Hola, soy yo otra vez... En fin, no os asusteis si encontrais esta historia en otras paginas web, solo soy yo, que lo he publicado en varios sitios, tranquilos que no le he robado el trabajo a nadie... XD Creo que solo lo he publicado en amor yaoi, pero bueno... En fin, espero que os guste y se convierta en una serie... ¡Que disfruteis! :D
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PRÓLOGO:
Un pasito, otro pasito. Dos risotadas traviesas y unos mofletes sonrojados. Un niño rubio con extrañas marcas en sus mejillas morenas. Dos diamantes por ojos, azules piedras preciosas que brillan con luz propia. Su cuerpo alegre acompañado de unas manos que buscan a su madre. Una mujer sonriente y peliroja que extiende los brazos a su hijo, pero que se aleja a la vez. Otro rubio detrás del menor vigilando que no se caiga, igual o incluso más sonriente que su esposa.
Un chico sudoroso que despierta de un sueño, rodeado de la oscuridad de la noche... rodeado de soledad y silencio… Quizas las estrellas lo amparen, o la Luna vele por él. La música del bosque llega a sus oídos, intentando tranquilizar al chico. Medio sonámbulo, se desplaza hacia la puerta de su apartamento, gira el pomo de la puerta con lentitud. Avanza por el pasillo a tantillas intentando no tropezar, pues este con la poca luz que ofreze el exterior, no sabe a donde va. Sale a la calle y se guía por el sonido de las hojas de los árboles que cantan con el viento. Una melodía reconfortante y pacífica. Concentra toda su atención en un solo árbol, grueso, firme, alto. Ese era su árbol, el árbol de sus padres. Con rabia sube, rama por rama, lágrima por lágrima, y llega a la cima. Un paisaje. Un segundo. Toda Konoha a sus pies, Un bello amanecer… Un río de lágrimas que aumenta cada minuto su fuerza y caudal. Dos obres ocultos bajo su flequillo, esos obres que cristalinos persiguen las hojas que transporta el viento. Es reconfortante ahogarte en lágrimas cuando más lo necesitas.
Ese animal… Ese zorro… Lo persigue, hasta las profundidades de su bosque de imágenes perdidas. El causante de sus muertes, y quizas de su meta. Otra vez… Lo ve. Ahí, parado en medio del camino de tierra. Rabia y sudor… Baja de un salto… Lo persigue, y sale corriendo en busca de venganza. Un grito de dolor, no físico, sinó emocional. Su nombre gritado por su madre y un negro vacío, tan negro como el cielo de la noche carente de estrellas… Un solo culpable.
Un pobre árbol que recibe puñetazos acompañados de sollozos de un joven. Unas manos que sangran, unas manos heridas al igual que su corazón, desde hace tiempo roto en pedazos. Como el de su padre al fallecer. Más fuerza en los golpes bruscos y secos que regala por doquier. Sus últimas palabras… Su último consejo. Un flash back, un recuerdo. Dos pensamientos que se funden en uno solo. Demasiado complicado para un niño… Demasiado contradictorio para un adulto. Pero… ¿Y para un adolescente? Eso nunca se sabe.
Una carrera contra reloj para cambiar el destino de una sola persona, esa que le abandonó por miedo de herirle en su punto más débil. Una única oportunidad, una única vida que realizar. Un solo ser al cual cambiar para poder así contraarestar al destino. Una lucha en la cual sobrevivir o morir en el intento. Un suceso que trastocar y corregir, para que la muerte del que más le importa no se realize, al fin y al cabo, una misión que cumplir. Un vengador que lucha y sangra, al igual que lo fue ese moreno blanquezino. Un único rival contra su voluntad de hierro. Un precio sobre su cabeza, una carga sobre sus hombros que lucha por derrotar al rubio. Unos ojos marínos decididos a cumplir venganza, venganza de todo y contra todo. Una tragedia vivida. Dos muertes presenciadas. Un chico decidido a cumplir su próposito. Un mar disfrazado. Un horror lento. Un cuento sin fundamento.
