Disclaimer: todo lo que reconozcas pertenece a Jotaká.
Summary completo: Sirius es un canto rodado, un extravagante de moral torcida que va dando tumbos por el mundo sobre su moto, huyendo de quien no piensa ser, viviendo al límite. Un día su camino se cruza con el de Remus, que vive día tras día limitándose a existir, viendo la vida pasar. Es una historia sobre carreteras, motocicletas y filosofías. Una historia sobre Sirius y Remus descubriendo quienes son e intentando alcanzar un equilibrio entre los extremos.
Like a rolling stone
[«How does it feel? To be without a home,
like a complete unknown, like a rolling stone»
-Bob Dylan]
Sirius lanza el cigarro consumido al suelo y lo aplasta con la punta de la bota, abre la puerta del bar con un empujón y se encamina hacia la barra sin mirar alrededor, se deja caer con dejadez sobre el primer taburete vacío que encuentra y deja escapar un suspiro tan grande que le estremece el cuerpo.
Esta exhausto, maldita sea.
Esas fueron demasiadas horas de carretera hasta para él, le dolía el culo y podía jurar que tenía macada la forma del puto asiento.
—¿Qué te sirvo?
Sirius alza la vista de entre sus manos para encontrarse cara a cara con un chico de nariz kilométrica y ojos claros. Quiere decirle algo que me deje inconsciente por días, muchas gracias, pero se contenta con un:
—Lo más fuerte que tengas —el bartender asiente y vuelve un momento después con una bebida color ocre, que Sirius se baja de un trago.
Y lo lamenta al segundo siguiente.
—Maldita sea —gruñe, entre toses—, ¿qué mierda es esa?
El bartender le mira con expresión divertida, con una jodida sonrisita conciliadora que le da ganas de golpearlo o algo.
—Whiskey en las rocas —dice, simplemente—. Supongo que fue demasiado fuerte para ti, lo siento —y hay algo en su tono, en su expresión, algo gamberro y retador que automáticamente despierta el propio instinto de Sirius.
Se fija con más cuidado en el chico, debe rondar su edad más o menos, unos diecinueve o veinte, cabello claro la piel pálida y, ahora que lo mira bien, varias cicatrices le cruzan el rostro. Tiene los ojos claros como la miel y, como ha notado al principio, una nariz kilométrica.
—Nada nunca es demasiado para mí —le responde, petulante—. Ponme otro —el chico sonríe y vuelve con la bebida a los pocos segundos, para después volverse a atender otros clientes. Sirius lo mira alejarse al otro lado de la barra inclinado ligeramente la cabeza, hmm piensa bonito culo.
Apoya la cara en la palma abierta de la mano y agita la bebida, distraído, con la vista fija en los hielos que dan vueltas en el líquido. Se pregunta curiosamente y sin un propósito fijo qué tanto habrá conducido, decide que no le importa. No sabe cuánto tiempo piensa quedarse en Londres, y comienza a preguntarse vagamente qué tan seguro sería hacerle una visita rápida al idiota de James, al que no ha visto en meses y… no, joder, no seas niña.
Eso es algo en lo que no va a pensar, coño. Vuelve a beberse de un trago la estúpida bebida sin importarle que se le agüen los ojos y le queme la garganta. Se saca la caja de cigarrillos del bolsillo trasero y para cuando ha terminado de encontrar el estúpido zippo de entre los bolsillos de la chaqueta esta gruñendo de mal humor.
Maldito día del demonio, y maldito zippo del demonio que no quiere encender. Pierde la paciencia unos segundos después y, con un gruñido y un chasquido, enciende el jodido cigarro y aspira profundos.
—No deberías hacer eso en un lugar como este —Sirius levanta la mirada para encontrarse con la divertida mirada del bartender. De nuevo.
—¿Qué cosa? —le gruñe, fastidiado.
—Eso —le responde—, lo que acabas de hacer.
Sirius alza una ceja sin entender.
—¿Fumar?
—Sí, eso también, pero me refería a encender el cigarro con magia.
—Coño —tose, sorprendido—, ¿cómo te diste cuenta?, ¿eres uno de nosotros?
—Obviamente, y creo que el hecho de que encendieras el cigarro girándolo entre tus dedos me dio una idea.
Sirius lo mira de hito en hito, sin saber si reírse o golpearle y, al final, se decide por lo primero.
—¿Cómo te llamas? —pregunta, al final. Su curiosidad creciendo por momentos.
—Remus —le dice el chico, tendiéndole la mano—. Remus Lupin.
—Canuto —responde Sirius, estrechándole la mano—. ¿A qué hora terminas el turno?
El tal Remus guarda silencio y le mira sin comprender por unos segundos. Le dedica una mirada evaluadora de arriba abajo que, por alguna razón, hace estremecer a Sirius.
—¿Qué? —se revuelve, incomodo—. Hace tiempo que no me encuentro con uno de los nuestros —realmente mucho piensa, no le vendría mal algo de compañía para variar y el chico se ve por lo menos medianamente interesante. Y para Sirius en esos momentos "medianamente interesante" es más que suficiente, muchas gracias.
No sabe si es por su comentario o por qué razón, pero el chico suaviza la mirada y, encogiéndose de hombros, le dice:
—Es un poco imprudente decirle a un mago con pinta de matón, chaqueta de cuero y botas de motero, que enciende un cigarro con magia en medio de un bar abarrotado a qué horas sales. Llevas la palabra «sospechoso» tatuada en la frente, pero a las once.
— — —
Dos horas después el helado viento de Londres le azota el rostro y Remus se envuelve aún más en el largo y raído abrigo que lleva, y le da otra vuelta a su bufanda roja y dorada.
Detrás de ellos el defectuoso anuncio de neón del bar titila con las palabras «Rolling Ston» en rojo, la «e» perdida para siempre. Pasan junto a la moto de Sirius y podría jurar que escucha a Remus murmurar algo como bestialidad bajo el aliento y, aunque le da gracia, no hace ningún comentario.
Los guía en silencio por el paseo marítimo y se sientan al final del muelle, debajo de ellos, el mar murmura azotando suavemente los postes de madera y algunos yates se mecen suavemente sobre las agua negras. Sirius se saca una botella del abrigo y el otro le mira alzando una ceja.
—¿Qué? —se defiende—. ¿De qué sirve ser mago si no puedes robarte una botella de alcohol de vez en cuando?
Se sube a la baranda, con las piernas colgando sobre las aguas negras y Remus le sigue, sentándose a su lado. Remus se pregunta por un momento si no debería sentirse extrañado por lo que está haciendo, compartiendo una botella de alcohol con un completo desconocido, en una noche fría y ventosa de Londres.
Pero Canuto parece una de esas personas que te encuentras una vez en la vida y no vuelves a ver jamás, así que decide que no importa, por ahora.
—¿De dónde eres? —pregunta Remus, rompiendo el mutismo que han mantenido desde que salieron del bar—. No te recuerdo de Hogwarts.
—De aquí no soy. Y es porque no fui a Hogwarts, sino a Dumstrang.
Remus se señala la larga bufanda que lleva al cuello:
—Gryffindor.
—¿Es verdad que tienen un calamar gigante en el lago y su director está chiflado? —pregunta Sirius, genuinamente curioso.
El chico, Remus, estalla en carcajadas.
—Por Merlín, sí. ¿Eso es lo único que se te ocurre cuando piensas en Hogwarts?
Sirius se encoje de hombros y, sacando la varita, rellena la botella.
—Da igual.
—¿Cómo es que alguien como tú está aquí? —pregunta Remus, con curiosidad.
—¿Dónde aquí?
—Aquí, en el mundo muggle.
—¿Qué haces tú aquí? —retruca Sirius.
—Yo pregunté primero... —pero rueda los ojos y claudica—. Vale, yo te cuento y tú me cuentas. Un trato justo.
Sirius quiere responderle que trato justo su abuela, justo no es un coño, pero se contiene porque hay algo en el chico que le agrada.
—Hecho.
—Vale… —y luego espera unos segundos y, cuando ve que Canuto no piensa abrir la boca, se resigna—, supongo que yo voy primero. Cuando deje Hogwarts me vine directo aquí, al mundo muggle, vivo aquí desde entonces. Fin de la historia. ¿Cuál es tu excusa?
—Estoy aquí para no estar en otro lugar.
—¡Vaya! Creo que nunca había escuchado una respuesta tan coherente.
—Jódete —le contesta Sirius, pero rueda los ojos y bebe de la botella antes de pasársela e intentarlo de nuevo—. Estoy aquí porque no quería estar en el lugar en el que estaba antes.
—O sea, estás huyendo.
—Huir es una palabra muy fea —se ofende Sirius—, yo diría… cambiando de aires.
—Por supuesto —le contesta Remus, sin creerse ni una sola palabra.
Permanecen en silencio un rato después de eso, pasándose la botella, solo bebiendo. Hasta que Sirius dice suave, muy suave.
—Mi familia me odia —y luego, un poco más alto—. Yo los odio aún más.
—Yo no tengo familia —le contesta Remus.
—Conduje como setecientos kilómetros sin parar en una moto voladora, en estos momentos me sostengo en pie solo por la fuerza de mi propia estupidez.
—Yo llevo dos años yendo de mi casa al bar y del bar a mi casa.
—Eso es un poco deprimente.
—Un poco, sí —conviene Remus. Y luego, en voz baja también—. Creo que solo he tenido una amiga en toda mi vida.
—Lo único que yo tengo es a un hermano flacucho cuatrojos.
—Llevaba meses sin hablar con alguien aparte de ella.
—Cuando te vi pensé que tu nariz era kilométrica.
—Cuando te vi pensé que eras un matón.
—Creo que estoy hablando demasiado —continúa Sirius.
—Yo también, ¿y sabes qué es lo más alarmante? —pregunta Remus.
—¿Qué?
—Que creo que no me importa.
—Genial.
—Sip.
—Vale.
—Bueno.
—Creo que estoy un poco borracho.
—Yo también lo creo, Canuto.
— — —
Las carcajadas de Sirius se elevan en el aire y se mezclan con la brisa fría de la madrugada. Deben ser como las dos de la mañana y Remus no se ha reído tanto en años.
Ahí está, con un completo desconocido del que lo único que sabe es que tiene una monstruosa moto voladora y un nombre falso. Y nunca, nunca, se ha sentido tan libre en su vida como cuando lo escucha hablar o le cuenta estupideces y cosas no tan estúpidas que no tendría por qué estarle contando.
Porque la naturaleza humana es curiosa y hay cosas que preferirías contarle a un extraño que a tus propios amigos, cosas íntimas y cosas baladíes, por miedo, vergüenza o las razones más variadas y absurdas; porque tus amigos son una constante en tu vida y podrían juzgarte. Pero, ¿qué importan esas cosas delante de un extraño? Lo que le impulsa a hablar es, probablemente, la certeza de que está delante de un completo extraño, alguien a quien no conoce de nada y que no le juzgara o, si lo hace, no importaría para nada, no influiría para nada en su vida.
Se han cansado de beber y se han ido a dar una vuelta por el parque, el frío es brutal y Remus se envuelve más en el abrigo. Se sientan en una banca ligeramente húmeda y Canuto cierra los ojos, echando la cabeza hacia atrás sobre el respaldo, respirando profundo. Es un gesto que denota tanto cansancio que Remus se pregunta cómo es que sigue en pie.
—¿Alguna vez has conducido cientos de kilómetros sobre una moto? No es buena idea.
—Nunca he salido del país ni me he subido a una moto.
Sirius le mira sorprendido.
—¿En serio?
Remus niega con la cabeza.
—¿Por qué no?
—¿Para qué?
—¿Necesitas un "para qué"?
—Pues no sé, nunca he necesitado salir y en cuanto a las motos… me gusta estar vivo, gracias. Supongo… supongo que prefiero quedarme aquí y…
—¿Vivir una vida patéticamente aburrida?
—Vale —le responde Remus, algo enfadado—. No todos disfrutamos tu estilo de vida, disculpa.
—¿Qué tiene de malo mi estilo de vida?
—¿Te refieres a ir por ahí en una moto?, ¿de carretera en carretera?, ¿de país en país?, ¿sin un lugar fijo? Pues no sé. ¿Qué podría tener de malo? —pregunta, con la voz cargada de sarcasmo.
—El alcohol te pone borde, ¿no? —sonríe Sirius—. Hace rato no eras así.
Remus suspira con fastidio y rueda los ojos pero responde.
—No estoy borracho.
Sirius lo mira detrás de su mata de largo pelo negro, a través de sus ojos apenas abiertos por el sueño.
—No, no estás borracho y me consta que has bebido como un cosaco, o séase, como yo. ¿Por qué mierdas no estás borracho?
—Aguanto muy bien el alcohol —responde Remus a regañadientes, e, intentado cambiar de tema dice—. Creo que ya es hora de irnos, no creo que tantas horas sobre una moto sin dormir y ahora, con está cantidad de alcohol, sea precisamente sano.
—Hmm —responde Sirius. Por alguna razón el mundo se está volviendo un lugar oscuro y todo se está poniendo borroso en los bordes—. No es como si tuviera a dónde ir —murmura, antes de dejarse tragar por la negrura.
Al fondo, muy muy lejos, escucha a Remus murmurar.
—Sin hogar, un completo desconocido, como un canto rodado…
