se encontró una nota que decía que volvería para la cena, prometiendo llevarla ya hecha. Esas dos líneas le elevaron un poco el humor, ese día lo menos que quería era cocinar.
Se fue hacia su habitación, sin sorprenderse de encontrar a Taichi, tumbado en su cama, hojeando unos de sus tantos bloc que contenían retazos de canciones. Los zapatos en el vestíbulo debieron darle un previsto, pero sinceramente no estaba de ánimos para prestar atención a las pinceladas de esos detalles. Al llegar, en un rápido vistazo, vio el leve fruncimiento de cejas y, lo que delató ciertas emociones que harían cierta tensión en ellos, fue las venas que se le marcaban en el relieve de la frente.
—Hey. —le dijo Taichi.
—Hey. —respondió Yamato, dejando las llaves en el escritorio.
Un silencio atenuó sobre ellos y al girarse, Yamato reparó que Taichi esperaba algo. Algo de él. Suspiró un poco cansado, empujando los pies hasta la cama para inclinarse y confiarle un beso casto. Hizo eco su unión, resonó lo suficiente y se escribió en los oídos que provocó que algunos de sus nervios palpitaran.
Taichi mantuvo en unos segundos una menuda sorpresa, luego cerró los ojos y abrió más la boca llamando a otro contacto. Recibió el estímulo disfrazado de gusto que le inundó la garganta, haciendo retroceder sólo un poco su irritación y distraerlo.
—No estoy de ánimos para discutir, Tai —dijo Yamato previendo los siguientes acontecimientos. Había una historia en la corta línea que abría el rostro del anterior líder de los niños elegidos.
—Qué bueno. Sería extraño que un día me dijeras que deseas hacerlo. —replicó, arqueando las cejas.
En otros tiempos, el comentario le hubiese molestado pero en esos no. Se conocían demasiado bien para reconocer un minúsculo atisbo de alteración en el humor y el manejo de las manos entre las redes de espinas. Yamato se apartó cuidadosamente de los brazos que lo flanquearon en algún momento, dejándose caer a un lado como peso muerto sobre la cama. Se restregó con fuerza los párpados, enrojeciendo su pálida piel mientras fruncía los labios.
—Tenemos que hablar. —empezó Taichi.
—No quiero hablar de eso. —En su voz se manifestó la suficiente molestia para que desistiera la idea de insistir. No quería hablar de su pesado día.
Un nuevo silencio se hizo presente, dándole sonido a todas las cosas que por inercia solían ignorarse. El sonido de las manecillas del reloj, un rechinido de una puerta, una llave mal cerrada en la cocina y las gotas cayendo hacían un extraño compás.
Yamato vio la espalda encorvada de Taichi, avistando cierta tensión en ellos. Su brazo se alzó y el dorso de los dedos resbaló por la piel sombreada, atrayendo aquella mente que parecía lejana.
—¿Cómo te fue a ti? —habló, moviendo los dedos callosos hacia la oreja y sujetar algún mechón rebelde.
El elegido del coraje cerró los ojos, conteniendo algo detrás de ellos, una tormenta, un incendio, el músico no lo sabía con exactitud pero reconocía su existencia. Al cabo de unos segundos, se abrió la boca para autorizar a las palabras que le quemaban la lengua y Taichi habló:
—Perdimos. —reveló, sin mucho ánimo y con deje sombrío.
La expresión de Yamato, fue el poema más doloroso que pudo haber leído.
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La llegada de quien esperaba, los pasos perdidos, el beso que fue de todo menos ausente; cuestionaron el humor que Taichi arrastró en los hombros del estadio hasta esa habitación. La caricia, la peor de todas y la mirada benigna que desconocían las noticias del hoy.
Ese elegido de la amistad le observó inocente de la situación, con esos ojos, esos jodidos ojos que eran charcos de brillante zafiro que tanto le gustaban. ¿Por qué no podía tener una apariencia común? Cabello negro, ojos teñidos en el mismo contraste, estrechos. Afinación de las líneas de la nativa fisionomía, y posiblemente, la delicadeza que caracterizaba a todos los asiáticos.
Y por supuesto que Ishida era diferente. Se le notaba sus genes extranjeros cuando fijaba la mirada que le hablaba de interés, en como su cabello estaba hecho de plumas doradas y que era imposible discutir. Su rostro hablaba de franqueza, pómulos suaves y labios carmín que, entreabiertos, se apreciaban algunas grietas.
« Perdimos », había dicho. Tan natural como si una hoja fuese empujada por el viento.
Las caricias se detuvieron de golpe y las facciones del músico se deformaron. La sorpresa absorbió todas las líneas y la boca se le entreabrió.
—¿Qué fecha es hoy?... —quiso saber Yamato, incorporándose de golpe, buscando su celular a la vista—. Hoy es viernes, Taichi.
Taichi se rió, corta y ácida.
—Hoy es sábado, Yamato. —aclaró, cogiendo el móvil del otro que abandonó a su lado y señaló el plazo—. Mira, sábado.
Los ojos azules se centraron en el texto digital y rápidamente frunció el ceño.
—Viernes, Taichi.
—¡Hoy es sábado, maldición! —Sacó su propio celular, para meterle en la cabeza la fecha en el cerebro si podía—. ¡Hoy era el partido y no fuiste!
—¡Me dijiste que el partido era el sábado, Taichi, y hoy estamos a viernes! —respondió Yamato, alzando también la voz. Le arrancó el móvil y le mostró la propia pantalla—. ¡Yo anoté el día que me dijiste!
Asimismo, se levantó de la cama yendo hasta su escritorio y rebuscar entre las notas que anteriormente había husmeado. Regresó con un papel en mano que ya Taichi había visto y situándose frente a él, lo enseñó con el dedo los números escritos.
—Sábado, 12 de agosto. No sábado 11 —recalcó—. ¿En qué día está tu cerebro?
—Vete a la mierda, Ishida —También se puso de pie, dispuesto a irse antes que un fuerte brazo lo derribara y lo incrustara directo en el colchón.
—¿Yo soy el culpable que hayas dicho un día mal? —le reclamó, deteniéndole las muñecas sobre la cabeza—. Yo planeé mis días según tu maldita fecha.
—Si tanto te interesaba, ¿porque no revisaste al menos el calendario para cerciorarte que los días coincidían?
Los gritos retumbaron el aire, la pregunta se devoró el resto. Yamato soltó el aire con resignada desesperación, reprimiendo varias respuestas airadas que sólo empeorarán la situación.
—Tai, que tu cabeza viva un día después del calendario no es mi culpa —subrayó, molesto—. Lo es cuando no confirmé. Discúlpame por confiar en ti.
Esas palabras fracturaron la irritación de Taichi, congelándola de cuajo. Más, al ver la expresión tan digna de piedad del hombre que le observaba.
—Ya, suéltame. Tienes las uñas largas —se quejó, empezando a mover los brazos en resistencia.
Con cuidado, el músico se bajó del cuerpo que había inmovilizado y se levantó. A diferencia de él, el otro sólo se sentó. Pesado silencio, tanto así que empezó a ser difícil respirar. Aquel alambre tenso asfixió el aire, y Yamato pensó que si deseaba arreglar ese asunto con Taichi, debía dar el primer paso. Por ello, se arrodilló frente a él tomándole de las manos y dijo:
—Lo siento. Debí verificarlo cuando hablamos —expuso, lamentándolo de verdad.
—No es nada, fue mi culpa —Negó con la cabeza, respondiendo a lo que estaba encerrando en su palma—. Perdimos de igual forma.
Eso fue suficiente para que Yamato se sintiera peor de lo que ya estaba acarreando. Ellos no se prometían nada, no se obligaban a interactuar en sus diferentes círculos ni se enojaban por no haber asistido a un concierto o partido. Eran cosas que sencillamente no tenían nada que ver con su relación. Ambos disfrutaban del espacio, y si compartían algunos momentos, tampoco era motivo de alarde.
Sin embargo, Yamato le había prometido que iría. Era el partido del final del verano, era el juego que definiría si Taichi se presentaría en las nacionales, era el momento donde él, como amigo, compañero, debía haber estado. Y lo peor, habían perdido.
Le dijo tanto con ese simple perdimos. Supo leer con exactitud todo lo que escondió detrás;
« Se acabó la temporada. No iré a las regionales. Todo se fue a la mierda. »
Por su enojo, por sus propias fluctuaciones, no se percató que las sonrisas de Taichi habían sido falsas. Que su mirada era ausente, que el beso que compartieron fue distracción para ambos.
—¿Qué ocurrió? —preguntó, acariciándole los dedos. Su mente se blanqueó, se olvidó de la banda, del tiempo estimado para la canción, su propio agotamiento. Toda su atención la acaparó el hombre que tenía en frente.
Taichi suspiró, descargando todo lo que estaba conteniendo. Apretaba los labios marcándole la mandíbula y al tomarle las manos se percataron de unas líneas rojas que tomaban color en las palmas.
—Tai... —insistió.
—Fue mi culpa —confesó, bajando la cabeza dejándolo colgada—. Fue en el segundo tiempo, el delantero me barrió en el campo pateándome justo en el tobillo —calló por un momento, invadido por una sensación de pena—. Me lastimó y terminé golpeando al jugador. Concluye lo demás —cerró con una sonrisa triste.
Yamato oyó, horrorizado. Hizo una inspección rápida, pero no consiguió nada fuera de lo ordinario. Olía a sudor y tenía el cabello pegajoso, lo suficiente para pensar que no se aseó después de salir de los vestidores. Eso ya decía demasiado.
—¿Dónde? —exigió saber, apretándole la muñeca.
El color pardo de aquellos ojos se ensombreció y se cubrieron con una bruma de tristeza. Con el corazón aleteando ansiedad e impaciencia por el afanoso mutismo, el anterior elegido de la amistad le cubrió las mejillas con las palmas y acercó íntimamente sus rostros. En la mirada cobalto apareció un espectro tan delicadamente hermoso que garabateó la palabra pena en cada línea arrugada.
Amigos de verdad no harían ese tipo gesto y por mucho que les doliera, o tal vez no, ellos nunca volverían a enredarse en una amistad. El sentimiento que crecía en sus pechos, con alas extensas y de ferviente vuelo, que opacaba cualquier intento de quietud amigable.
No le dijo nada, en muchas ocasiones las palabras no tenían por qué tomar partido de la situación, ni ser telonera en un escenario de actores mímicos. Taichi le sostuvo la mirada y aspiró el aliento ajeno, su olor a avena por el jabón perfumado que el otro usaba. Por debajo de esa fuerte dosificación de la piel, el asomo de un perfume fue aplacado por el sudor y esa sencillez humana hace que Taichi lo ame más.
Cerró los ojos y esperó en silencio, porque en situaciones intrincadas, era lo mejor que se puede compartir.
Más allá, abandonado en el buró junto a la cama, el celular de Yamato vibra sin cesar.
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Estaban sentados en la cama y Taichi tenía el tobillo sobre el regazo de Yamato quien hacía uso de sus conocimientos para atenderle la musculatura lastimada. Una fuerte tensión le hizo una mueca en los labios y ahogó un gemido cuando la venda empezó a enroscarse en su piel.
—Ya casi termino, está inflamado —apaciguó el músico, sin desconcentrarse.
Quiso prestarle atención a esa voz, pero no pudo. Contemplaba la figura apuesta y elegante de Yamato que con tanta sencillez podía abrir quijadas con su apariencia. Verle ahora, el oro de su cabello que le caía en la frente y a esa distancia casi en los ojos. Los rizos de piel recogidos en la frente, que eran síntoma de concentración; la boca convertida en una fina estría apenas perceptibles que hicieron de las suyas una torcedura de satisfacción. Se prolongó unos segundos más, al no detener la tentación de estirar el brazo y correrle el cabello, recibiendo el desconcierto pintado en los pedazos de cielo que tenía en el iris.
Se rió y Yamato al entenderlo se le encendieron las mejillas, desviando la vista a la labor inconclusa. Sin embargo, no le dejó. Lo volvió a alcanzar y esta vez le acunó la nuca, acercándolo para inclinarse y estar más cerca de los pétalos de labios que tenían forma de corazón. Rozarlos fue mejor que imaginárselo, un tacto sencillo, que se amplió como una alfombra y se deslizó como la seda. Taichi sonrió y se enredó en aquella boca, entre las delgadas comisuras, saltando de una a otra y entrando en ellas como si fuera un pasaje espectral; saludó a la madre de los sabores, se regocijó en la textura. Yamato soltó un afable sonido contra él, y no detuvo su avance, lo embelesó con suspiros, le arrulló la mejilla porque abrazarlo dificultaría las cosas por la posición en la que se encontraban.
Las manos blanquecinas subieron sobre la camisa que pinta el logo de Adidas, sienten el aleteo del pecho, la ansiedad que asusta al corazón y lo envuelve en llamas. Todo se desvaneció con un chasquido, ambos así lo decidieron y al instante se enlazan en atenciones reservadas. Eternos segundos, porque siempre que se retorcían en bucles de silencios y secretos del alma, el tiempo perdía su distinguido significado.
Sus frentes se encuentran cuando el músico dejó caer los párpados como alas de mariposa, su frente plana demostraba tanto que incluso si su boca hablara, no habría sido tan específico.
Volvió a sacudir la cabeza, porque técnicamente el origen del problema era él. Taichi Yagami. Bajó cuidadosamente el pie al suelo para moverse un poco más y así levantarle el mentón al rostro caído. Siseó, sonriendo y transformó la pesadez en aire puro. Regresó a su boca, como quien jura quedarse allí y su anfitrión se sorprende de su improvista entrada. Yamato tardó en responder, una frágil vacilación, para después seguirle en esa caída a los brazos del tacto.
Cayeron en la cama, Valentía sobre Amistad, mientras el primero recibía una ola de recuerdos humedecerle la mente. Son incontables las veces que se han tomado en ese lecho, en esa habitación, en esas sábanas que le cuentan cosas diferentes de su dueño en cada visita.
Eventualmente, con un tobillo golpeado era difícil acoplarse cómodamente, se sentía ridículamente incómodo haciendo que el otro también se removiera para hundirse más en el colchón, clavó fuerte la espalda y extendió los brazos para rodearlo.
—Déjame recordarte que estás encima de mí —le dijo Yamato en el oído.
—Por un momento creí que dirías: « ¿Mejor, Taichi? » —señaló irónico.
Se detuvieron unos segundos, enemigos sobre un tablero de ajedrez, antes que la risa se engendrara en las gargantas. Amantes otra vez, se besan sumergiéndose en esas espirales. Las manos de Yamato perfilaron líneas en algunas costillas, el peso adicional no fue enredoso y le da ese pensar que podría ser suyo, que juntos eran uno y no dos.
Se tomaron de las manos, como habitual hábito entre ellos. Después de todo, eran dos personas separadas que por pura fantasía creían que no habría imperfecciones en la forma que sus cuerpos se encajan.
Permanecieron así un rato más, besos largos, húmedos, cortos, sonido tras sonidos, suspiro contra gemido cuando el gusto empieza a facturar propiedades físicas. Más adelante, Taichi guía los dedos del otro y lo traslada hasta su paquete que se encuentra entre las piernas.
La sonrisa de Yamato tiró de sus labios al sentir el bulto que emprendía a crecer y no dudó que el suyo debía estar igual, pero se había acostumbrado tanto a la tensión sexual entre ellos que ignoró los primeros cosquilleos. Apretó descaradamente, y el estremecimiento que provocó es todo lo que necesita para continuar.
Entre los dedos podía adivinar la forma, encerrada entre la saña de una tela que la cohíbe del libre albedrío. Se deslizó más, recorriendo todo lo que abarca. Una parte de su cuerpo gritó por poseerlo, digerirlo con cualquier abertura y poder sentir la fuerza con la que se levantaba. El sexo podía arreglar muchas cosas, pero Yamato se negaba a recurrir a él cada vez que uno estuviera con los ánimos en picada. Existían palabras que podían envolver al dolor, que podían tocar el alma para limpiarle las lágrimas. Creía en el poder de la inocente caricia, aunque su hermana, pecado de la lujuria y de la carne, fuera tan obscenamente aperitiva.
No obstante, se reclinó hacia el otro lado.
Él dibujó el «te amo» con los labios, talló periferias gruesas del «estoy contigo», coloreó dulces galimatías que prometen esos votos que muchos se mienten en un altar. Quería decirle con todo su aliento inmortal que lo adoraba más que nadie y que haría cualquier cosa por él.
Muchos podían comparar su lealtad con locura, porque nadie sabía lo que el elegido de la valentía era para su corazón. Taichi era para él lo inconcebible, lo imperdonable, lo extraordinario. Quería verlo como una salvación, y no, eso era una mentira. Era su locura, adicción, deseo, su hambre. A su vez, era su amor, su felicidad, el pedazo de alma que cree perdido. Es el secreto mundano que tiene arraigado a la piel y no se atreve a confesarlo a nadie más.
Un sonido estrangulado rompió el beso y sus pensamientos, haciéndole sonreír con victoria al ver a la cabeza, azotada por nevadas castañas, caerle en el pecho con temblores por causa de su mano que abrió la cremallera y descubrió aquel lugar donde toda caricia era más sensible. Entre su piel, estaba atrapando una parte del cuerpo del elegido del coraje que le tiene cierta idolatría. No por lo que hacía dentro de él, sino lo que podía sacar a la luz. Taichi se lo había mencionado y por su parte se avergonzó, cuando éste le dijo que, sólo en esos momentos, brotaba como agua pura los más vivos gemidos, las más perennes palabras entrecortadas, el sudor más límpido y, la sonrisa más brillante.
Ahora, el tablero se volteó y podía apreciar lo que Taichi veía en él.
—Mierda, Yamato —Dejó salir su anterior líder, con voz forzada.
Finalmente lo soltó, alzó los brazos e hizo lazos en el cuello. Le besó la mejilla y compuso palabras cargadas de su más íntimo aliento:
—Lo siento mucho, Taichi. En verdad quería ir. —Lanzó un suspiro, tan lamentable y profundo que agitó todo su cuerpo y acabó por estremecer su ser.
Por el lado de Taichi, éste quiso decirle que ya no importaba, que estaba a su lado incluso por un estúpido malentendido de fechas, y sin embargo, se habría mentido a sí mismo. Pensó en responderle que se conformaba con esos momentos del que ahora se enredaban, pero temía que fuera demasiado cierto.
Una vibración rompió la estabilidad del aire, y al dar un respingo mutuo, se percataron que era el móvil de Yamato. Éste último estiró el brazo, aun acariciándole la espalda y aproximó el aparato a su oreja.
—¿Hola?
—¡Hermano! ¡Tengo horas llamándote! —habló un alterado Takeru—. ¿Dónde estás?
—En el apartamento, ¿por qué? —Su instinto de hermano mayor se activó y se incorporó un poco en la cama, al punto que Taichi tuvo que removerse—. ¿Takeru?
—Quiero que tomes esto con calma, ¿está bien?
—Takeru, deja el rodeo, ¿pasó algo?
—Taichi… —empezó su hermano menor, como si midiera las palabras—. Taichi perdió el partido y fue expulsado del equipo por unas semanas. No sabemos dónde está y la verdad no tenemos idea en dónde puede estar. Estamos en el bar donde creíamos que estabas y tus amigos dijeron que te fuiste hace mucho. Te estuve llamando a la casa pero sale ocupado.
La calma vino nuevamente a Yamato y vio de reojo al origen de la llamada que le observaba con una burlona sonrisa. Agarró la almohada y se la incrustó al rostro. Ese idiota preocupando a otros.
—No te preocupes, Taichi está conmigo.
—¿Está contigo? Supuse que te buscaría por no ir —Sorpresa—. Qué alivio, estábamos asustados que iban a matarse el uno al otro. —Se escuchó una risa al fondo.
—Algún día lo haremos —Miró al elegido líder con la cabeza en la almohada, expectante. No detuvo la sonrisa involuntaria, se inclinó y le posó un beso en los labios—. Pero hoy no.
—¿Irán al concierto esta noche?
—¿Concierto?
—¡Ah! —Taichi se levantó de sopetón en la cama—. ¡El concierto es hoy!
—¿Cuál? —Yamato no entendía.
Taichi le quitó el teléfono, por no caer en la definición correcta que se lo arrancó y tomó él la llamada.
—Takeru, dile a Hikari que lleve las entradas que están en mi cama. Yamato y yo iremos en la noche.
Y sin esperar una respuesta o, lo que se avecinaba, un sermón, colgó.
—¿Serías tan amable de explicarme la situación? —preguntó el músico con arcos en sus cejas.
—¿Recuerdas el concierto que hablamos que iríamos?
—¿No era la semana que viene?
—No, es hoy —Sonrió Taichi.
Oír eso hizo que Yamato echara la cabeza hacia atrás y exhalara el aire.
—Dame la entrada que quizás fue ayer y no sabemos. —Le quitó el celular y marcó a su hermano.
—¡Ishida, confía en mí!
—¡Así dijiste con el partido! —le gritó también.
—Esta vez es cierto. —Le tomó de las manos y lo obligó a levantarse de la cama—. Así como los obsequios que tienes para mí.
—¿Obsequi…
La sorpresa invadió al del músico quien parpadeó, asimilando aquella información, abrasando sus pómulos con fuego. Su vergüenza pasó a autodefensa y, a continuación, su puño se alzó y le barrió el rostro a Taichi.
—¡¿Por qué diablos revisas mis cosas?!
—¡Porque tengo derecho! —espetó después de caer en la cama, sosteniéndose la mejilla.
—¡Derecho y una mierda!
—¡Además! —continuó, ignorando su reclamo y también alzándose—. ¡¿Por qué diablos me golpeas?!
Yamato sonrió mordazmente.
—Porque tengo derecho.
Bye, bye, tregua. Se tomaron del cuello de las camisas, dispuestos a iniciar esas disputas que mayormente un tercero evitaba. El concierto sería en un par de horas y lo más probable es que irían con cierto maquillaje floral de rasguños visibles.
Quizás podían enredarse en peleas, puños y confusiones, más ninguna provocaría que ese hilo hecho nudo se rompiera. Después de todo eran jóvenes y, en curiosidades de un universo libre, se querían.
FIN
N/finales: Un extraño final que paradójicamente me gustó. ¿A alguien más le ha pasado que se ha perdido en los días? jaja
