Advertencias: Lenguaje ofensivo, algo de sangre, gotas de sexo, juegos de roles y por supuesto torturas.

Pareja principal:Dino x Hibari. Puede que con el transcurso de la historia, agregue otras parejas como 10069 o quizás 8059.

Notas: Está historia está basada antes que los guardianes obtuvieran sus accesorios personales de Vongola, pero si después de la derrota de Byakuran. Es decir, antes de la batalla contra los Simon la cual empieza a partir del capítulo 299 del manga. Así que sus armas aún son las reencarnaciones de los guardianes de la primera generación, para darle más facilidad de compresión a aquellos lectores que no han leído el manga pero si han visto el anime.

Apariciones: Hibari Kyoya (25), Dino Cavallone (30), Tsunayoshi Sawada. Así que si aparece Tsuna obviamente sus guardianes. Por cuestión de trama habrá un poco de ooc, ustedes clasificaran cuánto. Y finalmente, nuevos personajes.

Sinopsis (extendida):La desaparición de un portafolio, lleva a un mundo sin retorno al décimo jefe de los Cavallone. Una búsqueda desesperada amenaza con destruir su relación con su ex–alumno, Hibari Kyoya. El guardián de la nube deberá enfrentarse a una batalla contra el tiempo si desea traer de vuelta a su pareja, con la ayuda de un personaje inesperado deberán detener a una familia cuya meta solo es una.

Destruir a los Cavallone.


¿Quién caza a quién?

Dino x Hibari

[D18]

Prólogo

Me maldije internamente.

Quise morderme hasta la muerte a mí mismo, por no predecir la rapidez de los acontecimientos que fueron más veloces que mis sentidos caníbales. Adormeciéndolos en el proceso, y deshabilitándolos para que no reaccionaran con la suficiente eficacia. Con la suficiente rapidez.

Como debería ser.

Mi parte humana, aquella que quise erradicar de mi cuerpo, dio su primer espectáculo después de estar tantos años archivada en un baúl, oculto bajo mi personalidad carnívora. Y ahora, se burlan de mí al mostrarse descaradamente sobre mi rostro.

Me incrusté las uñas en las palmas, reprimiendo el deseo de romper cualquier baratija para que el sonido de desgarre calle el que oigo dentro de mis oídos.

Maldito seas, Cavallone. ¿Cómo eres capaz a desaparecer justo ahora? ¿Cómo te atreves a despertarme esta desagradable desesperación por querer encontrarte? Te ensartaré en una diana cuando te tenga enfrente, porque no aceptaré con facilidad que me hayas hecho experimentar la irritante desmoralización de mi orgullo por mi propio descuido.

Ahora, con el mundo con el mundo volteado y la sangre escapándose por los raudales, se me hincha el cerebro de ira. Ya no tengo quince años para estar correteando detrás del infeliz con mis tonfas, tampoco estoy en la maldita edad para ocultar todas las veces que su presencia hizo grata mis tardes de trabajo en Namimori. Mi parte carnívora me impide admitir que poseo sentimientos inútiles que sólo traían este tipo de consecuencias. Este tipo de maldiciones que sólo rompían mi paciencia.

Cuando acepté su propuesta de vivir una vida juntos a través de un insignificante anillo de compromiso, no creía que sentiría este río de emociones la cual creí ser inmune a ellas. Nunca pensé sentir nada, siempre estuve vacío, y nunca me molesté en prestarle atención. No las necesitaba.

Se suponía que todo era un juego planeado, una saña de placer para divertidos a costa de nuestras peleas y equitativamente bajo las sábanas. Y a pesar de todo, de los años y la supuesta madurez, no creas que aún ansío despedazarte. Más, por esa esa absurda idea de querer ponerme ese maldito anillo. A veces me dejas sin escapatoria, Cavallone.

No me siento arrinconado. No, no me he quedado sin jugadas. Tampoco. Abriré el mejor camino a la fuerza, y mis uñas están listo para ello. Porque nunca seré presa. Yo siempre seré depredador.

Cavallone, carezco de la fuerza para admitir que te has ido. No, tú sólo puedes irte al infierno atravesado por mis tonfas, no por otros. No permitiré que otro tenga la osadía de hacer, lo que yo he intentado por años. Sólo puedes irte si yo deseo que lo hagas, y aún tengo asuntos que atender para que te decidas desaparecer. Así que, si incluso tu cuerpo pierde la vitalidad, o si tus ojos pierden el brillo... incluso si tu sonrisa se borra para siempre, no podrás abandonarme. Porque eres de mi propiedad.

No me importa si ese río de sangre derramada en la alfombra de su oficina me escupe en la cara que no existe posibilidad de que pudieras sobrevivir. Pero otra realidad me grita que era Dino Cavallone de quien estábamos hablando, aquel hombre que no moriría tan fácilmente y más si no le he dado el consentimiento de dejarme. Aunque me cueste la vida misma te encontraré.

Lo haré, y cuando lo haga, pagarás por esto.


Capítulo 1.

El principio del fin.

.

.

Miró el reloj situado en su muñeca derecha, característico de todo hombre perteneciente a la mafia. No tenía una valorización costosa, y tampoco era llamativo, sólo cumplía con el deber de infórmale lo único que le interesaba.

1:23 am

Suspiró con frustración. Esa hora le escupió en la cara que debería estar sumergido en su cama, durmiendo como deseaba, arropado con las mullidas sábanas y el cálido brazo de un inútil caballo rodeando sus caderas. Un pensamiento tan lejano como su sueño. Tan imposible, así como también lo era para los futuros hombres que llegarían aproximadamente en quince minutos, pudieran gozar de la luz de otro día.

La penumbra fue su mejor escondite y confidente, aguardando en una caja de cargamento, el cual desconocía su contenido y que por obvias razones no le interesaba.

Recostó su espalda al muro de concreto situado atrás de él, seguido de su cabeza. Respiró profundamente, mientras observaba el cielo nocturno sobre su cabeza. Quizás para una persona normal observar las constelaciones a esa hora era un método de buscar algo que no se le había perdido, y lo más irónico, es que él iba por todo lo contrario.

Cualquier persona pensaría que estaría demente si lo vieran observar el cielo en un muelle abandonado a kilómetros de la civilización. Pero, para ese hombre asiático de veinticinco años de edad, conocido como Hibari Kyoya estar ahí era vital. Necesario.

Volvió a suspirar, sus ojos azabaches escasos de color por la oscuridad de la noche, podían ver cosas que otras personas no. El cielo, sus estrellas, no era lo que él veía. Para él en ese momento el omnipresente universo que hacía su reino sobre sus cabezas, era como una gigantesca pantalla la cual como si fuese una película de los años sesenta transcurría santiamenes cruciales de su vida. No porque tuviera miedo de que pudiera perder la vida en los posteriores minutos, por supuesto que no. Todo lo contrario, ver esas imágenes animaban su descargado humor.

Estaba exasperado por tener que esperar tanto tiempo, considerando que la paciencia no era uno de sus atributos. Fue pateado de su habitad natural, por una llamada de uno de los herbívoros que algún día va terminar siendo alimentos para cuervos si volvía a despertarlo de esa forma. Un simple puñetazo en el ojo derecho a la cara de su Jefe le fue insuficiente para calmar sus sentidos depredadores.

x—

—Necesito que hagas algo por mí —fueron las palabras de ese herbívoro que con el pasar de los tiempo puede que se haya convertido en un gran oponente. Por ese lado, podría tener hacia él un cierto respeto pero por el otro… Já, su cara le era como una masa de arcilla que deseaba moldear a patadas.

—¿Acaso no sabes qué hora es, pedazo de herbívoro? —El tono agrío como el vinagre se oyó a través de la línea que hizo estremecer al décimo de los Vongola. Estuvo a punto de tartamudear, y recordando que no debía mostrar debilidad ante un verdadero depredador que acaban de despertar, se obligó a calmarse.

—Somos mafiosos, para nosotros no hay diferencia del día o la noche, ¿cierto? —Nunca sería fácil llamarse mafioso así mismo, pensó Tsuna, pero si algo debía hacer, era convencer al guardían que ahora quería masticarlo y vomitarlo.

—¿Qué quieres? —exigió, teniendo el deseo de colgarle y dejarle hablando solo. Pero si algo sabía y le despertaba el interés, es que Sawada no le llamaba para estupideces.

Se incorporó lentamente en la cama sintiendo una pequeña oleada de inestabilidad en su estómago, recordándole que no había comido lo suficiente en las últimas horas. Enfocó su vista recién despejada, girándose sobre su torso para encender la pequeña lámpara situada a su derecha, aún con el teléfono fijo pegado a su oreja.

La oscuridad se disipó en esa zona de la habitación, iluminando otro cuerpo cuya cabellera dorada hizo contraste con la tenue luz que proporcionaba su lámpara.

—Te llamo porque es necesario que sepas los hechos actuales —aseguró Vongola. Escuchó el sonido gutural de asentimiento por parte de su guardián, enviándole la primera señal de tranquilidad al recordar cómo se respiraba definitivamente, era muy temprano para ser mordido hasta la muerte—. Escucha, a las 1:30 am en el muelle Lazise ubicado en la provincia de Verona, aquí en Italia, llegará en un BMW de color negro con un paquete que nos interesa obtener. Según nuestras fuentes fue robado de la fortaleza Cavallone hace una semana, es de vital importancia recuperarlo. Si ese paquete cae en manos equivocadas, la familia Cavallone estará totalmente indefensa y expuesta a un ataque por parte del enemigo. —Hizo una pausa, esperando que la otra persona en la línea dijera algo, y al obtener sólo silencio, continuó—: Poco se sabe de los implicados, más que es un número pequeño, cinco personas como máximo. Da a entender que no quieren llamar la atención, confiándose por la hora y lugar.

—¿Me estás pidiendo que lo obtenga? Eres bastante valiente para hacerlo —habló con la suficiente suavidad para no despertar al que compartía un lugar en la cama con él. A sabiendas que había tenido un día revoltoso con su familia, y sólo las grandes ojeras bajo sus párpados fueron la pequeña evidencia de que no había dormido en días. No obstante, esa situación no cambiaba el ácido de su voz que aún era inminente.

—Por favor, Hibari —suplicó finalmente Tsuna.

Sospesando las posibilidades de machacar a ese supuesto jefe, Kyoya dejó una caricia perspicaz en el rostro de su Haneuma, casi imperceptible como el roce de un pétalo, siendo suficientemente cálida para profundizar el sueño de su benefactor. Deslizó su mano hasta sus cabellos jugando con alguno que otro de sus mechones dorados. Quizás molestarlo un poco sería un buen remedio para aliviar su creciente ira.

—¿Y qué? ¿Debo matar a esos herbívoros? Porque no creo que me hayas llamado a mitad de la noche para decirme que los dejaré ir.

—Conoces bien el contexto, Hibari. Te lo dejo a tu cargo —A pesar de pertenecer a una de las mafias más fuertes del mundo, se percató en como la voz de aquel enclenque había sido temblorosa. Nunca parecía cómodo en ese mundo de muertes, drogas, extorsión y balas. Donde la amabilidad era el anzuelo para tener una muerte destacada en el libro de cualquier forense como "Terribles formas de morir"—. Esa familia es conocida como los Travolta. A pesar de ser pequeña han cometido grandes estragos aquí en Italia —Tomó una ligera pausa para dar mayor énfasis a su próxima oración—. Hibari..., debo decirte que Yamamoto pudo verificar las sospechas que Dino me ha implantado.

—¿Sospechas? —Eso le despertó el interés.

—Sí, la familia Travolta desea la exterminación total de la familia Cavallone. Pero su objetivo principal es...

Un silencio cayó entre ambas líneas.

—El maldito bronco, ¿no? —Adiós al sueño que presentaba, adiós a disfrutar de uno de los limitados y escasos días de compartir cama con el idiota. Si alguien intentaba tan sólo pensar en hacerle tan sólo un raspón, sus colmillos serían su respuesta.

Sólo él podía causar esos daños en ese bronco, solamente él.

—Estoy seguro que Dino lo sabe más nadie. Según Reborn estaban planeando una estrategia para una emboscada, pero sería muy evidente si ellos inician el primer ataque. Sin las pruebas suficientes serían acusados de ser los principales causantes. Tengo la sospecha que es por eso que Dino ha estado muy cauteloso, no sólo en las reuniones, su comportamiento es de igual forma con nosotros. Te has percatado de ello, ¿no? —añadió como si la pregunta se respondiera por sí sola—. Es claro que no quiere que nos involucremos para evitar daños extensos, por eso no ha mencionado ni una palabra. ¿O te ha dicho algo sobre ese asunto, Hibari-san? Cualquier detalle que te haya revelado es crucial para nosotros.

Hibari no respondió. Estaba digiriendo cada palabra que salía de la boca de Tsuna.

—Por ese motivo, Reborn me dijo que somos los más indicados para hacer la emboscada sin que la familia Cavallone se vea involucrada —continuó Tsuna. Ya que al parecer Hibari sólo se molestó en escuchar y responder sólo a lo debía—. No hay que dejar ningún tipo de evidencia.

Era increíble cómo había sido tan ingenuo, había notado extraño a Haneuma días atrás pero como el mismo motivo que también el presentaba: Cansancio, lo había dejado pasar. Incluso había oído conversaciones con Romario bastante intrigantes, pero había aprendido que esos temas era donde su nariz debía estar alejada. Haneuma le mencionaba de vez en cuando uno que otro asunto, pero era más que evidente que siempre evitaba involucrarlo en esa historia más de lo necesario.

—Iba a enviar a Varia ya que son un grupo de élite. Pero, supuse que tú deberías estar al tanto de la situación y que debías ser tú…

—Yo lo haré. —finalizó el guardián y sin esperar una respuesta colgó el teléfono.

Se dispuso a levantarse con cautela liberando su cuerpo del agarre por parte de Dino, lo quitó con la mayor sutileza evitando despertarlo. Aunque bien ganas que tenía, le había ocultado esos detalles importantes. Ya se las pagaría cuando regresara.

No pasó demasiado, cuando al cabo de unos segundos un mensaje de texto resonó en su celular, abandonado en uno de los cajones de su mesa de noche. Lo rebuscó entre sus pertenencias y, al tenerlo en mano, leyó el remitente de la pantalla.

Sawada Tsunayoshi, 12:45am:

Gokudera estará esperándote afueras de tu casa, quizás a unas cuadras más allá para no levantar sospechas. Evita que Dino se dé cuenta.

Eliminó el mensaje y salió de la cama, directamente al baño. Lavó su rostro para eliminar cualquier rastro de sueño, tomando una ducha rápida para encaminarse al closet y buscar su traje colgado en una de las puertas del mismo. Se puso la ropa interior situada en uno de los cajones junto al closet. Descolgó la rpa y empezó a tomar de él. Subió los pantalones de gabardina, deslizó por sus brazos la camisa blanca sellando cada abertura con los botones. La corbata cerró la última abertura del cuello y finalmente aquella chaqueta de color negro termino el proceso.

Abrió los cajones de más arriba para sacar sus tonfas, anillo y su respectiva caja de Vongola. Recordando algo importante, extrajo de su dedo anular aquel anillo bañado en oro con letras talladas en la parte de atrás.

Cavallone.

Un tic en el ojo fue inevitable. Aún no creía el asunto ese de matrimonio. Y cavilando en el asunto, le provocaba arrojárselo al culpable de todo en la cabeza. Sin embargo, una parte de él se negaba a perderlo en un combate.

Una vez preparado, se dirigió hacia la entrada. Se detuvo en el marco de la puerta y dio una vista rápida a su pareja. Seguía dormido y esperaba que así fuera hasta su regreso. Aunque eso no aligeraba el enojo que sentía por esos malditos cielos. Uno lo despertaba a mitad de la noche y otro le ocultaba cosas, donde supuestamente en su relación no había secretos. No sabía cuál era peor o cual colmillo debía hincarse con mayor precisión y profundidad en el cuello de esos herbívoros.

—Volveré pronto.

.

.

El sonido de un motor entrando en reposo lo saco de sus pensamientos. Se asomó por el borde de la pared y por el rabillo del ojo pudo notar el BWN negro tal como le habían dicho. La escandilante luz de los faros se extinguió en el cemento y a continuación cuatro hombres bajaron de él.

Habían detenido el auto frente a lo que parecía una fábrica de combustible para embarcaciones, a la derecha del auto había una puerta blindada con grades barrotes a sus costados y permanecía cerrada con fuertes candados. Supuso que era el escape de la fábrica, por tener a su izquierda el inmenso mar y sobre él las estrellas que había delineado.

Inició la operación de observación, dos hombres iban armados y los otros se dirigieron a la parte trasera del auto. Siguió de cerca sus acciones, afilando su mirada cuando abrieron la maletera y, tras cerciorarse que nadie los miraba desde las sombres, dos portafolios plateados salieron del.

Le pareció extraño, Sawada le había dicho que eran un total de cinco personas, ¿dónde estaba el quinto sujeto?

Fijando su vista en el lugar cuan águila busca su próxima presa, hizo lo mismo. Escaneó cada zona del lugar y gracias a la luz que emanaba de la luna pudo captar al quinto hombre, justo encima de la puerta trasera de la fábrica, en la azotea estaba el francotirador.

"Parece que no son simples herbívoros —pensó el guardián—. Me voy a divertir."

Encontrándose a dos metros de distancia de sus próximas presas, retrocedió sus pasos y caminó rápidamente para evitar que sus pasos sean escuchados que revelaran su ubicación. Se situó en una de las esquinas del depósito de basura frente a la fábrica, teniendo a la vista con perfecto ángulo al francotirador. Era un hecho, estaba perfectamente situado.

Justo en frente de su nuevo blanco, sacó del bolsillo interno de la chaqueta una glock 17 de tercera generación con su respectivo silenciador. No cabía duda que la súper intuición de Sawada era impresionante, no falló al decirle que la necesitaría. Con Roll, su caja, incluso con sus tonfas, hubiese sido molesto atinar al quinto sujeto sin que sus ataques pasaran desapercibido. Y no es que le molestara la idea, estaba ahí para acabar con todos de igual forma.

Se aseguró que estuviera cargada, deslizando el carrete a la parte de atrás del gatillo para cargar el arma. Con el sonido de un 'track', anunció que estaba lista para ser usada. Dio una vista rápida a los hombres con el cargamento, percatándose de la lentitud de quitar los últimos candados de la puerta. Y tras un tren de segundos, esperó que entraran a la fábrica.

Siendo el momento justo para él, asomó el cañón de la pistola y, apuntando con precisión, salió la primera bala atinando en la frente del quinto sujeto. Cayó a tan sólo segundos de haber disparado, y el olor a pólvora acompañó el vago humo residuo de su último disparo. Le gustaba ese aire que se entretenía en la garganta y dejaba el mal sabor en la boca. Guardó el arma de nuevo y sacó sus tonfas, ya le valía un carajo que lo descubrieran; no vivirían para contarlo.

Caminó con elegancia y predicción hasta la entrada, recostándose en la pared junto a la puerta. Se aseguró que no hubiera pequeñas sabandijas esperando su entrada, y era predecible que así fuera; uno de los hombres se quedó a hacer guardia.

Extrajo la cadena de sus tonfas de la parte inferior, respiró hondo y la flama color púrpura empezó a surgir de su anillo Vongola, de la misma forma cuando se encendía un mechero. Al principio fue diminuta casi insignificante, pero con el transcurrir de los segundos se convirtió en una hoguera en su dedo medio. Esperó unos segundos a que la llama invadiera todo el metal, y con ello, introdujo el anillo en su caja de invocación dejando salir un pequeño erizo conocido con el nombre clásico Roll.

El pequeño animal caminó hasta su dueño, quien se puso en cuclillas para poder levantarlo con sus manos. Roll se deslizó hasta la punta de la cadena para crear una mini bola de demolición puntiaguda, girando sobre sí mismo, creando un vórtice e imitando el movimiento del taladro. Sin embargo, en su caso una pequeña pelota de púas y, junto con la llama de su atributo, fue arremetida terroríficamente contra la pared. Perforando el muro de concreto, junto con el cuerpo del cuarto mafioso.

—Dos menos, faltan tres.

Se adentró a la fábrica, observando por última vez el cuerpo inerte del desdichado hombre que hacía unos segundos la misma vida fluía en él. En el rostro del guardián apareció una sonrisa en la que sólo el brillo burlón de sus ojos traslucía el regocijo de como el depredador consumía a su presa.

Esa era la ley de ese estilo de vida.

Bajó las escaleras sumergiéndose en la boca del lobo y, aun así, ir con ansiedad de ser o no devorado. Advirtió una sombra caminar a sus espaldas, y con rápido giro a su cabeza, apuntó a donde la presencia era obvia. Su tranquilidad era atemorizante y su voz era denigrante.

—¿Quién caza a quién? —preguntó con una sonrisa burlona que sólo reservaba para esos casos donde extraía las vísceras y asuntos paganos.

Empezó a sentir bajo sus pies como la presa temblaba de la forma que era acechada. Ese júbilo le hizo arder la sangre, ver como se retuercían del miedo con tan sólo sentir su presencia.

—Roll, cambio forma.

Con ello dicho, el pequeño erizo se fusionó con las tonfas del guardián, transformándose finalmente en las esposas de Alaude. Cuando estaba preparado para atacar, se percató que a su izquierda había un pequeño envase lleno de gasolina. Sin duda podría servirle para otro fin, sin embargo, los gritos del hombre podrían alertar a los otros. Y aun no quería que eso ocurriera, porque aún tenían el paquete que necesitaba obtener.

"¿Qué cojones hay en esos portafolios?"

El hombre que yacía en la oscuridad apareció detrás de él, en los segundos que observó el envase. No fue difícil de esquivar, era obvio que estaba desarmado y sin duda desesperado. Sólo una persona controlada por sus emociones podía cometer esa clase de estupideces.

¿Quién atacaba desarmado? Pff, principiantes.

Un puño rozó su mejilla cuando giró sobre sus pies, esquivando el ataque. Sostuvo la mano cerrada del individuo y la torció tapando su boca en el proceso. Una de las esposas se introdujo en la muñeca de su contrincante, y las púas en las esposas atravesaron su muñeca.

El hombre intentó gritar, pero él fue más rápido cuando multiplicó las esposas extendiendo su tamaño y cerrarlas entorno a el cuello de su enemigo. El hombre dejó de luchar, dejó de moverse y finalmente cayó a sus pies con la piel agujerada como si fuera un queso. Su sangre empezó a sumergir de las perforaciones, de la misma forma como cuando se liberaba a un tapón. Agarró el envase lleno de gasolina y emprendió su caminata.

Sus pasos resonaron sobre el piso metálico de rejas, tal parecía que era una plataforma. Podía ver lo suministros abandonados bajo su pies, y al escuchar por muy a lo lejos el sonido de unas voces, supo que había encontrado al resto.

Se escondió detrás de unos enormes estanques llenos de combustible desecho, desplazándose de manera agazapada, se aproximó hasta la fuente del sonido que fue como un mapa para obtener a sus dos últimas víctimas.

—Si los planes marchan a la perfección, Dino Cavallone, no llegará al amanecer.

—Hay que esperar la llegada del camión para montar todos estos barriles —dijo en respuesta el segundo sujeto—. ¿En qué barril están los portafolios?

—En este —había señalado su compañero.

Una risa de satisfacción salió de los labios de Kyoya. Se dio cuenta que estaban en una bodega de abastecimiento, y la única vía de escape era la entrada principal que estaba obstaculizada por barriles que de seguro pesarían toneladas. Sin obviar la puerta que dejó atrás.

Ninguno tenía escapatoria.

Salió de su escondite anunciando su entrada teatral, con las esposas girando en uno de sus dedos, mientras que en su otra mano aún resguardaba la pistola.

—Vaya, vaya, ¿me pregunto, quienes serán los que no llegaran al amanecer?

Sorprendiéndose al ser pillados, uno de ellos retrocedió mientras sus piernas se tambaleaban sobre sí. Muy diferente el otro individuo que sacó su caja de invocación y el color de su flama le hizo reconocer su atributo.

Trueno.

Chasqueó la lengua, decidiendo ser más rápido. No quería lidiar con una pelea que llamase la atención.

Levantó el arma casi por inercia y disparó sin siquiera apuntar al hombre arrodillado que protegía el barril que ocultaba los portafolios. La bala atravesó su pierna, quizás justo encima del fémur, llevándolo a deducir que tendría una muerte lenta. Sin embargo, el sujeto con su poca fuerza cogió un puño de lo que parecía ser carbón y se lo arrojó al rostro, mientras que el otro hombre invocó a dos mantarrayas que se embistieron contra él.

Usando su mano para cubrirse en ese segundo, una mantarraya hirió su brazo derecho, cuyo corte le perforó toda la epidermis. Sintiendo correr la sangre por su brazo, deslizándose hasta las esposas, no le importó que fuese profundo. Ya después lo trataría.

—Roll, propagación.

El pequeño animal atendió a la orden de inmediato, transformándose en tres inmensas esferas puntiagudas que amortiguaron cada minúsculo e insistente ataque por parte de su contrincante. Las esferas empezaron a crecer más, y más, provocando que el enemigo retrocediera hasta que la misma pared fue su perdición.

—Disfruta tu victoria, Hibari Kyoya, cuando te dure.

El guardián hizo caso omiso a esas patéticas amenazas, incluso a la nota mental que sabían quién era él. Roll siguió creciendo, hasta que sus inmensas púas atravesaron cada punto vital de aquellos dos hombres, callándolos finalmente.

Caminó hasta ellos y, tras propinar una patada que abrió el cargamento, tomó los dos portafolios. Se dio cuenta que uno estaba más ligero que el segundo, así que no le sorprendió que uno estuviera vacío. No cabía duda que era un señuelo.

Concentrándose en el segundo portafolio blindando, con una serie de números en la parte superior, pensó que no podía simplemente abrirlo a las malas sin conocer el interior. Al parecer los sujetos sabían las claves, y ya eso era cosa del pasado. Volvió a echar una vista a los últimos cuerpos, que agonizaban con sus últimas fuerzas en las agujas que los perforaban.

Sonrió, no era una sonrisa de victoria era oscura, fría, ligeramente burlona. Era esa sonrisa de alguien que mira cómo te ahogas y no levanta ni un dedo para ayudarte.

Agarró el portafolio y desapareció detrás de los barriles de gasolina. Y como si fuese una película de terror siendo el mismo el antagonista, desfiló por los cuerpos inertes desangrados. Trazó una línea de gasolina cuando emprendía su regreso a la salida, desde los últimos dos cuerpos hasta el primero, vaciando el contenido sobre el hombre con el pecho agujerado. Salió nuevamente al exterior respirando el aire fresco del amanecer mezclado con el olor a gasolina, sudor, sangre y muerte. Sacó lentamente la pistola de su bolsillo, caminando unos cuantos pasos más, para detenerse justo enfrente de una pequeña abertura incrustada en la pared.

Eran los controladores del sistema eléctrico de la fábrica. Hora de borrar la evidencia. Colocó el portafolio en el suelo empezando a desconectar algunos cables y controles principales, para fingir que todo había sido un mal funcionamiento eléctrico. El fuego era el único que podía borrar sus huellas, era el ente que lo desaparecía de ese lugar y lo colocaba en cualquier parte que él quisiese.

Recogiendo nuevamente su paquete, comenzó a alejarse del lugar, para detenerse a unos cuantos pasos más y cerrar el telón con el último acto. El sonido de la bala impactar contra el suelo, fue lo último que se alzó en la noche antes de ver como el luminoso bufido caliente de una serpiente en llamas, avanzara hasta el interior de la fábrica. Creando un pequeño infierno nefasto para aquellos hombres si hubiera alguna posibilidad de que alguno hubiese sobrevivido.

—Ese es el resultado de intentar tocar a mi Cavallone, sólo yo puedo acabar con su vida.

.

.

2:22 am

Soltó un bufido al reconocer los números. Aún era muy temprano, y si tal vez se daba prisa, podría dormir unas horas más. Se fijó una vez en los carretes con números donde se introducían las claves en el paquete, notando las salpicaduras de sangre después de lo sucedido.

En realidad no sentía ningún tipo de culpa o remordimiento. No tenía culpas que llevar consigo, simplemente culminó con el inicio de la demolición de sus pequeños planes; un giro completo a sus propósitos. Cabía mencionar que "demoler" se había convertido ya en su especialidad. Así era la mafia, así eran los engranajes con el que funcionaba.

Y podía darse el mérito, que era el único que disfrutaba cuando devoraba cada cuerpo de cualquier herbívoro que se atravesara en su camino. No podía dejar por fuera que en ocasiones debía ser cuidadoso, tenía que serlo.

En exclusivas misiones, no todo podía ser imprudencia de querer sólo morder hasta la muerte, y no es que no lo disfrutara. Podía ser categorizado como sádico, y poco le importaba la terminología, así era él. Ese era Hibari Kyoya. Aquel que protegía su orgullo con sus propios colmillos. Si es a Cavallone quien está en riesgo, sus subordinados, o a veces el mismo Vongola, él no dudaría de hacer cualquier trabajo marginal.

Nadie tocaba sus pertenencias.

Por ese motivo era el guardián más fuerte, por eso era guardián de la nube. Su deber era proteger la familia desde un lugar independiente, siendo alguien que nadie pudiera atrapar, así como la distante nube solitaria de Vongola. Arrastrada por el viento y siguiendo su propio camino.

Una nube que hacía lo que placiera, y todo se debía porque tenía un cielo que se lo permitía. Uno era la sabandija de Sawada, la libertad que le brindaba era irrefutable. Le daba el placer de elegir, aún cuando tanta amabilidad le enfermaba y más cuando era la cabeza de unas de las principales mafias del mundo. Y el otro... el otro era un inútil que se llamaba "su pareja".

Ese era el extraño poder de Dino, esa influencia que nadie podía inhibir en él. Esa cadena que invisiblemente el cielo le ataba al tobillo, para redirigir su curso.

En ese instante, una fuerte punzada lo sacó de sus pensamientos, llevándolo una vez más al presente. Su misión no había culminado.

Cayó sobre sus rodillas cuando el dolor inhabilitó su equilibrio, sosteniendo su costado derecho notando que de él emanaba un líquido espeso, viscoso, color escarlata.

Olió el perfume de pólvora en el aire, el estrépito haciendo eco, la bala incrustada en su cuerpo.

Una silueta apareció en la oscuridad, y el sonido del tacón retumbó sobre sus oídos con cada paso que ejercía. Ahora, había otra presencia en el juego, un nuevo jugador se sumaba al campo.

¿Quién es la presa ahora?

Forzó su vista para intentar observar a su enemigo ya que las farolas que debían estar iluminando ese muelle, por alguna razón, esa noche no estaban funcionando. La tenue luz de la luna delineó a través de su sombra marcada de aquel piso rocoso, la figura de quien había agujerado su costado... había sido una mujer.

No era demasiado alta, y por la escasa luz podía adivinar que era cabello color negro. Su rostro era una total incógnita, por la capucha cubría la gran parte de su rostro. Llevaba un abrigo negro de cuero abierto que le caía hasta un poco más arriba de las rodillas, cubriendo el mismo esmoquin de gala similar al suyo. Sus manos estaban cubiertas por guantes, tapando sus muñecas ocultando algo que no reconoció a simple vista, pero que memorizó afinadamente.

—¿Quién eres?

La mujer volvió a levantar el arma, y leyendo su predecible movimiento el guardián empujó su cuerpo hacia atrás cuando un nuevo disparo cayó en sus pies. Ella empezó a caminar en su dirección, e intentando ponerse en pie, otra punzada en su costado lo obligó a permanecer en el piso con su mano derecha entretenida en detener el sangrado.

Volvió a forzar su cuerpo a mantenerse en pie, nunca se arrodillaría delante un enemigo. Y mucho menos a una mujer. Se impulsó una vez más con una su mano libre, cuando una fuerte ráfaga de viento lo arrastró contra el pasamano del muelle de tal manera que cuando su cuerpo recibió el primer impacto, atravesando el pasamano cayendo al mar.

Sólo pudo ver como la mujer tomaba el portafolio y desaparecía ante él.

Continuará.


Espero que les haya gustado. Gracias por leer y hasta la próxima .