Los personajes no me pertenecen, son propiedad del gran Charles Addams.
Capítulo 1
Quién me iba a decir que este día llegaría. Que de lo que parecía una simple promesa entre dos niños, acabaría siendo una gran historia de amor.
Quién me iba a decir, que después de doce años, esos sentimientos en nuestros corazones, solo habían hecho que ir a más.
Quién me iba a decir, que finalmente me casaría con Gomez.
Recuerdo muy bien la primera vez que nos vimos, aún ahora todo me parece como una hermosa pesadilla de la que me aterra despertar, y darme cuenta de que todo lo que hemos vivido no es real.
Aún recuerdo a la perfección cada detalle ocurrido hace doce años.
– Flashback –
Era durante julio de mis seis años, mientras Ophelia, mi hermana, disfrutaba jugando en el jardín, yo me quedé con mi madre en el salón.
Mi padre había fallecido hacía apenas una semana, y le echaba terriblemente de menos. Nunca había sido una niña de muchas sonrisas, pero mis ánimos decayeron por los suelos. Supongo que fue porque mi padre era el único que me quería y aceptaba tal y como era.
Perdí las ganas de salir al jardín por la noche a cavar tumbas para mis muñecas.
Kitty Cat, mi león, lo notó enseguida, y no se separó de mi lado ni un segundo.
Mi madre no solía ser muy cariñosa conmigo, por no decir que nunca lo era, pero hizo un gran esfuerzo por intentar animarme. Cuando salimos del cementerio el día que enterramos a mi padre, fuimos directos a una floristería, y para mi sorpresa, salió con una planta estranguladora, a la que llamé Cleopatra.
Tengo que añadir el berrinche que montó Ophelia por eso. Siempre necesitaba ser el centro de atención, y no podía ser de otra manera en el único día desde hacía años que mi madre parecía mostrar un poco de afecto hacia mí.
Tuvo que volver a la floristería y comprarle un tiesto con margaritas.
El teléfono sonó, devolviéndome de nuevo a aquel salón con mi madre. Últimamente no parábamos de recibir llamadas de familiares y amigos de mis padres para darnos el pésame, ya que no pudieron ir al entierro.
Y aunque aquella llamada fue tan irrelevante para mí en ese momento, fue la llamada que cambió mi vida por completo.
–¡Eudora! ¡Cuánto tiempo! –si no fuera por cómo mi madre se había emocionado con aquella llamada, estoy segura que no le habría prestado ni un poco de atención –. Gracias…valoro mucho tu apoyo. […] ¿Qué? ¿Visitaros? Bueno, puede ser bueno para las niñas que se alejen un poco de este ambiente. […] Vale, está bien, allí estaremos mañana, adiós.
Mi madre me miró con una gran sonrisa, que he de admitir, me dio un poco de miedo, y fue a llamar a Ophelia para que entrase al salón un momento. Hizo que se sentase a mi lado y mientras nos miraba de manera animada nos explicó de quién había sido la llamada.
–Niñas, mi amiga Eudora Addams, a la que no veo desde el instituto, nos ha invitado a pasar unas semanas a su casa, mañana mismo vamos para allí –dijo mi madre más animada que nunca. Algo de aquel viaje me daba mala espina por lo feliz que parecía hacer a mi madre. Aunque Ophelia parecía igual de emocionada. Yo simplemente asentí y fui a mi habitación, Kitty Cat me siguió.
Al día siguiente preparamos las maletas, nos metimos en el coche y emprendimos un largo camino de cerca de dos horas hasta llegar a casa de los Addams.
Mis ojos brillaron de emoción al ver a dónde nos estábamos dirigiendo. Era una mansión en lo alto de una colina de aspecto desolado, la mansión parecía además de encantada, abandonada, rodeada de un gran cementerio. Al bajar del coche y ver de cerca aquella gigantesca y tétrica mansión, pensé en lo mucho que me hubiera gustado vivir aquí. O…en lo mucho que me hubiera gustado quedarme para siempre.
Mi madre aporreó la puerta y un gran retumbo se escuchó por todo el interior. Poco después, un hombre que medía cerca de dos metros, con más aspecto de muerto que de vivo, nos recibió haciéndonos pasar con un gruñido.
Unos minutos después llegó medio corriendo una señora que fue directa a abrazar a mi madre.
–¡Hester Frump! ¡Que mala pinta tienes! –después de intercambiar un largo abrazo se giró y se quedó mirando a Ophelia y a mí directamente – ¿Son tus hijas? Que niñas más encantadoras. Pasad, los niños están jugando en el salón.
¿Niños? Bueno, es normal que haya niños en una casa tan grande.
Seguimos a Eudora hasta un gran salón en el que dos niños estaban jugando con unas espadas de esgrima. Solo pude ver bien al que parecía más mayor, con una gran calva y tan pálido como yo, sus ojeras eran tan oscuras que incluso de lejos podían apreciarse a la perfección.
–Gomez, Fétido, dejad las espadas un momento y venid aquí, voy a presentaros a alguien –el mayor vino inmediatamente, pero el menor se alejó un momento para guardar las espadas –. Este es mi hijo mayor Fétido, y… ¿Dónde está Gomez? ¡Gomez! ¡Ven aquí! –Ophelia me dio un empujón para poder quedar delante de Fétido, y mi cuerpo sintió toda la dureza del suelo al impactar contra él. Cerré los ojos por culpa del dolor.
–¿Estás bien? –dijo una voz con el acento castellano más maravilloso que os podáis imaginar. Al abrir los ojos, vi una mano tendida ofreciéndome su ayuda, al alzar un poco la mirada, me encontré con dos ojos tan negros como el más profundo de los pozos sin fondo. Sentí en el estómago como algo se revolvía junto a mis nervios, y cómo mi corazón latía descontroladamente, cuando normalmente, no parecía emitir latido alguno.
Tomé su mano y me ayudó a levantarme casi sin esfuerzo. Nuestras manos siguieron juntas, y parecía que estaban destinadas a unirse en ese momento para no separarse jamás. Su cálida mano en contraste de lo gélida que era la mía, parecía que pudiera derretirla en cualquier momento. –Me llamo Gomez, ¿Y tú? –me regaló una sonrisa que me arrebató el corazón por completo. Intenté respirar con normalidad para poder contestar.
–Morticia –dije en un tímido susurro. Era increíble el efecto que ya poseía sobre mí. Aunque con seis años no entendía nada de lo que nos estaba ocurriendo, ahora puedo entender perfectamente que todo lo que nos pasaba, era aquello a lo que llaman amor a primera vista.
–Morticia… –parecía que saboreaba mi nombre. Y sé que nunca sonará mejor en labios de alguien más. – …Me encanta.
Sin duda alguna, sé que desde ese mismo instante, mi corazón le iba a pertenecer eternamente a él.
Aunque no queríamos separarnos, ahí estaba Ophelia con sus ansias de protagonismo para estropearlo todo. Se interpuso entre los dos y fue a darle dos besos a Gomez. No pude evitar sentirme terriblemente celosa.
Me giré para no ver más aquella escena, y me puse a caminar sin rumbo alguno.
Cuando conseguí calmarme un poco me di cuenta de que me había perdido en aquella gigantesca mansión. Al final de un gran pasillo vislumbré una gran puerta de cristal y fui hacia allí. Al atravesar la gran puerta el olor a flores me inundó por completo. Era un gran invernadero. A pesar de la cantidad de flores que había creo que lo que más me gustó fueron todas las enredaderas que había por todas partes.
Fui hacia el rosal y con unas pequeñas tijeras de podar que había al lado me puse a cortarlas. Siempre he creído que los tallos son mucho más bonitos que la flor en sí.
No sé cuánto tiempo me pasé podando rosas, pero una voz… su voz, me devolvió a la realidad.
–Así quedan mucho más bonitas. Pero ninguna flor puede compararse a lo bonita que eres tú –¿Cómo podía ser tan romántico ya desde pequeño? Por primera vez en mi vida, me sonrojé. Corté uno de los tallos y se lo entregué. – Muchas gracias. ¿Quieres que vayamos a dar una vuelta al cementerio?
No pude evitar sonreír como hacía tiempo que no sonreía. Normalmente me sentía extraña al hacerlo, quizá porque tenía que forzarme a hacerlo de vez en cuando. Pero con Gomez era una sonrisa natural y sincera.
Tomó mi mano y salimos por una puerta del invernadero, que daba directamente al cementerio.
–¡Tish! –escuché que mi hermana me llamaba y puse cara de frustración, no quería verla ahora mismo. Y pareció que Gomez lo notó al instante.
–Sé dónde podemos escondernos –Gomez entrelazó su mano con la mía con más fuerza y nos pusimos a correr en dirección al cementerio. Llegamos hasta una pequeña cripta en el centro del camposanto, y al mover un mecanismo en una estatua de un carroñero la puerta se abrió automáticamente y nos escondimos dentro. Al cerrar la puerta escuché como Ophelia me llamaba a gritos desde donde habíamos salido.
Gomez y yo nos miramos, intentando aguantar la risa. Nos sentamos en el suelo, a los pies de una gran tumba de mármol y agradecí el tacto frío del material contra mi piel, no estaba acostumbrada a correr tanto, o a correr en general, y ahora estaba realmente agotada.
Sin darme cuenta, apoyé mi cabeza contra el hombro de Gomez.
Nos quedamos un rato en silencio, sin saber muy bien qué decir. Así que empecé a preguntarle las cosas más básicas que puedes preguntar cuando conoces a alguien.
–¿Cuántos años tienes?
–Ocho, ¿Y tú?
–Seis. Pensaba que serías más grande. ¿Cuántos años te llevas con tu hermano?
–Tres, él tiene once. Aunque a veces parece que soy el mayor. –reí ante su comentario, y no me extrañó para nada lo que decía, Gomez parecía mucho más mayor por lo maduro que era para su edad – Tú también pareces mucho más mayor que tu hermana, no parece que tengas solo seis años.
–Y eso que somos gemelas.
–¿Gemelas? ¡Si no os parecéis en nada! –su reacción hizo que me partiera de risa.
–Lo sé, eso es lo más gracioso de todo. Todo el mundo reacciona igual, pero no me extraña, somos como la noche y el día.
–Y tú eres como una noche de luna llena, tan pálida y tan hermosa, tan oscura y misteriosa –me sonrojé a más no poder ante aquel comentario. Gomez siempre se las ha apañado para hacerme sentir así, tan única y especial. Con cumplidos sencillos y tan suyos, llenos de todo el cariño que alberga su corazón.
Al fijar la vista al suelo, me di cuenta de que nuestras manos permanecían entrelazadas. Si no lo hubiera visto quizá no me habría fijado. Era como si hubiéramos estado toda la vida así, cogiendo la mano del otro, sintiéndola como tu propia extremidad.
Me quedé un buen rato mirándolas, y como si Gomez me hubiera leído el pensamiento, dijo justo lo que estaba pensando.
–Me encanta el contraste de nuestras manos, tu mano tan pálida y la mía más morena. Es como si fuéramos el ying y el yang del otro. Como si hubiéramos nacido para complementarnos.
Y tenía toda la razón, desde el momento en que nos conocimos, estaba completamente segura de que habíamos nacido para estar juntos.
Ahora es mucho más sencillo comprender todos aquellos sentimientos que fui teniendo por él nada más verle, pero con seis años, por muy maduro que seas, es complicado expresar que quieres pasar el resto de tu vida con alguien que acabas de conocer.
Y si llegas a decirlo, seguramente nadie te crea, diciendo que son cosas de niños.
Pero nunca hay que subestimar los sentimientos de los niños, son los únicos capaces de querer incondicionalmente a alguien sin temor alguno. Lo único que quizá no entienden, es qué son aquellos sentimientos. Y lo sé muy bien, porque estando ahí sentada junto a Gomez, sabía que era la persona con la que quería pasar el resto de mi vida.
Y que le quería irremediablemente con locura.
Busqué la mirada de Gomez, como si estuviera intentado asegurarme de que viéndole los ojos, podría saber que aquello que decía era verdad.
Y lo era, en su mirada no había duda alguna. Todo lo que había dicho, había salido directamente de su corazón.
Volví a apoyarme en su hombro y seguimos charlando durante horas, aunque parecieron minutos. El tiempo a su lado siempre pasa volando.
Descubrimos que teníamos muchas cosas en común, como nuestra pasión por el color negro, y por mil cosas más, por no decir que nos gustaba exactamente lo mismo.
Hasta que me hizo una pregunta que al principio me puso un poco nerviosa.
–Morticia, ¿Sabes bailar? –Sí, sabía. Pero las veces que lo había intentado tanto mi hermana como mi madre se burlaban de mí. Mi padre trató de enseñarme con mucha paciencia hasta que aprendí, era algo que disfrutábamos mucho. Pero las burlas acabaron molestándome. Hicieron que algo que me encantaba hacer con mi padre se convirtiera en un martirio. Quizá estaban celosas de que él nunca quería bailar con ellas.
Pero no iba a mentir a Gomez.
–Sí, pero hace mucho que no practico… quizá ya se me ha olvidado como hacerlo.
–Solo hay una manera de comprobarlo –Gomez me ayudó a levantarme y salimos de la cripta. Volvimos a entrar a la mansión, intentando evitar a mi hermana.
Subimos por una gran escalera que daba hacia dos alas diferentes de la casa, giramos hacia la izquierda y atravesamos un pasillo que parecía no terminar hasta llegar enfrente de una puerta. Al entrar enseguida sentí que aquella habitación era suya. No por las cortinas negras, no por los trenes de juguete que horas antes me había dicho que le apasionaban, ni por toda la colección de armas en las paredes. Era por su olor, aquel olor a tabaco tan característico de él.
Cuando estábamos en la cripta me explicó que su madre le regaló su primer cigarro a los cinco años.
Me soltó la mano un segundo y fue a poner la música en el tocadiscos que había al fondo de la habitación.
No sentir su tacto se estaba volviendo un infierno. Por suerte no tardó mucho en cesar.
Cuando la música comenzó a sonar, volvió a mi lado tomando mi mano y agarrándome de la cintura. Comenzamos a movernos por toda la habitación al son de un vals.
Estuvimos así hasta que la música cesó, aunque estoy segura de que cuando dejamos de bailar la música había parado de sonar mucho tiempo atrás.
–¡La cena está lista! –dijo Eudora a gritos para que todos la escuchásemos. Bajamos hasta el comedor y me senté al lado de Gomez. Nos resultaba imposible estar separados más de un segundo. Ophelia lo notó y me miró con aires de envidia. Al sentir de nuevo la mano de Gomez entrelazada con la mía el resto del mundo desapareció, me miró con una gran sonrisa y que Ophelia no parase de mirarnos dejó de importarme completamente.
Después de la cena Ophelia se fue directa a dormir, yo no tenía mucho sueño, así que por si acaso fui primero a ponerme el pijama y después me quedé con Gomez y Fétido jugando en el salón, se propusieron a enseñarme esgrima, comenzaba a estar demasiado cansada para probarlo. Les prometí que al día siguiente me dejaría enseñar.
Me quedé viendo cómo jugaban desde el sofá, pero en algún momento tuve que quedarme dormida. Sentí como alguien balanceaba mi brazo y me desperté, al ver que era Gomez no pude evitar sonreír.
–Ya es hora de ir a dormir –me dijo con la voz llena de cariño. Me levanté del sofá y él tomó mi mano para acompañarme hasta mi habitación. Al llegar me metí en la cama y él me arropó, aún medio somnolienta le agarré del brazo.
–No te vayas aún –le pedí en lo que parecía una súplica. Él me miró con esa gran sonrisa que tanto me gusta y se tumbó a mi lado, sin soltar mi mano en ningún momento.
Pensaba que se iría cuando me durmiera, pero al despertar la mañana siguiente, ahí seguía a mi lado, sin haberme soltado la mano.
Todos los días acabaron siendo iguales, me pasaba el día sin separarme de Gomez, y por la noche acabábamos durmiendo juntos. Nos resultaba imposible separarnos, era como si nos quitasen el oxígeno. Hasta que un día Ophelia se dio cuenta y fue corriendo a decírselo a mi madre, durante un par de noches nos obligaban a dormir en habitaciones separadas, pero al final nos las apañábamos para escaparnos y poder dormir uno al lado del otro. Al final mi madre desistió de volver a intentarlo, y cuando Ophelia se quejó, por raro que parezca, mi madre nos defendió, diciendo que no le hacíamos daño a nadie por hacer eso.
Sabía que todo aquello no iba a ser eterno, que no podía ser todo tan perfecto. Aunque prefería no pensarlo, un par de días antes de que todo aquello acabase, mi madre vino a hablar conmigo.
Yo estaba con Gomez en su habitación, pintando mientras él jugaba con sus trenes. Mi madre entró a la habitación y vi que su mirada estaba llena de preocupación, algo no marchaba bien.
–Gomez, ¿Puedes dejarnos un minuto a solas? Necesito hablar con Morticia.
–Claro… –antes de cerrar la puerta tras él, me miró, como si fuera la última vez que podía contemplarme.
–Morticia, tengo que decirte una cosa… –mi madre respiró hondo antes de soltarme aquella bomba de relojería que iba a destrozarme el corazón – Me han llamado hace unas horas… me han ofrecido un trabajo muy bien pagado en Francia… y he aceptado. Dentro de un par de días volveremos a casa para preparar la mudanza.
Sentí como aquellas palabras iban punzándome cada vez con más fuerza el corazón cuanto más las repetía en mi mente. ¿Irnos? No podía, no quería alejarme de Gomez.
Sabía que en algún momento iba a pasar, pero que al menos no iba a estar tan lejos de él. Pensaba que como mucho estaríamos separados en diferentes ciudades, pero no estando en países diferentes. Si ya me resultaba duro imaginar que nos separarían un par de horas en carretera, estar separados por un océano iba a ser mi muerte.
Y sabía que él iba a sentirse igual. Intenté no llorar, asentí sonriéndole a mi madre, con una sonrisa totalmente forzada, y ella salió del cuarto, dejando que Gomez volviera a entrar.
Nada más verle y saber que quizá nunca más podría verle hizo que mi corazón acabase de estrujarse más aún, partiéndose en mil pedazos.
Él sintió como estaba aguantando las ganas de llorar y vino corriendo a abrazarme. No lo pude aguantar más, rompí a llorar, lloré sobre su pecho hasta que no me quedaron más lágrimas que derramar, y mi llanto era más que un quejido lastimero.
Comenzó a acariciarme el pelo hasta que consiguió que me calmase un poco.
Me incorporé para mirarle a los ojos y sentí que él también estaba angustiado por la situación, y que había escuchado toda la conversación que tuve con mi madre.
Finalmente me atreví a decirle lo que mi corazón no dejaba de gritar.
–No quiero irme, no tan lejos. No quiero que nos separen. Quiero quedarme contigo para siempre –él me abrazó con fuerza y me dio un beso en la cabeza.
–Te prometo que ni la distancia, ni el destino, ni incluso la muerte, jamás podrán separar a nuestros corazones. Por muy lejos que estén.
No dudé ni un segundo en aquellas palabras. Me recosté sobre su pecho, disfrutando de aquel abrazo protector como si fuera el último que me iba a dar.
Solo me quedaba disfrutar con Gomez hasta el último segundo que pasaríamos juntos aquellos dos días.
Y eso hicimos, aunque jamás me habría esperado la sorpresa que me tenía preparada la noche antes de marcharnos.
Cuando salí de la habitación en medio de la noche para ir hasta la suya, no le encontré allí. ¿Dónde estaría? Me pregunté. E inmediatamente supe la respuesta.
Bajé las escaleras y fui directa a la puerta trasera del invernadero, salí al cementerio y corrí directamente a la cripta en la que nos escondíamos siempre que Ophelia nos perseguía.
Y allí estaba, esperándome sentado a los pies de la tumba de mármol.
–Sabía que me encontrarías enseguida –dijo con una gran sonrisa, satisfecho de que no hubiera dudado ni un segundo de dónde buscarle.
Pero no era difícil, aquel se había convertido en nuestro lugar especial, donde compartíamos nuestros secretos, nuestros miedos, nuestros sueños.
Dónde ambos soñábamos que algún día podríamos pasar la vida juntos. Aunque aquello nunca lo llegamos a decir, ahora sé que ambos pensábamos lo mismo cuando estábamos ahí.
Gomez tomó mi mano y me hizo sentarme a su lado. Al mirarle a los ojos vi algo de miedo y preocupación.
Intentó comenzar a hablar unas cuantas veces, pero las palabras no parecían querer salir de su garganta. Con mucho esfuerzo, finalmente logró explicar todo lo que llevaba planeando decirme.
–Tish… –mi hermana era la única que normalmente me llamaba así, pero dicho por él era mil veces mejor – Antes de que te marches necesitaba darte una cosa, y explicarte por qué –. Tomó mi mano, abrió la palma y depositó algo en ella, antes de que pudiera mirar qué era me cerró la mano – Aún no puedes mirar qué es, primero necesito decirte una cosa.
Pase lo que pase a partir de mañana, no me olvides nunca, porque yo no te olvidaré, ni aunque lo intente, no podría. En estas dos semanas, e incluso puedo asegurar que en el instante que te vi, te convertiste en mi vida entera, en mi razón de ser. No puedo concebir una vida en la que no estés tú. Por eso, aquí y ahora, quiero hacerte una promesa.
No importa el tiempo que pase, no importan las circunstancias, porque sé que en algún momento nos volveremos a encontrar.
Vayamos por el camino que vayamos, nuestros destinos caminan en la misma dirección a pesar de los baches que puedan haber en él, y quizá ahora tenemos que tomar un camino diferente para que vuelva a unirse en un futuro y que todos esos baches desaparezcan.
Por eso mismo, pienso esperarte sin importar nada, y espero… que tú también me esperes –abrió finalmente la palma de mi mano mostrándome un anillo con un brillantito rojo, el anillo colgaba de una cadena, supongo que lo hizo así porque el anillo aún me quedaba demasiado grande, y así podía llevarlo al cuello al menos – Y si el destino quiere que nos volvamos a encontrar… me encantaría casarme contigo algún día.
Abracé a Gomez inmediatamente, rompiendo a llorar de la emoción.
–A mí también me gustaría. Y te aseguro que ni la muerte me haría desear no estar a tu lado. Aunque tenga que pasar por la peor de las torturas, te esperaré sin importar el tiempo que pase, porque al igual que tú, ya no puedo imaginar una vida en la que no estés a mi lado cada día… –Gomez sonrió, como nunca antes le había visto sonreír. Me ayudó a ponerme el collar, y al verme con él puesto, me tomó de las mejillas y me besó.
Fue nuestro primer beso.
Como si con aquella muestra de cariño, hubiéramos pactado un juramento de amor eterno.
Disfrutamos de nuestra última noche juntos abrazándonos como si fuera la última vez que lo hacíamos. Y lamentablemente, así fue hasta al cabo de mucho, mucho tiempo.
Al día siguiente nos costó mucho separarnos, incluso él terminó llorando. Nos resultaba imposible imaginar que no nos volveríamos a ver hasta quién sabe cuándo.
Entre mi madre y mi hermana me llevaron a rastras al coche.
Cuando mi madre arrancó el coche, miré por la ventanilla a Gomez hasta que no fue más que una pequeña silueta a lo lejos de la colina.
Me giré y me hundí en el asiento, llorando en silencio mientras apretaba el anillo contra mi pecho, como si así pudiera sentir que él estaba cerca de mi corazón.
Al llegar a casa comenzamos a empaquetarlo todo, y en menos de una semana ya estábamos de camino a Francia, donde nos esperaba nuestra nueva vida.
Mi vida lejos de él.
¿Queréis saber cómo se volvieron a encontrar? Entonces tendréis que estar atentos al siguiente capítulo.
Espero que os haya gustado el comienzo de esta gran historia de amor. Vuestros comentarios serán bienvenidos ^^
