La primera: El libro en el estante.

Abrió la puerta de la librería, caminando con paso seguro mientras uno de los dependientes le daba los buenos días y le recitaba la lista de descuentos y promociones que tenían. Draco, amablemente y de buen humor, agradeció las atenciones con una sonrisa amable y continuó su camino hasta el pasillo de literatura clásica, donde rápidamente identificó el ejemplar que se llevaría a casa, no que hubiera tenido en mente un título específico, simplemente tomó el más llamativo y fue a ojearlo a una de las mesitas en la esquina de la librería.

El sol brillaba a través de las enormes ventanas de cristal, que fuese otoño no era un impedimento para que brillara de esa manera. Toda la librería estaba pintada en colores cálidos, brillantes y vibrantes muy surreales.

Draco caminó por entre los corredores y tomó su lugar cotidiano, muy cerca del pasillo de la sección de jardinería. Dejó el libro sobre la mesa, se quitó de la cabeza el gorro de lana que le había estado cubriendo hasta ese momento y se acicaló el cabello; suaves mechones de cabello dorado entre sus dedos, que brillaban sedosos a los ojos de cualquiera que lo mirara, reflejando la luz del exterior. Se ajustó la suave bufanda y luego el abrigo por sobre la ropa, asegurándose de que todo estaba en perfectas condiciones.

Abrió el libro con mucho cuidado, descubriendo que había juzgado bien al libro por su portada. Raídamente se perdió entre las letras y las frases escritas con maestría, entre los versos suaves y el léxico bien estudiado. Era una lectura exquisita y sublime que rápidamente le convenció de llevar el libro a casa.

La campanita de la puerta del local sonó, pero Draco no levantó la vista de libro que había resultado increíblemente interesante. Sino todo lo contrario, metió la cabeza entre las páginas, decidiendo que leería al menos en par de hojas más antes de dirigirse a la caja y pagar.

Se perdió rápidamente en el texto, ignorando todo lo que sucedía a su alrededor, incluyendo la animada charla a toda voz de la amable cajera con el cliente que acababa de entrar el local. Draco jamás había estado interesado tanto en la literatura, al menos no en su tiempo de estudiante, pero ahora era diferente, ahora los libros parecían ser un refugio en su nueva vida.

De reojo vio una silueta pasar junto a él. El movimiento lo trajo a la realidad el tiempo suficiente para darse cuenta que no sólo ya había leído más de las dos hojas que había puesto como límite, sino además, para que se diera cuenta de que en realidad conocía a la persona que acababa de pasar junto a él.

El cabello rebelde y esa forma tan despreocupada de caminar sólo podían pertenecer a una persona.

Draco cerró su libro y observó al chico caminar hasta la sección de jardinería y botánica y desaparecer dentro del pasillo. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había cruzado una palabra con él, pero el ya conocido sentimiento que él había osado llamar amor revoloteó en su estómago como la primera vez.

Se sintió nervioso y algo confundido, él habría jurado que aquellos sentimientos habían quedado en el olvido, donde pertenecían y sin embargo allí estaban, gritándole por una solución inmediata, gritándole que se pusiera de pie y saludara. Cualquier contacto mínimo con él podría significar su salvación.

Miró su libro y luego fijó la vista en la madera de la mesa. Siguiendo con la vista, las líneas naturales del tablón que curiosamente apuntabas hacía él. Él que se encontraba a la mitad del pasillo, tratando de alcanzar de puntitas un ejemplar bastante grueso que se encontraba hasta riba de los estantes, muy fuera de su alcance.

Draco sonrió enternecido por la escena y finalmente decidió ponerse de pie, saludar y echarle una mano, completamente seguro de que, para él, alcanzar aquel libro no sería un problema.

Caminó elegantemente hasta el pasillo de botánica, el chico de cabellos rebeldes no se había percatado de su presencia, por lo que, cuando Draco estiró el brazo para tomar el libro y bajarlo, sólo se ganó una mirada de asombro que rápidamente pasó el reconocimiento.

—Draco… —le dijo con voz nerviosa. Su rostro moreno sonrojándose ligeramente.

—Parecía que necesitabas ayuda —le respondió con una sonrisa gentil. Su corazón palpitaba rápidamente por el reencuentro.

—Yo… sí, gracias —le respondió, como si estuviera realmente conmocionado de encontrarlo después de tantos años.

Draco le tendió el libro y él lo tomó. Sus dedos rezaron por un instante, causando una descarga eléctrica entre ellos, tan agradable que lo único que ambos atinaron a hacer fue a mirarse a los ojos.

Draco pensó que tal vez había sido su imaginación, pero había visto algo en esos orbes verdes que jamás había visto antes, un sentimiento muy similar a las mariposas que se habían vuelto hipogrifos dentro de su propio estómago.

—Yo… tengo que ir a pagar esto. Muchas gracias —le dijo el moreno. Sus mejillas encendiéndose aún más y dedicándole una sonrisita nerviosa, casi infantil.

—Por supuesto… —respondió Draco viendo con él se alejaba, dándole la espalda y caminando de manera algo torpe.

Se sentía decepcionado, para que iba a negarlo. Había esperado una charla mucho más amplia sobre lo que había sido de sus vidas el tiempo en que estuvieron completamente ajenos el no del otro. O al menos, había esperado uan charla sobre los libros que habían ido a adquirir, pero en su lugar, se encontró con que el moreno ya se encontraba en la caja, pagando su libro y a punto de marcharse, sin que Draco supiera si lo volvería a ver alguna vez, o si pasaría demasiado tiempo antes de que se reencontraran.

—¡Espera! —Le pidió alcanzándolo en la puerta, olvidando totalmente el libro que iba a adquirir sobre el mostrador de la caja—. Yo… me gustó verde —confesó, consciente de que lo mejor sería ser completamente sincero—. Tal vez podríamos reunirnos después a tomar un café y… charlar…

Se sentía especialmente cohibido por la manera en que esos ojos verdes se clavaban en él, pero no dio un paso atrás, se mantuvo imperturbable, aguardando por una respuesta, cualquiera que ésta fuese.

Draco pensó que había pasado una eternidad cuando él finalmente sonrió y dijo:

—Me encantaría, Draco.

Se sobresaltó sobre su asiento cuando uno de los empleados dejó caer accidentalmente una pila de libros. Ajustó su bufanda alrededor de su cuello, únicamente para tener algo que hacer con sus temblorosas manos y para disimular el susto. La mullida y suave tela se deslizó por sus dedos largos, delgados y pálidos mientras él ajustaba el perfecto nudo una vez más, por quinta vez consecutiva. El rojo de la bufanda contrastando abismalmente con su pálida piel, haciéndola lucir brillante y jovial.

No recordaba en que momento había comenzado a fantasear para evadir la realidad. En la librería no había un sol radiante brillando contra su cabello y definitivamente no se sentía ni la mitad de relajado de lo que había aparentado sentirse dentro de su imaginación. Sus sentimientos estaban tan desbordados como la lluvia de otoño que azotaba en las enormes ventanas del local.

El libro entre sus manos temblaba violentamente pero se negó a dejarlo sobre la mesa. En su lugar, simplemente lo agarró con más fuerza y metió la cabeza entre sus páginas como si deseara desaparecer entre el texto que decía: El amor, como ciego que es, impide a los amantes ver las divertidas tonterías que cometen.

Draco frunció el ceño y maldijo entre murmullos a Shakespeare y a El Mercader de Venecia y a Harry Potter que en ese momento se encontraba en el pasillo de jardinería y botánica, como cada martes al medio día. Parecía que el salvador del mundo mágico se había convertido en un fanático de las plantas. Draco no imaginaba que después de la guerra el niño que vivó mil veces diera un giro tan radical en su vida, pero él tampoco se había imaginado a sí mismo, exiliado del mundo mágico de por vida, sin una varita y siendo fanático de las películas románticas de los muggles y la televisión.

Lo que explicaba sus constantes fantasías románticas llenas de clichés.

Harry, como Draco solía llamarlo en su mente, recorrió todo el pasillo al menos unas cuatro veces, de ida y vuelta, posando sus ojos en cada uno de los lomos de los libros, como tratando de recordar cuales ya tenía entre sus posesiones y cuáles no.

Draco llevaba observándole al menos veinte minutos antes de que su mente saliera disparada hacia un mundo ideal donde él no era un cobarde y podía ser el chico encantador de las películas, el que se queda con la chica siempre después de que consigue una primera cita con ella.

El moreno vestía tan muggle como siempre, unos jeans de color azul claro, un suéter de lana a rayas de colores contrastantes y brillantes, y una chaqueta de jeans que definitivamente no hacía juego con sus pantalones, pues la mezclilla era más oscura. Su rostro estaba enmarcado por aquellas horribles gafas redondas que Draco había aprendido a amar en secreto y en su cuello descansaba una bufanda con tantos motivos brillantes como su suéter. Su cabello rebelde, peinado hacia atrás de forma imperfecta y sus cejas pobladas fruncidas en un mohín de concentración.

Y Draco suspiró.

En el momento en que se percató de lo que había hecho se llevó ambas manos a la boca y miró alrededor para ver si alguien se había dado cuenta de su desliz. Le alivió saber que todos los dependientes se encontraban ocupados atendiendo a otras personas y que la mayoría de los clientes ni si quiera estaban cerca de él. El pánico se disipó pero los nervios todavía le cosquilleaban la piel de manera poco sutil.

Volvió su vista al libro solo para descubrir que había perdido la página que se suponía estaba leyendo. No le molestó en absoluto, pero pensó que tal vez si iba a adquirir el ejemplar después de todo. No era más que un grueso tomo de pastas duras con las obras más reconocidas de William Shakespeare al que Draco nunca había leído pese a la insistencia de Minie, su compañera de trabajo. Las pastas eran de color rojo brillante y el texto de la portada y contraportada era color dorado.

Draco pensó que últimamente le gustaban demasiado las cosas Gryffindor.

Cómo Harry Potter.

Sólo que Harry Potter le gustaba desde mucho antes.

Suspiró nuevamente, con sus dedos delineando el texto de la portada "Lo mejor de William Shakepeare" y su mirada clavada en las líneas de la mesa de madera. De repente se sentía cansado y triste y en algún punto de su debate interno, comenzó a regañarse por haber ido a aquella librería, una vez más, como cada martes al medio día. Él no necesitaba un libro y ni si quiera sabía si podría costeárselo, con lo poco que ganaba y los muchos gastos que significaban la renta del apartamento y la compra de la despensa. Sí estaba allí era únicamente por él, por Harry, a quién llevaba espiando más de un año.

Se sentía patético, pero no podía evitarlo, se había enamorado de él.

Todo había ocurrido un año después de que la guerra hubiera terminado. Draco había terminado en Azkaban a espera de su juicio que fue uno de los últimos. El Wizengamot lo había dejado en libertad luego de que se probara que había tomado la marca bajo la presión de Voldemort quién lo había amenazado con asesinarlo a él y a su familia. Por supuesto que el testimonio de Harry fue de mucha más ayuda que las pruebas. Al parecer, el moreno había estado sumamente agradecido cuando Draco había mentido a sus padres y a su tía, negándose a reconocerlo cuando Potter y sus amigos habían sido capturados y llevados a Malfoy Manor.

EL ministerio había quitado todo, su mansión, sus propiedades en el país y en el extranjero, su fortuna, su posibilidad de volver al colegio o de poseer una varita. Pero era libre y eso era algo por lo que Draco estaría eternamente agradecido, él necesitaba una segunda oportunidad y Harry se la había brindado. Sus padres no habían corrido la misma suerte, pero Draco no había esperado otra cosa. Su madre al menos tendría posibilidad de salir una vez que cumpliera su condena de cincuenta años.

Si Draco había comenzado a perseguir a Harry al principio, había sido únicamente por que había querido darle las gracias por lo que había hecho por él. No le había bastado con haberlo hecho cuando el juicio terminó y Harry le había dado la mano y un pequeño abrazo, él había necesitado urgentemente encontrarlo y darle aunque fuese, una pequeña muestra de su agradecimiento. Tal vez una botella de licor o un par de cupones para una cena en algún bonito restaurante de Londres.

Pero Draco no sabía dónde vivía y cómo era seguro que residiría en el mundo mágico, el rubio rápidamente perdió las esperanzas de saberlo. Él no podía, bajo ninguna circunstancia, poner un pie en el mundo de los magos y de hacerlo, sólo le daría al ministerio el pretexto perfecto para meterlo a prisión, como tan ansiosos habían estado de hacerlo dos años atrás.

Había sido una coincidencia encontrar a Harry en aquella librería, muy cerca del callejón Diagon. Draco había conseguido un empleo, por fin y había necesitado un par de libros para su capacitación. Potter había estado allí antes que él, acompañado de Granger, en la sección de finanzas y economía. Era martes al medio día.

Por supuesto, Draco siempre había sido cobarde y la guerra en vez de cámbialo, había arraigado mucho más aquel rasgo de su personalidad. No se acercó a Potter esa vez, pero volvió al martes siguiente y al siguiente y al siguiente. Potter no volvió a la librería hasta un mes después de eso. No se había percatado de la presencia de Draco, pero él no esperaba que lo hiciera, ¿Por qué Harry voltearía si quiera a verlo?

Pronto se hizo parte de su rutina aparecerse en aquella librería usando una cantidad enorme se gorros, sombreros y gorras para ocultar su siempre llamativo cabello platinado. Potter no le dirigió ni una sola mirada en todo ese tiempo y Draco pronto se encontró a si mismo soñando despierto con el salvador del mundo mágico, enamorándose de él y recordando su tiempo en Hogwarts dónde ya había empezado a sentirse así por y había sido tan cobarde que lo había ocultado con animadversión.

Levantó su vista del libro. Su posición en la silla le permitía ver perfectamente bien el pasillo de botánica y jardinería con la comodidad de no ser descubierto por cualquiera que estuviese dentro de aquel pasillo, cubierto por los estantes. Vio a Harry mirando hacia arriba con el ceño fruncido, la parte más alta del estante que llegaba casi hasta el techo. Lo vio ponerse de puntitas intentando alcanzar un ejemplar especialmente grueso sobre flores decorativas.

Y el corazón de Draco se detuvo por la similitud que aquella situación tenía con su fantasía de momentos atrás.

Si tan sólo pudiera ponerse de pie y alejar los nervios para poder caminar…

El moreno estiró el brazo lo más que pudo, al parecer reacio a pedirle ayuda a alguno de los dependientes o a buscar una escalera. Se puso de puntitas, haciendo que la suela de sus zapatillas deportivas se despegara solo un poquito de los talones. Harry frunció más el ceño y Draco se mordió el labio inferior, debatiéndose entre hacer sus sueños realidad o simplemente quedarse y seguir observando.

Su mente comenzó a trabajar a toda velocidad, repasando cómo había ocurrido todo dentro de su fantasía. En su mente él había estado muy seguro de poder encarar a Harry, de llevar una charla casual, pero también era cierto que en la realidad, las rodillas le temblaban terriblemente y amenazaban con dejarlo caer si osaba ponerse de pie.

Sin embargo, estaba consciente de que aquella era una oportunidad única. Si funcionaba en las películas de romance, no había razón para que a él no le funcionara ¿cierto?.

Se puso de pie y se volvió a sentar, se levantó una vez más y volvió a sentarse. Completamente indeciso. La chica de la caja le dirigió una mirada divertida y un gesto que decía que se veía totalmente ridículo poniéndose de pie y sentándose rápidamente. Él sólo dijo:

—Olvidé hacer en casa mis ejercicios matutinos.

Y ella asintió, ahora con una sonrisa en los labios, volviendo su atención a su móvil mientras el rostro de Draco, siempre pálido, se encendía en un color rojo tan brillante como la bufanda alrededor de su cuello. Miró hacia el pasillo de jardinería y Harry seguía allí, sin haberse percatado en lo más mínimo del ridículo que acababa de hacer, desafiando con ojos de fuego al libro que seguía sin alcanzar en la repisa.

Draco se preguntó porque no usaba magia. Prácticamente no habían muggles cerca y aunque los hubiera, dudaba que el ministerio fuese a sancionar a su chico dorado por algo tan vano como usar un wingardium leviosa para bajar un libro de un estante.

El rubio se mordió el interior de la mejilla una última vez y finalmente se puso de pie. Sintió la mirada de la cajera clavada en su espalda pero decidió no voltear o volvería a sentarse de la vergüenza. Se quedó así, de pie, con el libro de Shakespeare pegado a su pecho, justo donde su corazón amenazaba con desbocarse.

En su mente comenzó a repasar lo que debía hacer una vez tomara el valor suficiente para hacer que sus piernas se movieran hasta donde Harry aún asesinaba a aquel libro con la mirada. ¿Podía acaso confiar en que las cosas saldrían exactamente igual que dentro de su mente? Si Draco era realista y sensato, la respuesta era no, pero no tenía nada que perder de todas formas.

Era realmente de mala suerte que las películas siempre se enfocaran en la chica que no podía alcanzar el libro, que en éste caso era Potter. Nunca mostraban al chico que llegaba casualmente a ayudarla, nunca y Draco se preguntaba si al igual que él, habían pasado diez minutos de pie, como unos completos idiotas, decidiendo si debían caminar hacía la chica o no. Se preguntaba si se habían preparado mentalmente para ese momento, si sus corazones habían latido tan rápido y si sus rostros encantadores habían sido sólo una máscara para ocultar su nerviosismo. Se preguntaba si, al igual que él, todos ellos habían pasado acosando a la chica en cuestión por meses y meses en busca de una pequeña oportunidad como aquella.

Él pensaba que sí. No podía ser tanta casualidad.

Tomó aire y despegó una de sus sudorosas manos del libro únicamente para quitarse el gorro de lana de la cabeza y peinarse un poco. Tenía que verse decente para su reencuentro con Harry Potter, después de todo, lo que Draco estaba buscando era darle las gracias por lo que había hecho por él y demostrarle que no había desaprovechado la oportunidad de comenzar de nuevo.

Posibilidades de una cita parecían incluso extraordinarias dentro de su cabeza.

Guardó el gorro de lana en uno de los bolcillos de su chaqueta y dio un paso hacia atrás para separarse de la mesa, tropezando un poco con la silla y haciéndola chirriar cuando las patas se arrastraron por el suelo.

La cajera soltó una risita y él se ruborizó una vez más.

Pasó una mano por su cabello, era una suerte que hubiera podido costearse la peluquería dos días atrás y que ahora estuviese presentable. Dio el primer paso, sintiéndose rígido y completamente torpe. Había recordado por que en el colegio se había comportado como un idiota presumido, era la mejor manera de no comportarse como un idiota torpe, bueno para nada, completamente inseguro cuando se trataba de su rival.

El perfecto Harry Potter.

Se detuvo abruptamente antes de dar vuelta en el corredor en el que Harry debía seguir parado. Todo el cuerpo le temblaba y se sentía especialmente enfermo. La marca oscura comenzó a arderle en la piel, él sabía que era su imaginación que Voldemort estaba muerto y que el dolor era más bien un recordatorio de sus errores. Las razones por las que Harry jamás querría acercarse a él.

Su corazón desbocó y él se sentía lleno de emociones que por un momento no pudo controlar, hasta que se recordó que ahora era diferente, que ya no era el mismo Draco del colegio, que era mejor y que seguiría mejorando. Qué aunque llevara encima el apellido Malfoy no era igual a su padre, que podía ser bueno, que podía ser agradable, que podía ser solo Draco.

Aspiró profundamente y rodeó el estante.

Caminó con paso decidido a través del corredor y Harry volvió a ponerse de puntitas para alcanzar el libro de flores decorativas. El corazón de Draco recuperó el ritmo vertiginoso y sus piernas comenzaron a temblar pero no se detuvo. Sólo debía avanzar un poco más, solo un poco y podría estirar el brazo para darle a Harry aquel libro.

Entonces Harry suspiró, como rindiéndose y el libro salió volando hasta sus manos con ayuda de magia sin varita.

Draco jamás se había sentido tan decepcionado.

Las películas muggles jamás le habían mentido.

—¿Draco? —dijo la voz de Harry del otro lado del corredor, sacándolo de su decepción. Harry se aclaró la garganta— Malfoy, quise decir… Malfoy…

—Oh… Hola, Harry, Potter. —dijo especialmente decaído. Harry frunció el ceño, como no entendiendo el porqué de su actitud tan derrotista.

—Tú… ¿estás bien?

—Supongo —respondió suspirando dramáticamente, aun mirando el hueco que había dejado el libro en el anaquel—. Sólo me acabo de dar cuenta que Hollywood es una gran perra mentirosa —respondió un murmullo, más para él que para su acompañante.

Era como si la decepción le hubiera hecho olvidar su nerviosismo.

—Oh… Eh, si, bueno, eh —¿Y por qué Potter balbuceaba?—. Yo, bueno, vine a comprar éste libro y ahora debo ir a pagarlo, así que sí… ¿Te cortaste el cabello?

Draco se llevó una mano distraídamente hasta el cabello, su cabeza aun recreando la escena que había montado. Su final feliz se había ido a la basura.

Draco quería decir:

—Jodido Disney de mierda, eres la mentira más grande de mi vida.

Pero en su lugar respondió:

—Eh… sí, lo acabo de cortar.

Y Harry, aun balbuceando dijo:

—Se ve bien, quiero decir, te queda bien, quiero decir que te ves bien.

Draco suspiró aún sin superar su reciente decepción sobre las películas de amor.

—Gracias, tú luces genial —suspiró de nuevo. Su diatriba contra las películas románticas aun tomando lugar en su mente.

—Yo, bueno… tengo que irme, nos vemos después, eh… Draco, Malfoy, quiero decir, sí… eso…

Draco quería hacer una rabieta, pero en lugar de eso asintió y le sonrió tristemente. Harry chocó contra un estante, al parecer incapaz de mirar por donde iba. Draco pensó que tal vez Harry debía cambiar sus gafas y que el debería dejar de ver películas de amor. Pero ni Harry cambiaría sus gafas, ni él dejaría de ver películas románticas.

Sólo hasta que la campanilla de la puerta volvió a sonar, fue que Draco se percató de que Harry se había marchado y de que había desperdiciado la oportunidad de decirle algo más, cualquier cosa.

Tal vez lo mejor sería dejar de acosarlo en la librería, cada martes al medio día. Tal vez lo mejor sería dejar de fantasear sobre ellos dos juntos.

Se dirigió a la caja y pagó su libro. Su corazón jamás se había sentido con tantas ganas de tragedias Shakespearianas.