Sí, sí, sí. Soy yo de nuevo y con una nueva historia.

Esta vez les traigo un AU, inspirada en tres de mis cuatro personajes favoritos de The Walking Dead. En esta historia, Beth y Daryl nunca se separaron, más a su cargo se encuentra nuestra pequeña Judith. Ambientada 5 años después de los eventos ocurridos en el capitulo "Too Far Gone" (09x4), Beth le relata a Judith como han sobrevivido a lo largo de este tiempo.

Sin más que agregar (de momento), espero que disfruten de está nueva historia como yo lo haré al escribirla.

Disclairmer: Ni los personajes ni la trama me pertenecen, yo solo soy una fans que tome prestado los personajes para satisfacer mi espíritu de fan.


Walking along an extended road

(Caminado a lo largo de un extenso camino)


PROLOGO

Erase una vez…


"Hoy me desperté en mí propia cama, en mí propio cuarto. Pero tengo lista mi mochila, tengo cerca mi arma. Tengo miedo…"

Beth Greene. Inmates (11x4)

The Walking Dead.


"Ya no lloro.

No porque sea más fuerte o me haya dejado de doler. No, todo lo contrario. Perder a alguien duele como si estuviera en el infierno, pero yo ya no lloro. Creo que simplemente las lágrimas se me han acabado, se han secado… Pero sigue doliendo, duele como el puto infierno.

Es de ese tipo de cosas que a pesar del tiempo no cambian. El dolor no disminuye, no aumenta, sigue igual. Y junto con él, el miedo. Sigo durmiendo con mí arma cerca, la mochila lista, las botas al alcancé. Las pesadillas nunca se van, tampoco el miedo, ni el dolor.

Pero sigo viva, en contra todo pronóstico."

.

Cada paso le es insoportable.

Hace rato que se ha quedado sin aliento, sus pulmones arden, claman por oxígeno. Cada uno de sus músculos parecen desgarrarse a medida que avanza, tiene la frente empapada en sudor, los labios agrietados por la sed, las manos entumecidas por la cercanía del invierno y la piel de los brazos se encuentra cubierta de arañazos. Sus rodillas están deseosas de ceder, junto con todo su cuerpo. Todo su ser anhela dejarse caer, echarse un par de minutos, tomar unas cuantas bocanadas de aire y liberar la tormenta que arrasa con su interior y que amenaza con destrozar lo poco de ella que aún se mantiene en pie.

Se detiene tan solo un instante, respira profundo como si se tratara de un pez fuera del agua; se pasa la mano por el rostro y se muerde los labios, ladea un poco la cabeza y observa sobre su hombro a la pequeña figura que le sigue con un paso igual de cansado.

La niña tiene el rostro empapado por el sudor y las lágrimas, el cabello enmarañado en una coleta apretujada y los brazos cubiertos de moretones. Arrastra los pies tratando de mantener su paso, sus mejillas rojas no hacen más que recordarle que llevan demasiado tiempo caminando, huyendo, y que sus cuerpos ya no aguantan más. Se encuentran al extremo, aunque la pequeña no se ha quejado ni la primera vez, ella sabe que tienen que parar. Aunque eso pueda significar tantas cosas.

A la mujer le gustaría detener sus pasos para descansar un rato, disfrutar de la brisa otoñal y de los últimos rayos del sol, o contar con un poco más de fuerza para rodear a la niña con sus brazos, alzarla, y llevarla a cuestas el resto del camino para que sus cortas piernas no tengan que sufrir los estragos del cansancio; pero duda de suerte o su fuerza para ello. Por lo que sigue caminando sembrando la mayor distancia que pueda entre la deshuesadora de autos que había sido su refugio las últimas semanas y ellos.

No está segura de cuantos kilómetros llevan, pero sabe que nunca será suficiente, que por más que lo intenten no lograrán moverse más rápido que la muerte.

Y ese pensamiento lacera otro trozo de su alma. Como si ya no fuera suficiente.

Desvía nuevamente la mirada hacia el frente y esta choca con la espalda del cazador que camina unos metros por delante de ella. Es capaz de apreciar los músculos bajo la ropa, tensos, siempre preparados para atacar. El sudor empapa sus prendas, el roce de la mochila le quema la piel, el peso le resta movilidad, más el hombre permanece en guardia con la ballesta en alto. En ese momento le recuerda a un lobo, con el vello de la nuca erizado y los dientes destellando junto con el inconfundible gruñido que indica peligro.

Daryl es un lobo, hace tiempo solitario, ahora el alfa de esa manada que se ha visto reducida a tan solo tres de ellos.

- ¡Ahh! – El chillido, aunque bajo, les alerta.

Voltea con tal rapidez que es capaz de oír sus vertebras de su cuello crujir por la acción. Gira justo en el momento exacto para ver a la más pequeña caer al doblarse el pie en un ángulo extraño. Reacciona velozmente, extiende sus brazos hacia la pequeña y la alcanza, Daryl se detiene tras de ella, aun con la ballesta en mano. Siempre lista, atenta, apta para disparar.

- ¿Estás bien? – Pregunta de rodillas, a la misma altura que la pequeña.

La niña asiente, se restriega las lágrimas y se ensucia su rostro con tierra. Beth le dedica una sonrisa triste, busca en los bolsillos de su chaqueta un pañuelo raído y le limpia la suciedad y el sudor de sus mejillas. No puede evitar sentirse culpable, ha mantenido a la niña en constante movimiento, sin descanso u horas de sueños desde que su trémula paz les fue arrebatada.

- Estoy cansada – Admite la pequeña con vergüenza. La mirada baja, las manos hurgando en la tierra.

La mujer no deja de sonreírle aunque ésta no alcance a llegar a sus ojos, convirtiendo su sonrisa en un gesto vacío. Comprende que la niña enfrente de sí no puede más ¡Diablos, ella tampoco puede! Han caminado kilómetros a lo largo del día con sus mochilas a cuestas, el corazón desbocado y el miedo martilleándole la sien. Se siente tentada en tomarla entre sus brazos, darle un beso en la frente y acurrucarla hasta que la pequeña se duerma sobre su pecho, pero temé que ese simple gesto sea capaz de costarles la vida.

Ya no quiere perder a nadie más, no cree poder soportar otra perdida.

Siente como el cazador coloca su mano sobre su hombro llamando su atención. Beth alza la mirada para encontrarse con esos ojos azules que pierden todo rastro de frialdad cuando se posan sobre los de ella. Algo muy dentro de sí se agita, golpetea en su pecho, apacigua la tormenta que devasta su interior. Ella lleva la mano hasta la del hombre, le acaricia los nudillos con el índice y entrelaza sus dedos con los de él. No es la primera vez que se tocan, hace tanto tiempo que ambos solo cuenta el uno con el otro, que el no hacerlo se le antoja insoportable.

- Deberíamos descansar – Gruñe el hombre, ella se muerde los labios.

- ¿Seguro? – Cuestiona, temerosa.

Él asiente.

- Si seguimos caminando ninguno de los tres tendrá fuerza para continuar mañana, además ya es de tarde y durante la noche no es aconsejable continuar.- Dice – Tanto Judith como tú necesitan un descanso.

- No te preocupes por mí, yo puedo seguir.- Contesta, siendo acallado por el dedo índice del cazador que se posa sobre sus labios. El hombre niega suavemente con la cabeza. Ella se pierde en su mirada, en ese mar embravecido que son los ojos del hombre que ha reclamado como suyo.

- No lo creo.

Ella se muerde nuevamente los labios en un gesto nervioso, deja caer los hombros en señal de rendición y afirma con la cabeza. El atisbo de una sonrisa deforma por un segundo los labios del cazador. Él tiene razón.

- ¿Nos vamos a quedar aquí? – Pregunta a su vez la niña, sus grandes ojos azules pasean por los rostros de los adultos.

- Si, preparémonos para descansar.- Confirma el cazador.

Improvisan un campamento rápidamente.

El hombre establece un perímetro con alambres y latas para mantener a los caminantes a raya mientras Beth cava un agujero en la tierra para encender el fuego, Judith recoge algunas ramas secas para ayudarla. No les lleva más de unos minutos estar listo, Daryl se mantiene vigilante mientras la mujer se sienta sobre su saco de dormir y Judith se acomoda en su regazo, apoyando la parte trasera de su cabeza en el pecho de la mujer. Beth le acaricia el dorso de la mano, envolviéndola en un abrazo.

La niña huele a hierba fresca, tierra húmeda y sudor, pero su olor en vez de desagradable pareciera calmar un poco la tempestad que agita su alma. Su olor le recuerda a tiempos mejores, a esa niñez que se le antoja tan lejana e irreal, como si fuera otra vida que no es en la que le ha tocado existir. Judith huele a la niña que alguna vez fue. A la pequeña rubia con dos coletas que perseguía a su hermana por la granja y trepaba árboles para huir de los quehaceres junto a su hermano, y que su madre siempre reñía por acabar con la ropa manchada de lodo. La pequeña Bethy de su padre.

Se embriaga con su aroma y los recuerdos que este despierta en su memoria. Por un instante se permite evocar esa vida que hace años se esfumo para darle paso a los muertos.

Aunque mantiene los ojos cerrados está segura que Daryl tiene sus ojos fieros sobre ellas, siempre vigilante, como ese ángel guardián del que su madre le hablaba cada vez que se iba a la cama de niña. Y es que el lobo solitario, el cazador, se había convertido en más que un protector o un amigo, en su compañero. Es la única persona que aquel mundo no se había atrevido a arrancarle, ni a él ni a Judith.

- Deberías descansar.- Dice el hombre, sacándola de su ensoñación.

- En un momento – Contesta, al tiempo que acaricia la melena rubia de la pequeña.

Los ojos de la niña parecieran cerrarse solos a pesar del esfuerzo por la chiquilla en evitarlo.

- Cariño, duerme – Le susurra Beth, con una delicadeza sorprendente.

La cría apenas niega con la cabeza, haciendo un esfuerzo por no quedarse dormida. Beth la mira con dulzura, entendiendo su renuencia a dormirse.

- Tranquila Jude, los monstruos se encuentran lejos.- Y aunque sabe que es mentira, muy en su interior desea que sea verdad por el bien de los tres.

- No quiero dormir.- Dice la niña, acurrucándose contra su pecho. Sus pequeñas manos juguetean con las mangas del suéter, el cual es un par de tallas más grande que ella, revelando que a pesar de sus palabras la pequeña sigue demasiado asustada para cerrar los ojos.

- Vamos Patea Traseros, yo me encargo de vigilar. Nada nos va a pasar.- Le promete el hombre, posando su mirada en la niña.- No dudaras de mí palabra ¿no?

Judith niega rápidamente la cabeza, se acomoda contra el cuerpo de Beth y cierra los ojos, aunque no se duerme.

- ¿Te cantó una canción? – Propone la rubia, acariciándole el cabello.

- No – Contesta la pequeña, abriendo de forma juguetona un solo ojo y dedicándole una fugaz sonrisa.- Prefiero que me cuentes una historia….-

- ¿Ah, sí? ¿Cuál te gustaría escuchar, Jude? –

- Cuéntame cómo fue que me salvaron ¿sí? –

No es la primera vez que Beth le cuenta aquella historia a la pequeña, pero no puede evitar a sentir como el pecho se le desgarra al recordar el pasado. A su padre, su hermana, a sus amigos perdidos. A la esperanza de una buena vida. El dolor de la perdida no disminuye con el tiempo, tan solo uno se acostumbra a vivir con él desgarrándole el alma. Al instante siente la calidez de Daryl junto a ella, su brazo colándose por su espalda y afianzando su agarre en su cintura, siendo está su forma de decir: No estás sola en ese maldito mundo, él también lo está. A él también le duele recordar el pasado.

Pero a pesar del dolor, ninguna persona en su sano juicio puede negarse a la mirada brillante de Judith. Así que en vez de evitar revivir nuevamente el pasado, vuelve a besar la frente de su pequeña y rápidamente entrelaza sus dedos con los del cazador, buscando nuevamente en él la fuerza para mantenerse entera. Pasea su mirada por los alrededores, hasta que la posa en el fuego que crespita ante ellos.

- Erase una vez una prisión….

No importa ni el tiempo ni las épocas, todo cuento debe empezar con el tan conocido "Erase una vez…". Igualmente, tampoco le debe importarle el dolor de los recuerdos de aquellos que han perdido en su lucha por la supervivencia, a pesar de que muy dentro de sí aun llore por ella. Después de todo, en ese mundo de muertos, lo realmente valioso es la mirada expectante que le dedica la pequeña rubia, el cálido toque que le brinda Daryl a su lado y su corazón galopante, que sigue palpitando a pesar de que hace mucho que debía estar muerta.

Porque ella no es ni Michonne, ni Carol, ni Maggie. Pero está viva, y seguirá así por ellos.


Continuara...


Nota de la autora. Lo sé, lo sé. Debería estar escribiendo un nuevo capitulo de Walking After You (¡Lo estoy haciendo!) Pero no puedo evitar escribir sobre está pareja, así como imaginarme los diversos escenarios en los que podía encontrarse. Y esté es uno de ellos... ¿Qué hubiera pasado sí Beth encuentra a Judith? ¿Sí es ella quién la rescata? ¿Y Daryl? Bueno, así es como nace está historia y el arco argumental que pienso seguir. Dado que continuaré con WAY, y pienso terminar ambas antes de Octubre, me he propuesto publicar un episodio cada 15 día, una semana dedicada para una historia y la siguiente para otra (¿Me di ha entender? Porque lo estoy dudando seriamente).

Como ya se dieron cuenta, ha pasado cinco años desde los eventos de la prisión y de nuestro grupo solo nos queda (o al menos eso parece): Beth, Daryl y la pequeña Judith, quién aún siguen escapando de los caminantes. Sé que en un principio es algo corto, pero a penas es el prologo a esta historia. Para el siguiente capitulo, nos enteraremos cómo fue que Judith llegó a mano de estos dos.

Creo que de momento ya no tengo nada que agregar, un saludo a todos los lectores que se tropiecen con esta historia.

Un abrazo gigante.


PD. Un review, para que Judith les cante una canción.