Aunque creo que una vez dije que probablemente jamás escribiría nada largo de varios capítulos, creo que hay veces que para una historia hace falta y más cuando no se puede resumir en un sólo capítulo, porque eso perdería su esencia, así que me animé a esto n_n Antes que nada, de nuevo gracias a Simone por comentar siempre cada cosa que subo, y a Mika, aunque por no tener cuenta no pueda responder siempre me gusta dedicar un poco en esta parte a agradecer eso a estas personitas.

Lo iré actualizando cada tres-cuatro días más o menos, y tendrá cinco capítulos, no se va a quedar incompleto así que, que no se asuste nadie :3

En esta ocasión, el fic va dedicado a pishtaco, que espero que le guste n_n

Como siempre, los personajes de esta historia no me pertenecen a mi, yo sólo los uso para el disfrute personal y para el de las personas que leen la historia sin remuneración ninguna.


La ciudad de Tokio era inmensamente turística gracias a todo lo que llegaba a albergar, eso, era un hecho que casi cada ser humano de la Tierra sabía. Al día recibía millones de visitas deseando sucumbir ante el esplendoroso arte nippon, su gastronomía y sus edificaciones antiguas junto con la gran historia de la que gozaba la inmensísima capital. Todo eso traía detrás un reclamo demasiado atractivo para muchas personas. Pero a pesar de que el conjunto de la ciudad era ya una maravilla en sí, adentrándonos en ella, nos encontramos con los llamados 23 Barrios Especiales. Son una serie de barrios que comprenden gran parte del noreste de la ciudad, donde su gran arraigo a lo tradicional pero permitiendo a su vez la entrada de lo innovador y moderno les daba un encanto natural que muchas otras zonas no poseían, convirtiéndolo en el centro turístico por excelencia.

En el ambiente de estos atípicos barrios se extendía, por un lado, un encanto natural poco común, en aquellas casas antiguas al más puro estilo de los samuráis, en los restaurantes de comida regional del siglo anterior, y en los castillos de los lores ya fallecidos décadas atrás. Y por otro lado pero de distinta forma lo poseían también los edificios modernos y altos del centro, sus tiendas de comida rápida y los grandes almacenes de ropa del momento. Tanto era el poder adquisitivo que tenían que incluso no tenían porqué responder a la autoridad central, ellos mismos eran capaces de auto-gobernarse. Claro que los apoyos en cuanto a la seguridad y el bienestar procedían del Gobierno, y ellos aceptaban la ayuda gustosamente.

De entre todos, el barrio de Sumida (también conocido como Distrito de Sumida) era uno de los grandes tesoros nacionales de entre los veintitrés, repleto de negocios familiares a pesar de que la época actual había impregnado todo. Por suerte, el espíritu japonés de antaño nunca se había llegado a perder.

Por supuesto que, como ocurre en todo el mundo prácticamente, no todo es de color de rosa aunque así lo pareciera. El hecho de que hubiera mucho turismo en la zona y de que la ciudad estuviera dividida entre la antigüedad y la modernidad, ayudaba a crearse un perfecto núcleo de vandalismo inevitable, que buscaban lucrarse mediante estafas y robos a los extranjeros. Nada que un cuerpo policial destinado al cuidado de la zona no pudiera soportar, claramente.

En la noche la seguridad era lo más importante, por lo que salían a patrullar los agentes del turno nocturno. Siendo las cinco de la mañana del viernes, un coche policial con las luces apagadas y la sirena en silencio circulaba despacio, en busca de la paz de Sumida.

— No hay nada más aburrido que las rondas nocturnas, y todo por culpa del imbécil de Kagami.—Murmuró un joven de piel morena mientras bostezaba, echándose las manos a la nuca cerrando los ojos de sueño disfrutando de ser el copiloto aquella noche.—

— ¡L-LO SIENTO, LO SIENTO, AOMINE-SAN!

El lloriqueo de su compañero le hizo arrugar la nariz y suspirar. No era su culpa que hubiesen perdido aquel partido contra los bomberos del distrito, había sido algo estúpido por parte de todos. Los que no pertenecían al equipo de baloncesto del cuerpo policial habían retado a los que sí lo eran con una apuesta. Tal apuesta era que si ganaban el partido amistoso contra los apagafuegos, se comprometerían a hacer las rondas nocturnas por dos semanas, pero que si perdían sería al revés. Simplemente esta vez los otros fueron mejores que ellos, pero ya se encargaría de darle una paliza a ese idiota la próxima vez que jugasen. Además no había sido justo, Tetsu había ido a verles jugar pero al no haber ido uno de los bomberos del equipo había entrado él a su lugar. Eso era jugar con ventaja, con una ventaja fantasmal para ser exactos.

— Tsch, es lo que hay, ya da igual.—Musitó, sintiendo que tenía la boca seca y pastosa. Seguro que era por culpa de la comida radioactiva que le había traído Satsuki para cenar. Decía que eran fideos, pero aquello parecía una masa de pasta que no le quedó más remedio que tragar con cara de horror. Era eso o tener que soportarla por horas el berrinche que le montaría. Abrió un ojo para mirar hacia la calle, y al ver una máquina expendedora se incorporó.— Párate ahí, voy a comprar algo para beber.

— ¡S-SÍ!

Sakurai disminuyó la velocidad poco a poco hasta aparcar al otro lado de la calle, apagando el motor y las luces para no molestar al vecindario. En cuanto su compañero se bajó del coche, se echó las manos al bolsillo del pantalón para buscar en su móvil si ya se había estrenado la película de su anime de baloncesto favorito, como todo buen otaku que era.

La calle parecía tranquila, apenas iluminada por unos farolillos rojos que estaban dispuestos a lo largo de toda la travesía. Por lo visto pronto comenzaría un festival del barrio que no recordaba muy bien a qué venía, pero significaba comida en cantidades industriales y eso a él le encantaba. Se acercó a la máquina expendedora y revisó sus bolsillos para ver si llevaba cambio, esperaba poder conseguir una bebida energética o algo parecido que le ayudase a aguantar todo el turno de noche junto con el hongo de las disculpas. ¿Qué? Así lo había bautizado el jefe de los bomberos y a él le hizo gracia, para qué mentir.

Como no estaba dispuesto a beber de ese café radioactivo de las máquinas, introdujo las monedas y apretó el botón de la energética, pero un sonido de algo más grande y mucho más fuerte que el de una lata cayendo le hizo enderezarse inmediatamente. Miró hacia su derecha en completa tensión, frunciendo el ceño y llevándose la mano a la funda de la pistola reglamentaria. Vio salir rodando de un callejón la tapa de un cubo de basura metálico, probablemente del restaurante de comida que había al lado. Se quedó en completo silencio intentando oír algo, pero sólo podía distinguir el sonido de bolsas moviéndose, y en ese instante algo salió corriendo de ahí.

— ¡Woof! ¡Woof!

Relajó la expresión poco a poco al ver un pequeño perro dirigirse calle abajo, y dirigió de nuevo su atención hacia la máquina. Falsa alarma, como dirían en las películas. Se agachó y tomó la lata que le esperaba desde hacía un rato ahí, abriéndola para darle un primer gran trago allí en medio. Cuando sintió su boca más húmedad suspiró del gusto, girándose para encaminarse hacia el coche.

— ¡HE DICHO QUE TE ALEJES DE MÍ!

Nada mas oír el grito se giró rápidamente soltando la lata en el acto y corrió hacia el callejón, ocultándose tras la pared para echar un ligero vistazo.

Dos chicos de mediana estatura estaban uno frente al otro en la oscuridad. Pudo ver el brillo dorado del cabello de uno de ellos adelantarse sobre el otro, asestándole un puñetazo en la cara que hizo caer al contrario al suelo.

— ¡SERÁS HIJO DE...!

Sin embargo ese brillo no fue el único que atrajo su atención. La luz roja de los farolillos iluminó al hombre que había caído al suelo, el cual sacó un objeto filoso de su bolsillo apuntando hacia el otro, probablemente una navaja. Mirar ya no era una opción.

— ¡Policía, detente!

Sacó de la funda su pistola y se alejó de la pared apuntando hacia aquel tipo, ambos hombres al verle se estremecieron, pues en la oscuridad y con la escasa luz roja a sus espaldas apenas podían ver su imponente silueta y el brillo feroz de sus ojos. El rubio levantó las manos de inmediato echándose para atrás hacia la pared, observando a Aomine atónito. Pero éste en ese instante sólo tenía ojos para el que se encontraba en el suelo sosteniendo el arma; era un chico con los mechones de su pelo trenzados hacia atrás, el cual no se quedaba atrás en cuanto a estar sorprendido con su presencia. Sorprendido y asustado.

— Suelta el arma por las buenas, o te aseguro que te haré soltarla por las malas.—Advirtió caminando lentamente hacia ellos.—

— Mierda, la policía. —Se incorporó rápidamente, en dirección hacia el otro con una mirada cargada de nerviosismo, e ira. Le temblaba incluso la mano de la navaja.— Por esta vez vas a escaparte, pero esto no va a quedar así.

Con rapidez tras decir aquello, salió corriendo en dirección contraria a Aomine, el cual tuvo la tentativa de seguirle, pero al avanzar unos pasos se detuvo. Vio como a lo lejos había un coche de color negro con las ventanas tintadas, justo en la dirección a la que el tipo se dirigía, y gracias a su gran vista pudo ver como la ventanilla del conductor se bajaba. Instintivamente se acercó al otro chico y lo agarró del brazo haciéndole agacharse hasta el suelo, haciendo él lo mismo cubriéndolo tras su espalda. Se resguardó tras los demás cubos de basura con la pistola alzada entre sus manos y se asomó un poco viendo al tipo subir, gritándole al conductor que arrancase rápido. Intentó incorporarse para seguirlos, pero una mano lo sostuvo del brazo con fuerza. Giró el rostro mirando sorprendido hacia el chico, el cual tenía la cabeza agachada. Sólo pudo ver que le temblaban ligeramente los labios, como si tuviese miedo de que le dejase sólo allí. Las luces del vehículo se encendieron a su espalda y el sonido del motor encendido resonó con fuerza en todo el callejón. Cogió su teléfono móvil para llamar a Sakurai, notando como poco a poco el otro deshacía su agarre. Habló rápido en cuanto descolgó.

— Escúchame bien, llama a los refuerzos y persigue al vehículo negro que acaba de arrancar en la calle paralela a esta, su única salida es cruzando por delante tuyo, encárgate de apuntar su matrícula. Sí. No, no hace falta llamar a ninguna ambulancia, estoy bien. ¡Seguro, maldita sea, no hay ningún herido, sólo haz lo que te pido rápido antes de que se escape! ¡Exacto, adiós!

Colgó con un gruñido de desesperación, devolviendo el móvil a su bolsillo. Se guardó el arma y se giró, esta vez sí encontrándose muy de cerca la mirada del otro chico que no se había movido de ahí aún. Era rubio, de piel blanca y sólo un poco más bajo que él. Vestía ropa cara por lo que podía apreciar, tenía signos de pelea en sus manos y un rasguño en su rostro, pero nada grave. Se incorporó frente a él tendiéndole una mano para ayudarle a incorporarse, alzando ligeramente la ceja ante la mirada del otro. Le pareció ver algo de admiración en ellas, pero tenía que ser imaginaciones suyas, tampoco había hecho nada del otro mundo.

— ¿Estás bien?

— Sí. Estoy... estoy bien.

— ¿Conocías de algo a ese tipo?

El chico rubio negó con la cabeza, aceptando la mano del policía, el cual le ayudó a incorporarse. Se sacudió un poco la ropa, y se agachó para recoger unas gafas de pasta negra tiradas en el suelo, colocándoselas inmediatamente antes de levantar el rostro con algo de nerviosismo. Era lógico que estuviese así, después de todo no todos los días te amenazan con un arma en medio de un callejón oscuro. Pero él no era muy bueno consolando a las víctimas, de eso se encargaban Imayoshi y Sakurai. Aunque siempre había pensado que el primero con esa cara tan creepy que tenía, más que calmarlos, se convertía en su nuevo sujeto a temer.

— Parecía que él a ti sí.—Murmuró, con algo de desconfianza. Su olfato policial no le solía fallar casi nunca, y algo ahí le olía mal. Y no, no era la basura esparcida por el suelo.—

— Puede que me conozca por mi trabajo. Soy modelo. Mi nombre es Kise Ryouta, encantado.—Con una ligera sonrisa terminó de acomodarse por completo.— Pero no ha pasado nada grave, así que, ¿puedo... puedo irme, agente?

Aomine le miró algo incrédulo, ¿ese chico era tonto o qué? ¿Acaso no comprendía la gravedad de la situación?

— ¡¿Ah?! ¿Irte? Por supuesto que no.—Dijo negando con la cabeza, malditas estrellas imprudentes.— Debes acompañarme a comisaría para denunciar esto. No sé si sepas lo que ha estado apunto de ocurrir, pero seguramente iban a secuestrarte. Había un coche esperando en la otra calle. E incluso te ha amenazado de vuelta antes de huir. Si eres modelo necesitarás protección policial por un tiempo al menos, hasta que detengan a ese tipo.

Kise le miró en silencio unos segundos, tan fijamente que comenzó a sentirse algo incómodo, ¿en serio, qué demonios estaba haciendo para que le mirase así? Justo cuando iba a alzar la mano para pasarla por delante de su cara y comprobar si seguía vivo, de repente el otro empezó a reírse fuertemente.

— ¿¡Secuestrarme!? ¡No lo creo, si acaso habría sido un robo! Ya sabe, por el dinero y tal. Agradezco su preocupación, agente. Pero creo que está magnificando el asunto.

— ¿¡Magnificando el asunto...!?—Chistó cruzándose de brazos apretando los dientes, mirándole con una expresión de enfado y los nervios crispados.— Sé de lo que estoy hablando. Y me llamo Aomine, Aomine Daiki, no agente. Deja de llamarme así. Tampoco me hables de usted, tenemos que tener la misma edad casi, ¡maldita sea!

El chico volvió a reírse, casi como si estuviese enternecido por su reacción.

— Como ordenes. Mira, si vas a quedarte más tranquilo, puedo aceptar tu teléfono y si un día veo algo raro te llamo, ¿qué te parece? —Murmuró sonriendo, guiñándole un ojo con simpatía.—

El moreno se quedó impactado con ese gesto, alzando las cejas incrédulo con la mirada fija en esa brillante sonrisa. ¿Le acababan de pedir el número de teléfono? ¡¿Y le habían guiñado un ojo!? ¡¿De qué iba ese tipo!? ¿¡Estaba... estaba intentando ligar con él!? Mierda, casi podía sentir que se iba a ruborizar de un momento a otro. Él no estaba acostumbrado a ese tipo de cosas, y menos con un hombre. Aunque quizás estaba malinterpretándolo todo. Seguramente estaba tratando de despistarle sobre el asunto de la denuncia, porque a ver, no es que a él le interesase mucho el mundo de la moda, pero por supuesto que sabía quien era Kise Ryouta. Todas las agentes del cuerpo estaban coladas por él e incluso llevaban sus revistas para verlas juntas, y por lo que había oído había tenido un par de novias, nada de hombres. Sí, tenía que ser eso entonces.

Más calmado y sintiéndose el puto amo por no haber caído en su trampa, suspiró lentamente cerrando un momento los ojos, levantando su mano hasta su nuca, hablando en voz baja.

— No sé si simplemente estás fingiendo ser idiota o lo eres, pero esto es un asunto serio, de no haber estado cerca a saber qué podría haber pasado, ¿entiendes? No me gustaría ver un día en las noticias que un famoso modelo ha sido secuestrado o asesinado porque no quiso tomar medidas suficientes pudiéndolo haber evitado.

En ese instante Kise dejó de sonreír, cambiando su expresión por una más seria. El moreno abrió los ojos para mirarle y lo vio dudar mientras dirigía su mirada hacia el final del callejón. Sabía que estaba siendo muy insistente y que si la víctima no quería denunciar y se negaba a la protecció policial, él no podría hacer nada. Pero por alguna razón, sentía que tenía que intentar convencer a ese chico con aspecto de idiota que tenía frente a él. Era su deber, proteger y servir a la gente en peligro. Tras unos instantes de silencio lo oyó suspirar, levantando las manos mientras volvía a sonreír.

— Lo entiendo, lo entiendo. Tú ganas, Aominecchi.

— ¿Aomiqué? Oi... ¿no estarás insultándome, verdad?

Kise se rió, girándose para salir del callejón, pero sin dejar de mirarle con aquella estúpida sonrisa.

— ¿Me llevas a la comisaría? Acabo de llegar al país y mi coche está en una revisión, no tengo con qué desplazarme.

Suspiró por... ¿cuarta, quinta vez? Ya ni sabía cuantas veces iba. Se metió las manos en los bolsillos, echando a caminar y pasando por su lado.

— Si no me queda otro remedio, sí.

Nada más llegar a la pequeña comisaría del distrito, se dejó caer en la silla de su cubículo con pesadez, demasiado cansado como para aguantar más tiempo despierto; pronto amanecería y finalizaría su turno de la tortura. Su cama le esperaba impaciente, podría irse a casa a descansar al fin. Aún le dolía el cuerpo del partido que habían tenido tres días atrás, había sido intenso y divertido a pesar de la derrota. Hacía tiempo que había aprendido que no siempre se podía ganar, al menos no sin entrenar y darlo todo. Pero eso le dejaba desgastado, y los turnos nocturnos se estaban encargando de acabar con él, eran de los peores castigos posibles. Se desabrochó el primer botón de la camisa, quitándose el chaleco para dejarlo a un lado y cruzó los brazos sobre su escritorio. Apoyó la cabeza en ellos, mirando con los ojos entrecerrados hacia la oficina del sub-jefe de policía. A través de las ventanas pudo ver al modelo hablando con Imayoshi, el cual sostenía unos papeles en su mano y seguramente le estaba haciendo las preguntas reglamentarias para estipular la denuncia. Al menos había conseguido convencerlo de hacer lo correcto. Lo único que agradecía es que apenas quedase ya gente allí, sólo estaba Imayoshi, Sakurai y él, porque de estar las chicas habrían causado un gran revuelo. Y él estaba agotado. Según había oído por parte de Sakurai antes de que fuera a por ellos, el coche tenía unas modificaciones ilegales que le permitían colocar una placa de acero sobre su matrícula, por lo que no había conseguido apuntar el número. Además de que le había dado el esquinazo por tal de no tener un accidente en la carretera. El resultado fue que no terminaron por descubrir nada.

Le empezaron a pesar los párpados y la vista comenzó a ponérsele borrosa del cansancio. Lo último que alcanzó a ver fue cómo aquel chico giraba el rostro para mirarle y le sonreía, luego, todo fue oscuridad.

El eco de su nombre siendo dicho varias veces resonó en su cabeza, sintiendo como acompañamiento de éste un leve movimiento en el hombro. Hizo un sonido nasal extraño combinado con un suave ronquido al despertar, abriendo los ojos lentamente. Mierda, se había quedado dormido sin darse cuenta. Vio delante de él a un Sakurai, el que había estado intentando despertarlo con miedo, en su estado natural, vamos.

— A-Aomine-san, váyase a casa a descansar, ya ha acabado nuestro turno.

— Ngnh... —Cerró los ojos incorporándose de la silla, bostezando con la boca muy abierta. Se pasó el dorso de la mano por la mejilla intentando visualizar bien la comisaría, dándose cuenta de que allí, ya no había nadie más que ellos tres. Vio a Imayoshi pasar por delante de él mirando unos papeles mientras caminaba y recordó al instante a Kise, la curiosidad le hizo reponerse un poco y le miró.— ¿Ya habéis terminado de hacer la denuncia? ¿Cómo vais a hacer para protegerle?

Imayoshi se detuvo observándole algo confuso.

— ¿Denuncia?

— Sí. La del modelo que ha sido atacado esta noche.

Se quedó unos instantes en silencio, hasta que se scomodó las gafas antes de volver a hablar.

— No ha denunciado nada, Aomine. Sólo nos ha contado lo que ha pasado, nada más, no ha querido hacerlo.

— ¿!Qué!? —Se alzó de la silla bruscamente, desequilibrándose un segundo aún adormilado; las piernas le hormigueaban.— ¡Me prometió que lo haría!

— Sí, me comentó que estaba aquí por tu insistencia. Pero sabes que nosotros no podemos meternos en eso. Dijo que te estaba agradecido por toda tu atención y preocupación, pero que no había sido para tanto.

— ¿¡Que no había sido para tanto...!?

Agachó la cabeza sintiendo la rabia recorrerle el cuerpo, apretando los puños. Le habían engañado por completo, ¿y si le pasaba algo más? Tendría que haberse quedado despierto. Dio un golpe en la mesa, lleno de frustración.

— ¡Joder!

Sakurai e Imayoshi se quedaron mirándole. Sabían que a pesar de su carácter, que parecía que nada más allá de lo personal le importaba, escondía una parte suave en él. Esa parte era la que lo hacía ser policía y velar por al seguridad de los demás. El más bajo de los tres comenzó a removerse inquieto, mirando al sub-jefe de reojo, el cual le devolvió el gesto. Estuvieron así unos segundos, hasta que el más alto de los dos suspiró.

— Está bien, está bien. Aomine, él aún no se ha ido. Tiene que estar afuera esperando al coche policial que le he asignado para que lo lleve a casa.—Dijo, viendo como el otro levantaba rápidamente la cabeza para mirarle.— Ya no estás de servicio así que supongo que puedes hacer lo que quieras. Sólo trata de no volver con una denuncia de acoso, ¿de acuerdo?

Sonrió al verle coger sus cosas con prisas y salir casi corriendo de la comisaría sin contestarle. Ah~... Los chicos de hoy en día eran tan impetuosos. Bueno, que luego no le dijeran que no había hecho la buena acción del año.

El frío de la noche le golpeó nada más abrir las puertas de la comisaría, bajando rápidamente los escalones para dirigirse hacia los aparcamientos. Aquel tipo se lo iba a pagar, le iba a dar una paliza antes de que amaneciese. Sí, así se iba a quedar a gusto. ¿Cómo se había atrevido a engañarle? Se sentía un imbécil por insistir para nada, encima de que él no solía preocuparse así por un desconocido. Pero ese tipo aún era joven y le quedaba mucha vida por delante, no podría perdonarse si le pasase algo. ¿Denuncia por acoso? Bah, no era tan terrible castigo.

Comenzó a disminuir el paso, llegando sólo a trotar hasta llegar a la esquina justo antes de donde estaban todos los coches policiales estacionados y se detuvo al cruzarla, mirando hacia el frente. Efectivamente, y aunque estaba de espaldas a él, pudo reconocer al modelo. Habría sido difícil no hacerlo, ese cabello brillaba demasiado, maldita sea. Apretó los puños suspirando lentamente para intentar calmarse y no lanzarse a pegarle un puñetazo por idiota, y poco a poco comenzó a andar hacia él.

— Eh, tú. El mentiroso de ahí.

El rubio se exaltó unos instantes al oírle, volteándose para mirarle, asombrado de verlo ahí. Se quedó en silencio hasta que el moreno llegó hasta él, y se rió nerviosamente al ver la expresión de enfado que traía el policía.

— Ah~, supongo que me atrapaste, Aominecchi.

— No sé que signifique ese -cchi que le pones a mi nombre, y ahora mismo no me importa una mierda si hasta me estás insultando. Me has engañado, prometiste hacer la denuncia.

— No... no realmente, sólo te pedí que me llevases a la comisaría, nada más. Quería decirle a tu superior que tiene un buen agente.

Aomine frunció el ceño, acercándose unos pasos más hacia él. Estaba enfadado, jodidamente enfadado.

— ¡Buen agente mis narices! ¡No pienses que alagándome vas a escapar de esto! ¿¡En serio quieres acabar muerto!? —Se detuvo a apenas unos centímetros de él, con la respiración acelerada. Sentía que de ser un animal, estaría bufando sin control frente a aquel chico.—

El modelo levantó un poco el rostro para poder mirarle fijamente, entrecerrando levemente los ojos, como si estuviera imitando su expresión. A pesar de que cualquier persona estaría temblando de miedo ante aquel imponente policía, al cual la oscuridad de la noche le daba un aspecto más salvaje, Kise no se movió ni un sólo milímetro de allí. No le temía. Se miraron fijamente, apenas pudiendo observar sus rasgos gracias a la escasa luz de las farolas del estacionamiento. El silencio de la noche les permitía oírse respirar, Aomine con ímpetu, y Kise con tranquilidad. Eso desconcertó al policía, porque sabía que se estaba pasando, que estaba reaccionando peor de lo que debería, pero aun así el otro ni siquiera le temía. Lo escuchó suspirar y luego sonreír, terminando por desconcertarle por completo.

— Tienes un buen corazón, Aominecchi.—Murmuró, con aquella expresión enternecida, como si nadie alguna vez se hubiese preocupado de esa forma por él. Se pasó la mano por el pelo suspirando, echándose los mechones del flequillo para atrás.— Soy modelo y me gano la vida gracias a mi fama. No puedo ir por ahí con escolta policial porque un loco ha amenazado con hacerme daño, ¿sabes? Todo saldría en la prensa, podrían dejar de llamarme si llegasen a descubrir lo que ha pasado esta noche, nadie quiere estar con gente amenazada bajo el mismo techo y menos en estos tiempos en los que este tema es muy sensible al mundo. Tengo que trabajar y ganar dinero, no me puedo permitir algo así.—Bajó su mano hasta tener ambas en sus caderas, intentando imponer algo de respeto él también, pero con aquella sonrisa de poco conseguía.— No te pido que lo entiendas, sólo que lo respetes. Te puedo prometer no salir a la calle sólo si puedo evitarlo, pero nada más.

Se quedó en silencio de nuevo, viendo como la mirada de Aomine comenzaba a tintinear con dudas, para luego apartar la mirada chistando. Eso le hizo sonreír aún más. Parecía que el otro no había caído en eso, y no le culpaba, era policía y no estaba metido en el mundo del famoseo, por lo que no podía saber qué tipo de consecuencias podría traerle algo así a su carrera. Por eso no podía enfadarse ante su insistencia siquiera, sólo estaba haciendo lo que todo un buen agente haría, proteger y servir al ciudadano.

Escuchó tras él un claxon sonar, y giró el rostro un instante para ver que el mismo compañero que los había llevado a ambos a comisaría sería el que le llevaría también a casa.

— Bueno, debo irme. Gracias de nuevo por salvarme hoy.—Se giró sonriéndole, dispuesto a marcharse de allí.—

— ¡Está bien, ahora ganas tú!

El rubio se detuvo confuso, dándose la vuelta para mirarle.

— ¿Eh?

— He dicho que ahora ganas tú.—Gruñó en voz baja sacando de su chaqueta policial una libreta y un bolígrafo. Garabateó rápidamente algo antes de arrancar la hoja y extendérsela, con la expresión molesta de un niño pequeño al que le habían ganado jugando a la pelota.—

Kise se quedó unos instantes congelado, pero en cuanto vio la hoja extendió su mano con torpeza para cogerla y la observó. Era un número de teléfono.

— ¿No querías mi número por si veías algo raro? Ahí lo tienes. Sin prensa, sin denuncias. Sin escándalos.

A pesar de que había escuchado sus palabras, su mirada seguía fija en el papel. Lo envolvió entre sus dedos mientras empezaba a sonreír, tratando aquel insignificante trozo de hoja como si fuese un tesoro. El moreno empezó a sentirse algo incómodo ante su sonrisa y aquella brillante mirada, que parecía que quería traspasarle el alma con la gratitud que desbordaba. Casi podía jurar que había sido la reacción más sincera que había recibido esa noche por parte del chico rubio, esta vez no parecía fingir para engañarle. Y más le valía, o le daría tal paliza que ni en su casa lo iban a reconocer. Kise se guardó el número en su bolsillo, asegurándose de que no quedase nada por fuera para que no se cayese por el camino.

— ¿Sin prensa, sin denuncias y sin escándalos? ¿Me lo prometes?

— Sí, y yo siempre cumplo lo que prometo, a diferencia de otros.

El rubio se rió con sus palabras, asintiendo y entendiendo a qué venían. Volvió a mirar hacia el coche policial, viendo que el compañero de Aomine no había hecho ni un sólo intento por apurarlos. Pero tampoco podían estar ahí toda la noche, por lo que esta vez sí que se giró para marcharse.

— Entonces nos veremos si pasa algo raro.—Dijo caminando sonriente hacia el coche, deteniéndose sólo unos instantes para mirarle algo cauteloso.— O quizás algo antes. Sólo si quieres, claro. Revísate un poco. ¡Nos vemos!

Aomine le miró confuso, viendo como Kise se marchaba a paso ligero y se subía al coche policial, despidiéndose con la mano de él. ¿Que se revisase, a qué se estaba refiriendo? Se miró a si mismo por si tenía algo raro, pero no veía nada fuera de lo normal. Se metió la mano en los bolsillos, vacíos como siempre mientras se volvía a mirar de arriba a abajo. Pero entonces vio algo. Su mirada se detuvo en el bolsillo superior de su camisa azul, uno que tenía a la altura del pecho. Notó algo cuadrangular ahí, y con los dedos lo sacó con cuidado. Era una tarjeta de presentación. Nombre, Kise Ryouta. Abajo había escrito algo a bolígrafo, con una letra pequeña y... ¿un dibujo? ¿Qué demonios era eso?

Número personal (^-^): XXXX - XXX - XXXX

— ¡¿En qué momento...!?

Oh, claro, ¡cuando se quedó dormido!

¡Ese maldito...!

Kise agradeció con un leve asentimiento a Sakurai por haberlo llevado hasta allí, el cual se despidió con una disculpa antes de arrancar y marcharse. Vaya chico más raro, pensó. Entró al edificio de apartamentos que tenía a sus espaldas y subió al ascensor, esperando pacientemente hasta llegar a su planta. Nada más llegar a su preciado espacio personal se quitó la chaqueta acomodándose la camisa y se acercó a la cocina, la cual estaba integrada al salón, para sacar un poco de agua con gas de la nevera echándose un vaso. Desde ahí mismo y gracias a su costumbre de dejar el mando de la televisión allí, encendió su recién comprada Smart TV de 80 pulgadas. Sabía que había sido un capricho suyo, un caro y costoso capricho, pero no podía evitar darse un lujo así de vez en cuando. Dejó de fondo una serie policíaca y se apoyó en la encimera sacando de su bolsillo aquel papel junto con su Iphone 5. Se le escapó una risa al ver que era el típico papel que te dejaban en el coche cuando te multaban, y apuntó el teléfono en la agenda, apuntando su nombre: Aomine Daiki.

Aomine... Daiki. Suspiró dejando su móvil junto con el vaso sobre la superficie, parándose a pensar un poco. ¿En qué estaba pensando como para ir haciendo ese tipo de tonterías con alguien que no conocía bien? Con un extraño... Bueno, quizás utilizar la palabra extraño quedaba un poco injusto esa vez. Aquel policía había sido su salvador esa noche, ¿sería por eso que de alguna forma se sentía impresionado por él? Pero es que aún siendo así, en un momento de gratitud extrema, le había dado su número personal. Cosa que no hacía prácticamente con nadie. Si en algún momento le llamaban miles de extraños, él solito se lo había buscado. Aunque en realidad... dudaba de que eso fuese a pasar. Si ya por uno sólo le había insistido tanto en denunciar y encima había accedido a darle su teléfono, no le veía capaz de decirle a nadie el suyo. La única respuesta de porqué había hecho eso que se le venía a la cabeza es que, de alguna forma, quería conocer a aquel policía que acudió a rescatarle sin dudar. Se quedó completamente impresionado por él en cuanto apareció allí, con aquella seguridad abrumadora.

Bueno, seguramente él no llegue a tener motivos para llamarle alguna vez... Y, ¿por qué sentía tan decepcionado al pensar eso? ¿Se había vuelto loco y quería que lo atracasen otra vez o qué?

Aunque siempre estaba la opción de la llamada sucediese pero al revés... ¿no?


Confuso de momento, lo sé (?)

Peeeeeeeero, poco a poco se irá viendo todo n_n

Besos para todos~