Los personajes le pertenecen a Masashi Kishimoto.
Capítulo 1
El viento amainó. La arena, que antes golpeaba levemente su ventana, cesó junto al viento, dejando consigo atrás el ruidillo. La tarde caía en Sunagakure no Sato. Hacía frío, bastante para esos días. El ocaso se fruncía bajo tonalidades carmesí, anaranjadas y lilas. Quizás mañana haría más frío que hoy. El invierno llegaba. Las noches se volverían crudas, incluso para una ninja como ella.
Sobre la mesa, una taza de té humeante. Papeles ordenados perfectamente. Un pergamino escrito en letra clara y prolija.
Esa mañana, el halcón mensajero con el símbolo de Konohagakure no Sato voló sobre el techo de la torre del Kazekage, aterrizando. Un pequeño revoltijo se instaló en su estómago hasta no pasar el medio día, ansiosa porque fuera lo que tanto había esperado. Y así fue, un pergamino con el sello de Konoha, con la letra clara: Sabaku No Temari. Fue un suspiro el que soltó para sí misma, ya en la soledad de su pequeña oficina.
A veces, entre tanto papeleo, olvidaba que se escribía por pergaminos con él. Su cabeza, en ocasiones, priorizaba lo esencial ante su trabajo como hermana del Kazekage, organizando las misiones y evaluando los logros y las pérdidas de la fuerza Shinobi. Resultaba una sorpresa cuando golpeaban a su puerta en cualquier momento del día, informándole que traían para ella un mensaje desde Konoha.
Y no era una novedad ni tampoco un secreto que mantenía cartas con Nara Shikamaru, ninja de Konoha. Los chismes corrían por la ciudad como lo hacía la velocidad de su viento. Sería ridículo querer pasar desapercibida, mucho más considerando que tenía un hermano capaz de ver y oír absolutamente todo lo que ocurriese en su aldea. Sin embargo, Gaara, poseía bastante decoro y sabía bien que en este asunto de ella con el ninja más vago de la historia de los ninjas, no debía meterse.
"Te extraño."
No más que esas dos palabras. Quizás, pensaba en sus noches largas cuando necesitaba despejar la mente del trabajo, no se ajustaban al tipo de pareja ideal. Y es que ni siquiera se podían llamar pareja, pues no habían hecho nada más que salir a comer y beber algo una vez. Nunca un beso, nunca unas palabras lindas. La distancia y las obligaciones como tales no les permitían darse un tiempo para pausar los quehaceres y mirarse frente a frente, compartir un día, juntos, sin preocupaciones del trabajo.
Luego, pensaba en que así eran ellos. El valor de la palabra lo habían aprendido ambos a las malas. Remitir los sentimientos a lo conciso y lo sincero, hasta el momento, servía. Expresar lo justo y necesario, una forma rara de darse a entender, más lograban complementarse a la perfección. Él, muy vago como para quemar su cabeza en palabras bonitas que expresasen dulcemente sus sentimientos. Ella, demasiado orgullosa como para ablandarse.
Algunas veces, cuando Gaara o Kankuro entraban a su oficina y la encontraban escribiendo una respuesta, le ofrecían su computador para hacer un vídeo-llamada. La tecnología había avanzado exitosamente a nivel mundial, más le provocaba un cierto estrés la idea de verlo frente a frente. Considerando que toda su infancia y adolescencia había vivido sumida bajo el estrés de ser una kunoichi, entre volver a sufrirlo y perder una mano, se despediría de su extremidad con mucho gusto. Sin embargo, todo eso tenía un por qué: orgullosa como vergonzosa, ambas hasta la médula. Cuando iba a Konoha, sabía que se lo cruzaría ya que, oficialmente, lo habían designado como su guarda espalda personal durante su estadía allí. El orgullo la empujaba a afrontarlo. Sin embargo, ante la opción de verlo o no, prefería la última. Sería muy incómodo sonrojarse apenas hicieran contacto.
Más, en su sinceridad, creía que era mejor así. El hecho de no verlo tan seguido le producía anhelo volverlo a encontrar. El entusiasmo, su ánimo y su sonrisa cambiaban repentinamente cuando le informaban que haría un viaje hacía Konohagakure no Sato. Gaara sabía todo, sí, pero también sabía que si existía la posibilidad de enviarla aunque fuesen dos míseros días, lo haría.
Luego de un rato sin saber qué responder, dejó el pergamino enrollado en un cajón. Más tarde podría responder.
¿Cuánto tiempo llevaba recostado sobre el techo de la torre del Hokage? ¿Una hora? Quizás. ¿Se levantaría? No. ¿Más tarde? Probablemente, al menos que nadie lo encontrase allí durante el resto del día. ¿Por qué hacía esa capacitación para asistente del Hokage? ¿Por Naruto? Mmm. ¿Por él? Definitivamente no, o sí, o no… no lo sabía.
Se llevó un cigarrillo a la boca y lo encendió. Era el primero del día, o el segundo, no recordaba. Curiosamente, el viento traía consigo pequeñas corrientes frías. Pronto todo se cubriría de nieve. Debía admitir, sin embargo, que las nubes lucían espectaculares ese día. El sol golpeaba su rostro, en unas pocas horas atardecería. Recordó la fecha, ya sería una semana de su mensaje para ella. Normalmente, la respuesta le llegaba a más tardar dos días después. Pero nada. Ningún mensaje que tuviera su nombre en el sello.
No negaba haberle preguntado al halconero si por esas casualidades de la vida no había algún mensaje de Sunagakure no Sato, específicamente para él. Le molestaba, un poco, la incertidumbre que arremolinaba sus entrañas, formándose un nudo en su garganta. Y es que, demonios, no solían sucederle este tipo de sensaciones antes de que cayera en la cuenta de que realmente sentía algo por esa mujer. Un tipo promedio con una vida promedio y una mujer promedio. De promedio se había disparado a problemático. Y muchas cosas le resultaban problemáticas pero, entre todo lo problemático existente en la tierra, definitivamente, Sabaku No Temari se llevaba la corona.
A ver, pensaba, a nadie podía preguntarle de estas cosas sin ser obvio. Bueno, una obviedad era que sus amigos de equipo sabían de la existencia de Temari en su vida, más no solía hablar de esos temas porque la solución, según Choji, implicaba comida o una respuesta relacionada a ella, y, por parte de Ino, una reprimenda a que debía esforzarse más. Esfuerzo, todo lo que no le gustaba.
— ¿Cuánto más planeas estar ahí?
Cerró los ojos, masajeándose la frente. Llevó su cigarrillo a la boca. Una pitada.
—El tiempo que sea necesario, Hokage —respondió, soltando el humo.
Kakashi, (o Lord Hokage, si hablaba con títulos) lo observaba desde la punta del techo. Lucía agotado pese a su característico cubre bocas. Las ojeras se acentuaban con mayor oscuridad a medida pasaban los días. ¿Acaso dormía? Entonces recordó la única razón por la cual todos lucían alterados y cansados al mismo tiempo: los exámenes Chunin. Serían en un mes y, por desgracia, tocaban en Konoha. Lo cual, si pensaba con aún más negativismo, implicaba doble trabajo ya sea para la seguridad, la salud, las arenas, los predios y el orden. Trabajo el cual él debía realizar la mayor parte del tiempo.
Maldijo para sus adentros. Temarí era la representante de su aldea hasta la llegada del Kazekage. La vería en dos semanas, tal vez, con un "te extraño" suspendido en el aire.
¿Qué hubiera sucedido si nunca se hubiesen enfrentado? Definitivamente, no estaría sintiendo un mal estar ante la simple idea de verla luego de tanto tiempo. La última vez que ella estuvo allí, salieron a comer y a beber algo. No ocurrió nada que pudiese recordar, más que una caminata nocturna —algo sonrosados por la bebida— y un saludo de buenas noches, cargado de impulsos sometidos bajo control.
¿Le hubiera gustado besarla? Sí.
¿Tenía los testículos necesarios para hacerlo? No.
Las cosas eran tan simples antes… ¿Antes de qué? Antes de que comenzara el juego de las cartas. Teniendo la posibilidad de verse por una pantalla, escucharse y hablarse en vivo y en directo, optaron por el método más tradicional. Era su forma, su manera de ser. Y es que las cartas le daba una vaga idea de que eran algo (porque eran algo, ¿o no?) Nadie enviaba tantos halcones mensajeros por mes, esperando recibir una respuesta de quizás dos o cuatro palabras.
Se rió. Él no había recibido ninguna respuesta. Ninguna. Desde hacía una semana.
El cigarrillo se consumió para cuando fue a darle otra pitada. Lo guardó en su bolsillo, dentro lo tiraría. Giró en dirección a donde estaba su Hokage, quien, sentado, leía Icha-Icha Paradise, por cuarta vez en lo que iba del año. Suspiró y se reincorporó. Los papeles no se llenarían solos.
De todas las semanas, la más agotadora había sido aquella. Con una aprendiz ayudando, el papeleo que generalmente terminaba en una semana y media o dos, lo había hecho en una. Quería, a toda cosa, adelantar su viaje a Konoha. Su hermano estuvo de acuerdo y envió un mensaje al Hokage para informar que su hermana —o representante en ese caso— iría antes de lo previsto. No le había preguntado la razón de adelantar su viaje, puesto que ya sabía la razón. Todos sabían la razón.
Espero que les haya gustado. No olviden dejar un review.
