Corazón de Hielo

Ikhny Shy

Lo habían guiado hasta una habitación aislada, cerrada. Las paredes pintadas hace tiempo de un color gris claro desabrido, la luz fluorescente del tubo acentuando la atmósfera fría, acompañando con un zumbido tenue que el silencio amplificaba incómodamente.

Héctor estaba más nervioso de lo que imaginó que estaría. Si bien, le habían prometido que no le haría daño, que estaría protegido, el temor del esqueleto pasaba por asuntos más sutiles que el daño físico.

La puerta metálica se abrió y un oficial dio paso al prisionero. Ernesto de la Cruz, hacía su entrada al pequeño espacio, vistiendo un conjunto gris oscuro liso y corriente. Su estilizado peinado seguía tan impecable como siempre, su postura rígida y soberbia no se había aplacado ni un poco en aquellos meses de encierro. Héctor lo observó y no pudo evitar fruncir el ceño. Aún allí, encerrado, con todo lo que se había descubierto sobre él, Ernesto conservaba un aire superior, como si ser acusado de intento de asesinato no fuese algo que pudiese perturbarlo.

Sus miradas se cruzaron y los ojos ámbar del (ex) consagrado artista brillaron con una maliciosa luz fría y una sonrisa despectiva en su rostro aún blanco impecable.

-Héctor, que sorpresa. – Lo saludó, sonriendo falsamente. El oficial le indicó que se sentara en la silla frente a su visita de quien lo separaba una extensa mesa metálica. Ernesto colocó sus manos sobre la superficie, las cadenas de sus esposas haciendo un ruido espectral –No sabía que eras un fan. –

-Qué cínico! – Pensó Héctor mirándolo fijamente. A pesar de no tener estómago, sentía la sensación de revoltijo en su interior y el sabor asqueroso del desprecio dentro de su boca. – Sólo vine a buscar respuestas. –

Ernesto se acomodó recostándose en su silla, colocando una pierna sobre la otra y alzando levemente las manos, invitándolo a preguntar. Héctor sentía un poderoso impulso de golpearlo y borrar de un puñetazo su sonrisa superadora, pero se limitó solo a cerrar los puños sobre sus rodillas, apretando los nudillos para no darle la satisfacción de verlo afectado por su actitud.

-Y bien… ¿Qué quieres saber?, viejo amigo. - Decidió omitir lo último. Esa frase sarcástica que casi pareciera amenazarle.

-Quiero saber ¿Por qué lo hiciste? - Su voz sonó ronca, las palabras se atoraron en el camino hasta salir por su boca. Ernesto le sonrió de lado, y emitió un sonido de burla. Giró la cabeza a un lado y encogiéndose de hombros respondió.

-Ya te lo dije. Para Vivir mi Momento. Tenía que hacerlo, tú no querías entender. - Hubo una pausa prolongada.

-Dímelo mirándome a los ojos. - Demandó Héctor. El prisionero lo miró, otra vez con burla, con soberbia. Su boca se torció a un lado. Apoyó las palmas de las manos sobre la mesa y se inclinó hacia delante. El oficial que lo custodiaba, acercó su mano a su arma dispuesto a accionar si el músico se pasaba de la raya.

-Vivir mi Momento. -

Héctor se echó hacia atrás. La boca abierta y los ojos anchos de sorpresa…

-No es cierto…. - Murmuró, sorprendido. -Hay algo más. Puedo verlo en tus ojos… -

No había nadie en todo el mundo, ni de vivos ni de muertos, que conociera a Ernesto más que Héctor. Sus ojos le decían que sus palabras no eran del todo ciertas. Robar las canciones. Hacerse famoso… había algo más que eso…

Ernesto volvió a echarse hacia atrás en la silla. Su mirada fija en los ojos de su amigo, quien ya no se veía tan enfadado, sino curioso, interesado. Quien fuera su compañero fiel hace tanto tiempo atrás, podía leerlo como a un libro, aún después de tantas décadas. Saberlo le repugnaba.

-Eres un idiota. - Le replicó. Otra vez evitando su mirada.

-No me vengas con eso! - Golpeó la mesa con su palma. -Me asesinaste. A sangre fría. Ni siquiera le dijiste a Imelda que había muerto! No sabes el dolor que le provocaste a mi familia! -

Ante la mención del nombre, Ernesto giró la mirada. Héctor pudo detectar el desagrado en esos ojos claros. Pero no llegaba a comprender por qué reaccionaba de aquella forma, o a que exactamente. El silencio volvía a rodearlos. El asesino lo observaba con rabia, su respiración se había agitado y movía la boca de un lado a otro, como si estuviera masticando las palabras antes de escupirlas o tal vez se las tragaría y nunca le diría la verdad detrás de sus atroces hechos.

-Me quitaste todo. - Insistió Héctor con dolor -Me arrebataste mi familia. -

Ernesto se levantó rápidamente y golpeó la mesa con tanta furia que su visita saltó en su lugar asustado. El oficial sacó su arma de la funda y apuntó rápidamente. Pero ninguno de los dos le prestó la mínima atención. El silencio volvió a invadirlos y la rabia en el prisionero se incrementó, al tiempo que su respiración se agitaba más.

-¿Yo te quité? ¿Yo te arrebaté? Hipócrita! - La última palabra se resbaló entre sus dientes como veneno. Héctor no comprendía nada. -Tú me la quitaste! Tú… tú y tus estúpidas canciones! Tus risas y tus payasadas! Ella tenía que ser mía! - El grito de la última frase retumbó en la habitación. Héctor lo miró a los ojos entre asustado y confundido, había un fuego vehemente en sus pupilas que luego fue cubierto por una manta de niebla fría. Ernesto se recompuso, acomodó su peinado, que por un instante se había desordenado por la efusividad de su reacción. El cantante aspiró hondo, hinchó su pecho vacío y lo observó con desagrado y rencor.

-¿De qué estás hablando? - Logró formular inseguro.

-Se terminó la visita. - Ernesto gritó con autoridad dando un último golpe a la mesa y girando hacia el oficial. Quien tardó un segundo en reaccionar, guardar su arma y acercarse al prisionero.

-No espera… dime… -

-Adiós, amigo. - Los ojos de Ernesto volvieron a reflejar ese odio perverso que Héctor sentía no merecer después de todo lo que había pasado entre ellos. Luego salió por la puerta y no volvió a mirarlo.

De vuelta en su celda, Ernesto daba vueltas como un león enjaulado. Agitado, sobresaltado. El ex músico no soportaba el peso de la conversación que acababa de terminar abruptamente. La luz del extenso pasillo de las celdas dejaba entrar una luz potente que se partía contra los barrotes, dando esas sombras grotescas que invadían su espacio y se intercalaban a su paso feroz.

Se tomó la cabeza mientras trataba de alejar los recuerdos de su mente. Las imágenes, los sonidos, los olores y demás sensaciones que llevaban un siglo enterradas en lo profundo de sus recuerdos, pugnaban por salir a flote en su conciencia…

La imagen de una hermosa joven… bailando y moviéndose con elegancia…

La voz potente y vibrante que hechizaba a todo el que la escuchara…

El perfume, natural, de una belleza pura que lo guiaba hasta los rincones del pueblo, espiando, buscando…

La piel, erizada, deseosa de un tacto que nunca se podría dar…

Pero su mente enmarañada, dejó traslucir un recuerdo más reciente…

Ya no era una mujer joven, pero seguía siendo hermosa. Bailaba con elegancia y gracia, como si los años no hubieran pasado.

Su voz seguía siendo potente y vibrante, aunque algo quebrada por los años y por la falta de práctica para cantar.
Su perfume, seguía estando allí. Era su esencia, que la llevaba hasta después de la muerte.

No había piel para tocar, pero si huesos… huesos que la tocaron, bailaron con ella, la tomaron de la cintura, la alzó, la abrazó… y lo disfrutó por cada instante….

Hasta que el pisotón llegó. La realidad lo golpeó y desde la distancia veía como se reconciliaba con él después de casi un siglo de odio y desprecio… volvía a él….

CONTINUARÁ…